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Viaje al Reino de Ava, de Leoncio Robles - Zenda
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Viaje al Reino de Ava, de Leoncio Robles

En Viaje al Reino de Ava (edit. La línea del horizonte), Leoncio Robles recorre Birmania, un país cuya historia registra repetidas luchas frustradas para acceder a la libertad y a la democracia, y cuyos habitantes han aprendido a vivir en constante inestabilidad. Zenda publica las primeras página. ******* HISTORIA Birmania (Myanmar) fue colonia de Gran Bretaña a...

En Viaje al Reino de Ava (edit. La línea del horizonte), Leoncio Robles recorre Birmania, un país cuya historia registra repetidas luchas frustradas para acceder a la libertad y a la democracia, y cuyos habitantes han aprendido a vivir en constante inestabilidad. Zenda publica las primeras página.

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HISTORIA

Birmania (Myanmar) fue colonia de Gran Bretaña a partir de 1824 y fue gobernada al principio como provincia desde la India británica. Mediante el Acuerdo Aung San-Attlee, firmado en Londres, el 17 de octubre de 1947, Birmania alcanzó la independencia. La plena soberanía entraría en vigor el 4 de enero de 1948. Tras el Acuerdo, se celebraron las primeras elecciones y la Liga Antifascista por la Libertad de los Pueblos obtuvo mayoría absoluta  Aung San había renunciado a su grado de general del Estado Mayor del Ejército para presidir el Gobierno como civil. La Liga aglutinaba a diferentes grupos políticos y étnicos que sostuvieron la lucha contra los colonialistas británicos; pero antes de que entrara en vigor la soberanía, Aun Sang fue víctima de un complot. Su asesinato fue un golpe traumático para sus compatriotas, cuyo anhelo de vivir en democracia se aplazaría hasta la segunda mitad del siglo XXI.

Desde 1948 se sucedieron gobiernos provisionales e inestables. En 1958 el Gobierno de la Liga entregó el poder al general Ne Win, también de manera provisional. Este cedió el poder a la llamada Facción Limpia de la Liga Antifascista por la Libertad de los Pueblos, que convocaría elecciones en 1960. Fue elegido presidente U Nu. El general Ne Win encabezó un golpe militar en 1962, imponiendo una férrea dictadura que llenó las cárceles de miles de políticos de la oposición, y lanzó ataques militares contra grupos insurgentes étnicos que exigían autonomía territorial o federalismo. En 1988, por presión de los movimientos sociales que tomaron las calles en todo el país, se vio obligado a renunciar. Aunque mantuvo el poder en la sombra hasta su muerte en 2002.

Mediante las elecciones de 2015, Birmania recuperó la democracia, pero las Fuerzas Armadas se reservaron constitucionalmente importantes parcelas de poder en el nuevo parlamento, instalado en 2016.

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El autobús hizo paradas de veinte minutos en ciudades tailandesas con nombres de sonoridad rotunda: Lamphun, Lampang, Sobprab y Tak. Las ocho horas no se hicieron tediosas porque había elegido un asiento desde el cual pude centrarme en el paisaje que veía a través de la ventanilla, escenas cambiantes que observaba con fascinación. Anochecía cuando abandoné la estación y me dirigí directamente a una cabina de teléfono que vi a media calle bajo una farola. Al marcar el número que tenía anotado en mi libreta me percaté de que un mototaxista se había detenido a un paso de la cabina, con las luces y el motor encendidos. Deduje que se ofrecía como servicio de taxi al verme con mochila y sobre todo por ser farang. No había respuesta. Colgué y volví a marcar. Por fin alguien contestó. Pregunté por Aung Moe Swe. «Sí, Aung Moe Swe al habla», respondió la voz. Respiré aliviado. Había estado esperando mi llamada y enseguida me dio instrucciones con nombres de calles y lugares en tailandés que no pude retener, salvo la palabra hospital. Entonces le hice una seña al mototaxista para que se acercara y le di el auricular. Oí que el hombre respondía también en tailandés y asentía al recibir las instrucciones.

«No problem», dijo al salir de la cabina. Seguidamente me hizo un gesto para que subiera en el asiento trasero. Después de unos minutos de trayecto por calles de tráfico despejado desembocamos en una amplia explanada solitaria. Pertenecía al hospital que me había indicado Aung Moe Swe. Un edificio moderno, con una verja de hierro delante; y detrás de ella, dentro de una caseta, un vigilante uniformado nos observaba con poco interés a través de la ventanilla. Estaba pagando al mototaxista cuando apareció, por el otro extremo de la explanada, una motocicleta que se detuvo al lado con el acelerador haciendo ruido. Era un hombre joven con la cabeza rapada y vestido con el tradicional longi birmano. Un apretón de manos fue suficiente para presentarnos; acto seguido, el rapado colocó mi mochila delante de la moto y yo me acomodé detrás. Partimos a toda velocidad y en pocos minutos estábamos fuera de la ciudad; seguimos por una carretera asfaltada por partes y bordeada a ambos lados por terrenos vallados, casas de madera y más terrenos con árboles frondosos que eran sombras compactas a esa hora de la noche. El rapado disminuyó la velocidad y dirigió la moto despacio hacia la derecha, en dirección a un portón entreabierto. No hizo falta que me apease porque ya estábamos dentro, en una especie de patio de regular dimensión. Al fondo de aquel espacio se levantaba una construcción de madera que sugería un escenario de teatro bajo una iluminación más bien pobre. Debajo de la especie de escenario, alrededor de una mesa baja, varios hombres conversaban en la penumbra. Sobre la mesa había vasos y algunas botellas de cerveza. Al presentarme fui estrechando la mano a cada uno de los reunidos. Me daban la bienvenida y observé que todos vestían longi, excepto el único farang, que dijo ser canadiense. El hombre que estaba en un extremo de la mesa se acercó sonriente.

—Hola, estamos encantados de recibirte. Yo soy Aung Moe Swe. Mike me llamó ayer de Chiang Mai para decir que venías.

Había conocido a Mike unos días antes en la redacción de la revista The Irrawaddy, especializada en temas sociales y políticos relacionados con Birmania.

El canadiense se despidió enseguida. Todos los birmanos habían dicho sus nombres, pero para mí era imposible retenerlos si antes no los veía escritos. Es difícil recordar los sonidos, entre otras cosas, porque no se pronuncian como se escriben, incluso utilizando caracteres latinos. Uno de los hombres preguntó si deseaba que me sirviera un vaso de cerveza. Lo percibí como un gesto de buena acogida, me preguntaban sobre el viaje, si era la primera vez que venía y cuánto tiempo pensaba estar en Mae Sot. Sabían por Mike la razón de mi viaje a esta ciudad, me ofrecían ayuda en todo lo que estuviese a su alcance y expresaban su agradecimiento por interesarme en su país, asumían el olvido general en que había caído Birmania desde hacía décadas, el bloqueo comercial que soportaban a causa del rechazo internacional al que los había llevado el régimen dictatorial gobernante. El silencio era un arma de doble filo y querían que el mundo conociera la represión de que eran víctimas los demócratas de todas las etnias birmanas. Escuchaba atento la pesadumbre con que se expresaban, y era evidente que deseaban que el mundo supiera de sus problemas sin importar quién era el intermediario. Sabía todavía poco del país, algunas lecturas me habían ayudado a acercarme a la historia birmana reciente, y precisamente estaba aquí para empezar a conocer esa realidad de manera más profunda.

Observé que la cerveza se había terminado y pregunté si me permitían invitarles una ronda. Aceptaron entusiastas. Di unos billetes de bahts al joven rapado para que fuera en moto a comprar más botellas de cerveza Lion. Uno de ellos preguntó dónde me iba a alojar. Era un hombre de poco más de treinta años, de pelo corto y mirada penetrante y resuelta.

—En un hotel. Tengo que buscar uno antes de que se haga muy tarde.

—Si quieres puedes quedarte aquí con nosotros —dijo con espontaneidad.

Agradecí, pero no quería causarles incomodidad. Aunque al final no pude escabullirme y acepté.

Nada me habría podido sorprender más cuando supe que el hombre que me invitaba a quedarme era nada menos que Bo Kyi, de quien me habían dado referencias en la oficina que Reporteros Sin Fronteras tiene en Madrid. Era una de las personas a quien tenía previsto buscar. Dirigía la Asociación de Expresos Políticos de Birmania, cuya sede estaba en Mae Sot por razones obvias. Unos años atrás, Bo Kyi había visitado varios países europeos para denunciar la persecución tenaz ejercida por el régimen militar contra demócratas de todas las tendencias. Por su lucha contra la dictadura y por su condición de expreso político fue distinguido por Amnistía Internacional con una placa recordatoria. Incluso fue recibido por Vaklav Havel en Praga, y en Roma, por el primer ministro italiano.

Bo Kyi me condujo a una habitación del segundo piso. Igual que ocurría con las costumbres de lahus y tai, había que descalzarse en el interior de las casas. En la habitación que me mostró había juguetes de niño regados por el suelo y olía a naftalina. En un rincón sobre el suelo había una colchoneta y, encima, un edredón delgado que parecía muy usado. Dejé allí la mochila y regresamos al patio. Bo Kyi me preguntó si quería cenar y señaló hacia una mesa lateral donde había varias bandejas con verduras y otros alimentos, cubiertas cada una con una campana de plástico para protegerlas de las moscas. Agradecí la invitación, pero dije que prefería salir, no deseaba causar más molestias. Entonces un entusiasmado Aung Moe Swe se ofreció a acompañarme.

Utilizamos la moto del joven rapado. Aung Moe Swe me llevó a una especie de plaza repleta de humeantes puestos de comida. Multitud de birmanos pululaban como sombras entre los quioscos y daba la impresión de ser una especie de feria de muestras de diferentes grados de pobreza.

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Autor: Leoncio Robles. Título: Viaje al Reino de Ava. Editorial: La línea del horizonte. Venta: Todostuslibros

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