La España actual y la España de los próximos años conviven en Cartas a una reina, un libro colectivo que reúne las misivas que 35 autores, de diversos ámbitos y sensibilidades (tanto monárquicos como republicanos y nacionalistas), han escrito a la princesa Leonor. Esta obra de Zenda, patrocinada por Iberdrola, es una edición no venal que se puede descargar de forma gratuita en esta página.
A continuación reproducimos la carta escrita por Andrés Trapiello, que lleva por título «Una carta (a la princesa doña Leonor)».
*****
Señora:
Le conté que trataba de escribir una carta a una princesa, pero que no sabía muy bien cómo dirigirme a ella. Y más siendo tan joven. «¿Y qué edad tiene?», quiso saber. «Dieciocho». «Ah, pues ya es muy mayor», dictaminó. Entonces le pregunté: «¿De tú, de usted o de vos, en segunda persona o en tercera, como señora, como alteza o como princesa? ¿Cómo le digo? ¿Tú qué crees, Manuela?». Naturalmente, como ya tiene sentido común, la niña no entendió de qué le hablaba, y pasó directa a lo importante: «¿Y qué le vas a escribir?».
Esa parte, le dije, es más sencilla. Le expliqué que una princesa es y no es como el resto de las chicas. Tampoco lo entendió, pero lo dio por bueno, y esperó mi aclaración.
Desde que nace, le dije, a una princesa la tratan todos de otro modo, y ella se da cuenta también de que no acaba de ser como sus amigas. Que tiene que estar con desconocidos a menudo muy raros y de toda condición, hombres y mujeres, ricos y pobres, políticos y deportistas, aristócratas que no lo parecen y plebeyos que no lo son, gentes divertidas y aburridas, en condiciones felices y desgraciadas.
«Una princesa advierte desde que tiene uso de razón que sus amigas y amigos son más libres que ella», seguí diciéndole, «entran y salen, van y vienen donde quieren y cuando quieren, y pueden hacer cosas que ella no siempre podrá hacer: pasear sola por la calle, por ejemplo, estar en un bar sin que todos la miren o le pidan un selfi, y tener que ser simpática, aunque ese día no le apetezca hablar con nadie». Y también que deberá estudiar y trabajar muy duro, seguramente más que ninguno de los chicos y chicas que conoce, para poder tratar a personas que no siempre querrán ser amigas suyas, incluso que presumirán de ser sus enemigos. «Pues vaya rollo», saltó la muy sensata Manuelilla. «Desde luego», concedí. Y ese es el misterio de la vida: que una muchacha tan inteligente y guapa haya decidido diezmar su juventud para llevar adelante su destino sin perder la alegría, y más en un país como este nuestro.
«Porque», añadí, «este no es país fácil ni generoso. Cierto: ninguno lo es. Pero sobre pocos flota el siniestro fantasma de la división, pocos habrá donde unos cuantos quieran acabar con la igualdad y la libertad de todos». «¿Y eso qué es?», me preguntó la niña. «Que un par de niños quieran quedarse con los juguetes de todos», le respondí. Me replicó, indignadísima, en plan don Quijote, que eso no podía ser de ninguna manera. «Y no será», la tranquilicé.
«Para eso», añadí, «hay unas reglas del juego y un reglamento. A ese reglamento se le dice Constitución. Lo han hecho entre todos los niños de la clase», seguí explicando, y ahí es donde la princesa va a tener un gran papel. Como un árbitro, diríamos. Como su padre ahora. «¿El rey es su padre?». «Sí. Y ha tenido mucha suerte con él». En realidad la suerte la hemos tenido todos, porque mientras él esté arbitrando, las posibilidades de que nos hagan trampas serán menos. Cuando él se jubile, como yo me he jubilado», le dije… «Bueno, el nono se ha jubilado muy poco», corregí; «en esto les pasa a los escritores como a los reyes: con suerte siguen trabajando incluso después de muertos…». «¿Tú te vas a morir, nono?». «Yo de momento no tenía pensado. Como te iba diciendo, cuando su padre se jubile, ella seguirá al pie de cañón o, como suele decirse, guardando el fuerte. Y eso en contra de los que desean que nunca llegue a ser la reina cuando tú seas mayor, los agoreros».
«¿Qué son los agoreros?». «Los aguafiestas. Los que no reconocen que estamos bien y sueñan con que estemos peor, para estar mejor solo ellos». «Ah, vale. ¿Y quién va a querer hacernos trampas?», volvió a la carga Manuelilla. Ya se sabe que los niños suelen aplicar el sentido común de una manera abusiva, por falta de experiencia. «¿Trampas? Pues los tramposos y los agoreros», le respondí sin meterme en más honduras.
Lo importante es que esa muchacha haya decidido sacrificar su vida haciendo ese papel, encarnadas en ella, como lo están en su padre, la unidad, igualdad y libertad de todos. Tal como lo hemos conocido hasta hoy en el periodo más próspero y pacífico de nuestra historia. Que sepa que a su lado tendrá a millones de personas de toda condición, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, ricos y pobres, políticos y deportistas, divertidos y aburridos, en momentos felices y desgraciados, que estaremos a su lado alentándola, si está desalentada, y ayudándola en esa tarea ilusionante del bien común, si nos lo pide.
Yo vi que a Manuela esta última parte le aburría, y antes de salir a escape no sé adónde, me soltó: «Pues que se te dé bien, nono».
Se refería, claro, a esta carta.
No sé por dónde empezar.
Señora:
…
¿O mejor alteza, o princesa?… ¿Y de tú, de usted o de vos, en segunda persona o en tercera?
*****
Cartas a una reina es la octava colaboración entre nuestra web literaria e Iberdrola, después del gran recibimiento de los anteriores volúmenes: Bajo dos banderas (2018), Hombres (y algunas mujeres) (2019), Heroínas (2020), 2030 (2021), Historias del camino (2022), Europa, ¿otoño o primavera? (2023) y Las luces de la memoria (2023).
—————————————
Descargar libro Cartas a una reina en PDF / Cartas a una reina en EPUB / Cartas a una reina en MOBI / Cartas a una reina en KPF
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: