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Violentar la memoria - Miguel Barrero - Zenda
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Violentar la memoria

Hablar por los muertos Los premios Estoy convencido de que José Antonio Bayona merece el Goya al Mejor Director por La sociedad de la nieve y que su película reúne méritos suficientes para justificar las doce estatuillas que se le entregaron durante la gala celebrada hace algunas noches en Valladolid. También considero que los miembros...

Hablar por los muertos

El exministro Margallo dice en la televisión que Federico García Lorca, en sus últimos días, era partidario de una dictadura militar. Se basa en unas declaraciones que Luis Rosales hizo a Ian Gibson y que éste nunca publicó, pero que vieron la luz hace una década gracias a un documental que dirigió Emilio Ruiz Barrachina, quien tuvo acceso a la fuente original. Más allá de que temo que la supuesta revelación de Margallo encierre una finalidad sibilina —la de exculpar o quitar hierro a la dictadura de Franco: «Tan mala no sería si hasta Lorca veía su posibilidad con buenos ojos»—, en uno de esos subterfugios a los que tanto recurre la derecha española para no tener que mirar cara a cara a sus propios demonios, parte su argumentación del pretendido apoyo de Lorca a un hipotético golpe de Estado: la de dar por bueno un testimonio realizado a posteriori y cuya validez quedó en entredicho desde el momento en que el propio Rosales advirtió a Gibson —y supongo que ésa fue la razón de que el hispanista no lo incluyera en su libro, aunque Margallo asegure que sí lo hizo— de que jamás reconocería haber pronunciado esas palabras. Los muertos están sumamente desvalidos, no pueden opinar ni defenderse, y desde luego no están en disposición de afear las tropelías que los vivos cometen en su nombre. Quienes avalan su posición respecto a determinados asuntos actuales con el argumento de que ciertos difuntos ilustres hubieran compartido su opinión —y Lorca es uno de los más recurrentes, no hace tanto que una diputada ultraderechista aseveró que, de seguir vivo, el poeta votaría hoy al partido en el que ella militaba— se atribuyen una facultad de la que carecen: la de hablar por quienes no pueden hacerlo ni delegar su palabra en portavoz alguno, y que ninguna opinión tienen del presente porque no están en él ni lo conocen ni acertaron tan siquiera a imaginarlo. No deja de resultar sorprendente que alguien como Margallo, que ocupó un cargo público y sabe bien los riesgos que conlleva el hablar a la ligera —también de él dicen que dijo cosas que él niega haber pronunciado— incurra en ese error. No se trata de cuestionar a Rosales —pocos dudan de que quiso mucho a Lorca, y que si no lo salvó fue porque no pudo o porque no fue consciente de que peligraba su vida hasta que ya era demasiado tarde—, pero sí cabe poner en cuarentena unas palabras que pueden tanto ser fieles a una apreciación hecha en circunstancias complejas —quién sabe qué desahogos pudo precisar aquel Lorca que se vio de pronto confinado y a merced de unos acontecimientos que no podía controlar ni prever— como una exculpación del propio Rosales, que de ese modo quiso lavar en parte su conciencia por oficiar de intelectual en el seno del régimen que había promovido el asesinato de su amigo y traficaba en aquellos momentos con el sentido de su obra. Lo que Lorca hizo o dijo está hecho y dicho en su obra y en los documentos que llevan su firma, en las entrevistas que concedió mientras vivía y en las rúbricas que puso en documentos donde se defendía la legitimidad republicana y se repudiaban los totalitarismos que promovían quienes lo fusilaron en el barranco de Víznar. Todo lo demás es violentar la memoria de un muerto, el peor enterrado de nuestra historia, que no puede rebatir a quienes intentan usurpar su pensamiento, y que merece tener hoy el respeto que ayer le negaron los disparos.

