Así tituló Josep Pla uno de sus libros más conocidos. Yo no hice ese trayecto exactamente pero sentí, o al menos quise sentir, una sensación parecida en el bus que me llevó desde Girona hasta La Fosca, en Palamós, hace algunas semanas.
Los viajes son hoy en día bien diferentes a los de los años cuarenta de Pla, aunque en el capítulo ‘Abundancia de fotografías’ se queja del exceso de fotos que se hace la gente, y escribe que “todos quedaremos en fotografía”. Curioso parecido al paisaje hartamente fotografiado sin descanso por los turistas que hoy poblamos el mundo.
Mi viaje —ya en coche— fue también por el Baix Empordà, desde La Fosca, en donde tienen casa familiar los Trías, con parada obligada en Llofriu para conversar con calma con Rosa Regàs, que vive rodeada de vegetación ordenadamente selvática y una coraza de 35.000 libros. Tomar el aperitivo en el jardín y comer después un asado entre la madera de una casa con historia fue la primera experiencia del viaje.
Camino de Figueres para ver a don Salvador Dalí pasamos por el pueblecito ampurdanés de Ultramort en donde Jaime Gil de Biedma tuvo una casa en la que escribió el poema que tituló con el mismo nombre del pueblo, publicado en Poemas póstumos, 1968, y recogido después en su obra completa, Las personas del verbo, 1982: “Una casa desierta que yo amo, / a dos horas de aquí, / me sirve de consuelo”.
El Teatro Museo Dalí en Figueres recomienda no seguir un itinerario determinado, así que mejor hacerlo “sin función sistematizadora, ni sentido cronológico alguno”. Nuestra visita la dirigió Anna Garcia Casals, de Tramuntana Cultural Tours, amiga de David Trías, que nos preparó un cordialísimo trayecto por la magia daliniana y su eterna musa, Gala, entre el impresionismo, el futurismo, el cubismo…
El viaje tuvo dos paradas gastronómicas. La primera en el restaurante el Motel, situado desde 1961 en la N-II, carretera que fue paso obligado para los viajeros que iban y venían de Francia. Al frente continúa Jaume Subirós, que al recordarle que Eugenio Trías había celebrado allí su último cumpleaños, tardó un minuto en traer un libro dedicado por el filósofo, con una largueza poco habitual en él, según testimonio de su hijo.
Al día siguiente la parada fue en el hotel Trias, de Palamós (nada que ver esta vez con la familia), en el que sentimos las vibraciones al tocar la mesa en la que Truman Capote terminó de escribir A sangre fría.
La noche en Calella nos confirmó la querencia por la Costa Brava, y con Josep Pla su gusto “por los países civilizados, la becada en canapé y la perdiz mediterránea. Desde el punto de vista de la sensibilidad me daría por satisfecho plenamente si pudiera llegar a ser un hombre europeo”.
Afortunadamente lo somos. No perdamos las buenas costumbres.
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Este artículo fue publicado en “Abril”, suplemento de El Periódico de España, el pasado 10 de junio.
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