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Uno de los momentos más oscuros de la historia rusa - Zenda
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Uno de los momentos más oscuros de la historia rusa

Rusia interior, años treinta. Un equipo de trabajadores se dedica a excavar los cimientos de un inmenso edificio: una casa palaciega para el futuro perfecto socialista que, están convencidos, está al alcance de la mano. Sin embargo, cuanto más duro trabajan y más profundamente cavan, más cosas salen mal y el sitio más se asemeja...

Rusia interior, años treinta. Un equipo de trabajadores se dedica a excavar los cimientos de un inmenso edificio: una casa palaciega para el futuro perfecto socialista que, están convencidos, está al alcance de la mano. Sin embargo, cuanto más duro trabajan y más profundamente cavan, más cosas salen mal y el sitio más se asemeja a una inmensa tumba. La zanja, obra maestra de Platónov, al tratar de evocar realidades indescriptibles, da forma y transforma el lenguaje en páginas que reflejan tanto el doble discurso alienante del poder como la dura sencillez de la oración. Dos importantes estudiosos de la obra de Platónov, Robert Chandler y Olga Meerson. cuentan la historia del escritor en la Rusia terrible de Stalin.

Puede que las preocupaciones más profundas de Platónov fueran más filosóficas que políticas, y es probable que los lectores continúen disfrutando de su obra incluso cuando la Unión Soviética esté casi olvidada, al igual que los lectores y los amantes del teatro disfrutan hoy de Shakespeare, aunque no sepan nada de las controversias políticas y religiosas del siglo XVI a las que tan a menudo alude. Sin embargo, La zanja se sitúa en un contexto histórico y político muy particular, el del impulso de Stalin hacia una rápida industrialización y la colectivización total, y un cierto conocimiento de este período puede ayudarnos a comprender la hazaña de Platónov.

La colectivización de la agricultura y la Gran Hambruna de 1932-33 se encuentran entre las catástrofes más importantes, pero también menos reconocidas, de la historia soviética. La Unión Soviética adoptó como emblema el martillo, simbolizando a los trabajadores, y la hoz, simbolizando a los campesinos. Afirmaba ser un «Estado obrero y campesino» y mucha gente todavía toma esta afirmación por su valor nominal, sin darse cuenta de la profunda hostilidad que sentían los bolcheviques hacia el campesinado. La mayoría de los bolcheviques, de hecho, consideraban a los campesinos como no mejores que los pequeños burgueses; muchos de ellos probablemente tenían sentimientos parecidos a los de Maksim Gorki, el amigo de Lenin, quien una vez declaró: «Tendréis que perdonarme, pero el campesino todavía no es humano… Es nuestro enemigo, nuestro enemigo». La última afirmación de Gorki, al menos, fue exacta: Todo el estilo de vida de los campesinos era, de hecho, una amenaza para el proyecto bolchevique de un Estado fuerte y planificado centralmente.

En 1917, para desestabilizar al Gobierno provisional, los bolcheviques alentaron de manera oportunista a los campesinos a levantarse contra sus terratenientes y a apoderarse de sus tierras. Tras el éxito obtenido, los bolcheviques se vieron obligados a librar posteriormente una larga guerra para reafirmar el poder del Gobierno central. Los campesinos se resistieron a la política bolchevique de «requisición de grano» —confiscación forzosa de grano a los campesinos para alimentar a las ciudades— y las revueltas campesinas continuaron en una escala masiva hasta 1924. Tras una incómoda tregua a mediados de la década de 1920, los bolcheviques volvieron al ataque en 1929. La colectivización y la Gran Hambruna fueron las últimas y más terribles batallas de una guerra prolongada.

La táctica principal adoptada por los bolcheviques fue promover la lucha de clases en los pueblos. Los campesinos se clasificaban como campesinos pobres (bednyaki), que no tenían propiedades; campesinos medios (seredn- yaki), que poseían propiedades pero no empleaban mano de obra contratada; y ricos campesinos o kulaks (kulaki), que no solo poseían propiedades sino que también empleaban mano de obra contratada. Los campesinos que se oponían a la colectivización pero que eran demasiado pobres para ser llamados kulaks se clasificaban como subkulaks. Los kulaks y los subkulaks fueron deportados en masa. A los campesinos pobres, junto con los campesinos medios que lograron convencer a las autoridades de su buena fe, se les permitió integrarse en las granjas colectivas. Según datos de los archivos soviéticos, más de 1.800.000 kulaks y familiares fueron deportados entre 1930 y 1931; es probable que alrededor de una cuarta parte de estos muriera antes de llegar a los «asentamientos especiales» a los que estaban destinados. La historiadora Lynne Viola ha escrito: «La liquidación del kulak como una clase —dekulakización, para abreviar— fue la primera gran purga de Stalin. Fue una purga del medio rural: un esfuerzo por eliminar los elementos indeseables y decapitar el liderazgo tradicional y las estructuras de autoridad rurales con el fin de romper la cohesión de los pueblos, minimizar la resistencia campesina a la colectivización e intimidar a la masa del campesinado para que cumpliera con las normas».

La mayoría de los escritores soviéticos de la época vivían en las principales ciudades, y pocos eran testigos de lo que ocurría en los pueblos. Mijaíl Sholojov sabía lo que estaba pasando y protestó valientemente ante Stalin. Algunos escritores, como Osip Mandelstam y Boris Pasternak, sintieron que algo terrible estaba ocurriendo, y al menos lo insinuaron en su trabajo. Otros escritores, como Aleksandr Tvardovski, provenían de familias campesinas y sabían lo que había sucedido, pero eligieron mentir al respecto, por el bien de la autoconservación. Platónov y su amigo Vasili Grossman fueron los únicos miembros de su generación que escribieron sobre la colectivización total, y sobre la aún más devastadora Gran Hambruna, de manera sincera y profunda. Es probable que Grossman dependiera en gran medida de lo que escuchó de otros (tal vez del mismo Platónov), pero su evocación de estos horrores en su novela corta Todo fluye es a la vez precisa y desgarradora. Lo que cuenta Platónov es de primera mano; ningún escritor soviético de su generación entendió mejor la vida del campesinado en los años veinte.

Platónov fue criado en las afueras de Voronezh, la capital de la región de la Tierra Negra. Nacido en 1899, maduró con la revolución, a la que apoyó apasionadamente. Durante los años inmediatamente posteriores a la revolución, publicó una gran cantidad de artículos sobre temas políticos, filosóficos y científicos, así como una colección de poemas, La profundidad azul. Sin embargo, conmocionado por la terrible sequía y la hambruna de 1921, abandonó la literatura para trabajar como experto en recuperación de tierras. Sus razones habrían sido entendidas por Tolstoi; «al ser alguien técnicamente cualificado», escribió Platónov, «no pude continuar realizando trabajos contemplativos como la literatura». A mediados de la década de 1920, supervisó la excavación de no menos de 763 estanques y 331 pozos, así como el drenaje de 2.400 acres de pantanos y la construcción de tres pequeñas centrales eléctricas rurales. Luego, entre 1929 y 1932, fue enviado a varios viajes por el centro y sur de Rusia. Otros escritores que visitaron granjas colectivas lo hicieron como miembros de las Brigadas de Escritores y, por supuesto, se les mostró solo unas pocas granjas colectivas modélicas. Platónov, sin embargo, fue enviado por el Comisariado del Pueblo para la Agricultura y vio lo que realmente estaba sucediendo.

En agosto de 1931, por ejemplo, se le pidió a Platónov que informara sobre el progreso de la colectivización en las regiones del Volga central y el norte del Cáucaso. La siguiente entrada de sus cuadernos es solo una de muchas, todas igualmente directas: «Granja Estatal Número 22, ‘El porquero’. Se ha llevado a cabo el 25% del plan de construcción. No hay clavos, hierro, madera… Las lecheras han estado huyendo, los hombres han sido enviados tras ellas a caballo y las mujeres han sido obligadas a trabajar. Ha habido casos de suicidio… Pérdida de ganado de un 89-90%». Es sorprendente que Platónov se atreviera a escribir estas líneas, aunque fuera en un cuaderno privado de notas, en un momento en que la prensa oficial solo informaba de éxitos cada vez mayores.

Estos viajes sirvieron de inspiración para todo un ciclo de obras dedicadas a los temas de la colectivización y la Gran Hambruna. Además de La zanja, que a menudo se considera como su obra maestra, Platónov escribió un borrador inacabado de La patria de la electricidad y las novelas cortas Para uso futuro y Mar juvenil. También escribió dos guiones de cine y dos obras de teatro especialmente conseguidas: una comedia negra sobre colectivización titulada Hurdy-Gurdy y una evocación de la Gran Hambruna, Las catorce cabañas rojas, que anticipa a Brecht y a Beckett. Ninguna de estas obras se publicó en la vida de Platónov, excepto Para uso futuro, que fue criticada de forma inmediata y feroz por el propio Stalin.

