Cuando yo era pequeño, recuerdo que mis padres pidieron al Círculo de Lectores un libro enorme y naranja, con muchas fotos a color, que se llamaba El porqué de las cosas. En él venía una pequeña explicación científica a muchas de las preguntas que los niños, y algunos padres cuando son curiosos, se hacen. Planetas, animales extraordinarios, grandes hazañas, récords mundiales, relatos increíbles… Todo muy bien explicado. Todo contestado.
A medida que el hombre amplía su mundo, viajando al otro lado del río, de la montaña o incluso del mar, necesita ir dándole explicación a aquello con lo que se encuentra. Cuando grita en una cueva y el eco le devuelve el final de sus palabras, ¿cómo no va a pensar que existe un ser, animado, real, la ninfa Eco, que es quien responde esas últimas palabras, condenada por Juno a tener que repetir por toda la eternidad el final de las frases que otros dijeran? ¿No es esta una explicación más plausible y creíble que decir que el sonido se transmite a través del aire mediante unas ondas u olas, invisibles, que rebotan en las paredes? Francamente, me parece más difícil de creer y mucho más aburrida, la explicación real.
Y tal vez eso hizo que, desde pequeño, no hiciera caso del libro naranja con todas las respuestas científicas que habían encargado mis padres y prefiriese Dioses, Tumbas y Sabios, que vino en el mismo pedido. Desde entonces, prefiero creer en Hesíodo y en Ovidio y paso de la ciencia. Bueno, sé que existe y me beneficio de ella y sus avances, pero prefiero un mundo animado, un mundo clásico en el que un hilo invisible conecta la liebre de Esopo con Bugs Bunny. Un dibujo animado, con ánima…
En ese mundo animado, el mapa está lleno de agujeros, de espacios donde pone there be dragons y los animales que se van descubriendo conforme se avanza son cada vez más extraños. La única diferencia entre lo absurdo que resulta el basilisco y el ornitorrinco es que sabemos, hoy, que el último sí que existe.
El caso es que hay algo ahí afuera. Algo que hace que sigamos contando mitos, hablando de ellos, utilizándolos en nuestro lenguaje cotidiano, porque son parte de nuestro ADN cultural. A veces nos “quedamos de piedra” o “pasamos una odisea” para completar un trámite, también “perseguimos una quimera” cuando pretendemos algo especialmente difícil y sabemos que hay “miradas que matan”. A veces “nos ponemos hechos una furia” y otras veces hechos “un basilisco” pero sabemos cuál es nuestro “talón de Aquiles”.
Y para terminar, ¿quién no ha tenido un flechazo? Pues eso, seguimos hablando con mitos. Incluso puede que sigamos componiendo mitos. Hoy las que fueron “estrellas” de cine ya no forman constelaciones, pero siguen siendo eternamente jóvenes en la pantalla. Seguimos teniendo millones de preguntas, no sabemos ni cómo se hacen los mitos, la Mitomorfosis. Lo que sí sabemos es que el mundo sin poesía, sin magia, es muy aburrido. Contemos de nuevo los viejos mitos, pintemos de poesía nuestra naturaleza; cantemos de nuevo en los templos derribados… Yo creo en las Hadas, yo creo, sí creo.
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Autor: Paco Álvarez. Título: Mitomorfosis. Editorial: Modus Operandi. Venta: Todos tus libros, Fnac y Casa del Libro.
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