Los premios

"Erice no es miembro de la Academia, no estuvo presente en la gala y parece obvio que no concede menor importancia al desaire"

Estoy convencido de que José Antonio Bayona merece el Goya al Mejor Director por La sociedad de la nieve y que su película reúne méritos suficientes para justificar las doce estatuillas que se le entregaron durante la gala celebrada hace algunas noches en Valladolid. También considero que los miembros de la Academia votaron con la comprensible intención de dar un respaldo fuerte al largometraje que dentro de unos días nos representará en Hollywood como candidata al Oscar a la Mejor Película Internacional. En ese aspecto, el festejo anual con el que el sector del cine español reconoce a los suyos presumió de una coherencia irreprochable. Y sin embargo, cabría hacer objeciones. La primera tiene que ver con si tiene sentido dedicar toda una gala al elogio de lo consabido en vez de aprovecharla para conceder algo de visibilidad, siquiera la justa, a lo que resulta diferente. La segunda se relaciona con la escasa delicadeza con la que se trató a un director que es historia viva del cine español y que por primera vez era finalista de los Goya con una película que puede que en opinión de algunos no vuele a la misma altura que las obras que le granjearon el reconocimiento del que goza, pero que es, en cualquier caso, una excelente síntesis de lo que han venido siendo sus obsesiones temáticas y formales. Víctor Erice estrenó El espíritu de la colmena y El sur cuando los Goya aún no existían, y El sol del membrillo, su indagación en el proceso creativo del pintor Antonio López, era un documental que ni siquiera pudo obtener nominación porque los galardones no contemplaban esa categoría por aquel entonces. Su regreso a las salas con Cerrar los ojos no brindaba sólo la ocasión de reconocer una de las mejores películas que se han estrenado en España a lo largo de este último año, sino también el talento activo de un cineasta al que se ha elogiado en todo el mundo, pero no en el lugar que el sector cinematográfico español reserva para distribuir sus propios parabienes. Erice no es miembro de la Academia, no estuvo presente en la gala y parece obvio que no concede menor importancia al desaire, pero las instituciones deben tener una visión que trascienda lo inmediato, y para la posteridad quedará el recuerdo de que uno de los grandes cineastas españoles de todos los tiempos se vio ignorado por sus compañeros, por mucho que éstos obrasen con la mejor de las intenciones, cuando compareció ante ellos con su testamento cinematográfico.

La fama relativa

Todo es relativo, hasta la fama. Lo que interesa mucho a la mayoría puede interesar nada a unos pocos, y viceversa. Se cuenta que César Luis Menotti, que era un gran aficionado a la lectura, quiso visitar a Jorge Luis Borges y éste lo invitó a su domicilio. «Usted debe de ser muy famoso», dijo el escritor en cuanto ambos tomaron asiento. Menotti, que acababa de convertirse en una gloria nacional tras ganar el Mundial con la selección argentina de fútbol, no supo bien qué decir, pero tampoco tuvo que pensar mucho porque su interlocutor enseguida añadió: «Lo digo porque mi asistenta me ha pedido un autógrafo suyo». La charla se prolongó durante varios minutos y se desarrolló con una cordialidad exquisita, pero puede que no satisficiera a ninguno de sus protagonistas. Eso se deduce, al menos, de las palabras que pronunció Borges cuando se despidieron: «Qué raro, ¿no? Un hombre tan inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo.»

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Miguel Barrero

Ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven), La vuelta a casa, Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner), La existencia de Dios, Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado), La tinta del calamar (premio Rodolfo Walsh) y El rinoceronte y el poeta, así como el libro de viajes Las tierras del fin del mundo. Ha formado parte del programa 10 de 30 para la difusión de la nueva literatura española en el exterior. @MiguelBarrero Foto: Muel de Dios.

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Danilo
Danilo
9 meses hace

Rima, rima, la poesía nada

Rafael
9 meses hace

Lorca quizás el mejor poeta español. Leerlo es como sentir la brisa gitana con acordes de guitarra y bajo el árbol descubrir la luna con todos sus atavios…

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