Todas estas obras parecen a primera vista, especialmente para un lector no versado en la historia soviética, altamente surrealistas. Esta impresión, sin embargo, es engañosa; no contienen apenas una situación o diálogo que no se relacione directamente con algún evento o publicación real de esos años. La atención de Platónov no estaba en un mundo de ensoñaciones privadas sino en la realidad política e histórica, una realidad tan extraordinaria que apenas es creíble.

En el primer párrafo de La zanja, Platónov explica cómo Vóshchev es despedido de su trabajo en una pequeña fábrica «el día del trigésimo aniversario de su vida personal». Platónov compara de manera implícita a Vóshchev tanto con Dante «en medio del camino de esta vida» como con Cristo de treinta años al comienzo de sus tres años de predicación. También compara a Voshchev con él mismo; Platónov tenía treinta años cuando comenzó a trabajar en La zanja y originalmente tenía la intención de darle al héroe su propio apellido real, Klimentov; Platónov, el nombre bajo el que decidió publicar, es una forma abreviada de su patronímico y fue adoptado, muy probablemente, en homenaje a Platón.

El título ruso de la novela, Kotlovan, está relacionado con el kotyol, que significa «caldero», y el pozo de la excavación se menciona varias veces como un «abismo». El mundo que Platónov evoca en La zanja es un infierno en el que tanto el lenguaje como el trabajo han perdido todo su significado, donde casi todos los personajes están alienados de sí mismos, y donde tanto verdugos como víctimas consideran los actos de violencia como lo más normal del mundo. Los parientes más cercanos a los personajes de Platónov son los campesinos sin rostro que aparecen en las pinturas y dibujos producidos casi al mismo tiempo por Malevich, figuras que el historiador de arte Igor Golomstock ha descrito como «fantasmas transparentes que se han materializado a partir del vacío y han adquirido vida».

La zanja es un testimonio de uno de los momentos más oscuros de la historia rusa. Se puede leer de manera más general, como una fábula filosófica. Sin embargo, sería un error verlo simplemente como otro de los gritos literarios de desesperación del siglo XX. Platónov tenía buenas razones para sentirse desesperado durante los primeros años de la década de 1930. No pudo publicar nada durante varios años y estaba claramente consternado por lo que le estaba sucediendo a la revolución que amaba, pero era un hombre de extraordinaria tenacidad. Al igual que Vóshchev, parece determinado a descubrir el sentido y la verdad; y al igual que Vóshchev, parece estar determinado a salvar la vida, cualquier forma de vida, del olvido. La mención de Vóshchev a una hoja «caída» en el segundo fragmento es, en efecto, la mención de Platónov a sus propios personajes, todos los cuales parecen igualmente superfluos en el mundo: «Quédate aquí, yo averiguaré para qué has vivido y muerto. Ya que nadie te necesita, que estás tirada en medio del mundo, yo te cuidaré y recordaré».

Tras sus obras más lúgubres de principios de la década de 1930, Platónov parece tomar la decisión consciente de escribir de manera más simple, más clara y con más esperanza. En La zanja hay muy poco que se pueda salvar, tal vez solo unas pocas hojas secas y «piezas de existencia», como un aro de hojalata o una sandalia que alguna vez había pertenecido a «un cuerpo laborioso pero desposeído». En 1935, sin embargo, escribe sobre Nazar Chagataev, el héroe de Dzhan (Alma), que «estaba tratando de pensar solo lo que era necesario para una vida de salvación compartida», y probablemente podría haber dicho lo mismo de sí mismo. El río Potudan (1937), con toda su profunda melancolía, es igualmente positivo; tanto el héroe como su esposa, Lyuba (abreviatura de lyubov, amor en ruso), sobreviven a sus impulsos suicidas y, a pesar de la enfermedad probablemente terminal de Lyuba, reafirman y finalmente consuman su matrimonio. Y El regreso (1946) —quizás la historia más importante y sabia de Platónov— trata sobre la salvación de toda una familia. Torpemente y con dificultad, un padre que acaba de regresar de la guerra, su esposa (también llamada Lyuba) y sus dos hijos pequeños redescubren el amor mutuo. Al final de la historia, el padre se sube a un tren con la intención de dejar a su esposa por una mujer más joven, pero unos minutos después de salir de la estación, al darse cuenta de que los dos niños que puede ver corriendo por un sendero hacia la vía férrea son sus propios hijos, se baja del tren.

De muchas de las obras de Platónov aparecieron textos fiables solo cuarenta o cincuenta años después de su muerte. La novela sin terminar Moscú feliz se publicó por primera vez en 1991, el texto completo de La zanja en 1994, y el texto completo de Dzhan en 1999, aunque apenas está disponible. La ausencia de textos rusos fiables, junto con las rigideces propias del pensamiento de la Guerra Fría, han retrasado cualquier apreciación real del alcance de los escritos de Platónov. Durante muchos años, la audacia de la sátira política, especialmente en La zanja, desvió la atención de otros elementos de su obra.

Incluso en el apogeo de su entusiasmo juvenil por la revolución, Platónov mantuvo un considerable respeto por la religión. En su primer artículo, «Sobre el amor», por ejemplo, escribió: «Si queremos destruir la religión y somos conscientes de que esto tiene que hacerse, ya que el comunismo y la religión son incompatibles, entonces, en lugar de la religión, no debemos dar a la gente menos de lo que la religión da, sino más. Muchos de nosotros pensamos que es posible quitar la fe sin darles a las personas algo mejor, pero el alma del hombre contemporáneo está organizada de tal manera que, si la fe se elimina de ella, quedará completamente desquiciada». Es probable que para 1930, cuando estaba escribiendo La zanja, Platónov sintiera aún más respeto por la religión. Ya continuara siendo ateo o no, sentía que el comunismo había fracasado en su promesa, que estaba dando a la gente «menos que la religión».

Las alusiones a la Biblia y a la liturgia ortodoxa juegan un papel crucial en La zanja. También hay una serie de alusiones al filósofo religioso ruso del siglo XX Pavel Florenski, y a Dostoievski. Dostoievski había atacado el pensamiento utópico de Nikola Chernishevski y otros pensadores radicales del siglo XIX, y esta controversia había resurgido en las décadas de 1910 y 1920. Chernishevski fue una influencia importante en muchos de los principales bolcheviques; Platónov, sin embargo, parece haberse puesto del lado de Dostoievski. Como este último, criticó el palacio de cristal idealizado que se aparece en un sueño a la heroína de la novela de Chernishevski. Así, Platónov criticaba los grandiosos proyectos de su tiempo; como Dostoievski, los compara con la torre de Babel.

El más importante de los subtextos de La zanja se relaciona con el Eliseo bíblico. En las Biblias de la Iglesia rusa y eslava, el profeta que conocemos como Eliseo se llama Yeliséi. Yeliséi es también el nombre de uno de los campesinos de Platónov, y el paralelo entre él y el Eliseo bíblico es preciso y sostenido. Así como Eliseo se opuso a los profetas de Baal, quienes exigían sacrificios para garantizar buenas cosechas y aumentar sus rebaños y manadas, asimismo Yeliséi se opone a los profetas del régimen soviético, quienes exigían sacrificios exactamente por las mismas razones. La única diferencia es que la Biblia no permite dudas sobre quién tiene razón y quién está equivocado, mientras que Platónov, como siempre, invita a sus lectores a ver el conflicto desde ambos lados a la vez. Al final, sin embargo, este paralelismo se convierte en una inversión explícita. Eliseo derrota a los profetas de Baal y es capaz de realizar milagros; en una ocasión resucita a un niño muerto simplemente respirando sobre él. Yeliséi, sin embargo, es tan impotente ante la muerte como lo está ante las autoridades soviéticas y, aunque respira toda la noche sobre la moribunda Nastia, cuyo nombre completo, irónicamente, significa «la resucitada», no puede mantenerla viva. La muerte y el entierro de Nastia pueden verse como un sacrificio para los dioses paganos; está enterrada, como un sacrificio humano, «en piedra eterna», en lo profundo de la tierra debajo de donde se sentaron los cimientos de un gran edificio.

La escena del perdón mutuo en el patio de la organización se basa en un importante rito ortodoxo, el del domingo del Perdón, el último domingo antes de Cuaresma. Los campesinos de Platónov ven la colectivización como el fin del mundo, por lo que, antes de unirse a la granja colectiva, se abrazan y se perdonan unos a otros como si estuvieran a punto de morir, como si tuvieran «solo un momento más». No hay necesidad de que se den ninguna explicación entre ellos sobre lo que están haciendo; simplemente siguen el rito de la iglesia, cada persona presente pide perdón y se le pide perdón. Este subtexto litúrgico y escatológico explica la atmósfera sorprendentemente armoniosa de las escenas en las que uno podría esperar encontrar solo odio y lucha de clases; si los campesinos no guardan rencor contra sus torturadores, es porque ven en ellos la mano de Dios, y ¿cómo puede uno tener rencor contra la mano de Dios? Sin embargo, a pesar de toda la compasión con la que Platónov presenta esta escena de perdón mutuo, y a pesar de toda la densidad de la alusión bíblica a lo largo de la novela, el mundo de La zanja es un mundo sin Dios. Incluso el sacerdote dice: «Ya no siento el encanto de la creación. Me he quedado sin Dios, y Dios sin Hombre…».

