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Viajes al más allá (III): guías de viaje al inframundo, primera parte - Zenda
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Viajes al más allá (III): guías de viaje al inframundo, primera parte

Ya tengo las sienes blancas brillando en la cabeza, ya la amable juventud se fue, y los dientes están gastados. De la dulce vida es poco el tiempo que me queda, por eso a menudo lloro: temo al Tártaro. Porque el abismo del Hades es aterrador y triste bajar allí, pues el que baja no...

Ya tengo las sienes blancas brillando en la cabeza, ya la amable juventud se fue, y los dientes están gastados. De la dulce vida es poco el tiempo que me queda, por eso a menudo lloro: temo al Tártaro. Porque el abismo del Hades es aterrador y triste bajar allí, pues el que baja no vuelve a subir.  

Anacreonte

En las anteriores entregas de esta Guía de viaje al Más Allá nos habíamos detenido en, primero, retratar el paisaje y, después, a sus habitantes más conspicuos. Ahora toca, por fin, iniciar el recorrido. Y como lo usual en este tipo de manuales es que quien los redacte haya visitado previamente el lugar que describe, comenzaremos pidiendo perdón: tras alguna que otra duda, y a pesar de nuestro inquebrantable compromiso de verosimilitud con los lectores de esta inmarcesible página, hemos preferido escribir de oídas. De lo cual nadie deberá deducir que las referencias que a continuación van a encontrar no sean de primera mano. Antes bien, todo lo contrario. Hemos elegido como cicerones a los únicos que por allí se han aventurado y, contra lo que se afirma en la cita que encabeza, han vuelto para contarlo: Ulises, Eneas, Hércules, Orfeo, Teseo con Pirítoo, Psique y, posteriormente, Dante. Las tres primeras crónicas cubren esta entrega.

ἡ νέκυια, o la visita al Hades de Ulises en la Odisea

… Ἀΐδης δ’ ἔλαχε ζόφον ἠερόεντα

En el canto X, 480 y ss. de la Odisea, Ulises le pide a Circe que cumpla su palabra —dada en un momento de debilidad— de ayudarle a regresar a casa. Circe le indica que para eso tiene que ir al Hades y hablar con el adivino Tiresias. Y ante la pregunta de Ulises reclamando una guía, porque nadie nunca hasta el Hades llegó con su negro navío, Circe proporciona las siguientes indicaciones:

Cuando hayas cruzado el Océano y alcanzada la ribera y el bosque de Perséfone cubierto por esbeltos álamos negros y estériles cañaverales, amarra la nave y dirígete a la espaciosa morada de Hades. Acércate, héroe, a una roca en la confluencia de los dos sonoros ríos, el Flegetonte y el Cocito, punto en que desembocan en el Aqueronte, tributario de la laguna Estigia. Cava un hoyo como de un codo por cada lado, haz una libación en honor de todos los muertos, primero con leche y miel, luego con dulce vino y finalmente con agua. Y esparce por encima blanca harina. Ruega de manera insistente a los muertos, promételes que, cuando estés de vuelta en Ítaca, sacrificarás en la pira la mejor vaca que no haya parido, junto con otras ofrendas. Y, además, sólo para Tiresias sacrificarás una oveja toda negra, la más hermosa del rebaño. Cuando hayas hecho esta súplica a la famosa nación de los difuntos, vuélvete de cara al Erebo y sacrifica allí mismo un carnero y una oveja negra, verás que se acercan muchas almas de difuntos. Entonces ordena a tus compañeros que desuellen a los animales allí muertos por el bronce y que los quemen después, mientras suplicáis a los dioses, al temible Hades y a la terrible Perséfone. Y tú saca de junto al muslo la aguda espada y mantente vigilante sin permitir que las inertes cabezas de los muertos se acerquen a la sangre antes de que hayas preguntado a Tiresias.

La descripción de la jornada en el Hades ocupa todo el canto XI. Así, la llegada:

Entonces arribó nuestra nave a los confines de Océano de profundas corrientes, donde habitan los hombres llamados Cimerios en medio de la oscuridad y la niebla (…). Llegados allí, amarramos la nave, desembarcamos el ganado y nos pusimos en camino costeando el océano, hasta alcanzar el lugar indicado por Circe.

