Dos libros nos revelan la historia y el fascinante trabajo periodístico de esta mujer singular:
Nellie Bly: Diario de una viajera, un maravilloso cómic obra conjunta de Correia y Mazorriaga, publicado por The Rocketman Project.
De belleza angelical y aspecto aristocrático, nada parecía imposible para esta mujer. Había nacido con la garra del periodismo, ese que llaman “de raza” y que debe de alojarse en algún rincón de la información genética de unos pocos elegidos; algo así como una mezcla de insolente osadía, inquietud, rebeldía, curiosidad, lecturas, talento narrativo y suerte.
Desde luego, ella tenía todo eso. Se llamaba Elizabeth Jane Cochran, nacida en Pensilvania en 1864 en una familia de 10 hermanos, con un padre adinerado que murió joven y cuya fortuna se esfumó. La vida le mostró, desde jovencita, sus colmillos afilados. Llamada cariñosamente por sus hermanos “Pink”, al crecer decidió que en el mundo en el que quería moverse ese apodo no encajaba y convirtió el apellido de su madre, Cochran, en su nuevo nombre.
Fue una columna publicada por el diario Pittsburgh Dispatch, titulada “Para qué sirven las mujeres”, el detonante de su carrera como periodista. Bajo el alias “Huérfana solitaria”, Cochran, que había visto a su madre, arruinada y sola, sacar adelante con valentía, trabajo y esfuerzo a sus diez hijos, escribió una airada respuesta tan potente, apasionada y veraz, que el editor del periódico, George Madden, quedó impresionado, hasta el punto de darle trabajo en el periódico bajo un nuevo alias que, esta vez, será el definitivo: Nellie Bly. Así será conocida en el mundo entero.
En la Revolución Mexicana
Los comienzos no fueron todo lo prometedores que la chica esperaba pues, como otras colaboradoras, fue relegada a cubrir temas de moda, jardinería, peluquería y arte. A los nueve meses de estar allí, aburrida y con 20 años recién cumplidos, Nellie convenció al reacio director del periódico para que la enviase como corresponsal a México a cubrir las revueltas en el contexto del régimen de Porfirio Díaz. Sin hablar español y sin haber viajado jamás al extranjero, acompañada de su madre, se embarcó en el largo viaje en tren hacia el sur. Al cabo de un mes, el Dispatch publicó el primero de los 30 artículos de Nellie en México.
Atenta observadora y curiosa por naturaleza, sus crónicas mexicanas incluían descripciones tanto de los obreros como de la alta sociedad, de los pueblos indígenas, de la vida cotidiana en las bulliciosas ciudades y en las aldeas perdidas, pero sobre todo se centró con dureza en contar la estricta censura que el gobierno mexicano ejercía sobre la prensa. Unos artículos polémicos que la obligaron a salir del país antes de los previsto bajo amenaza de pena de cárcel.
En un manicomio
De vuelta en Estados Unidos, Nellie decidió trasladarse a Nueva York, dispuesta a encaminar su carrera hacia los grandes temas de investigación. Casi cuatro meses después de mudarse, aún no había conseguido ninguna oferta de empleo como periodista y estaba quedándose sin dinero, así que, animada por su trabajo en México, del que se sentía muy orgullosa, pidió dinero prestado a su casera para el billete y se dirigió a Park Row. Convenció a los porteros para que la dejaran pasar y se las arregló para ver al director editorial de uno de los periódicos más potentes del mundo: el New York World, de Joseph Pulitzer.
Aquello era la Gran Manzana, y allí no se andaban con rodeos. La prueba de fuego fue definitiva. “Si consigue resistir a esto, esta chica se convertirá en una de las grandes periodistas de su siglo”, pensó el director. El encargo consistía en hacerse pasar por loca e internarse en Blackwell’s Island, un asilo psiquiátrico para mujeres. Aquella isla no era cualquier cosa: una imponente franja de tierra en el río Este albergaba la mayoría de las cárceles, hospitales de la beneficencia y asilos para pobres.
Bly fingió estar loca (según ella misma relata, “estudió el papel de la locura ante el espejo y lo practicó en el Hogar Temporal para Mujeres”). Finalmente logró engañar a jueces, médicos y a los especialistas que la examinaron, pasando diez días de infiltrada, en apariencia como una enferma más, en aquel manicomio. Al salir escribió un polémico y durísimo artículo en el que denunciaba las horribles condiciones en que vivían las pacientes, lo cual produjo tal revuelo social y político que sus artículos lograron que las autoridades accediesen a un aumento del presupuesto de salud pública destinado a salud mental.
La joven se había ganado un merecido puesto fijo como reportera del World.
La vuelta al mundo en 72 días
Apenas un año después de aquello, en 1888, la muchacha, respetada y conocida en el mundo del periodismo, propuso al director del World dar la vuelta al mundo. Muchas mujeres habían recorrido el mundo antes que ella, pero ninguna había pretendido ni logrado nunca alcanzar el nivel de notoriedad que logró Nellie Bly.
El viaje era, además, singular, pues el reto consistía en realizarlo en menos de 80 días, haciendo alusión al título de la novela de Julio Verne, publicada en 1872.
A pesar de su atractivo periodístico, el proyecto no terminaba de convencer al periódico, pues en aquel momento las mujeres acarreaban mucho equipaje y el traslado de los inevitables baúles entorpecerían el desafío. Poco o nada sabían en aquella redacción sobre la determinación de esta chica.
El 14 de noviembre de 1889 Nellie emprendió su viaje de 24.889 millas cargando solo con un bolso de mano, con el que embarcó en el vapor Augusta Victoria, de nombre premonitorio.
El barco la llevó hasta Inglaterra y de allí continuó su viaje a París, donde conoció al mismísimo Julio Verne, quien, escéptico, le dijo que si lograba dar la vuelta al mundo en 79 días la aplaudiría públicamente. Ella se encogió de hombros y siguió su camino: Italia, Arabia, Sri Lanka, Colombo, Malasia, Hong Kong, San Francisco… El 25 de enero de 1890, 72 días después, con 6 horas y 11 minutos, Nellie Bly regresó a Nueva York.
La crónica de su viaje, publicada en cuatro entregas en el World, la convirtió en una de las mujeres más famosas del momento. Había roto el récord mundial, y la imagen de Nellie Bly con su atuendo de viaje, una capa, chaqueta de cuello alto y falda azules y un largo abrigo de lana con un atrevido estampado a cuadros, fue publicada en todos los diarios del mundo. De hecho, se hizo tan famosa que las mujeres estuvieron copiando su manera de vestir durante casi una década.
En la Primera Guerra Mundial y final
Elizabeth se casó con el millonario Robert Seaman y se retiró del periodismo. Cuando enviudó se hizo cargo de las empresas de su marido y realizó importantes reformas, mejorando las condiciones laborales y salariales de los empleados. Por desgracia para su tranquilidad, pero por fortuna para el periodismo, la empresa quebró y Nelly tuvo que volver a trabajar, esta vez en el Evening Journal. Ahí cubrió la histórica convención de 1913 a favor del voto femenino pero, inquieta como siempre, pidió la corresponsalía en Europa, donde cubrió la Primera Guerra Mundial. Se convertía otra vez en pionera del periodismo, siendo una de las primeras mujeres corresponsales de guerra.
Nellie Bly, o Elizabeth “Pinky” Cochran, murió a los 57 años de una neumonía.
Sus crónicas y su vida aventurera siguen siendo el fuego que alumbra el ardor de guerreras de muchas mujeres de hoy.
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