El verano es la mejor época para el amor. La primavera conserva su prestigio y el invierno y el otoño son estaciones de adelanto para el bello instante donde afloran con toda su intensidad los sentimientos de los enamorados. Gerald Brenan y Gamel Woolsey protagonizaron un amor que salvó distancias físicas y emocionales, que sobrevivió a guerras y logró convertirse en una de las parejas literarias más notables del siglo XX.
Se trata de tres volúmenes que relatan en sus dos primeras entregas el epistolario íntimo de ambos escritores, un viaje de ida y vuelta que radiografía obsesiones, anhelos, fracasos, alegría e inquietud en un tiempo, el del verano de 1930, tan lleno de vida, zozobra, sentimientos. Esto escribe Brenan un jueves por la noche:
Pero el amor es como la religión, no consiste simplemente en emociones: para la persona es una inclinación vital absoluta. Mi vida está ahora entrelazada con la tuya, mi felicidad está determinada por la tuya y nada, creo, me hará alterar o cambiar o reflejar eso ni un ápice.
En el tercero de los ejemplares hay una carta acompañada de un libro de poemas de un jovencísimo letraherido llamado José Manuel Cabra de Luna, ya abogado en aquel entonces y actual presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, un hombre del Renacimiento amante muy confeso de los diarios de Montaigne y brillante pintor de arte contemporáneo. El hispanista británico le contesta:
¿Conoce Vd. las palabras de San Juan de la Cruz… «Hay almas que vuelan como las aves que en el aire se purifican y limpian»? Escribió un libro que no nos ha llegado que se llama Propiedades del pájaro solitario.
Cabra de Luna ya sabía de la obra del carmelita, mas la misiva del autor de El laberinto español le ayudó a confiar en sí mismo, a creer que su obra podría tener un sentido y los pájaros, las aves —porque le gusta más esta nomenclatura—, le sirvieron de inspiración durante años. Le abrió una nueva mirada. De los que frecuentan las alturas se publicó en 1978 al cuidado de Rafael León, un poeta sublime, marido de María Victoria Atencia. Esta poetisa, nacida en noviembre de 1931, bien que se merece el Premio Cervantes.
En Churriana, en la calle Torremolinos, 56, en el hogar de Brenan y Woolsey donde tanto escribieron, disfrutaron y vivieron, Alfredo Taján, director de esta casa, que es un museo y un amor perenne a las letras, se emociona por lo dicho y escuchado, por la obra impresa, por versos sueltos, voladizos, hipnóticos, en esta noche de octubre. Cabra de Luna lee poemas y cartas. Pranger, siempre tan preciso y de formas modélicas, habla de la peripecia de estos envíos que permanecían en la casa de Alhaurín El Grande de Brenan, pero que parecían secretas.
Y, en efecto, lo eran, hasta que apareció un pequeño sobre oculto entre los papeles. Ahí estaba la prueba del amor de Gamel y don Geraldo. Un mechón de pelo, un poema manuscrito que se llama Microcosmos.
(Para Gerald)
[…]
Descubre el hogar entre mis brazos,
es el pequeño mundo que habito.
Cuelgo en el cristal de tus pensamientos:
ya no transitas solo y fugitivo.Te escucho llegar de las escaleras oscuras,
Hacia mí, ahora, y me reconfortas.
Quedan estas palabras. Sus palabras. Las de Gamel, una personalidad difícil, que ve cómo Gerald lucha para conquistarla. Les quedaba un largo camino de aventuras literarias. Estrellas que se atraían, “una sensación extraña” en el enamoramiento inevitable. Huellas de sueños.
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