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Una mentira repetida mil veces - Zenda
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Una mentira repetida mil veces

Hay episodios de la Historia que sabemos que sucedieron así porque así nos lo contaron y así los archivamos en la carpeta de hechos irrefutables. Asumimos que si viene escrito en los libros tiene que ser cierto, haciendo buena la frase atribuida a Göbbels: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Que cinco siglos...

Hay episodios de la Historia que sabemos que sucedieron así porque así nos lo contaron y así los archivamos en la carpeta de hechos irrefutables. Asumimos que si viene escrito en los libros tiene que ser cierto, haciendo buena la frase atribuida a Göbbels: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.
Que cinco siglos después del descubrimiento de América —o de la conquista, como dicen por acá—, sigamos creyendo que el hito fue comandado por un genovés llamado Cristobal Colón, es uno de estos casos.
Ahí es nada.
De abrirnos los ojos se encargó un visitante inesperado, Amaro Ferreiro, que, rompiendo con su intrigante discreción, se sumó al fragor de una conversación que manteníamos sobre el navegante.
Amaro Ferreiro

Amaro Ferreiro

Sucedió así:
–Ese al que llamáis Cristobal Colón era paisano mío, de Poio, para más señas, muy cerca de Pontevedra —intervino el aludido.
–Y ese que estás tomando es el último vino que te sirvo —dije yo, escéptico.
El compositor compuso un gesto que sonaba a afrenta, e inmediatamente tomó posiciones en la barra.
Pedro Álvarez de Sotomayor, se llamaba el tipo, y no lo digo yo, lo dicen cientos de historiadores que han investigado sobre el asunto. Para empezar por algún sitio, os diré que en esa época el único lugar documentado donde aparece el apellido Colón es en Pontevedra. Colón; ni Colombo, ni Colonne, ni Colom, ni ninguno de los apellidos que han aparecido por ahí y que otros han querido relacionar con el del descubridor. Colón era el apellido materno de Don Pedro Álvarez de Sotomayor, conde de Camiña, apellido que perdió en el momento en el que fue reconocido por su padre como hijo legítimo. En la época lo llamaban popularmente Pedro “Madruga” porque al pájaro le gustaba atacar de madrugada para pillar desprevenidos a sus enemigos.
A esas alturas, Amaro ya se había ganado la atención de unos cuantos habituales de la cantina.
–Existen varias pruebas caligráficas y estudios grafológicos analizados por expertos que afirman sin género de dudas que los documentos comparados, firmados por Cristobal Colón y por Pedro Madruga, están redactados por la misma persona. De hecho, la extraña rúbrica que utiliza el Almirante está compuesta por varias iniciales que se corresponden exactamente con el árbol genealógico de la familia Sotomayor. Por sí mismos, estos argumentos ya deberían bastar, pero resulta que hay más, mucho más. Como el estudio comparativo de ADN que logró realizar un profesor de la Universidad de Illinois, descendiente de los Sotomayor de Puerto Rico, cuyo resultado arrojó una coincidencia del noventa y tres por ciento con el código genético de Cristóbal Colón. O el hecho de que el Almirante utilizara los topónimos que se localizan en las Rias Baixas para bautizar los lugares que fue descubriendo. Más de cien, concretamente. Extraño para tratarse supuestamente de un genovés, ¿no?
Los presentes nos miramos ciertamente extrañados.
–Estamos ante la primera gran conspiración de la Historia —certificó.
–Ahí te has pasado, compañero —intervine yo.
–Muy bien. Yo os cuento cómo sucedió y vosotros juzgáis.
Amaro se aclaró la garganta.
–En primer lugar, habría que decir que en la Baja Edad Media resultaría imposible que un desconocido comerciante, genovés o no, fuera recibido personalmente por algún monarca. Sin embargo, sí está debidamente documentado que Don Pedro Álvarez de Sotomayor, valiéndose de su condición de noble y como cabeza de la familia más poderosa de Galicia, pidió audiencia a los Reyes Católicos para reclamar la devolución de las posesiones, tierras y bienes que les habían sido arrebatadas como castigo por haber apoyado al bando de Juana La Beltraneja durante la Guerra de Sucesión. A cambio, el noble les ofreció compartir con la Corona de Castilla los secretos de la navegación portuguesa. Y en este punto hago constar que está confirmado que Pedro Madruga había trabajado veintitrés años como corsario al servicio de los portugueses. Casualmente, los mismos años de experiencia nunca comprobada que esgrime Cristóbal Colón cuando llega a la corte. Aquí la primera de las muchas casualidades que luego detallaré.
Capitulaciones de Santa Fe

