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Vivir a tu luz, de Abdelá Taia - Zenda
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Vivir a tu luz, de Abdelá Taia

El escritor, dramaturgo y cineasta marroquí Abdelá Taia vuelve a la narrativa con la historia de Malika, una mujer de campo que cuenta en primera persona su lucha contra las injusticias de la Historia, concretamente contra las injusticias que van desde la colonización francesa hasta la muerte de Hassan II. Pero lo más interesante de...

El escritor, dramaturgo y cineasta marroquí Abdelá Taia vuelve a la narrativa con la historia de Malika, una mujer de campo que cuenta en primera persona su lucha contra las injusticias de la Historia, concretamente contra las injusticias que van desde la colonización francesa hasta la muerte de Hassan II. Pero lo más interesante de todo es que Malika es, en verdad, la madre de Abdelá Taia.

En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Vivir a tu luz, de Abdelá Taia (Cabaret Voltaire).

***

1

BENI MELAL

Todo el amor de esta tierra.

Todo el amor que hay en esta tierra no me bastará y no me ayudará a soportar lo que me sucede después de ti, Allal.

Te has ido tan lejos, a un mundo del que no sé nada. Y no volverás.

En adelante, solo me quedarán el recuerdo, la ausencia, el amor sin ti.

Tú me miraste durante meses y meses cuando iba al zoco con mi padre. No le tenías miedo y dejabas que tus ojos me hablaran, me siguieran, me penetraran y decidieran por mí lo que vendría, lo que sucedería después. Ser, contigo. Ser tuya. Ser tu mujer. Tus ojos no me decían que yo era guapa ni que tú estabas enamorado de mí. No, nada de eso. Tus ojos retozaban, bailaban y me invitaban a hacer lo mismo. A bailar contigo en público, en el zoco. Eso era lo que querías, lo que te excitaba. Ver cómo iba a reaccionar yo, lo que iba a mostrar de mí. Mi respuesta a tus miradas, mientras mi padre estaba justo ahí, al lado. Llevamos la cesta llena de verduras entre los dos, él y yo. Somos gente respetable. ¿No se da cuenta de nada, mi padre? No creo. Se hace el tonto. Pero es cariñoso. Cariñoso y sumiso con su segunda mujer. Solo en ese zoco, una vez a la semana, puedo tenerlo para mí sola. Solo ahí se atreve a mostrarme algo de afecto y a comprarme buñuelos con azúcar.

Tú habías preparado bien tu estrategia, Allal. Te lanzaste y hablaste. No conmigo. No. Con mi padre, que llevaba ya bastante tiempo queriendo librarse de mí. De mí, Malika, su hija. Ya no podía soportar ver cómo su segunda esposa me humillaba a diario sin poder decir nada.

Mi padre no decía nada. Ella lo había hechizado, embrujado. Hacía mucho tiempo que su voluntad no le pertenecía. Se dejaba manejar, dirigir. Yo era su punto débil. La hija de su primer matrimonio.

La pequeña Malika ha crecido. Diecisiete años. Parece una mujer. Toda una mujer. Hay que entregarla a alguien. Encontrarle un hombre. Hay para dar y tomar en esa población demasiado extensa donde todo el mundo vigila a todo el mundo.

Puedo ayudarte a llevar la segunda cesta, tío mío. Así nos abordaste, Allal. Pesa demasiado para ti y tu hija, tío mío.

De acuerdo, hijo mío. Que Dios te abra los caminos del paraíso, hijo mío.

Tú caminabas al otro lado. Mi padre estaba entre tú y yo. Os hacíais los hombres, hablabais de cosechas, del cielo generoso con la lluvia ese año y de los franceses, que se empeñaban en no marcharse de Marruecos. Hablabais de cosas de la vida que yo aún no conocía. Y, de repente, mi padre se detiene y dice:

Tú eres el hijo de Saleh, ¿no es así?

¿Cómo lo había adivinado? Nunca lo sabré.

Soy el hijo menor de Saleh, sí. Soy Allal, tío mío.

Allal. Eso es. El pequeño Allal. ¡Cuánto has crecido! ¿No te acuerdas de él, Malika? Mira. Es Allal. Estréchale la mano, salúdalo. Allal es como un primo para ti. Estréchale la mano. No seas tímida. Allal es de los nuestros, de la misma gran familia que nosotros. Sangre de nuestra sangre, carne de nuestra carne. Míralo. Yo estoy aquí contigo, Malika. Mira a Allal. Está hecho un hombre. Más alto que yo. Míralo.

Más tarde, entendí que mi padre se había fijado en mis pequeñas artimañas. Lo había visto todo. Cómo bailaba para ti. Las miradas que me lanzabas. Cómo me devorabas con los ojos.