Allí hacen las libaciones y sacrificios indicados. Y cuando la negra sangre de las bestias inmoladas se va vertiendo,

se empezaron a congregar desde el Erebo las almas de los difuntos (…). Se movían en grupos de acá para allá, a uno y otro lado de la fosa, con un clamor sobrenatural, y a mí me atenazó el pálido terror.

"Es entonces cuando Anticlea, ya en condiciones de hablar con Ulises, se acerca de nuevo"

Los espíritus se aproximan atraídos por la sangre pero Ulises, siguiendo las instrucciones de Circe, los mantiene a raya:

Apremié a mis compañeros a que desollaran y asaran a los animales sacrificados que yacían en el suelo, atravesados por el cruel bronce, y que hicieran súplicas a los dioses, al temible Hades y a la terrible Perséfone. Entonces saqué la aguda espada de junto a mi muslo y, blandiéndola, no dejaba que las inertes cabezas de los muertos se acercaran a la sangre antes de que hubiera preguntado a Tiresias.

A continuación se relacionan las apariciones que Ulises va reconociendo, como a Elpenor, cuyo cadáver no llorado e insepulto abandonaron en la mansión de Circe, y a Anticlea, su madre, a quien había dejado viva cuando salió de Ítaca.

Mirándola me compadecí de ella, pero aunque mucho me dolía no le permití acercarse a la sangre antes de interrogar a Tiresias.

Y aparece Tiresias, portando su cetro de oro, que al instante le reconoce:

Hijo de Laertes, divino Odiseo rico en ardides, ¿por qué, desgraciado, has venido este lugar sin goce, renunciando a la luz de Helios para encontrarte con los muertos? Apártate de la fosa y retira tu aguda espada para que beba de la sangre y te diga la verdad.

Ulises lo hace y Tiresias le explica lo que debe hacer para regresar a Ítaca, advirtiéndole de los peligros que encontrará, incluida la presencia de los pretendientes en su palacio. Es entonces cuando Anticlea, ya en condiciones de hablar con Ulises, se acerca de nuevo: el héroe cuenta de su periplo; la madre le informa de la situación en Ítaca. Finalmente, Ulises intenta aproximarse:

Tres veces me acerqué a abrazarla, y tres veces voló de mis brazos igual que una sombra o un sueño.

Tras esta melancólica escena sigue otro encuentro sobresaliente, el que mantiene con el espectro de Agamenón, de cuyo destino tras volver de Troya nada sabía:

Hijo de Laertes, divino, Odiseo rico en ardides, ni Poseidón me sometió en el mar levantando crueles vientos ni me hirieron en tierra enemigos, sino que Egisto urdió mi muerte ayudado por mi funesta esposa (…). Así perecí con la muerte más miserable (…). Tú, aunque has presenciado la matanza de innumerables hombres, te habrías compadecido mucho más viéndome derribado, con el suelo humeando de sangre. Yo me estremecía con la espada clavada, y ella, la de cara de perra, se apartó de mi lado, aunque ya bajaba a Hades, sin siquiera cerrarme los ojos ni juntar mis labios. Que no hay nada más terrible ni que se parezca más a un perro que una mujer que haya concebido tal crimen, como ella concibió el asesinato de su esposo (…). Nunca seas incauto con una mujer ni le reveles todo tu pensamiento; antes bien, dile una cosa y que otra permanezca oculta. Aunque tú, Odiseo, no tendrás la perdición por causa de hembra, pues muy prudente es Penélope.

"A todos va distinguiendo entre la pléyade de almas que le acosan con un vocerío sobrenatural. Hasta que sale"

En efecto, la casta Penélope, modelo de esposas, parece conmover incluso a Agamenón… pero éste se arrepiente rápido de haber hecho excepciones:

Te voy a decir algo más que debes guardar en tu pecho: dirige la nave a tu patria de forma secreta, no patente, pues ya no puede haber fe en las mujeres.

Tras el antiguo caudillo y compañero, otros muchos viejos conocidos va encontrando entre los fantasmas que se le acercan, aunque alguno —Áyax, que todavía le guarda rencor— se mantiene distante. Aquiles es de los más queridos:

Aquiles, nadie es más feliz que tú, ni de los de antiguos ni de los por nacer; pues antes, cuando estabas vivo, te honrábamos los argivos igual que a los dioses, y ahora reinas aquí sobre los difuntos. Conque no te entristezcas de haber muerto, Aquiles.

Pero éste no está de acuerdo:

No intentes consolarme de la muerte, noble Odiseo. Preferiría con mucho vivir como criado en la casa de un hombre pobre que ser el soberano de todos los muertos.

Minos, el gigante Orión, Ticio con las dos águilas que le roían el hígado, Tántalo, Sísifo empujando la piedra, Hércules (pero éste está solo de paso, como el propio Ulises)… a todos va distinguiendo entre la pléyade de almas que le acosan con un vocerío sobrenatural. Hasta que sale.

La visita al Hades de Eneas

… Ibant obscuri sola sub nocte per umbram.

Solo por paladear en su contexto este verso perfecto, quizá el más admirable de toda la historia de la poesía, merece la pena sumergirse en la lectura de lo que no es otra cosa que una imitación de la escena de la Odisea recién glosada. Una copia, pues, pero ¡qué copia! Virgilio homenajea a Homero reproduciendo en Eneas el periplo de Ulises, y quizá sea precisamente en este capítulo donde no nos cueste reconocer que el discípulo puede rayar a superior altura que su maestro.

Eneas quiere visitar a su padre en el Inframundo. En Eneida VI, 109, pide a la Sibila que le enseñe el camino y abra las puertas sagradas (doceas iter et sacra ostia pandas). Ésta le advierte:

Facilis descensus Auerno: noctes atque dies patet atri ianua Ditis;sed reuocare gradum superasque euadere ad auras,hoc opus, hic labor est.

(Fácil es el descenso al Averno: día y noche está abierta la puerta del negro Dite, pero volver de sus pasos y salir a la luz superior, eso es lo difícil, eso es trabajoso).

Sin embargo, le explica los pasos previos que ha de cumplir: a) encontrar la Rama de Oro (aureus ramus); b) enterrar a un amigo de cuya muerte en ese momento nada sabe (heu nescis!), y c) hacer un sacrificio de expiación con reses negras.

Una vez cumplidos estos preceptos, Eneas se dispone a seguir a la Sibila:

Ibant obscuri sola sub nocte per umbram (VI, 268),

y llegan a la entrada del Hades (uestibulum ante ipsum primisque in faucibus Orci). A partir de aquí, comienza el catálogo de los habitantes infernales:

Luctus (Dolor)

ultrices Curae (vengadores Remordimientos)

pallentes Morbi (pálidas Enfermedades)

tristis Senectus (triste Vejez)

Metus (Miedo)

malesuada Fames (Fama mala consejera)

turpis Egestas (vergonzosa Pobreza)

Letum (Muerte)

Labos (Fatiga)

consanguineus Leti Sopor (el Sueño hermano de la muerte)

mala mentis Gaudia (Gozos perversos de la mente)

mortiferum Bellum (mortífera Guerra)

ferrei Eumenidum thalami (férreos tálamos de las Euménides)

Discordia demens uipereum crinem uittis innexa cruentis (la demente Discordia de cabellos viperinos sujetos por cintas sangrantes)

Centauri (Centauros)

Scyllaeque biformes (Escilas biformes)

centumgeminus Briareus (Briareo, el centauro centuplicado)

belua Lernae horrendum stridens (la hidra de Lerna, de horrendo silbido)

flammis armata Chimaera (Quimera, armada de llamas)

Gorgones (Gorgonas)

Harpyiae (Harpías)

forma tricorporis umbrae (la forma de tricorpórea sombra)

Tras dar cuenta de todas estas visiones, llegan a la orilla. Dice la Sibila: Cocyti stagna alta uides Stygiamque paludem / di cuius iurare timent et fallere numen (estás ante las aguas profundas del Cocito y la Laguna Estigia, por la que temen jurar los dioses y engañar a su numen).

