El crimen de Casas Viejas
Diez de enero de 1933, Casas Viejas, pedanía gaditana perteneciente al término municipal de Medina Sidonia, un grupo de anarcosindicalistas se reúne en la humilde casucha del sindicato de los obreros del campo. Esperan las noticias del resto de España, un levantamiento anarquista que derrocaría las estructuras económicas y políticas dominantes y darían, por fin, tierra y pan a los dos mil hambrientos habitantes del poblado.
Se discute, se espera, se creen cortadas las líneas de comunicación con el resto de la provincia, inequívoca señal, creen ellos, de que la insurrección está triunfando. La victoria es cosa casi hecha, así que, con sus escopetas de caza, que les permiten comer cuando no hay cosecha que recoger, deponen al alcalde republicano, controlan a los cuatro ricos que administran las miles de hectáreas baldías del Duque de Medinaceli y marchan, seguros de la victoria, al cuartel de la Guardia Civil. Allí, el sargento, con tres números de la Benemérita, resiste el asedio de los jornaleros hasta que las balas y los perdigonazos le hieren de muerte. Los jornaleros se hacen con el pueblo.
Pensando que la revuelta ha tenido el mismo éxito en el resto del país, se disponen a instaurar el comunismo libertario, cuando llegan unos cuantos números de la Guardia Civil provenientes de los alrededores y un contingente numeroso de guardias de asalto, nuevo cuerpo creado por la República, que dirige las operaciones para acabar con el levantamiento “sin prisioneros, ni heridos”, como se relató posteriormente.
Pronto se hicieron con la aldea, mientras los insurrectos, desorganizados y temerosos, huyen al campo en centenares, o se encierran en sus casas. Los delatores señalan a los líderes de la revuelta, entre ellos a Seisdedos, carbonero de más de setenta años que se refugia en su pobrísima choza con su familia.
El asedio a la cabaña fue brutal, pues Seisdedos le descerrajó un tiro de escopeta al primero de los de asalto que intentó entrar en la misma. Fusiles, granadas y hasta una ametralladora descargaron su munición toda una noche, hasta que, al día siguiente, el capitán Rojas llegó acompañado de cuarenta guardias de asalto de refuerzo. Ordenó prender fuego a la choza, donde perecerían calcinados en su interior ocho personas.
Rojas, que seguía órdenes, según dijo posteriormente, del director general de Seguridad, Alberto Menéndez, se dispuso a escarmentar al pueblo. La razzia consistió en descubrir a culatazos de mauser a media docena de supuestos anarquistas, que fueron llevados ante la choza de Seisdedos y asesinados a sangre fría, cuando se encontraban detenidos y desarmados. Los cuerpos fueron arrojados a las llamas. En total, veinticinco muertos, contando las bajas gubernamentales y la de varios paisanos asesinados en diversos tiroteos por el pueblo.
A los pocos días de la masacre, las noticias y rumores llegaron a Madrid, desde donde se desplazaron varios enviados especiales para cubrir los hechos que empezaban a manchar al gobierno presidido por Manuel Azaña. Uno de estos periodistas fue Ramón J. Sender que entonces, a pesar de su juventud, ya era un conocido escritor autor, entre otras, de la novela Imán, en la que narraba su experiencia como soldado en el norte de África. Un escritor comprometido y crítico, desengañado ya del sistema de la II República, que viraba hacia el comunismo. Desde el diario La Libertad denunciaría el crimen de Casas Viejas en una serie de crónicas que levantarían, junto a las de otros autores, un importante revuelo parlamentario en la capital de España.
Un total de quince crónicas que convertiría en libro posteriormente, revisadas y ampliadas con la información obtenida tras la comisión parlamentaria y el posterior juicio al que sería sometido el capitán Rojas. En 1934, la editorial Pueyo daría a la luz ese libro, titulado Viaje a la aldea del crimen, con el subtítulo de Documental de Casas Viejas, que acaba de reeditar la editorial Libros del Asteroide, con un magnífico prólogo de Antonio G. Maldonado que contextualiza la obra y de la que hemos obtenido alguna de las claves de este texto.
Sender narra sin artificios la crueldad de las autoridades, que en nombre de una República que debería haber traído la Libertad se comportan con la más criminal de las sañas frente a unos miserables jornaleros cuya desesperación, provocada por el hambre, entiende el autor a la perfección tras quedar impresionado por las famélicas miradas de los lugareños.
“Aquí hay un hambre cetrina y rencorosa, de perro vagabundo”, “después de ver a estos hombres da vergüenza comer”, “Monarquía o República es cosa que en el campo andaluz tiene poquísima importancia” llegaría a escribir en esta obra Ramón J. Sender, trasladándonos con maestría literaria a la dura realidad de Casas Viejas, que era la misma que la de tantas otras partes de España: hambre, analfabetismo, desigualdad, injusticia social y un Estado inexistente que llevaba a miles de pobres diablos a vivir prácticamente en la Edad Media.
Para ello, Sender crea un viaje ficticio al pueblo, unos días antes del estallido de la revuelta, para contarnos concienzudamente los hechos, con un estilo que anticipa treinta años el “nuevo periodismo”. Cuando Truman Capote golpeó la conciencia de la clase media norteamericana con A sangre fría, Ramón J. Sender ya había contado la dura realidad de la República y de Casas Viejas con las armas de la literatura, al igual que haría Manuel Chaves Nogales en varias de sus obras, destacando la imprescindible A sangre y fuego, obra maestra literaria sobre nuestra Guerra Civil.
No se esconde Sender, que muestra siempre su compromiso con sus ideas políticas y con la verdad, dando lugar a una obra sincera que constituye uno de los mejores textos de nuestro periodismo literario que, además de tener que ser leído por su maestría, constituye un documento histórico de primer orden, pues a pesar de alguna inexactitud o de las posteriores aportaciones historiográficas sobre estos hechos, constituyó, como apunta el prologuista de la edición, una exitosa carta de defunción de la II República, impotente ante los males finiseculares de España.
Se va el alcalde, una vez más, con la impresión de no ser alcalde, de no ser nadie. Todos pueden más que él. Recuerda que una vez habló de las leyes republicanas a los obreros, y estos replicaron que ni comían con la monarquía ni con la República; que les habló de la República a los propietarios, y estos respondieron:
“¿Qué República?”. Y que, al referirse en cierta ocasión a las libertades individuales con la Guardia Civil, esta le dijo muy atenta: “Mire usted: aquí, con todos los respetos, lo que rige es nuestro reglamento orgánico. Las ordenanzas”.
(Viaje a la aldea del crimen, página 62.)
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Autor: Ramón J. Sender. Título: Viaje a la aldea del crimen. Editorial: Libros del Asteroide. Edición: Papel y kindle
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