Capitulaciones de Santa Fe

Aproveché el receso para abrir un Ribera y rellenar las copas del narrador y los escuchantes.
–Los Reyes Católicos, atraídos por la oferta de Pedro Madruga, accedieron a aceptar los servicios del curtido marino, pero condicionaron el acuerdo a que cambiara de identidad. ¿Por qué?
Nadie contestó.
–Para evitar futuros problemas con los nobles que sí les habían sido fieles.
–Lógico –apuntaló alguien.
–Sin embargo, como buen gallego que era, se las ingenió para cumplir con el requisito, pero no del todo. Así, resolvió recuperar el apellido de su madre: Constanza Gonçalvez de Colón, dato que se desconocía en la corte castellana. El cambio de nombre quedó debidamente reflejado en el registro de visitas de los monarcas ya que, el mismo día que los libros de historia dicen que tuvo lugar la primera audiencia entre Cristóbal Colón e Isabel la Católica aparece anotado el nombre de Pedro Madruga, no el de Colón. Inmediatamente después, cosas del destino, Pedro Álvarez de Sotomayor, conde de Camiña, desaparece de la faz de la tierra y surge por primera vez el nombre de Cristóbal Colón. Antes de ese día se cuentan decenas de documentos del propio Pedro Madruga o que citan a Pedro Madruga; a partir de ese día, ninguno. No queda constancia escrita de su fallecimiento, ni de su testamento. Ni siquiera sus herederos reclamaron sus bienes, lo cual, tratándose de un noble, resulta difícil de creer. Muy en cambio, sobre Cristóbal Colón no hay testimonio escrito de su nacimiento, pero sí de su muerte y primer entierro. ¿Dónde?
–En Valladolid, capital del universo conocido —añadí yo haciendo alarde de orígenes.
–Muy bien, ya veo que la EGB la aprobaste, pero…, ¿concretamente dónde?
–Ahí me pillas.
–En la misma iglesia en la que estaba y está enterrado el padre de Pedro Madruga, propiedad de una familia emparentada con los Sotomayor y que resultó ser una de las que ayudó a financiar el proyecto colombino. ¿Otra casualidad?
Amaro Ferreiro hizo un alto para mojarse el gaznate.
–Recapitulamos: Pedro Madruga accede a perder su identidad a cambio de que Isabel y Fernando firmen un contrato leonino donde se le reconocieran una serie de derechos en el caso de que la empresa tuviera éxito, un condicionante que se dio forma en el documento conocido como las Capitulaciones de Santa Fe.
–El caso Bourne del medievo —bromeé.
–Más o menos, pero con alguna filtración, como la que cometió Lucio Marineo Sículo, cronista de los Reyes Católicos, que cometió el error de escribir en varias ocasiones el nombre de Pedro Colón para referirse al descubridor de las Américas. ¿A qué se debe esto?
–A que conocía su verdadera identidad.
–¡Exacto! Igual que lo conocía el bufón de la corte cuya licencia humorística le permitía hacer chistes sobre el asombroso parecido físico entre Pedro Madruga y Cristóbal Colón.
–En una peli, los servicios secretos se hubieran cepillado a esos dos al día siguiente —apunté.