"Entonces ve a Deífobo, el hijo de Príamo, desfigurado, que le cuenta cómo Helena, por reconciliarse con Menelao, le traicionó"

Allí, formando parte de aquéllos que, por estar insepultos, no pueden cruzar, encuentra a conocidos: Leucaspes, Orontes y, especialmente, Palinuro, que le explica las circunstancias de su muerte y recibe las indicaciones de la Sibila, la cual le profetiza un entierro digno y que una tierra llevará su nombre. Al acercarse a la Estigia, les detiene Caronte:

quisquis es, armatus qui nostra ad flumina tendis,

fare age, quid uenias, iam istinc et comprime gressum.

umbrarum hic locus est, somni noctisque soporae:             

corpora uiua nefas Stygia uectare carina.

(seas quien seas, armado que te presentas en nuestro río, / vamos, di a qué vienes desde ahí, y detén tus pasos. / Éste es el lugar de las sombras, del sueño y la noche soporífera: / cuerpos vivos no puede llevar la barca estigia).

Y la Sibila responde:

Troius Aeneas, pietate insignis et armis,

ad genitorem imas Erebi descendit ad umbras.

si te nulla mouet tantae pietatis imago,             

at ramum hunc (aperit ramum qui ueste latebat)

agnoscas.

(Eneas de Troya, famoso por su piedad y sus armas / a su padre busca bajando del Érebo a las sombras. / Si nada te conmueve imagen de piedad tan grande, / quizá esta rama (muestra la rama que escondía entre sus ropas) / reconozcas.)

El barquero hace su trabajo, dejándolos frente a la guarida de Cerbero. La Sibila le adormece arrojándole melle soporatam et medicatis frugibus offam (una torta estupefaciente de miel y frutos medicinales). Entonces Eneas desembarca y se encuentra con los que allí están a la espera de juicio, los condenados a muerte por una acusación falsa, los suicidas y quienes murieron por amor: hic quos durus amor crudeli tabe peredit / secreti celant calles et myrtea circum / silua tegiti (aquí a los que el duro amor cual cruel peste consumió, sendas secretas los ocultan y, en torno, un bosque de mirto los esconde).

En estos Campos Dolientes (Lugentes Campi,) ve a Fedra, Procris, Erifila, Evadne, Pasífae, Laodamía, Ceneo y, finalmente, a Dido, recens a uulnere, reciente aún la herida. El héroe se interesa por su situación, pero infelix Dido se aleja de él sin pronunciar palabra, mirándolo torvamente (torua tuentem) en dirección al ánima de su esposo Siqueo.

Eneas continúa. Se encuentra entonces con guerreros ilustres: Tideo, Partenopeo, Adrasto, los Dardánidas, quos ille omnis longo ordine cernens ingemuit (por quienes él, viéndolos a todos en fila, lloró), Glauco, Medonte, Tersíloco, Polibete, Ideo…

circumstant animae dextra laeuaque frequentes,

nec uidisse semel satis est; iuuat usque morari

et conferre gradum et ueniendi discere causas.

(a diestra y siniestra lo rodean numerosas almas / y no les basta con haberlo visto una vez; les gusta demorarse con él / y andar a su lado y saber la causa de su venida)

Entonces ve a Deífobo, el hijo de Príamo, desfigurado, que le cuenta cómo Helena, por reconciliarse con Menelao, le traicionó. La Sibila corta la conversación, porque se acaba la noche:

Nox ruit, Aenea; nos flendo ducimus horas.

hic locus est, partis ubi se uia findit in ambas:              

dextera quae Ditis magni sub moenia tendit,

hac iter Elysium nobis; at laeua malorum

exercet poenas et ad impia Tartara mittit.

