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Yo nací, perdonadme, en la España del tebeo - Javier Memba - Zenda
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Yo nací, perdonadme, en la España del tebeo

Ahora, tres años después, he hecho de aquella duda de 2020 un soliloquio. Al llegar a aquello de que “para cualquiera hubiera caído por su propio peso”, me apostillo: “Para cualquiera que no hubiera sido el niño más feliz del mundo, entre otras cosas, porque su infancia transcurrió en la España del tebeo”. He llegado...

Al cumplir 60 años empecé a considerar una idea que para cualquiera hubiera caído por su propio peso: ya no tenía edad de seguir leyendo tebeos. Hasta el amor al rock & roll, que para mí fue lo que la revolución a quienes tienen conciencia política, como un fulgor juvenil —lo que es objetivamente la pasión por el ritmo del diablo—, se ha ido atemperando con el curso del tiempo. Son tantos los placeres de antaño que he ido dejando atrás a medida que me acerco al ocaso, que llegué a pensar que con los cómics iba a ser lo mismo. Sin embargo, la avidez con que busco los álbumes de Jacques Martin —el más fecundo y diverso de los discípulos de Hergé— desde que fueron traducidos al español por NetCom2 a comienzos de la pasada década, es una de las pocas ilusiones que me quedan ya sesentón con creces. Con ella vengo a sumarme a ese día del Comic y el Tebeo, que hoy se celebra, con todo el júbilo que merece.

Ahora, tres años después, he hecho de aquella duda de 2020 un soliloquio. Al llegar a aquello de que “para cualquiera hubiera caído por su propio peso”, me apostillo: “Para cualquiera que no hubiera sido el niño más feliz del mundo, entre otras cosas, porque su infancia transcurrió en la España del tebeo”. He llegado a la conclusión de que, si titubeé ante lo oportunas que puedan ser para un sesentón con creces las viñetas, fue debido a que la sesentena me cogió leyendo a los Humanoides Asociados. Más concretamente, a dos de ellos: Alejandro Jodorowsky con dibujos de Moebius: El incal , las aventuras del detective John Difool, que no acabaron de convencerme. Ahora sólo leo bande dessinée, los discípulos de Hergé principalmente. Debí haber recordado aquel eslogan de las aventuras de Tintín —“Para jóvenes de 7 a 77 años”— y hubiera salido de dudas al momento.

"El cine de los sábados y el tebeo de los domingos fueron dos de las dichas más grandes de mis primeros días"

Así, La España del tebeo (Espasa Calpe, 2001) tituló Antonio Altarriba —un sabio a este respecto—, la espléndida historia que dedicó a estas “publicaciones juveniles”, que se las decía. Antes de saber leer, en esa España de hace cincuenta y muchos años, mi madre me compraba un tebeo, para que me pusiera a ver “los santos”, que llamaban mis mayores a las viñetas, y no diera la lata cuando me llevaba de visita. Solía ser un Pumby, “publicación infantil” —aún se autodenominaba esta— de la Editorial Valenciana. Tenía en el propio Pumby —un gato ligeramente antropomorfizado, original de José Sanchis— su personaje estrella. “Yo nací (perdonadme) / en la edad de la pérgola y el tenis”, escribe Jaime Gil de Biedma en Cuando yo era más joven. Permítaseme a mí pedir disculpas por haber nacido —y además ser muy feliz—en la España del tebeo.

Ya sabía leer cuando el de los domingos, el que también me obsequiaba mi madre al salir de misa, cuando ella se compraba el Ya o el Pueblo —dos periódicos de la época— solía ser un Hazañas bélicas del gran Boixcar, o un Johnny Comando y el sargento Gorila. Una y otra eran publicaciones de Toray, la primera editorial cuyo nombre memoricé. Las Hazañas eran apaisadas y estaban ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, las historietas del sargento tenían el formato vertical tradicional y aunque también empezaban en la Segunda Guerra Mundial, acababan en la de Corea. El cine de los sábados y el tebeo de los domingos fueron dos de las dichas más grandes de mis primeros días. Y ya es decir, considerando que mis primeros años fueron una larga epifanía.