La realidad de la vida en la Rusia de Stalin siempre será difícil de entender. Ninguna fuente de información —ni memorias, ni diarios, ni informes para la policía secreta— es completamente fiable. Es más fácil estar seguro de las verdaderas creencias de figuras tan distantes como Chaucer y Dante que de las verdaderas creencias de muchos de los contemporáneos de Platónov. Incluso en este contexto, sin embargo, el grado de incertidumbre en torno al propio Platónov es extraordinario. No hay apenas una sola obra importante de Platónov, o un evento importante en su vida, que no esté velado por la ambigüedad. En noviembre de 1922, por ejemplo, aunque en ese momento era un ateo declarado, bautizó a su hijo de seis semanas de edad, Platón. Solo podemos especular sobre sus razones. Tampoco sabemos qué le preocupaba más en el momento en que escribía La zanja: la pérdida de Dios o el fracaso del socialismo. Una línea de Hurdy-Gurdy (escrita a fines de 1930) —«¡Oh Señor, Señor, ojalá fueras!»— es una expresión de sentimiento religioso tan intensa como es posible para un no creyente, si Platónov fuera un no creyente; pero luego la sensación de pérdida que expresa en su posdata a La zanja, sobre el fin de la generación socialista, no es menos desgarradora. Todo lo que se puede decir con seguridad es que Platónov dedicó el resto de su vida a la búsqueda de una salida del abismo de La zanja, a la búsqueda de lo que el gran poeta escocés Hamish Henderson llamó «palabras de amor completo: palabras que pueden alcanzar lentamente el poder de reconciliar y sanar». Las palabras de Henderson son, de hecho, aplicables a La zanja en sí, aunque esto puede no ser inmediatamente obvio.

La resistencia de Platónov a la pesadilla que vivió está encarnada no tanto al nivel de la trama como en la textura de cada oración individual. Su habilidad para presentar perspectivas incompatibles en el espacio de una sola oración puede verse como un equivalente literario del cubismo y, en el contexto de la guerra asesina de clases que describe, esta capacidad es inesperadamente curativa. Un ejemplo simple pero memorable se puede encontrar al final del pasaje que describe la liquidación (casi literal) de los kulaks. Zháchev, un verdadero creyente (en la revolución), imagina que la partida de los kulaks en su balsa es una garantía del futuro brillante que está a punto de establecerse. Cuando los kulaks se alejan flotando, sin embargo, pierde esta certeza:

«El convoy fluvial de kulaks empezaba a pasar un recodo de arbustos ribereños y Zháchev ya perdía la visibilidad del enemigo de clase.
—¡Eh, parásitos, hasta siempre! —gritaba Zháchev por el río.
—¡Has-ta-siem-pre! —contestaban los kulaks que flotaban hacia el mar.»

La ambigüedad es conmovedora. El significado obvio de «Zháchev ya perdía la visibilidad del enemigo de clase» es simplemente que los kulaks estaban desapareciendo de la vista. Pero la frase también puede entenderse en el sentido de que los kulaks estaban dejando de ver a Zháchev como un enemigo y que él estaba dejando de verlos como enemigos. La despedida mutua adquiere un significado aún más profundo por el hecho de que «despedirse bien» y «perdonar» son, en ruso, dos formas diferentes del mismo verbo: «¡Adiós!» significa «sigue perdonando». Cuando todavía queda «un momento de tiempo», Zháchev y los kulaks reconocen la humanidad de los demás. A medida que los kulaks van siendo liquidados, Zháchev se une al ritual que acaban de realizar y en el que, sin duda, nunca admitiría creer. La escena está impregnada de la mezcla característica de Platónov de delicada ironía y profunda ternura. Incluso cuando nos muestra uno de los infiernos que la humanidad ha creado, Platónov revela su capacidad para apreciar el alma humana individual.

