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Vacaciones - Zenda
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Vacaciones

Este libro es el diario de una turista que no quiere ser turista y que, sin embargo, decide viajar a México: cocktails, mariachis, perros callejeros, recuerdos de infancia… Y, sobre todo, una pregunta: ¿Qué demonios estoy haciendo aquí? Este libro es, pues, un relato sobre la vergüenza vacacional y el turismo de clase. En este...

Este libro es el diario de una turista que no quiere ser turista y que, sin embargo, decide viajar a México: cocktails, mariachis, perros callejeros, recuerdos de infancia… Y, sobre todo, una pregunta: ¿Qué demonios estoy haciendo aquí? Este libro es, pues, un relato sobre la vergüenza vacacional y el turismo de clase.

En este making of, Elena Marcos cuenta el origen de Gato con sombrero (Menguantes).

***

Gato con sombrero es un fantasma, una escena incómoda, una intensa sensación de ridículo.

Nació durante un viaje a Ciudad de México y Oaxaca en mayo de 2023 —aunque por la intensidad de sus maullidos debía llevar ya mucho tiempo acurrucado en mi cabeza—; en habitaciones de hotel y estaciones de autobús, en palapas de playas oaxaqueñas, en parques y mercados, cada vez que cualquier tontería me daba risa o llorera. Gato con sombrero acabó derramado frenéticamente sobre un montón de cuadernos, notas de móvil, recibos de supermercado, servilletas de restaurantes y envoltorios de tacos.

"Gato con sombrero llegó hasta mí, me agarró de la mano con su cola fuerte y despeinada y me arrastró con él dejando un rastro de cinismo"

Llegó por casualidad. Lo de México estaba pensado para ser unas vacaciones de las de verdad, de las de muerte cerebral, tequila y playa —porque eso de la democratización del turismo es real y no seré yo quien renuncie a ella—. Partí a México sin escrúpulos, sin el más mínimo remordimiento por haber comprado un vuelo que no me podía permitir, ni por haber reservado un hotel en primera línea de playa. Estaba decidida a no pensar en nada.

En aquel momento escribía un fanzine cuya siguiente edición giraría en torno a la palabra juego. El placer, lo lúdico, las vacaciones. ¡Qué divertido! En el preciso instante que, en una playa de Puerto Escondido, margarita de litro en mano, escribí Todo son risas, el oleaje se alzó iracundo y atacó a todos los clientes que se encontraban cómodamente en sus palapas bajo sombrillitas. Los bañistas trataban de escapar del agua mientras la costa se anegaba. Gato con sombrero llegó hasta mí, me agarró de la mano con su cola fuerte y despeinada y me arrastró con él dejando un rastro de cinismo. Todo son risas. Todo está en calma hasta que deja de estarlo.

"Cuando el viaje se materializa todo se vuelve mundano, real, cotidiano, demasiado, como si uno no hubiera salido nunca de cas"

Es muy fina la línea que separa el placer de la obligación, la diversión de la anhedonia. Unos días después, en plena conga de karaoke, me pregunté: ¿qué estoy haciendo aquí cuando podría estar cómodamente plantada en el sofá de mi casa bebiendo vino de brick? Pero qué cochinamente snob es eso de no querer ser turista. Guardé todas las notas, los cuadernos y los recibos y volví a casa.

Viajar es un peligro. Cuando el viaje se materializa todo se vuelve mundano, real, cotidiano, demasiado, como si uno no hubiera salido nunca de casa. Cuando se aleja de nosotros adquiere una pátina de nostalgia, un aire melancólico y casi surrealista; nos parece sagrado, nos hace querer volver. Todo se vuelve mentira.

"Las vacaciones no encajan en esa categoría: tenderetes de mercadillos, rutas gastronómicas, arqueologías explicadas, margaritas, souvenirs"

Un diario requiere cierta estructura cronológica, cierto orden, y Gato con Sombrero, sin embargo, surgió de forma caótica —tal vez porque mi mente suele funcionar como la de un mono loco—; las notas eran amorfas, ilógicas, saltaban por el espacio-tiempo como una máquina del Dr. Who estropeada. La estructura de diario me pareció, más tarde, perfecta para acompañar la cronología del Qué (no) hacer en México en tres semanas, porque un diario es un alegato a lo mundano. Puede ser cruel pero también mágico. Cuando utilicé el ordenador para transcribir unas notas que en ocasiones parecían de otra persona, seguí la voz, leí y releí, corté, pegué, reescribí, reorganicé. Después de todo un proceso de racionalización, lo que quedó de ellas es, creo, lo mismo que quedó de quien las articula: un furioso pudor. Una vergüenza visceral. Pero también una extraña sensación de alivio. El resto son correcciones.

Para algunos —y me incluyo— viajar es una necesidad. Para otros es una experiencia sagrada: la voluntad de salir de uno mismo, de encontrarse con el otro. Las vacaciones no encajan en esa categoría: tenderetes de mercadillos, rutas gastronómicas, arqueologías explicadas, margaritas, souvenirs. Y, sin embargo, el turista a veces también da con algo —tonto, mágico, azaroso, místico—. A veces se encuentra con el otro, a veces se encuentra a uno mismo, y a veces simplemente vuelve a casa con una sonrisa estúpida y un puñado de anécdotas en el bolsillo. Si fuéramos consecuentes con nuestra propia vergüenza solo tendríamos dos opciones: dejar de viajar o llevar el viaje hasta el extremo, es decir, no volver nunca. Es algo que a mí ya no me importa demasiado porque, turistas o viajeros, solo somos animalitos.

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Autora: Elena Marcos. Título: Gato con sombrero. Editorial: Menguantes. Venta: Todos tus libros.

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Elena Marcos

Elena Marcos (Bilbao, 1993) es filóloga y vedette frustrada. Un día su profesor de Literatura Medieval le dijo: «No temas ser inútil» y, desde entonces, no teme. Reside en Berlín, lugar donde ha ejercido todo tipo de trabajos absurdos. Sus crónicas, relatos y críticas cinematográficas han aparecido en revistas como Mercurio o Desbandada. Estudia filosofía en la UNED, hace fanzines, escribe y, cuando no sabe qué decir, baila. Gato con sombrero es su primera publicación.

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