A las puertas de celebrar, en abril de 2023, el 40 aniversario del Oscar a la película Volver a empezar, Hatari! Books se adelanta con este libro pionero sobre la obra filmográfica del director español. Una vida de repuesto: El cine de José Luis Garci es un estudio cohesivo y sentimental de la filmografía del director de cine José Luis Garci. Durante catorce años el autor, Andrés Moret Urdampilleta, ha tenido acceso al mítico director de cine, primero como socio de la editorial Hatari! Books y luego como amigo.
Zenda ofrece la introducción a esta obra.
Una noche de primavera madrileña, mis padres se iban al cine a ver una película: «Es de Garci», dijo mi madre. «¿El del fútbol?», respondí. Decliné la oferta de acompañarlos porque, seamos serios, ¿qué hacía un comentarista de fútbol haciendo películas? Volvieron tarde y yo ya me preparaba para escuchar a De la Morena. «Menudo peliculón te has perdido», apuntó mi madre, que había entrado en mi cuarto a darme las buenas noches.
Los de mi generación veníamos de una infancia en la que la televisión se limitaba a dos canales: Televisión Española (TVE) y la «segunda cadena» (TVE2, más tarde La2). Nos habíamos criado con Mayra Gómez-Kemp en el Un, Dos, Tres, la Bruja Avería en La Bola de Cristal y con los muy educativos Érase una vez la vida… y Érase una vez el hombre… Éramos pues, lo que se dice, unos infelices. La irrupción en nuestras televisiones de tubo de las cadenas autonómicas en 1989 y de las privadas (Telecinco y Antena 3) en 1990 supuso una sobrecarga de información y contenidos. El caso es que, para el curso de la temporada 93/94 —porque los años los contábamos por las temporadas de fútbol—, las cadenas privadas estaban afianzadas y el nombre de José Luis Garci se había hecho común en las pantallas; era un hombre de los medios, una mezcla de Santiago Segura y Rodrigo Cortés, hoy en día. Había realizado durante años un programa en Antena 3 de Radio, presentando un programa de televisión llamado Las claves de Twin Peaks; participaba de invitado en concursos de televisión y llevaba ya dos años de tertuliano en Estudio Estadio junto con Alfredo Di Stéfano y Manuel Alcántara, en un intento por parte de TVE de reactivar la audiencia del programa ante el envite de la oferta futbolística que ofrecían las nuevas cadenas. Según me habían dicho mis amigos aficionados, Garci también había sido comentarista de boxeo, pero ahí nunca coincidimos. Bueno, y había escrito las crónicas para el ABC del Mundial de Italia de 1990 y la Eurocopa de Suecia de 1992, e incluso participó como firma invitada en la Enciclopedia Universal del Fútbol, unos fascículos de kiosco de cadencia semanal en los cuales se me iba parte de la «paga». Así que se puede decir que Garci y yo nos «encontramos» gracias al fútbol.
¿Garci y cine? Esa asimilación mental que produjo la invitación de mis padres de ir a ver su película me duró lo que tardó en llegar el Mundial de 1994, que se celebraba en Estados Unidos. Esta vez Garci no solo escribiría las crónicas para ABC, sino que además sería el comentarista para TVE de los partidos de España junto con Míchel y José Ángel de la Casa.
En mi casa el Canal+ era indispensable, el vecindario se juntaba para ver los partidos del Plus todos los domingos. Ese era el uso principal que le dábamos, pero acabó siendo casi secundario cuando mi primo Álvaro (varios años más joven que yo) empezó a desarrollar un interés inaudito —para alguien de su edad— por el cine. Ese interés se tradujo en una tarea para mí: tenía que grabarle los clásicos que se iban emitiendo en Canal+, primero, y en Canal Satélite Digital, después. