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Una larga noche, de Andrea Pitzer - Zenda
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Una larga noche, de Andrea Pitzer

La Esfera de los Libros ha publicado en España Una larga noche, una historia original, apasionante y profundamente conmovedora sobre una de las grandes tragedias contemporáneas, los campos de concentración, escrita por la periodista estadounidense Andrea Pitzer. Zenda publica las primeras páginas de este estremecedor trabajo, basado en documentos, registros, archivos y entrevistas realizadas por todo...

La Esfera de los Libros ha publicado en España Una larga noche, una historia original, apasionante y profundamente conmovedora sobre una de las grandes tragedias contemporáneas, los campos de concentración, escrita por la periodista estadounidense Andrea Pitzer. Zenda publica las primeras páginas de este estremecedor trabajo, basado en documentos, registros, archivos y entrevistas realizadas por todo el mundo.

 

Introducción

NAVEGANDO HACIA GUANTÁNAMO

Un ferry de dos pisos transporta a los visitantes hasta la parte de barlovento de la Base Naval de la Bahía de Guantánamo y los deja a los pies de una colina, a escasa distancia del llamado Camp Justice. Hay unas cuantas instalaciones destinadas a albergar detenidos; son actuales y antiguas, con nombres como Camp Echo o Camp Delta, y se agrupan cerca del extremo suroriental de la base, resguardadas tras unas verjas de tela metálica coronadas con rizos de alambre de espino. Esas instalaciones aún están operativas, y acogen a un pequeño número de detenidos que esperan la resolución de sus casos, aparte de otros que jamás verán evaluados sus casos en Camp Justice.

El ferry atraca junto a un pequeño aparcamiento en Fisherman’s Point, pero el pavimento puro y duro del lugar no refleja su azarosa historia: en 1898, los soldados de Estados Unidos desembarcaron en este mismo lugar durante la guerra hispano-americana; pusieron pie a tierra en la mañana del 10 de junio, abriendo fuego contra una población costera y apoderándose antes del mediodía de la guarnición que la custodiaba. La colina se convirtió en un campamento militar, luego en una base permanente y las fuerzas estadounidenses ya nunca lo abandonaron.

Una placa de bronce encastrada en un hito de piedras blancas junto a la orilla conmemora una invasión bastante anterior. Durante el segundo viaje de Cristóbal Colón a las Indias, en 1494, el almirante visitó Fisherman’s Point también, después de reclamar la isla de Cuba para el Reino de España. La placa dice que Colón y sus hombres llegaron allí buscando oro, pero «no encontrando lo que pretendían, se fueron al día siguiente».

Durante más de cuatrocientos años tras la expedición de Colón, Cuba siguió siendo colonia española. Pero en la última década del siglo xix, España creó los primeros campos de concentración del mundo en esa isla. Semejante decisión desató masacres sin cuento que, al final, acabaron con la pérdida de la colonia y con los soldados americanos desembarcando en el mismo punto en el que Colón había estado buscando oro siglos atrás.

* * *

Hasta hace solo unos años, jamás se me había pasado por la imaginación viajar a Guantánamo. Mi interés se reducía a escribir una historia de los campos de concentración. El campo de detención de Guantánamo, típico del siglo xxi, podría resultar perturbador, pero no se me había ocurrido pensar en esas instalaciones como en un campo de concentración. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba investigando las detenciones masivas y los arrestos indiscriminados a lo largo de la historia, más se revelaba la espantosa identidad y realidad de Guantánamo.

No se me pasó por la cabeza pensar que pudiera escribir sobre ese lugar sin haber estado allí. Y por eso, en 2015 hice dos visitas a Guantánamo. La primera me proporcionó la posibilidad de asistir a vistas preliminares contra cinco acusados por los acontecimientos del 11 de septiembre, de los cuales hablaré en el último capítulo de este libro. Dado que yo no tenía la obligación de entregar mi trabajo en una fecha concreta, como otros periodistas que viajaban conmigo, opté por ocupar el lugar del artista invisible que dibuja bocetos del juicio y absorber —tanto como me fuera posible— lo que ocurría en aquella especie de tribunal que iba a los casos de los prisioneros en la «guerra contra el terror». Había llegado a aquel lugar quince años después de los atentados del 11-S, y tenía que ponerme al día.

Mi segundo viaje me permitió acceder a los campos de detención, o, al menos, a las instalaciones que me dejaron ver. En ambos casos, poner el pie en Guantánamo era como entrar en otro mundo. Resultaba abrumador comprobar que había miles de personas empleadas y decenas de edificios destinados a mantener en marcha la maquinaria de la detención: en aquel momento, el centro ya solo albergaba a un pequeño grupo de prisioneros, poco más de un centenar. Lo que más me perturbaba a mí —la legitimidad o no de mantener a sospechosos sin juicio durante más de una década— no era en absoluto ninguna preocupación acuciante para los soldados y marinos que estaban allí, ocupados, haciendo su trabajo. Las grandes cuestiones se habían decidido ya en otra parte. Los detenidos estaban allí y allí se quedarían hasta nueva orden.

Después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, la decisión estadounidense de utilizar Guantánamo como un emplazamiento perfecto para las detenciones extrajudiciales se había saludado en los círculos internacionales con la misma consternación que suscitó el proceso español de «reconcentración» (detención masiva de civiles) en 1896. En términos generales, los campos de detención americanos del siglo XIX en Guantánamo son hijos de los campos españoles del siglo XIX. Pero han transcurrido muchas décadas entre unos y otros, y cada nueva instalación de barracones y celdas de castigo arrastra elementos clásicos de los viejos campos al tiempo que evoluciona con características nuevas.

La historia de los campos de concentración parte de Cuba, se disemina como ondas concéntricas por el mundo y regresa luego a la isla: sus ecos alcanzan a los seis continentes y casi a todos los países del mundo. Los campos de concentración han estado presentes continuamente en uno u otro lugar del globo durante más de un siglo. Los barracones y el alambre de espino siguen siendo sus símbolos más conocidos, pero un campo de concentración se define más ajustadamente por sus detenidos que por cualquier otra característica física. Un campo de concentración existe allí donde un gobierno quiere mantener a ciertos grupos de civiles fuera de los procesos legales normalizados, a veces para segregar a personas que se consideran extranjeras o marginales y en otras ocasiones para castigarlos.

Si las prisiones están concebidas para albergar a sospechosos acusados de crímenes tras un juicio, un campo de concentración alberga a aquellos que, en la mayoría de los caso, no se han sometido a un juicio justo en absoluto. La palabra «detenido» es el término más específico que se puede aplicar a la persona retenida de este modo, pero para lo que nos interesa en este libro, también pueden ser considerados prisioneros, presos o cautivos. A veces, como ocurre en Guantánamo, la definición de las categorías de los detenidos se vincula a determinadas consideraciones legales. Llamarlos «prisioneros» podría implicar la necesidad de garantizarles los derechos obligados a los prisioneros de guerra según la Convención de Ginebra, así que los mandos del campo suelen llamarlos simplemente «detenidos».

Los campos de concentración albergan a civiles más que a combatientes, aunque en bastantes casos, desde la Primera Guerra Mundial a Guantánamo, los administradores de los campos no siempre han hecho el esfuerzo de distinguir entre unos y otros. Los detenidos se han visto en esos lugares esencialmente por razones raciales, culturales, religiosas o políticas, y no tanto por delitos tradicionalmente perseguidos por la ley, aunque algunos estados han remediado este defecto legislando de tal manera que la mera existencia de la disidencia fuera prácticamente imposible. Esto no significa que todos los detenidos sean inocentes de acciones criminales contra un gobierno en un sistema dado; más bien, significa que tanto los inocentes como los culpables son encerrados sin ninguna distinción ni consideración.

Los campos de concentración se instauran por decisiones políticas estatales, o menos frecuentemente, los organizan gobiernos provisionales durante un conflicto o guerra civil. Representan el ejercicio del poder estatal contra los ciudadanos, individuos particulares u otros sobre los cuales el gobierno tiene algún grado de responsabilidad. Al contrario que en las prisiones, los campos de concentración a menudo albergan a prisioneros sin una fecha de liberación prevista. Y cuando se ofrece esa fecha, se ha decidido arbitrariamente y se puede modificar sin previo aviso.

En algunos —pocos— sistemas de campos, la detención se ha establecido como una medida protectora, supuestamente para proteger a un grupo de la ira popular, y en alguna ocasión realmente han sido lugares en los que los detenidos han estado protegidos. Pero lo más habitual es que la detención se considere como una medida preventiva, para mantener a un grupo sospechoso a buen recaudo con el fin de evitar que cometa posibles «crímenes.» Muy rara vez los gobiernos han admitido públicamente que han utilizado los campos de concentración como castigo; sobre todo, los han presentado como parte de una misión civilizadora para mejorar el nivel de ideologías, culturas y razas supuestamente inferiores.

Si la detención masiva de civiles sin juicio es la característica definitoria de un campo de concentración, entonces resulta factible estudiar la gran variedad de campos, muchos de los cuales tienen historias interrelacionadas a lo largo del tiempo. En los campos de internamiento la gente permanece detenida por un período de tiempo fijado o indeterminado, habitualmente tras una crisis. Los campos de tránsito generalmente sirven para deportar a gente a otro campo o a otra región. Los campos de trabajo exigen que los detenidos trabajen obligadamente, habitualmente para el estado. Y los detenidos en los campos de exterminio están completamente aislados, sin alimentación adecuada y simplemente son asesinados.

La filósofa política Hannah Arendt describía los campos de concentración dividiéndolos en Purgatorio, Hades e Infierno, en una transición que iba desde los campos de internamiento a los campos de trabajo del gulag y las fábricas de la muerte nazis. Pero casi todos los campos de concentración comparten una característica: sacan a la gente de una zona para concentrarla en otra distinta. Puede parecer un concepto simple, pero ambos elementos son claros e importantes. Los campos precisan, por una parte, movilizar a la población y sacarla de una sociedad privándola de todos sus derechos, de sus relaciones, de sus vínculos con la humanidad. Después, esta exclusión se ve acompañada por una asignación a un destino peor o a unas condiciones peores, y generalmente una detención con otros indeseables bajo vigilancia armada. De estos mundos paralelos, Arendt escribe: «Los tres tipos tienen una cosa en común: las masas humanas que se ven aisladas en esos lugares son tratadas como si ya no existieran, como si lo que les ocurriera ya no le importara a nadie, como si ya estuvieran muertos y algún espíritu maléfico y loco se estuviera divirtiendo manteniéndolos durante un tiempo entre la vida y la muerte».

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Autor: Andrea Pitzer. Título: Una larga noche. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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