"Pocos elogios, que no se hayan escrito ya, pueden añadirse a esos tipos corrientes, de trazo fino, de Coll"

En 2017, con el mismo alborozo que escribo ahora esto, tuve oportunidad de asistir a la muestra Historietas del Tebeo (1917-1977). Organizada en el Museo ABC de Madrid, su motivo fue el centenario del primer número del TBO, la publicación que dio nombre al noveno arte en España: tebeo. Vuelvo con frecuencia a las fotografías que, entre facsímiles de las viñetas originales, conforman el catálogo de aquella muestra y creo verme entre esos niños de mi época que se sentaban por decenas en la acera de la calle —fuimos la última generación que tuvimos la fortuna de jugar en la calle—, abstraídos leyendo tebeos.

Otro de los primeros, y más caros recuerdos de mi vida, es el de cierta pareja de ancianos que, allá por los remotos años 60 en los que transcurrió mi infancia, vendían tres TBOs por un duro al final de las escaleras que daban acceso al andén del suburbano, actual línea 10 del metro de Madrid. En aquellas fechas era raro que permitieran a nadie vender nada en el metro. A menudo he pensado que, si a ellos les dejaban hacerlo, se debía a que ése era su único medio para buscarse el sustento. Para mí fueron mucho más que un par de ancianos cuya estampa conmovía a cualquier corazón sensible: fueron mis introductores al universo de Altamiro de la Cueva, de Carlos Bech y Bernent Toledano; Josechu El Vasco, de Muntañola, o la familia Ulises, de Joaquín Buigas y Benejan. Viñetas, todas ellas, en efecto ingenuas. Pero no más que el resto de mi país entonces, a cuyo costumbrismo aludían con ternura y simpatía. Pocos elogios, que no se hayan escrito ya, pueden añadirse a esos tipos corrientes, de trazo fino, de Coll. Coll era mi favorito de todos los dibujantes reunidos en aquella queridísima publicación barcelonesa.

"Y aquel esplendor de las revistas, de la nunca bien ponderada editorial Bruguera, que fue el final de los 60: Tío vivo, EL DDT, Din Dan, El Jabato en sus diferentes formatos"

Tebeo fue una voz que la RAE incluyó en la edición de su diccionario de 1968 con la siguiente acepción: “Revista infantil de historietas cuyo asunto se desarrolla en series de dibujos”. Nos gustaban tanto a los niños de mi época que ya se percibía el afán, y allí donde procedía, de darles todo el reconocimiento que aquel arte, tan del siglo XX, merecía. El mismísimo Hergé venía reclamándolo siempre que le preguntaban por el fenómeno de Tintín. Creo que aún faltaba para elevar los tebeos a esa categoría de noveno arte que tan merecidamente ostentan hoy en día. Pero, ya al final de los años 60, empezó a llamárseles cómics incluso en la editorial Doncel. Aquella casa, la misma que publicaba los libros de Formación del Espíritu Nacional, editó una revista legendaria en la historia del tebeo español: Trinca (1970-1973). En sus páginas nació Manos Kelly, el legendario western de Antonio Hernández Palacios.

Y aquel esplendor de las revistas, de la nunca bien ponderada editorial Bruguera, que fue el final de los 60: Tío vivo, EL DDT, Din Dan, El Jabato en sus diferentes formatos. Recuerdo los anacronismos del Capitán Trueno —viaja en globo aerostático en una Edad Media imprecisa— y también recuerdo que nunca daba su primer mandoble sin gritar aquel “Santiago y cierra España”, que fuera el lema de las huestes patrias durante la Reconquista. A Ibáñez, el gran Francisco Ibáñez, tuve oportunidad de agradecerle personalmente, con motivo de una entrevista, todo lo que me he reído desde que leí por primera vez a Mortadelo y Filemón.