Era mi padre, Baba, quien insistía en llevarme con él al zoco y era él quien se empeñaba en comprarme los buñuelos con azúcar en el tenderete de aquella vieja, justo al lado de un pequeño café al aire libre. El tuyo, Allal.

Tú estabas ahí, en ese café. Siempre estabas ahí.

Estoy plantada junto al puesto de la vieja vendedora. Estoy sola. Baba me había dicho que volvería en diez minutos. Me como los buñuelos muy despacio. Me tomo mi tiempo. Dejo que me mires a tu aire. Mi cuerpo. Mi carácter. Mi historia. Soy fuerte. Eso es lo que va a gustarte de mí. Una mujer fuerte que te arrope entero. No una mujer de una noche. No. Yo soy una mujer para las cosas serias, ya lo ves, una mujer para afrontar con ella y junto a ella el zeman, el tiempo que transcurre y que acaba con todos nosotros. Soy Malika. Tengo una salud de hierro. No soy vaga. Siempre acabo lo que empiezo. Tengo buena dentadura. Mi cabello es muy negro. Tengo muslos poderosos. El pecho tiene que crecerme aún, no te preocupes. Mi vientre es ancho. Y mi tatuaje bereber entre los ojos tiene un único sentido: soy fiel. Fiel y, te seré franca, también maliciosa. Pero me imagino que eso de que sea maliciosa no te da miedo. Sigues mirándome, no me juzgas. Te gusto. Te gusto. Lo sé. Mira, Allal. Mírame. Me he terminado el segundo buñuelo. Empiezo el tercero. Quiero que veas que tengo buen apetito. Como. Como. Me gusta comer, me gusta comer de todo. Soy una mujer a la que no le avergüenza comer. Malika. Malika, Allal. Es para ti. Ven. Ven. ¿Cuándo vas a acercarte?

Tú caminas junto a nosotros. Por el mismo camino. Nos ayudas, a Baba y a mí. Llevas la segunda cesta. Y hablas. Tienes muchas cosas que decir. Apenas las escucho. Me dejo mecer por el sonido de tu voz. Penetro en esa voz y en su mundo. Mi padre está encantado. Ha entendido que eras un hombre que no tenía miedo. Un hombre lleno de palabras que suenan sinceras y de historias importantes que compartir. Un hombre que se revela de golpe, que se abre, que dice: Aquí está mi corazón.

Existe la esperanza. Con tu cuerpo, Allal, en tu corazón, Allal, voy a encontrar otro camino. Huir, por fin, de mi madrastra y de su maldad. Sortear el destino. Atrapar la esperanza y reafirmarla.

Voy a vivir.

De repente, Baba te hace una pregunta, directa, demasiado directa:

¿Qué posees en la vida, Allal, hijo mío?

Tú contestas con franqueza. Ni siquiera te paras a pensar.

Solo tengo ese café al aire libre, tío mío. Lo llevo conmigo de zoco en zoco, de mausoleo en mausoleo. No es gran cosa, ya lo sé. Pero vivo bien, muy bien, incluso, durante el verano, gracias a ese café. He conseguido ahorrar algo de dinero. Vivo con mis padres. En su casa. Y tengo dos hermanos menores. Tengo veintisiete años, tío mío. Ha llegado la hora de casarme. Tengo primos más jóvenes que yo y que ya son padres. Quiero casarme.

Sueño despierta. Te miro los pies, Allal. Esos pies calzados con unas sandalias de cuero. Tienes los pies sucios. Grandes y sucios. Y, de repente, me entran ganas de agarrarte ahí mismo esos pies. De lavártelos lenta, suavemente, muy suavemente. Y, después, masajeártelos con un poco de aceite de oliva. Sé cómo hacerlo. Practico a menudo con los pies de mi padre cuando vuelve por la noche del trabajo en el campo. ¿A que sí, Baba? Dile a Allal que sé hacer masajes de pies. Dile. Díselo. Es un detalle importante. Los pies de los hombres. Los pies de Allal. Empezaré siempre por tus pies, Allal. Y, después, todo resultará fácil. El amor. El amor.

El sueño del amor.

Hemos llegado a nuestra casa. Estamos delante de la puerta. Dejas la cesta en el suelo. Mi padre te invita a tomar un té con menta. Dices que tienes que volver al zoco y recoger el café. Baba insiste:

Por lo menos un vaso de agua, Allal.

Aceptas.

Tráele un vaso de agua, Malika, hija mía.

Nos hemos quedado solos, tú y yo. Baba se ha metido dentro de la casa para dejar las cestas. Va a volver de un momento a otro.

