He batido hace poco mi récord de lectores. No ha sido un libro el que me ha dado esta alegría. Tampoco un artículo. Ha sido un tuit. El tuit constaba de dos palabras: “Lucha obrera”. Según la plataforma de Elon Musk (X), esas dos palabras han sido leídas un millón y pico de veces. Es muy bonito ver la grafía del millón de visualizaciones: un “1” y la letra M en mayúsculas. Me impresioné bastante cuando lo vi.
“Lucha obrera”. Wikipedia define esta frase hecha del siguiente modo: “La lucha obrera se refiere al movimiento obrero y a las reivindicaciones que se enmarcan en él.” En mi tuit, acompañaba la locución con una imagen donde se veía a tres ministras, todas ellas de Sumar. Habitualmente se describe a Sumar como una organización “a la izquierda del PSOE”; es decir, lo más cercano que podemos suponer que que hay en el Congreso a los obreros. La fotografía corresponde al día de apertura de las Cortes, un día especial donde las ministras optaron por atuendos glamurosos y —da la impresión— singularmente caros.
La imagen me la pasó un amigo por Twitter. Me sobresaltó lo suficiente como para que, de pronto, nos pusiéramos a debatir si no habría sido creada con Inteligencia Artificial. Una nueva fotografía de Yolanda Díaz atendiendo a la prensa nos demostraba que en efecto ese outfit era auténtico.
A mí me choca que personas de izquierdas, que en principio representan a los obreros, acudan al Congreso con el aspecto propio de ir a recibir un Grammy. No era una gala de los Goya lo que provocaba el festival fashion de las ministras, sino el primer día de ese trabajo para el que a lo mejor alguien en Pan Bendito las ha votado.
Mi tuit no me parece particularmente ingenioso, novedoso o sensacional. Es una crítica bastante común. Precisamente no escribo artículos con esos argumentos porque los puede hilar cualquiera. La contradicción del pijerío en la izquierda. Ese rollo.
El tuit salió en la madrugada del 4 de diciembre, y recibió la atención que merece el rollo que es. Pero el 5 de diciembre los numeritos al pie del tuit empezaron a encabritarse, y tenía ya como medio millón de visualizaciones. No crean que supuse que había dicho algo muy inteligente, de pronto. Supuse que alguien con dos ideas en la cabeza había necesitado airear una de ellas.
Cuando un tuit genera insultos, se nota enseguida por los retuits. X te muestra que algunos son efectivamente retuits y otros “citas”. La cita significa que alguien ha copiado tu tuit y ha hecho un comentario encima de él. La gente por lo general se molesta en copiar y pegar un tuit ajeno únicamente para ensañarse con su autor.
Lucha obrera. pic.twitter.com/2MYDEmcfT4
— Alberto Olmos (@alb_olmos) December 4, 2023
Llevaba ya como 290 “citas” en la madrugada del 6 de diciembre. Estaba mirando cómo subía la cifra en un bar con una amiga. Le expliqué (porque mi amiga lee mucho El País pero no tiene Twitter, y cuando alguien no usa Twitter es difícil que sepa lo que es una “cita” en Twitter; en resumen: mansplaining, sí, explicarle a alguien lo que no sabe porque no lo sabe); ¿qué decía?, ah, le expliqué lo de las citas (aka, insultos) y también mi política sanísima de no leer comentarios, “citas” o referencias a mi nombre. “Además ya sé lo que dicen”, aposté. Entonces le pasé el móvil y ella pinchó en “ver reacciones al post” y fue leyendo en silencio las “citas”. “¿Me insultan, a que sí?” asintió. “¿Machismo, no?” Asintió.
“¿Cómo pueden ver machismo en esto?”, se preguntó, indignada. Pero es verdad que estábamos tomando cócteles en el José Alfredo y tampoco nos íbamos a poner a llorar.
ESTO ES MACHISMO, ESTO ES FASCISMO
Ahora mismo hay 500 citas en un simple tuit compuesto por dos palabras (“lucha obrera”) y una foto de tres ministras andando por la calle. También es verdad que yo lo retuiteé en un momento dado porque no me me gusta que me intimiden y me digan lo que puedo decir o no.
Para seguir con esta columna, he decidido hacer lo que los youtubers llaman “reaccionar”. Es decir, ofrecer una reacción en directo, inintervenida, de un vistazo que le voy a echar a esas “citas”. (Tiempo empleado en echar un vistazo a las citas). Vale, incorporemos dos de ellas al discurso.
