Vaya por delante de la opinión la etimología: el mundo árabe dejó una gran cantidad de tesoros en la península ibérica, no sólo artísticos, sino también lingüísticos. “Gilipollas” es uno de ellos: una palabra compuesta por la voz árabe “yahil”, “yihil” o “gihil”, que significa “bobo”, muy empleada por los habitantes de la península; y “pollas” (sin mayor explicación). Al parecer, el popular término fue escrito por primera vez en el año 1882 por el maestro Rodríguez Marín, lexicólogo especializado en Cervantes (gran manejador de insultos), y saltaría al estrellato de la literatura gracias a la novela Misericordia, de Benito Pérez Galdós.
Ahí les dejo algo con lo que asumo todos los riesgos de ser, estar y parecer un imbécil esférico, que diría Martin Prieto. Respiren hondo. ¿Listos? El verdadero progresismo es ser conservador, liberal o, como dicen ahora, devaluando hasta popularizar peligrosamente el término, ser un fascista. Pasear con mi cuate José Luis da para pensar mucho en ello. Somos progresistas porque abjuramos de vuestra colonización del pensamiento ajeno, de vuestra renuncia a convencer para buscar el artero atajo de la imposición fiera con piel de cordero.
Los rabiosamente modernos somos nosotros. No suplicamos comprensión ni indulgencia, precisamente por eso, porque nos hacemos responsables de nuestros errores sin el cansino almíbar de cierto intervencionista magisterio ajeno. Nos criamos en unos tiempos donde en España la Libertad llegó de sopetón, sin manual de instrucciones. Los más descubrimos pronto a domeñar ese derecho, que no existe sin el deber parejo. Los menos se fueron por el desagüe porque confundieron libertad con libertinaje, y cuando al fin cuadramos todo llegaron los aguafiestas para magrear el invento. La clave es un verbo que enhebrado a otro es la aluminosis de la democracia. Nosotros somos, otros obligan a tener que ser. Así, por popular decreto, por rodillo, se nos ordena cómo vivir incluso sin el derecho de equivocarse, que es la clave de bóveda del aprendizaje. Porque es ahí donde reside el rizoma de la estupidez. En la literatura, en el periodismo, en la vida. En todo.
Un ejemplo: lo más terrible, retrógrado y absurdo no es ser machista; lo atroz es que se le hurte el derecho a serlo a alguien cuando bastaba con legislar para que ese alguien obre de palabra, si quiere, pero no de hecho. Otro ejemplo: uno tiene derecho a ser homófobo, pero en ningún caso a ejercerlo actuando como tal; y eso era así ya mucho antes de que se alumbrara esa chorrada del delito de odio. El odio es subjetivo, y antes de que vinieran a salvarnos de nosotros mismos ya nuestro código penal se encargaba de controlar el tráfico activo de los malos pensamientos, evitando que esos, los empíricamente malos, pasaran del dicho a los injustificables hechos.
Ni todos deben ser iguales ni hay que imponer, como pretenden, a ambos extremos, un pensamiento único que nos oprima hasta la asfixia. No hay evolución sin error, sin la enseñanza de la prueba y la demostración. Pero ahora no; ahora se trata de hacernos retroceder a todos, tejiendo un relato tramposo en el que lo ya superado —franquismo, homofobia, machismo, racismo o cualquier otro ismo perverso— se resucita no para combatirlo sino para utilizarlo como anverso con el que justificar la poda real y efectiva de derechos. Esa es la regresión que ha traído el viaje tan peligroso de un país arrojado a los extremos, desalojado de la casa común del entendimiento, la okupación del diálogo, caído ante el empuje del cainita duelo. Los hunos y los otros denostando el gris como si fueran luz, cuando en realidad sólo dejan negro. La Constitución vandalizada. Sois gilipollas y tenéis derecho a serlo, por supuesto. Otra cosa es actuar materializando ese derecho.
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