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Vicisitudes de la lengua española en América - José María Merino - Zenda
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Vicisitudes de la lengua española en América

Un hito insoslayable en la historiografía española sobre las relaciones entre España  e Hispanoamérica. Autor de numerosos y brillantes trabajos de investigación, en general relacionados con el mundo jurídico y de las relaciones sociales, Santiago Muñoz Machado acaba de publicar su último ensayo, Hablamos la misma lengua. Historia política del español en América, desde la...

Un hito insoslayable en la historiografía española sobre las relaciones entre España  e Hispanoamérica.

Autor de numerosos y brillantes trabajos de investigación, en general relacionados con el mundo jurídico y de las relaciones sociales, Santiago Muñoz Machado acaba de publicar su último ensayo, Hablamos la misma lengua. Historia política del español en América, desde la Conquista a las Independencias, una obra considerable por su extensión y verdaderamente singular por su contenido, puesto que reflexiona de una forma hasta ahora inédita, por su ambición y perspectiva, sobre las vicisitudes de la lengua española en América. La ambición está en la voluntad de abarcar la historia de la implantación del español,  desde la llegada de Colón hasta mediado el siglo XIX, con una mirada abarcadora de aspectos colectivos entre los que destacan lo religioso, lo político  y lo administrativo; la perspectiva,  en considerar meticulosamente las vertientes gubernativas, culturales  y sociales del tema.

Dividida en ocho capítulos, la obra se apoya continuamente en muy interesantes referencias bibliográficas. Voy a hacer un somero repaso de ella, consciente de que quedan fuera de mi comentario innumerables datos, hechos y referentes bibliográficos. Mi reseña solo tiene por objeto llevar a la atención de los lectores la aparición de esta obra monumental.

El primer capítulo, “El impacto del descubrimiento”, una breve y obligada introducción, trata de los diversos viajes colombinos y de las luces y sombras de la aventura del Almirante, y aunque es un tema ya muy tratado por los estudiosos, profundiza en aspectos interesantes, como el del supuesto ”predescubrimiento”, la polémica entre España y Portugal a propósito de la titularidad de las nuevas tierras,  y los iniciales repartimientos.

"Decenios después del Descubrimiento, la inmensa mayoría de los indios no hablaban castellano y hubo un notorio declive de la población indígena, que la leyenda negra ha achacado a la crueldad española."

En el segundo capítulo, “Las primeras formas de comunicación” el autor plantea el farallón con el que se encontraron los españoles: “más de 1.500 lenguas distintas pertenecientes a 170 grandes familias lingüísticas”, algunas más generalizadas,  como el náhuatl, el maya, el quechua y el guaraní. De la inicial comunicación gestual, los españoles fueron entrando en la que utilizaba emblemas y símbolos, aunque los niños fueron los primeros hablantes del castellano, como señalaron Pedro de Gante y fray Toribio de Benavente, e incluso se convirtieron en ayudantes de los misioneros, si bien una de las iniciales preocupaciones de los conquistadores fue la formación de intérpretes o lenguas, y algunos de estos personajes han marcado la historia, como doña Marina —la Malinche— y Jerónimo de Aguilar en México, o el peculiar  Felipillo en el Perú. El caso es que de la colombina tentación inicial de esclavizar a los naturales, se pasó a los sistemas de encomiendas y repartimientos. El dominico fray Antonio de Montesinos fue muy crítico con la actuación española, y las leyes de Burgos de 1512 insistieron en la  necesidad de impartir a los indios,  sobre todo a los hijos de los caciques, la enseñanza de la religión  y del castellano. También, en la polémica sobre la propiedad de los territorios que se invadían o conquistaban y la libertad natural de los indios, se llegó a un procedimiento de notoriedad de la ocupación,  el llamado “Requerimiento”, formulado en castellano,  tachado de hipócrita por Las Casas y que, como señala el autor, llevó a situaciones tragicómicas.

El caso es que, decenios después del Descubrimiento, la inmensa mayoría de los indios no hablaban castellano y hubo un notorio declive de la población indígena, que la leyenda negra ha achacado a la crueldad española y que N. Sánchez Albornoz atribuye a la violencia conquistadora, pero también al reacondicionamiento económico y social, a las epidemias y a lo que llama “el desgano vital”, aspectos que Muñoz Machado desarrolla puntualmente, relatando luego la emigración española a América que empezó a producirse… Temas como el trabajo en las minas y el gobierno de los pueblos —con la segregación de poblaciones— y la necesidad de intérpretes fiables ante tribunales y notarías, para luchar contra la prevaricación, cierran el capítulo.

En el capítulo tercero, “La lengua en la conquista espiritual”, el autor comienza señalando los  debates entre  las órdenes religiosas y sus esfuerzos por disponer la prevalencia de la misión evangelizadora, pues deben tomar posesión de los nuevos territorios “no soldados armados sino predicadores santos”, hasta conseguir la bula del papa Paulo III, de 1537, Sublimis Deus, con documentos excomulgando a todo el que esclavizara indios o los despojase de sus bienes. El tema de la intervención en Indias, bélica o pacífica, dio mucho juego, y Muñoz Machado se detiene en la Brevísima relación… de Las Casas, analizando también la obra de Francisco de Vitoria, determinante de la promulgación de las llamadas Leyes Nuevas (1542/43) por Carlos V, así como en el debate filosófico y teológico y las “políticas de cristianización” de dominicos, franciscanos, agustinos y jesuitas.

"La predicación hizo, como señala el autor, que los frailes se convirtiesen en los primeros lingüistas y antropólogos de América."

Continúa el autor refiriéndose a las costumbres de los aborígenes y a los cronistas que fueron mostrando, desde su perspectiva,  la nueva realidad: Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara, Fray Bernardino de Sahagún, José de Acosta, Juan Ginés de Sepúlveda… y de ahí pasa al mundo indígena de las creencias y de los símbolos, con curiosos sincretismos —Quetzalcoatl  como Mesías, el culto a la virgen de Guadalupe, las  adaptaciones lingüísticas de lo religioso…— y otros aspectos, como el debate sobre los sacrificios humanos. Ante el difícil, si no imposible, adoctrinamiento en castellano, los frailes aprenden las lenguas indígenas, e incluso organizan peculiares sistemas de población, como los pueblos hospitales del obispo Vasco de Quiroga, inspirados en el modelo social de la Utopía de Tomás Moro y precedentes de las “reducciones” jesuíticas… La predicación hizo, como señala el autor, que los frailes se convirtiesen en los “primeros lingüistas y antropólogos de América” ya que, aunque en 1535 Carlos V había dispuesto que fuesen los frailes los encargados de enseñar “cristiandad, buenas costumbres, policía y lengua castellana”, las grandes dificultades económicas para mantener la estructura educativa hicieron que aquellos prefiriesen aprender los lenguajes nativos y adoctrinar en ellos, convirtiéndose muchos en políglotas y llevando a cabo una rica codificación de las lenguas indígenas, e incluso redactando algunos catecismos que fueron famosos, como el de Alonso de Molina.

El cuarto capítulo, “Las indias no se entienden”, toma el título de una afirmación en un informe del clérigo Luis Sánchez, en la época de Carlos V. Muñoz Machado habla de la enorme dificultad de aplicar las políticas educativas de la corona en materia de la lengua en un territorio tan inmenso y variado, y se detiene a explicar “algunos aspectos de la evolución del sistema de gobierno del Nuevo Mundo durante los siglos XVI y XVII”, desde el Almirante a los Virreyes —con sus gobernadores y regidores—, pasando por la Casa de Contratación, las Audiencias y las Cajas Reales, pero el autor subraya que “estaba muy lejos América para gobernarla desde Madrid” por la trama organizada de castas de burócratas y cargos públicos adquiridos, y por los intereses de diverso orden que existían, aunque John Elliott haya reconocido “un notable éxito” al gobierno de Indias.

"En el siglo XVIII entra en la creación el léxico popular y la cultura del barroco se impone, tanto en el teatro como en los abigarrados ceremoniales, dando base a la cultura criolla."

El autor se detiene a analizar la realidad indiana según un informe secreto —el citado del clérigo Luis Sánchez—encargado por Carlos V en 1540, titulado “Memorial sobre la despoblación y destrucción de las Indias”, que dio ocasión para comprobar “el desorden y mal gobierno reinante”. Otros textos, como el de Juan de Ovando, propondrán mejorar la información, aunque el tema de la corrupción será patente, y Juan de Palafox y Mendoza,  obispo de Puebla y nombrado virrey, controlará los “repartimientos de comercio” y tendrá enfrentamientos con los jesuitas… Entre 1609 y 1639, el jurista Juan de Solórzano Pereira  publica una obra voluminosa en la que propone castellanizar antes que evangelizar, y critica que la doctrina cristiana se enseñe en las lenguas aborígenes… Muñoz  Machado hace una pormenorizada referencia a la política de recopilación de leyes de Indias que llevaron a cabo el Consejo de Castilla y Antonio de León Pinelo, y concluye el capítulo  señalando cómo Carlos II, el último Austria, por Reales Cédulas de 1690 y 1691, ordenará tanto a las autoridades civiles como a las eclesiásticas que se dé preferencia a los conocedores de la lengua castellana para los oficios administrativos de los pueblos de indios  y el magisterio en las escuelas —de niños y de niñas—…

El capítulo quinto trata de “La cultura en castellano. Libros y lectores en los siglos XVI y XVII”. Se empieza recordando a Octavio Paz, que señaló que las formas artísticas del Renacimiento fueron trasplantadas por España al continente americano. El 41% de la población emigrante española estaba compuesto por personas letradas, que mantienen las justas poéticas, los espectáculos teatrales… En el siglo XVIII entra en la creación el léxico popular —Periquillo Sarmiento, de Fernández Lizardi…— y la cultura del barroco se impone, tanto en el teatro como en los abigarrados ceremoniales, dando base a la cultura criolla tanto en arquitectura, pintura y música como en literatura, pues a los primeros cronistas sucederán los escritores autóctonos, como Juan Ruiz de  Alarcón, Amarilis, Juan Espinosa Medrano o Sor Juana Inés de la Cruz, sin olvidar al Inca Garcilaso, a Guaman Poma de Ayala o textos que usan la escritura española para manifestar los mitos autóctonos, como el Popol Vuh o el Chilam Balam de Chumayel. Por otra parte, los libros de caballerías son considerados por varios  escritores peninsulares –Juan Luis Vives, Antonio de Guevara…– como muy peligrosos,  y hasta se prohibirá  su exportación.

" Mediante la creación de los Intendentes —españoles naturales—, el gobierno borbónico intenta aplicar una uniformidad institucional, y su planteamiento frente a las órdenes religiosas culminará con la expulsión de los jesuitas."

Muñoz Machado evoca la historia de El Quijote en América y cómo su influencia llegó a determinar fiestas de “correr la sortija”, y muestra documentalmente los rechazos que tuvo Cervantes para pasar a Indias. Entre los libros se recuerdan crónicas, cartas, epistolarios, descripciones, y a autores como Fray Toribio de Motolinía, Jerónimo de Mendieta, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Juan Bautista Pomar, Pedro de Cieza de León o Ginés de Sepúlveda, como narradores y descriptores de aquel mundo, sin olvidar a los relatores oficiales, como Juan López de Velasco o Francisco de Toledo ni la aparición de la primera literatura “americana” como La Araucana o Elegías de varones ilustres de Indias.

El capítulo sexto estudia “El esfuerzo de los gobiernos borbónicos por hispanizar América”, señalando las reformas de los primeros borbones, Felipe V y Carlos II, mediante un centralismo que se lleva allí pretendiendo sustituir esa política propia de los Austrias que era la intermediación de las órdenes religiosas entre las poblaciones indias y el gobierno de la metrópoli, así como la costumbre, desde fines del siglo XVI, de la venta de cargos públicos y la progresiva influencia de los criollos. Mediante la creación de los Intendentes —españoles naturales—, el gobierno borbónico intenta aplicar una “uniformidad institucional”, y su planteamiento frente a las órdenes religiosas culminará con la expulsión de los jesuitas, siendo precisa una cierta “reconquista de América” que predican algunos intelectuales como José del Campillo Cossío: “un nuevo sistema de gobierno económico para la América”(1762) con reformas administrativas y fortalecimiento del ejército, ante la desconfianza en criollos e indios.

Por parte criolla, se defenderá el talento de los naturales, y habrá oposición violenta en algunos, como Tupac Amaru II, que terminará con un terrible castigo mortal. Lo que se pretende desde España es revisar el poder eclesiástico, reduciendo propiedades, rebajando el dominio en la enseñanza, y mejorando la formación pública. Se considera, además, que hay que superar la insuficiente castellanización. Pese a las protestas clericales, se confiscarán conventos y se intentará acabar con el aislamiento de las misiones. Carlos III solicitará informes sobre la situación, y se le dirá que los indios están en situación de “estupidez y barbarie” y que es necesaria una política adecuada para enseñar el español y transformar las misiones en parroquias. Esta visión de la insuficiente formación en la lengua castellana es apoyada por algunos, como el arzobispo de México Antonio de Lorenzana y Buitrón, y mediante dos Reales Cédulas, de 1770 y 1778, el rey establecerá que el castellano “se haga único y universal, para facilitar la administración y pasto espiritual de los naturales”. Todo ello no comportará el desinterés hacia las lenguas nativas, como lo demuestra la inclusión de documentos españoles sobre el tema en el “Catálogo de las lenguas del mundo” de Catalina II de Rusia. En cualquier caso, las reformas acabarán en revueltas, a finales del siglo XVIII, en Perú, Nueva Granada y Venezuela.

"En el debate se discute sobre la igualdad de derechos de los súbditos de ambos mundos —indios , mestizos, negros...— y se propone que el territorio de las Españas sea un solo estado nación."

El capítulo séptimo trata de “La recuperación del pasado amerindio y la formación de las nuevas naciones” y en él se contempla, entre otras cosas, la crítica a la acción española en América y la revalorización de lo indígena, ya que las reformas ilustradas producen mucho descontento y la leyenda negra —que había comenzado con Las Casas, Benzoni y Montaigne— encuentra una adecuada ocasión para fortalecerse. A los prejuicios anticriollos y la idea del infantilismo cultural americano se oponen teorías como las de los jesuitas Francisco Javier Clavigero —Historia antigua de México— (1780-1781) y Juan Pablo Viscardo y Guzmán, que escribe un  texto en forma de carta de tono revolucionario pidiendo romper con España.  A finales del siglo XVIII aparece un visionario, el dominico republicano Servando Teresa de Mier, que desde Londres promueve romper con España.

Un aspecto especialmente interesante de esta interesantísima historia es la participación criolla en las Cortes de Cádiz —sin olvidar tal participación previa en la Constitución o Estatuto de Bayona—. La Junta Central Gubernativa del Reino convoca en 1810 a representantes americanos para redactar la Gloriosa, pero en tanto llegan a España cuenta con “suplentes” de la misma condición, desde la idea de igualdad de representación de territorios americanos y españoles y con vistas a la soberanía de la nación y a la separación de poderes. Blanco White defiende la igualdad de derechos de América, y el inca Yupanqui, como diputado suplente por el virreinato de Perú,  defiende los derechos de los indígenas. En el debate se discute sobre la igualdad de derechos de los súbditos de ambos mundos —indios , mestizos, negros…— y se propone que el territorio de las Españas sea “un solo estado nación”, analizando el tema de los municipios y su población y el de las diputaciones desde un rechazo del federalismo. Mas al mismo tiempo, surge en América la insurgencia criolla: en 1808 en Caracas —Bolívar—; en 1810 en Buenos Aires, con el cabildo abierto al poder del pueblo; en 1813 en Paraguay, luego en Quito, etc. La rebelión indígena tendrá también su papel: en México el cura Hidalgo (1810) y luego el cura Morelos (1813)… Fernando VII regresará a España en 1814, pero entre 1811 y 1822 se promulgarán las constituciones venezolana, colombiana y chilena. Y el autor señala que la lengua insurgente es la castellana, que el igualitarismo absoluto resultará perjudicial para los indios, que no se beneficiaron de la independencia, pues en las nuevas constituciones de las repúblicas independientes  hay hacia ellos  más de tutela que de reconocimiento de derechos.

"El hecho es que, a mediados del siglo XIX, tras la que pudiéramos considerar crisis, comienza a asentarse la conciencia del patrimonio comunitario que para todos sus hablantes significa el español culto."

