Viajar a través de los viajes de otros viajeros es lo que ofrece al lector este libro. O algo así. Porque aunque subrayé la frase en su momento ahora no la encuentro y, por lo tanto, no puedo entrecomillarla. Y no la encuentro porque cada vez que abro el libro me entretengo en otros viajes, en otros viajeros, en otras frases, como aquella que dice: «leer mantiene vivos los lugares, por muy lejos que estén de nosotros». Lo dice por Arabia Saudí, a donde le habría gustado haber viajado al autor, pero a donde no ha podido ir por lo difícil que resulta hoy en día hacerlo. Nos muestra, por lo tanto, este volumen que también ahora existen lugares de la tierra en gran medida inexplorados de tanto tiempo que ha pasado desde la última vez que un viajero, en este caso occidental, puso el pie en ellos. Desde luego, no en todos los que describe ha estado el autor. Son, por supuesto, los menos. Pero ello es una muestra más de hasta qué punto el viaje poco tiene que ver con el desplazamiento. Y sí con la mirada, con la memoria de los que nos precedieron. Presente y pasado se entrelazan, por lo tanto, en él, ofreciéndonos también sutiles viajes a través del tiempo: los sucesivos para localizar las fuentes del Nilo, los que a lo largo de más de un siglo llevaron a los portugueses a bordear la costa africana hasta encontrar una vía alternativa para llegar a las Indias o los insólitos, accidentados, de la conquista española de América.
Aparece en estas páginas, por supuesto, Heródoto, descrito como el primer viajero consciente. O Egeria, la hispana, considerada ahora una de las primeras mujeres viajeras. Están quienes viajan para conquistar territorios, como Alejandro Magno, quienes lo hacen en busca de más libros que los que les dejó su padre, como el vástago de Cristóbal Colón o, quienes, simplemente deben devolver a los soldados a su patria como le sucedió a Jenofonte, tal y como contó en su Anábasis. Están todos. Hasta Lawrence de Arabia, Orellana, Magallanes. ¿Para qué citar más? Es este un libro sobre viajes pero, sobre todo, sobre viajeros y, aún más, sobre libros de viajes, o en general sobre libros. Porque, en su mayor parte, los viajes que conocemos son los que han dejado algún rastro escrito. En general, decimos, porque, como se puede leer en sus páginas, también hay alguna excepción. Libro, por lo tanto, sobre libros, mostrados al lector en forma de pequeños ensayos, crónicas, columnas de brillante estilo periodístico, que uno lee a veces como el periódico, en el buen sentido de la palabra.
Confieso que empecé el libro por la página 177. Después salté a la 100. Un día descubrí el epílogo y me planté en la 411. Viajé, por lo tanto, de Grecia a Egipto u otra vez de vuelta a Grecia y Roma, desobedeciendo el orden propuesto por el autor (o la editorial). Lo leí arrastrado por la voluntad de emular a esos viajeros empujados por su pasión del momento, la búsqueda de una guerra, unas ruinas, unos libros, muchas veces alimentada por otros libros, pero siempre de naturaleza absolutamente personal e irrepetible. Me costó terminarlo. No quería. Prefería guardarme algún viaje para otro momento. Para la vejez, para el Inserso. Me costó ascender el capítulo sobre el Himalaya y me perdí en gran medida por China, Japón e India, supongo que por tantos nombres y libros e historias en gran medida ajenos a mis habituales lecturas. Pero al final siempre encontré el camino, dejándome acunar por la lectura, por las palabras que me acercaban otros, por las de esos viajeros; inspirado, creo yo, por ese Urbano Monti que, a lo largo de todo el volumen, sirve de guía al autor y que, en pleno siglo XVI, imaginó el mundo en su Trattato Universale sin salir de los muelles de su Milán natal.
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Autor: Pepe Pérez-Muelas. Título: Homo viator. Editorial: Siruela. Venta: Todostuslibros.
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