Lenin y Stalin

Platónov desarrolla el significado de determinadas palabras en el transcurso de la novela. A menudo, sus palabras parecen tener vida propia; es como si escaparan de sus contextos y luego aparecieran inesperadamente en contextos a los que no pertenecen. En el capítulo final, Platónov nos dice que «junto al barracón pasaba mucha gente, pero nadie vino a interesarse por la enferma Nastia; todos agachaban la cabeza y pensaban sin cesar en la colectivización completa». Platónov parece olvidarse de decirnos si sus pensamientos son entusiastas o desesperados, pero esta oración tiene al menos la apariencia de una declaración directa. Sin embargo, en otras partes, Platónov encuentra formas más inmediatas de transmitir la generalidad de la colectivización total, permitiendo que las palabras se apoderen de su texto, al igual que se adueñan de las mentes de sus protagonistas. El relato de la noche anterior a la liquidación de los kulaks, por ejemplo, comienza con las palabras: «Un gentío denso tapaba el Patio de la Organización». Quince líneas más tarde, el militante activo le da al niño un «confite totalmente de piedra», y el niño sorprendido responde con «es una colectivización completa, ¡pocas alegrías nos quedan!» y, después de otras pocas páginas, Platónov escribe: «Los sonidos del humor del campesino medio impidieron un inicio total de silencio». Platónov no nos dice simplemente que no hay escapatoria de la colectivización; nos hace experimentarlo.

Otro grupo de palabras con vida propia son «mover», «movimiento», «inmóvil» y «sin movimiento». Las dos primeras páginas del libro contienen dos ejemplos de lo que, en ruso, es casi la misma palabra; al comienzo del segundo párrafo, Voshchev pasa junto a algunos «árboles inmóviles», y al final de este párrafo se nos dice que «pasó su tiempo vespertino sin moverse». Muchos lectores pueden no notar esta cuasi repetición; algunos podrían verlo como algo torpe. Una frase unas cuantas páginas más tarde es claramente más extraña: «El sol vespertino iluminaba el polvo sobre las casas, producido por el movimiento de su población». Esto evoca la posibilidad de deportaciones masivas, aunque es probable que el lector se sienta inseguro sobre si se pretende o no este significado. La penúltima frase del capítulo es aún más extraña: «La música de los pioneros se tomó un descanso y empezó a tocar a lo lejos la marcha del movimiento». Esto parece pedir a gritos el lápiz de un editor. ¿Por qué Platónov siente que es necesario decirnos que una marcha no anima a la gente a quedarse quieta?

Habiendo establecido la importancia de este tema, Platónov comienza a desarrollarlo unos capítulos más tarde con las palabras «todo el movimiento de los desposeídos hacia la felicidad futura». Ahora está claro que la palabra «movimiento» se usa en dos sentidos: como en movimiento hacia un lugar, y en frases como «el movimiento revolucionario». Más tarde, cuando el militante activo declara que «el movimiento es debido al proletariado», nos sentimos desorientados nuevamente; el militante activo parece ver el «movimiento« como algo deseable; sin embargo, es demasiado claro que ni el militante activo ni nadie más está pensando en lo que el propio proletario podría desear.

Hacia el final del libro, el militante activo se reprocha a sí mismo con las palabras: «Podrías haber incitado a la colectivización a toda la provincia, pero estás penando en un solo koljós; es el momento de enviar al socialismo trenes repletos de población y tú te esfuerzas en escalas diminutas. ¡Qué desgracia!». La ironía general de esto es bastante clara, pero la referencia política es más precisa de lo que es inmediatamente evidente. A fines de 1929, Stalin afirmó que los campesinos estaban «ingresando en las granjas colectivas no en grupos separados, como era el caso anteriormente, sino en aldeas enteras, asentamientos, distritos e incluso regiones». Mientras reproduce algunos aspectos de la gramática de Stalin, Platónov reemplaza «unirse» por «ser enviado» y las palabras «en pueblos enteros, asentamientos, distritos e incluso regiones» por «en trenes repletos» (tselymi eshelo-nami). Durante la década de 1930, la palabra eshelonía, que hemos traducido como «trenes repletos», se usaba principalmente en los trenes que transportaban kulaks a sus «asentamientos» o prisioneros a campos de trabajo. Platónov desaprobó la mentira de Stalin, permitiendo que su desafortunado militante activo soltara la verdad: que cientos de miles de campesinos, en lugar de entrar en granjas colectivas por su propia voluntad, están siendo transportados en vagones de ganado a «asentamientos especiales», es decir, a áreas del bosque norteño donde se arrojaron kulaks, en pleno invierno, sin refugio y con muy poca comida o herramientas.