Primero tomemos la de Ángeles Rodríguez “Pam”, ex secretaria de Estado en el ministerio de Igualdad. Dice: “Mira que hay cosas que decir, pero lo de criticar la ropa y el aspecto de las mujeres en política es sencillamente misógino.” Luego tenemos la de la periodista Analía Plaza. Dice: “Misoginia, Alberto, misoginia”. Lo esperado, por las personas esperadas.
Son personas, como aviso en el titular, que viven con dos ideas en la cabeza. Una idea propone: “Esto es machismo”, y la otra propone: “Esto es fascismo”. Con esas dos ideas pasan por esta vida, tan ricamente.
Es fácil suponer que “fascismo” no encaja en un tuit que dice “lucha obrera” y muestra a tres ministras de camino a los Grammy. Casi por eliminación, toca “machismo”. Que empleen la palabra “misoginia” obedece al natural hartazgo repetitivo.
El hecho de que el tuit señale claramente un conflicto entre el estatus y los principios, entre el ethos y las propuestas políticas, queda por tanto orillado. Si mañana Yolanda Díaz se paseara por las calles de Madrid a bordo de un Ferrari, criticarla sería siempre machismo. Si Pablo Iglesias condujera un Lamborghini, sin embargo, criticarlo nos devolvería al debate, muy manoseado, sobre el tren de vida que pueden o no pueden llevar las personas que se declaran no sólo de izquierdas, sino también anticapitalistas.
A mí me parece raro ser anticapitalista y conducir un Ferrari. En esta extrañeza mía, ser hombre o mujer es irrelevante.
El debate sensato sobre mi tuit habría girado en torno a argumentos tampoco muy deslumbrantes, del tipo: “¿Y qué quieres (hablamos de nuevo de las ministras) que vayan con vestidos de H&M?” Lo típico. Entonces yo contestaría que entre el look para ganar un Grammy y el vestido de H&M hay un enorme surtido de posibilidades en cuyo largo dial seguramente se encuentra un punto intermedio perfectamente respetable. Invitaría a la gente a mirar todas las fotos de Sanna Marin que hay en Google, mientras fue primera ministra de Finlandia. Etcétera.
Pero ese, que es el debate, no es el debate. El debate es el que Pam o Analía necesitan: misoginia.
El tuit de Pam dice que se critica en exceso la ropa que lucen las políticas. Obviamente, si un ministro del Gobierno (Marlaska mismo, que es un señor muy apuesto y elegante) decidiera ir al Congreso mañana con un traje color verde lima con estampado de plátanos azules, todo el mundo criticaría su elección. Si un diputado acudiera en bañador, también. De hecho, el aspecto físico lo cuidan nuestros representantes públicos mucho más que el decoro intelectual (lecturas, oratoria, estudio). Es curioso que ellos mismos dediquen horas a ponerse este o aquel traje, vestido, pantalón o maquillaje, y que hasta tengan asesores de imagen contratados con nuestros impuestos, y al mismo tiempo se proponga que no se puede criticar la imagen de los políticos. Si no se puede criticar la imagen de los políticos, ¿por qué se preocupan tanto por ella?
MISOGINIA, ALBERTO, MISOGINIA
Cuando Pedro Sánchez va por España, a un debate, a un mitin, sin corbata, está diciendo qué gente quiere que le vote. Sólo la falta de corbata le diferencia del líder del PP (sea quien sea en cada caso), que siempre irá con corbata porque, a su vez, está pidiendo a una gente muy concreta que le vote. Cuando Pablo Iglesias iba a los debates con pantalones dockers, estaba diciéndole al votante que consideraba accesible para su partido que él era uno de los suyos, uno de los que no utiliza traje nunca. Esto no se diferencia mucho de lo que Haruki Murakami decía del bar que abrió y regentó durante años en Tokio. Decía, Haruki-Kun: “Me di cuenta de que debía vestirme de la misma manera que la gente que quería que entrara en mi bar”.