(«la noche se va, Eneas, y  nosotros pasamos horas llorando. / Éste es el lugar en que el camino se abre en dos senderos: el derecho, que bajo las murallas del gran Dite nos lleva, -por aquí es nuestro camino al Elisio-; y el izquierdo que procura el castigo a los malos y al Tártaro impío lleva»).

Continúan y ven una fortaleza rodeada de triple muralla, a su vez circundada por el Flegetonte, río llameante. Llegan a una puerta guardada por la erinia Tisífone, tras la cual, cuenta la Sibila a Eneas, Radamante juzga y castiga las culpas de los hombres. Traspasado el umbral, vigilado a su vez por la Hidra de cincuenta bocas, alcanzan el Tártaro, donde están confinados quienes se enfrentaron a Júpiter: Titanes, genus antiquum Terrae, los Aloidas, Salmoneo, Ticio, los lapitas Pirítoo e Ixíon (atado a una rueda que nunca se detiene), Teseo y Flegias, símbolo de la impiedad, que ahora proclama «discite iustitiam moniti et non temnere diuos». («Aprended la justicia, avisados estáis, y a no despreciar a los dioses»).

"A este grupo la Sibila pregunta por Anquises, objeto del viaje, y son dirigidos detrás de un cerro, donde se encuentra el padre del héroe"

Siguiendo por las sendas umbrías (per opaca uiarum) llegan a la muralla, a las puertas de la cual Eneas hace las abluciones y deposita la rama dorada como ofrenda a Proserpina. Entonces acceden a los campos Elíseos, descritos como un hermoso paraje de bosques bienaventurados (fortunatorum nemorum) con su propio sol y estrellas (solemque suum, sua sidera norunt) donde viven las almas felices.

Encuentran a Orfeo, a representantes del antiguo linaje troyano como Ilo, Asáraco y Dárdano y, capitaneados por Museo, a un tropel de almas que en vida hicieron el bien:

hic manus ob patriam pugnando uulnera passi,               

quique sacerdotes casti, dum uita manebat,

quique pii uates et Phoebo digna locuti,

inuentas aut qui uitam excoluere per artis

quique sui memores aliquos fecere merendo:

omnibus his niuea cinguntur tempora uitta.   

(aquí, los que luchando por su patria sufrieron heridas / y los sacerdotes, castos mientras vida quedaba, / y los vates piadosos que dijeron cosas dignas de Febo / o los que embellecieron la vida con las artes que cultivaron / y los que hicieron merecimientos para que otros les recordaran: / a todos estos les ciñen las sienes una nívea cinta.)

A este grupo la Sibila pregunta por Anquises, objeto del viaje, y son dirigidos detrás de un cerro, donde se encuentra el padre del héroe:

isque ubi tendentem aduersum per gramina uidit

Aenean, alacris palmas utrasque tetendit,             

effusaeque genis lacrimae et uox excidit ore:

‘uenisti tandem, tuaque exspectata parenti

uicit iter durum pietas? datur ora tueri,

nate, tua et notas audire et reddere uoces?

"Una vez presentado a todos estos héroes y profetizada la fundación de Roma y el glorioso porvenir que el destino reserva a su descendencia, Anquises enseña la salida a los visitantes"

(y cuando ve que hacia él se dirigía por entre las hierbas / Eneas, lleno de alegría le tendió ambas manos / y en su rostro aparecieron lágrimas y salió la voz de su boca: / «¿Viniste por fin y, tan de tu padre esperada, / tu piedad venció el duro camino? ¿Me es dado ver tu semblante, / hijo, y oír tu voz conocida y devolverte la mía?)

Eneas intenta por tres veces abrazar a su padre sin conseguirlo. Entonces se fija en un río que está a lo lejos. Es el Leteo, cerca del cual se congregan innumerae gentes: son las almas que, después de una purificación de mil años y de beber el agua del olvido, están listas para volver a reencarnarse. Anquises entonces le muestra su futura descendencia: Silvio, Procas, Capis, Numitor, Silvio Eneas, Rómulo, César (hic Caesar et omnis Iuli progenies magnum caeli uentura sub axem, y toda la estirpe de Julo que ha de venir bajo el eje enorme del cielo, hasta finalmente Augusto.

Una vez presentado a todos estos héroes y profetizada la fundación de Roma y el glorioso porvenir que el destino reserva a su descendencia, Anquises enseña la salida a los visitantes:

Sunt geminae Somni portae, quarum altera fertur

cornea, qua ueris facilis datur exitus umbris,

altera candenti perfecta nitens elephanto,             

sed falsa ad caelum mittunt insomnia Manes.

his ibi tum natum Anchises unaque Sibyllam

prosequitur dictis portaque emittit eburna,

(Tiene el Sueño dos puertas gemelas, de las que una es / de cuerno, por donde se da fácil salida a sombras verdaderas, / la otra, brillante, está acabada en blanco marfil, / mas al cielo envían los Manes falsos ensueños. / Allí es donde Anquises a su hijo y a Sibila / acompaña con estas palabras y los envía por la ebúrnea puerta).

Eneas abandona entonces del Inframundo, regresa con sus compañeros y leva anclas.

Hércules va al Hades a capturar a Cerbero

El penúltimo (otros dicen que el último) de los doce trabajos impuestos por Euristeo a Hércules fue capturar a Cerbero. Viajó primero a Eleusis para ser iniciado en los misterios, que precisamente enseñaban el camino al Inframundo tras la muerte, aunque no pudo completar el ritual.

Para acceder al reino de Hades, se dirigió a una sima situada en el Ténaro (Ταίναρον, el central de los tres cabos del extremo sur de la Grecia continental).  Atenea y Hermes le ayudaron a traspasar la entrada a la ida y a la vuelta. Gracias a la insistencia de Hermes y a su propio aspecto fiero, Caronte le permitió subir a la barca. Cuando las almas lo vieron llegar, huyeron, salvo la Gorgona Medusa y el héroe Meleagro. Contra la primera, Hércules sacó su espada, pero Hermes le hizo ver que no podía luchar contra un fantasma. En cuanto a Meleagro, se dispuso a enfrentarlo, pero éste se acercó y le contó sus desgracias de manera tan conmovedora que Hércules prometió a la salida buscar a su hermana Deyanira y desposarla.

Más adelante encontró a Teseo y Pirítoo, vivos, a los que Hades había mantenido en el inframundo con su magia por haber entrado para llevarse a Perséfone. Hércules liberó a Teseo, pero la tierra tembló cuando intentó salvar a Pirítoo, por lo que tuvo que dejarlo atrás.

"Otros relatos del paso de Hércules por el inframundo cuentan que, para suministrar sangre a las almas, mató a una de las vacas de Hades que guardaba Menoetes, por lo que tuvo que luchar con él"

En algunas versiones, Hércules simplemente pidió permiso a Hades para llevarse a Cerbero, a lo que éste accedió con la condición de que tratara bien al animal. En otras, el héroe dispara una flecha a Hades. Igualmente, en algunas interpretaciones, el animal le acompaña dócilmente, mientras que en otras el héroe necesita luchar contra él o, al menos, como refleja Zurbarán en su cuadro, dominarlo tirando de la cadena y amenazando con la maza. Después de mostrarlo a Euristeo, que se escondió en una tinaja por el pánico, y cumplido por tanto el encargo, llevó al perro de regreso al Hades.

Otros relatos del paso de Hércules por el inframundo cuentan que, para suministrar sangre a las almas, mató a una de las vacas de Hades que guardaba Menoetes, por lo que tuvo que luchar con él. También liberó a Ascálafo, sepultado bajo una enorme piedra por Deméter como castigo por declarar que había visto a Perséfone comer un grano de granada, lo que la impedía abandonar el mundo de los muertos. Según Ovidio, la misma Perséfone no permitió que Ascálafo saliera indemne y, rociándolo con agua del río Flegetonte, lo transformó en un búho de orejas cortas, que desde entonces vigila en la oscuridad.

En el próximo y último capítulo completaremos la nómina de tan particulares viajeros

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Ulises Adrados

Segoviano a ratos, ingeniero, filósofo, de la grey de Epicuro y la cuadrilla de Arquíloco.

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