–Sí, pero la Inquisición estaba ocupada en otros menesteres. Y para finalizar, la concatenación desmesurada de casualidades. A ver si me acuerdo de todas. Uno: la nave capitana que gobernaba Colón era la Santa María, una nao botada originariamente como la Gallega. Dos: la orden del Almirante durante el primer viaje de engalanar las naves y conceder como único día festivo a la tripulación el 18 de diciembre de 1492, día en el que se conmemora la Virgen de la O, patrona de Pontevedra. Tres: que Cristóbal Colón aplicara exactamente los mismos brutales castigos en Las Indias que Pedro Madruga administraba en Galicia como buen señor feudal que era. Cuatro: que el gobernador que nombra Cristóbal Colón para Puerto Rico fuera un hijo de Pedro Madruga. Cinco: que el genovés y el gallego tuvieran exactamente los mismos amigos y enemigos. Seis: la elección de Baiona, en Pontevedra, como puerto de llegada de la Pinta para traer a la corte las buenas nuevas del descubrimiento. Siete: que Colón escribiera utilizando construcciones propias del portugués, muy similar al gallego de la época no al dialecto genovés. Ocho: que Pedro Madruga y Cristóbal Colón tuvieran diez hijos y que coincidan los tres nombres que se conocen de ellos: Diego, Cristóbal y Hernando. Nueve: que el cronista del primer viaje recogiera que Martín Alonso Pinzón decía que el estilo de navegación del genovés era propio de los marinos gallegos. Y diez, y esta es para nota: ¿sabéis qué nombres puso a los dos primeros indígenas americanos bautizados en España y apadrinados por Colón?
–Sorpréndenos.
–Pedro y Cristóbal. Una forma muy sutil de dejar constancia del engaño, ¿no os parece?
–Verdaderamente. Pero…, siendo todo esto cierto, ¿por qué razón todavía hoy se admite que Colón era genovés?
–quise saber yo.
–Porque existe un documento en el que Colón dice que era genovés. Documento que, de ser verídico, podría explicarse dentro de la estrategia de engaño urdida por Pedro Madruga y los Reyes Católicos, sin embargo, resulta que se ha averiguado que no es original. Es una copia posterior a la muerte del Almirante.
–¿Y ya? ¿No hay más razones?
–Ninguna que pueda probarse.
–Entonces, esta claro que los italianos saben defender sus méritos mejor que los españoles –dijo alguien.
–Sus méritos y los ajenos —repuso Amaro.
–Cierto, también dicen que su aceite es mejor que el nuestro y la única diferencia que existe es que nosotros lo vendemos en botellas de lejía y ellos en atractivas botellas de vidrio.
–Será eso, que sabemos vender lo nuestro —concluyó.
Finalmente, los presentes nos conjuramos para defender y difundir el origen gallego del navegante con la esperanza de conseguir que una verdad contada mil veces contrarreste a una mentira asumida como verdad.
Le invitamos a sumarse a nuestra conjura.
¡Un brindis por la verdad!
brindis
 
Artículo publicado en El Norte de Castilla 3 de abril de 2016
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César Pérez Gellida

César Pérez Gellida nació en Valladolid en 1974. Es Licenciado en geografía e historia y máster en dirección comercial y marketing. Ha desarrollado su carrera profesional en distintos puestos de dirección comercial, marketing y comunicación en empresas vinculadas con el mundo de las telecomunicaciones y la industria audiovisual hasta que, en 2011, decidió dedicarse en exclusiva a su carrera de escritor. Irrumpió con fuerza en el mundo editorial con Memento mori, en 2012. Constituía la primera parte de la trilogía «Versos, canciones y trocitos de carne», que continuó con Dies irae y se cerró con Consummatum est. Desde entonces ha publicado las novelas Khimera, Sarna con gusto y Cuchillo de palo. Actualmente sigue escribiendo y colabora como columnista en El Norte de Castilla. @cpgellida

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