En fin, podría seguir hasta el comix underground —escrito así, con “x” para llevar la contraria y dejar constancia de su marginalidad—: Robert Crumb —el gato Fritz, Mr. Natural—, Gilbert Shelton —los Freak Brothers— y, por supuesto, los españoles Gallardo y Mediavilla —Makoki, el Niñato—, para que quede clara la importancia que ha tenido desde siempre el cómic en mi vida. Pero mi intención es otra.

"Unos años después empezaron a llamarles cómics. El noveno arte llegó luego. De “novela gráfica” se califica ahora a lo más granado de esos álbumes de toda la vida"

El pasado otoño, en el catálogo de la exposición dedicada a Hergé en el Círculo de Bellas Artes madrileño, leí un excelente artículo de Joan Manuel Soldevilla, uno de los grandes tintinófilos de nuestro país. Concernía a la peripecia de las aventuras de Tintín antes de su publicación en España. A cuantos españoles amamos las historietas del infatigable reportero de Le Petit Vingtième desde sus primeras ediciones autóctonas, a cuantos sabemos que el eslogan —“Para jóvenes de 7 a 77 años”— alude al don de la infancia infinita, que te procura la dulce idolatría a Tintín cuando ya no se tiene edad para seguir leyendo tebeos, nos llama la atención que llegase a España tan tarde, a finales de los años 50. Es decir, tres décadas después de la primera entrega, Tintín en el país de los soviéticos (1929). Máxime considerando que no había nada en aquellos álbumes que pudiera molestar al franquismo.

Soldevilla despeja la duda de un modo irrefutable. El principal obstáculo que tuvo que salvar Conchita Zendrera, la primera traductora de Tintín al español —a cuyo empeño inquebrantable se debe la publicación de la colección en España— fue el bajo concepto que había de los tebeos en nuestro país. No eran más que historietas de consumo, muy baratas, que se compraban en los quioscos, para que los niños estuvieran entretenidos. Frente a eso, las entregas de Tintín eran álbumes a todo color, con cientos de ilustraciones, que se vendían a un precio mucho más elevado en las librerías. Así pues, lo primero que tuvo que hacer Editorial Juventud fue empezar a cambiar el concepto del cómic en la España del tebeo, darle a éste el carácter de esa lectura didáctica —“constructiva”, se decía—, que tiene.

Hasta en eso fue grande El mejor periodista del mundo. Unos años después empezaron a llamarles cómics. El noveno arte llegó luego. De “novela gráfica” se califica ahora a lo más granado de esos álbumes de toda la vida.

Llevo más de 40 años queriendo ser periodista, la octava parte de la mitad de bueno que El infatigable reportero de Le Petit Vingtième. No lo he conseguido, pero tampoco desfallezco. En todos estos años, también he tenido tiempo para entrevistar a Sento, uno de los grandes historietistas de nuestros días. Todo un heredero de esa queridísima escuela valenciana en la que también nació el entrañable Pumby. Cuando me encontré con él, el Museo del Prado, ni más ni menos, le había encargado un tebeo. Porque hasta El Prado reconoce que el cómic es un arte tan digno como cualquiera. Fue Sento quien me comentó que, ya de antiguo, en los catálogos del Prado se hablaba de cierta figuración narrativa en la que podría hallarse la prehistoria del tebeo. Basta que lo celebremos hoy para que éste sea un gran día.

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Javier Memba

Tintinófilo, escritor y periodista con casi cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978–, Javier Memba (Madrid, 1959) es colaborador habitual del diario EL MUNDO desde 1990. Estudioso del cine antiguo, tanto en este rotativo madrileño como en el resto de los medios donde ha publicado sus cientos de piezas, ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción–La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008). Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014), un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada, es su última publicación hasta la fecha. Blog El insolidario · @javiermemba

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