El capítulo octavo, último, “Una nación, una lengua”, comienza planteando la población de las Américas hispanas en los últimos años del siglo XVII, y calculando que ascendería a 15 millones, de los que serían peninsulares y criollos 3 millones, indios 6 millones, mestizos 3 millones 750 mil,  y negros un millón y medio, entre libres y esclavos. Se puede suponer que a finales del siglo XVIII había en América 3 millones de hispanohablantes, y que el español era el idioma de los criollos y de las clases “superiores”. En este punto, Muñoz Machado incluye una comparación con la colonización británica de América del norte, señalando en este punto los traslados de indios, pero recordando, en el caso español, la autorización de los Reyes Católicos a los matrimonios interétnicos.

En cualquier caso, “los indios fueron los perdedores de la independencia” pues hubieran preferido mantener su régimen ancestral, y no sufrir la guerra como asunto recurrente: contra Rosas en Argentina, contra Rodríguez de Francia en Paraguay, contra Ribera en Uruguay…, guerras de exterminio en las que los “hermanos indios” se habían convertido en “hordas salvajes”. Mas lo que trajeron las repúblicas independientes fue la enseñanza del español, su imposición, eliminando el régimen  especial de las lenguas indias. En México, Frida Villavicencio  resalta la condición de la lengua “española” como signo de identidad nacional, de “mexicaneidad”. En la constitución mexicana de 1827, se estipula que en cada municipio habrá una escuela de primeras letras.

Al fin,  y el español resulta la lengua de las independencias americanas… Claro que a mediados del siglo XIX tal “koinización” tendrá sus opositores, y se producirán brotes de nacionalismo y separatismo lingüístico, como la “querella de la lengua” entre Argentina y Chile, con la intervención de intelectuales antiespañolistas, como J.B. Alberdi, o Juan María Gutiérrez —que rechazó la condición de académico correspondiente que le ofreció la Real Academia Española—, o Domingo Faustino Sarmiento, pero a ellos se opusieron otros como Andrés Bello, y en el debate hubo matices, como lo demuestra la polémica entre Rufino José Cuervo y Juan Valera.

El hecho es que, a mediados del siglo XIX, tras la que pudiéramos considerar crisis, comienza a asentarse la conciencia del “patrimonio comunitario” que para todos sus hablantes significa el español culto, que no solo va consolidando su tronco común mediante las relaciones regulares entre todas las academias de español del mundo, sino que está presente en un aspecto tan significativo como el que afecta a la legislación reguladora de las diferentes comunidades.

Ya señalé al principio que es imposible, en tan pocas páginas, reflejar mínimamente la riqueza de información que nutre el libro de Santiago Muñoz Machado; en cualquier caso, debo advertir que su contundencia científica no le resta nada de amenidad muy atractiva, no solo por su contenido sino por la destreza en el narrar. Este libro marca, sin duda, un hito memorable, insoslayable, en la historiografía española sobre las relaciones entre España  e Hispanoamérica.

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Autor: Santiago Muñoz Machado. Título: Hablamos la misma lengua. Historia política del español en América, desde la Conquista a las Independencias. Editorial: Crítica. Venta: Amazon y Casa del Libro                                                       

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José María Merino

José María Merino (A Coruña, 1941) se dio a conocer en 1976 con Novela de Andrés Choz, que obtuvo el Premio Novelas y Cuentos. Su novela La orilla oscura fue galardonada con el Premio de la Crítica en 1986. Además, ha recibido el Premio Nacional de Literatura Juvenil (1993), el Premio Miguel Delibes de Narrativa (1996), el Premio NH para libros de relatos editados (2003), el Premio Ramón Gómez de la Serna de Narrativa (2004) y el Premio de Narrativa Gonzalo Torrente Ballester (2006). En el campo del cuento literario ha publicado Historias de otro lugar (2010), donde se recogen los libros de relatos publicados hasta 2004, así como Las puertas de lo posible (2008) y El libro de las horas contadas (2011). Su microficción completa se encuentra recogida en La glorieta de los fugitivos (2007), Premio Salambó de Narrativa en castellano, y sus ensayos literarios están reunidos en el libro Ficción continua (2004) y Ficción perpetua (2014). En 2013 se publicó la antología de cuentos La realidad quebradiza y recibió el Premio Nacional de Narrativa por El río del Edén. Es miembro de la Real Academia Española.

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