Bebes agua. Tienes mucha sed. Te miro mientras te bebes el vaso entero de un trago. Tienes los ojos cerrados. La cabeza inclinada hacia atrás. Veo tu cuello fuerte. Lo veo todo, todo, y de muy cerca. Un fuego se apodera de mí. Los pelos negros de tu barbita. Tu nariz larga y afilada. Tus labios, del color de esta tierra: ocre rojizo. Tus orejas inmensas y extrañas. Tu cráneo rapado casi por completo, como el de los ladrones. Creo que nunca te has dejado crecer el pelo. ¿Por qué?

Me entran ganas de alargar la mano y acariciarte la cabeza.

Eres un hombre. Eres guapo. Me pareces guapo. Te lo digo con el corazón. Eres muy guapo, Allal.

¿Me has oído?

Eres guapo. No eres rico, pero eres guapo.

Respiro el olor de tu cuerpo, Allal. El cuerpo de un hombre castigado durante años y años por el sol, quemado por el sol, casi negro debido al sol. Un cuerpo que transpira y que suda. Está caliente. Está frío. Está ardiendo.

Vienes hacia mí, Allal. Abre las piernas, me dices. Ábrelas. Ábrete, Malika.

Me abro de piernas. Inmediatamente. Para ti. Llevo tanto tiempo esperando. Tengo diecisiete años. Es el momento adecuado. Entregarme a ti, Allal. Acogerte dentro de mí, mezclar nuestros olores y nuestro sudor. Nuestros caminos.

Y nuestros sueños.

Has dejado de beber agua, Allal. No haces ningún gesto maleducado o impropio. Estás delante de la casa de Baba. Salgo de mi ensoñación junto a tu cuerpo. Bajo la vista. Me devuelves el vaso. Tu mano toca mi mano. Dura tres o cuatro segundos. Tu calor, Allal. El calor de tu piel. Entra en mí y lo atraviesa todo dentro de mí, de la cabeza a los pies. Dices adiós. Beslama, Malika. Beslama, Allal. Te vas. Justo después. Yo te observo mientras te marchas. Caminas. Caminas rápido. Eres tan ligero. Eres delgado. Eres frágil. Eres un pajarillo. Yo soy más fuerte que tú.

Has girado a la izquierda. Has desaparecido de mi vista. Pero sigues aquí, en el aire. Te veo. Tu rastro. Tu recuerdo. Tu tierna virilidad.

Baba reaparece.

Entra en casa, Malika. Entra, hijita mía. Me gusta mucho Allal. Ahora todo está en manos de Dios.

Volviste a vernos un mes más tarde para pedir mi mano. Tu padre y tu madre venían contigo. Y tu mejor amigo también: Marzuk. Es como un hermano para mí, más que un hermano, te oí decirle a mi padre cuando le presentaste a Marzuk. A veces, un amigo es mucho mejor que un hermano, tienes razón, Allal.

Marzuk estaba sentado a tu lado, pegado a ti. Cuando entré en la gran sala de nuestra casa para servir el té con menta a todo el mundo, Marzuk dijo:

Su hija tiene suerte.

Baba no pidió demasiado dinero como dote. Casi nada. Pero a tus padres, Allal, les habló con el corazón:

Malika será vuestra hija. Os la doy. No la vendo. Os la confío. No la obligo a nada. Ella es vuestra hija. La vida va a sonreírle con vosotros y con vuestro hijo Allal. Por fin la vida va a premiarla. Cuento con vosotros.

Al oír esas palabras, mi suegra se levantó y salió de la gran sala. Quería mostrar así su desacuerdo con las palabras de Baba y con lo que estas entrañaban. Voy a ver si el cuscús está ya hecho o aún le falta.

Baba siguió con su discurso.

Mi hija Malika perdió a su madre muy pronto. Yo no podía criarla solo. En esta vida, un hombre no puede aguantar sin una mujer. Volví a casarme. No tenía elección.

Entonces tu padre tomó la palabra.

Tu hija Malika será nuestra hija. No te preocupes. Y nuestro hijo Allal es tu hijo. Dios nos ayudará a seguir por este camino como buenos musulmanes, con el corazón puro. Pero…, pero…

Pero ¿qué?

La dote es demasiado elevada para mi hijo.

¿Cuánto dinero podéis darme por mi hija?

No es cuestión de dinero. La confianza ante todo…

¿Cuánto?

Vosotros veréis. Nuestro hijo es un buen hijo. No le tiene miedo al trabajo. Es…

¿Cuánto?

La mitad de lo que has dicho.

Baba se volvió hacia mí. Tomó mi mano en su mano.

Malika, hija mía, has oído lo que se acaba de decir. ¿Estás de acuerdo? No te obligo a nada.

—————————————

Autor: Abdelá Taia. Título: Vivir a tu luz. Traductora: Lydia Vázquez Jiménez. Editorial: Cabaret Voltaire. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Abdelá Taia @Abderrahim Annag

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