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La ansiedad es un ficticio campo de batalla aunque, como un poema, posee una verdad radical. Los soldados van a la guerra para acabar con sus enemigos, de lo contrario no cogerían un arma, salvo los suicidas. Pensarán en la muerte, pero logran eclipsar ese pensamiento con algo trascendente. Me gustaría saber cuál es ese pensamiento y apropiármelo, porque la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos, escribió Lorca.
Las personas que van a la guerra tendrán hijos, seres queridos o una patria, que es una sinécdoque de las anteriores. Puede que pensar en sus hijos sea la forma de ignorar su mortalidad. A veces recuerdo los lugares donde un día fui amado y creo que esa es mi patria, o así disfrazo mi cobardía. Otras veces escucho grunge, una cosa kamikaze que me hizo bien en la adolescencia. Vivimos arropados de ideas, incluso las hacemos piel, pelos y música. Todavía guardo un mechón de pelo entre las páginas de un libro. A veces resucita, cuando tengo miedo. No lo tengo aquí, tampoco tengo hijos, no sé tener enemigos, ni creo en algo trascendente, pero tengo inocente dolor de pólvora en mis ojos. Lorca estuvo aquí.
Estoy en la cama de un hotel de Granada donde un día se llevaron a Lorca para acabar con su vida. Dejo Poeta en Nueva York en la mesilla y enciendo la televisión para no pensarme. Aparece un señor orondo, camina como braceando, intentando salvar su prominente barriga. Este señor tiene algo bélico, encara la cámara con el orgullo de alguien que conoce una patria. Al principio aparece vestido de calle, se mete en un restaurante y pide muchos platos. Acaba escupiéndolos. Después se pone un traje de cocinero repleto de corazones coloridos, se mete en las cocinas y observa con los brazos cruzados cómo trabajan.
Los cocineros y camareros que analiza parecen desterrados, odian algo de sí mismos, posiblemente ese destino al que se han encadenado. Solo así puede comprenderse que sirvan comida podrida y los insectos atraviesen las encimeras, aunque en la televisión todo es mentira, como mis guerras. Lorca es verdadero como verdadera fue su guerra.
El chef con traje de corazones coloridos exige un buen servicio, pero las personas sin patria quieren deshacerse como un cubito de hielo puesto sobre una sartén caliente. El chef da órdenes, también hace de psicólogo y las personas deprimidas son conducidas por un extraño sueño sin poesía. Lloran y se abrazan. Ese señor les ha librado de su guerra. Aparentemente. No me reconozco en esas personas, pero un día podría ser una de ellas.
Ha pasado la medianoche y apago el programa. Son mentira los aires. Solo existe una cunita en el desván que recuerda todas las cosas. El grifo gotea como si fuese el altavoz de una lejana soledad que pronuncia mi nombre. Mi pijama tiene un trozo de lechuga teñido de salsa blanca del kebab que me he comido sin hambre. Salto de la cama y el suelo está pringoso, camino sobre mis talones hasta el servicio para apagar esa voz, cierro el grifo como si castigara a una bestia metálica. Regreso a la cama con actitud de dormir, pero todo falla, solo pienso en el día de mañana: me desmayaré o me dará un infarto. Soy un impostor y mañana daré dos charlas en dos ciudades diferentes. Patéticas son las guerras que me desvelan.
Intento concentrarme en el sueño o descentrarme de la vida, pero no funciona. Escucho ruidos en la terraza del bar que está bajo la ventana, imagino que será un camarero retirando las sillas y las mesas con esa desgana que acabo de ver en la televisión, oigo cadenas para atar el mobiliario y siento la prisión de su noche hasta que llegue el día, entonces los turistas las liberarán de su cautiverio, pero el camarero volverá al suyo. Noche y día hacen nocturnos y desfiles entrecruzando sus propias venas. Es primavera la gente ríe en la calle, y me pregunto cómo logró dormir Lorca en este lugar.
Alguien me dijo que su truco para quedarse dormido era sentirse apaleado, como si te hubiesen dado una paliza, la adrenalina se derrite y te rindes. Pierdes la capacidad de estar en guardia. Intento repetirme aquellas palabras, pero ese truco nunca ha logrado narcotizarme. Llamo a mi padre, siempre lo hago en estos momentos, mi insomnio es compatible con su horario de trabajo: es una especie de psicólogo nocturno que conduce a las personas hacia sus camas, aunque solo tiene la licencia de taxista.
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