En estos tiempos de mensajes instantáneos, titulares escuetos, breves reels y raps ripiosos, donde el pensamiento hondo y el discurso largo se viven ya como un anacronismo y hasta una molestia, se siente aún más la orfandad con cada desaparición de un titán del viejo paradigma cultural. Hans Magnus Enzensberger era uno de ellos, un referente de nuestro tiempo, uno de los grandes de la cultura europea cuando la idea de Europa y del “intelectual” todavía significaban algo. Había nacido en 1929 y ha fallecido en Múnich a los 93 años el pasado jueves. Aún queda espacio para la ceremonia: su editorial, Suhrkamp, comunicó la noticia por expreso deseo de sus familiares. Sus ojos eran de verdad “los ojos del testigo”, los de quienes vieron cómo sus mayores hacían arder la civilización y se afanaron en tomar el relevo para reconstruirla, arrimando el hombro en el grandioso empeño general de una Wiederaufbau. Su obra Europa en ruinas trata de transmitir el gran panorama de la aniquilación al final de la Segunda Guerra. Su propio país, tras la locura nacionalsocialista, lo vivió de veinteañero como un moralische Wüste, un desierto moral. Otra Europa, la de la actual Bruselas y el poder infinitamente tutelado, ocupó más tarde muchas de sus lúcidas páginas. Como Böll, Grass, Siegfred Lenz o Martin Walser fue uno de los pilares de la literatura de posguerra. No puede entenderse la República Federal sin el paso acompasado y vigilante de sus intelectuales. Su compromiso era tan literario como ético. Perteneciente al célebre Grupo del 47, con menos de treinta años ya llamó la atención por su voz de poeta, con su Verteidigung der Wölfe (Defensa de los lobos). Germanista, filósofo, periodista cultural, pero también autor de obras infantiles de gran difusión, cosechó muchos de sus éxitos en el terreno del ensayo de raíz sociológica, pues pensar y analizar su tiempo era para él tan natural como obligatorio. A pesar de la edad, todavía en 2019, curioso e infatigable, publicó un volumen en el que ahondaba en el fenómeno de la inmigración. Era apasionado y rebelde, molesto e impertinente cuando hacía falta. Su época fue también la del mayo del 68 y la de la Revolución en Cuba, país en el que llegó a residir para conocer en qué consistía el experimento comunista. También vivió en Italia, Noruega, México, Estados Unidos o España. Hablaba castellano y le interesaba tanto nuestra historia y nuestra cultura que se ocupó de traducir a algunos de nuestros poetas, entre ellos Lorca. Pese a centrarse en sus escritos en muchos de los grandes temas y problemas de nuestra época, su acercamiento nunca era solemne, pues sus reflexiones se entrecruzaban de ironía y sentido del humor. Enzensberger supo huir del miedo a la libertad que tan bien supo caracterizar en su día Erich Fromm. El ciudadano no podía renunciar a tener los ojos bien abiertos. La democracia y la libertad de conciencia eran para él tan innegociables como en su día lo fueron para los representantes de la gran socialdemocracia alemana cuando aún había mirada y discurso de nivel en la política (Willy Brandt o Helmut Schmidt, por cierto, este último íntimo amigo del gran novelista, ya fallecido, Siegfried Lenz). No sé por qué me ha venido a la cabeza ahora una secuencia de Nani Moretti en su Caro diario donde, a bordo de un ferry por las islas griegas, el protagonista se preguntaba, a propósito de Enzensberger, si la televisión y el futbol eran o no la nada. Hasta tal punto se tenía en esos años aún la conciencia de que las reflexiones de nuestros grandes debían ser faros que nos orientasen o sacudieran del letargo, para aceptarlas o para discutirlas. Pero recuerdo sobre todo una lectura, la de un verano en el que me sumergí en su grueso volumen Hammerstein o el tesón, con el disfrute de dejarme llevar por aquella ambiciosa trama y su gran arquitectura, por el hermoso poder de las ideas y las palabras.
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