El otro día me senté en la cama, al lado de mi bebé, que aún se desperezaba. Mi Hacker, aquella que antaño fue un bebote, que luego pasó a ser una niña que se subió a los escenarios conmigo haciendo demos de hackers, y que hoy en día es una adolescente en la edad del pollo. Se había venido a terminar de desperezarse tirándose todo lo larga que es en mi cama, mientras yo terminaba de asearme para llevarla más tarde a patinar.
«Este libro es un diccionario, cariño. Un diccionario que habla con la parte interna de tu cabeza. Con la que no es consciente. Y también un poco con el alma. Y si hay conexión entre la definición que da de una palabra, y tu yo interno, entonces se genera energía dentro de ti que te hace sentir mejor. Es un diccionario muy especial«.
No entendió nada.
Así que, para que pudiera entenderlo mejor, abrí el libro por cualquier página —que es como se debe leer este diccionario— y comencé a leerle definiciones. Con la primera de ellas me miró extrañada, me levantó la ceja y me dijo que eso no tenía sentido. «¿Cómo que no?», respondí. «Piénsalo con calma». Y se puso a pensarlo.
El resultado es que le salió una carcajadilla, sorprendida por la definición que acaba de hacer algún cortocircuito en su cerebro. La había hecho llegar a la palabra por un camino al que no se había asomado aún. Sí, un coronel es un general en prácticas, solo que seguro que nunca hubieras llegado a la idea de un coronel por ese camino, ¿no?
Pero lo cierto es que las cosas no son solo lo que parece que son, y pueden ser muchas más cosas. Y como le gustó la definición, y se sintió interesada por el descubrimiento que acababa de hacer, quiso seguir aprendiendo. “Léeme más, papá”, y me sentí contento. Si ya sabes lo que es tener una niña adolescente, sabrás lo difícil que es interesarla por algo que venga de tu parte —aunque seas un hacker sexy y molón—, y si no lo sabes aún, pero tienes una niña, ve preparándote.
Lo cierto es que leímos como veinte o treinta definiciones, y nos fuimos riendo con ellas. Otras las comentamos, para ver qué quería decir Rodrigo Cortés con ese juego de palabras, con ese retuerzo del significado de la palabra para llegar a un significado nuevo pero exacto, distinto pero correcto de lo que decimos y lo que queremos decir con las palabras que utilizamos todos los días.
Si te compras Verbolario —te lo recomiendo encarecidamente— mi propuesta es que lo leas así, en compañía. Con tu madre, con tu padre, con tus amigos, tu pareja o, como lo hice yo, con tu hija. No importa cuántas palabras, seguro que encuentras definiciones que te hacen reír, otras te harán pensar y otras te generarán discusión y debate entre los lectores múltiples.
Y para terminar, os quiero dejar una pequeña comparativa de este libro. ¿A qué creéis que se parece? Pues a nada. Lo ha hecho Rodrigo Cortés, y como suele ser una constante en él, no se parece a nada que haya hecho él antes. Solo es lo que es. Un verbolario para hacer tu vida un poquito mejor cuando lo leas solo o, como yo recomiendo, compartido.
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