Cuando uno ve a Yolanda Díaz, Mónica García y Sira Rego, no ve que una cajera de supermercado, un obrero de la construcción o un tipo que vive subiendo lavadoras a quintos sin ascensor vayan a sentir muchas ganas de entrar en el bar que ellas regentan, por alargar el símil de Murakami. No creo que estos obreros vean en ellas, de hecho, gente que los representa. Obviamente, no los representan, porque a Sumar no le han votado los obreros sino los modernos (por resumir). En ese sentido, las tres visten muy exactamente como la gente que los vota (BopPop, etcétera). Sin embargo, siendo un partido a la izquierda del PSOE, puede uno encontrar cierta disonancia en su aspecto. Por ejemplo, que la ropa que llevaba la vicepresidente segunda y ministra de Trabajo ese día costara más que el salario mínimo que ella misma está muy orgullosa de haber subido (bastaría para ello que portara un i-phone en el bolsillo, de hecho). Es fuerte esto, ¿eh? Llevar encima ropa y complementos por un valor superior a lo que tú crees que una persona debe ganar al mes como mínimo para dar de comer a sus hijos.
Analía Plaza, ya dijimos, tuiteó: “Misoginia, Alberto, misoginia”. Es un tuit espectacular, muy argumentado. Dense cuenta de que yo llevo 1652 palabras para abordar tanto el conflicto (tradicional) que señala mi tuit como el conflicto (posmoderno, orwelliano) bajo el que el tuit se ha visto sepultado. Es compleja, la realidad. Analía, sin embargo, gracias a que vive felizmente con sólo dos ideas en la cabeza, no necesita más que tres palabras para explicar su posición, y una es mi nombre y las otras dos son la misma palabra. Ha tenido que poner dos comas y un punto, eso sí.
En este sentido, me preocupa el efecto que “vivir con dos ideas en la cabeza” puede estar teniendo en tanta gente con sólo ese artefacto intelectual a su disposición. Hay algo ahí peligroso, debilitador. Si alguien se opone a la amnistía, “machismo” no nos encaja, de modo que sólo queda “fascismo”. Si alguien considera atroz dejar violadores en la calle, “fascismo” no cuadra, así que “machismo” (tuyo, por criticar la ley que deja violadores en la calle: ya ven). Hay que poner a más mujeres (de izquierdas, claro) en la política para que cualquier error sea siempre criticado por tu insoportable machismo, y no porque es un error legítimamente criticable.
Se ahorra una la mar de pesadísimas reflexiones y —sobre todo— dudas cerrando cualquier debate con “machismo”. O “fascismo”.
En este sentido, no tengo muy claro si Pam y Analía se dan cuenta de la pobreza intelectual en la que viven, encerradas con un ábaco de dos bolitas, machismo/fascismo, que mueven de un lado al otro monótonamente. O sea, yo digo cosas y puedo decir cosas, porque a lo mejor sólo tengo cinco ideas en la cabeza, pero al menos son cinco. Y cuando digo algo, hago una propuesta y, a mi manera, enriquezco el debate público. Pams y Analías, sin embargo, no dicen nada, sus intervenciones son reactivas y subsidiarias: necesitan que alguien diga algo antes que ellas, porque ellas, como decimos, no tienen nada que decir salvo “machismo”/ “fascismo”. No debe de ser muy bueno esto. Yo creo que debe de atrofiar la capacidad ulterior para argumentar o, siquiera, escuchar a los demás.
Necesitan algo machista para gritar “machista”. Y, si no hay nada machista, cualquier cosa es machista. Esa es un poco la espiral que nos ha llevado hasta aquí. (Ídem para “fascista). Además, se trata de dos ideas tan exageradas, inexactas y carentes de matices (tú dirás: “machista”, “fascista”, punto; tú dirás qué matiz o exactitud mínimamente argumentada hay en esos juicios de valor), que concurre como un ansia por encontrar un punto de apoyo, algo que permita decirlas otra vez, en una especie de adicción a la salmodia. Cuanto menos machismo haya en nuestra sociedad, más probable es que todo sea machista a ojos de estas personas. Sin machismo ni fascismo en nuestra sociedad, Pam y Analía no tendrían realmente nada que decir sobre nada.
Con sólo dos ideas en la cabeza, dos ideas que vas encajando a martillazos en cualquier situación que se te presenta, no necesitas leer, escribir o pensar en lo más mínimo, una vez le coges el tranquillo a la cantinela (yo creo que al principio debe de ser duro, decir siempre lo mismo, pero luego ya va solo). No necesitas leer ni siquiera libros feministas. ¿Para qué, si todo lo que vas a decir es: “¡Machismo!”, sea el asunto machista o no?
Todo esto lo escribo con una paz de espíritu que disfruto mucho. Es la ventaja de dejarse guiar por la razón y la lógica, los hechos y los argumentos. Ni siquiera se me pasa por la cabeza la idea de ir a convencer a nadie. Es demasiado iluso pensar que tu razón va a sacar a una persona de su barbarie.
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