A pesar de todo lo que se habla de movimiento, no hay progreso. El «hogar común para el proletariado» nunca se construirá, y la colectivización parece no significar nada más que animales que se sacrifican y kulaks que se envían en una balsa «río abajo en el mar, y mucho más», es decir, a la muerte. Platónov enfatiza la falta de movimiento real y con propósito, no solo a través de lugares tan absurdos como los anteriores, sino también a través de la repetición insistente de las palabras «inmóvil» y «sin movimiento», a menudo en un contexto que hace que las palabras destaquen. En cierto momento, por ejemplo, Chiklin oye por casualidad que Vóshchev se dirige a un objeto desconocido, tal vez un trozo de ropa vieja o calzado, con las palabras: «Ni siquiera había nacido y ya estabas acostada aquí, ¡pobre hombre sin movimiento!» En el capítulo final, estos dos opuestos, movimiento y falta de movimiento, se juntan en una petición hecha por Zháchev: «que nos ponga un hornillo, ¡en un tren como este no llegamos al socialismo!». Estas palabras son conmovedoras. A estas alturas, la presencia de un hornillo no sería suficiente para mantener viva a Nastia, y mucho menos para permitir que alguien alcance el socialismo, y exponen más claramente que nunca la inutilidad de todo el «para aquí y para allá» del que hemos sido testigos. Los pioneros marchan alrededor, los kulaks son enviados al mar, «se ven algunas masas distantes» que se mueven a lo largo del horizonte hacia alguna reunión desconocida entre los asentamientos, pero nada cambia realmente, y la palabra «movimiento» hace sonar una amarga y enmudecida nota que se repite por última vez en la oración final de la novela: «Era de noche, todo el koljós dormía en el barracón y solo el martillador, que sintió el movimiento, se despertó. Chiklin dejó que rozara a la niña para despedirse».

Un día, sin duda, alguien publicará un estudio enumerando las anomalías en cada oración de La zanja y el poder expresivo de cada una de ellas. Platónov usó el lenguaje de manera más creativa que incluso el más grande de los grandes poetas rusos contemporáneos suyos, y no hay una respuesta simple a la pregunta de por qué escribió como lo hizo. A veces, como hemos visto, se desvía de la norma para invocar una alusión bíblica, cultural o política. Otras veces, ordena las palabras más comunes de una manera poco común para resaltar el significado de una palabra que normalmente damos por sentado. Esta oración del final del segundo capítulo, por ejemplo, nos dice que Vóshchev se siente incapaz de dar por sentada su propia vida: «Vóschev continuaba penando y se fue a la ciudad a vivir». A veces, un énfasis inesperado nos muestra lo poco que un personaje puede dar por sentado partes de su propio cuerpo: «Sintió el frío en los párpados y los usó para cerrar sus cálidos ojos». En ocasiones, Platónov pone algo de una manera inusual para poner en evidencia cuán atrapados están sus personajes en una visión materialista del mundo. Chiklin, por ejemplo, parece imaginar la vida como una cuestión de movimiento hacia algún lugar no identificado, y los pensamientos como una especie de sustancia física: «Cuando la vida no tiene a donde ir, entonces es cuando te vienen pensamientos en la cabeza» En otras ocasiones, sin embargo, este materialismo se transforma en un idealismo igualmente extremo; los trabajadores del cuartel, por ejemplo, comen «en silencio, sin mirarse y sin ansia, sin reconocer el valor del alimento, como si la fuerza del hombre procediera únicamente de su conciencia».

A menudo, el lenguaje de Platónov deriva su extraordinario peso y densidad de su inestabilidad. Las palabras se mueven entre diferentes significados, y no estamos seguros de cómo entender algo o a quién pertenece un pensamiento en particular. Aquí, por ejemplo, no está claro si las masas se lanzan con esperanza, o si es el militante activo quien espera que esto sea lo que hagan: «El militante activo estaba situado en un porche elevado y con tristeza callada observaba el movimiento de la masa viva sobre la tierra vespertina, húmeda; quería calladamente al campesinado pobre que, habiendo comido apenas un sencillo pan, se lanzaba deseoso hacia delante, hacia un futuro invisible». Tampoco está claro si el futuro es simplemente invisible porque aún no se puede ver o porque nunca se verá. Tomados en conjunto, estos diversos significados despiertan la sospecha de que, aunque el militante activo se dice a sí mismo que ama a las masas, lo que secretamente quiere es deshacerse de ellas.

Así como las palabras individuales flotan entre diferentes significados, la narración en su conjunto oscila entre lo realista y lo religioso o mítico. Durante la noche anterior a la liquidación de los kulaks, el militante activo hace «signos en sus papeles»: «su lápiz era de colores y él utilizaba, bien el color azul, bien el rojo, y otras veces simplemente resoplaba y pensaba, sin poner señales hasta haber tomado una decisión». El rojo y el azul indican que el militante activo está imitando a Stalin, quien generalmente marcaba o hacía anotaciones en documentos con un lápiz azul o rojo. Al mismo tiempo, sin embargo, el militante activo está imitando a Cristo mismo, quien separará a justos y pecadores en el Juicio Final. A menudo, Platónov logra un efecto similar más sutilmente, al introducir una o dos palabras inesperadas en una oración normal. Después de la despedida de Zháchev a los kulaks, por ejemplo, Platónov nos dice que Zháchev observó durante mucho tiempo «cómo se alejaba sistemáticamente la balsa por el río que fluía nevado, cómo el viento de la tarde agitaba el agua oscura, muerta, que corría entre terrenos enfriados hacia su remoto abismo». Aquí hay varias palabras que se destacan: una balsa no puede alejarse «sistemáticamente»; la palabra es tan absolutamente inapropiada que ruega ser leída como un comentario irónico sobre la terrible aleatoriedad del proceso a través del cual el militante activo separó a los «pecadores» de los «justos». La palabra «abismo» nos remite a la base de la zanja y nos lleva, al menos por un momento, al abismo del infierno de Dante; un río ruso ordinario se ha convertido en el río Estigia. En medio de estos «terrenos enfriados», incluso el río de la muerte parece solitario, perdido y olvidado, no como la hoja caída en el segundo capítulo.

La dedicatoria de Voshchev a la hoja caída es una de una serie de imágenes o frases que encapsulan los temas centrales de la novela; en este caso, el tema del recuerdo. No menos importante es un breve discurso pronunciado por Safrónov, en un momento de pesimismo poco característico, a Chiklin: «Pero, Nikit, ¿cómo es que el campo yace aburrido? ¿Será posible que dentro de todo el mundo haya melancolía y que nosotros seamos los únicos con un plan quinquenal?» Casi cada palabra aquí merece un comentario. El verbo «yacer» se usa muchas veces en la novela respecto a cadáveres, o para cuerpos dormidos que parecen estar muertos y, como aquí, sobre las vastas áreas «no organizadas» del espacio horizontal que los apóstoles del plan quinquenal esperan consultar a través de sus torres verticales. Las palabras «aburrimiento», «aburrido» y «que aburre» (en ruso «que aburre» y «aburrido» son la misma palabra, skuchni) se usan con más frecuencia. Platónov puede estar sugiriendo que la locura que describe en la novela surge de la sensación de vacío, de que la desesperación de la gente por escapar de este vacío es lo que los hace tan violentos. Se habla de «tristeza» y del «plan quinquenal» como si fueran sustancias físicas; el plan de cinco años está «en nosotros mismos» y la tristeza está «dentro del mundo». De joven, Platónov era lo que podríamos llamar un materialista idealista; creía apasionadamente que la ciencia y el socialismo podían transformar el mundo. Esto, por supuesto, también fue la promesa del plan quinquenal de Stalin. Para 1930, sin embargo, Platónov había comprendido que ningún plan puede equilibrar el «dolor dentro del mundo» y que la soberbia arrogante de tales planes, de hecho, solo puede añadir más dolor. La zanja es, entre muchas otras cosas, la reevaluación de Platónov de sus propios sueños juveniles.

«Chiklin vació el lecho sepulcral en una roca eterna y preparó además una plancha especial de granito, en forma de tejadillo, para que el enorme peso del polvo de la tumba no cayera sobre la niña».

Con un lenguaje que nunca cede, Platónov creó un monumento imperecedero para la huérfana Nastia y para la «generación socialista» que ella representa.

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Autor: Platónov. Título: La zanja. Traducción: Marta Sánchez-Nieves. Editorial: Armaenia. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro

La presente edición contiene el texto definitivo del autor traducido por primera vez al español y se completa con el esclarecedor posfacio de los estudiosos de la obra de Platónov, Robert Chandler y Olga Meerson, además de un apéndice con fragmentos de interés suprimidos por el propio autor.

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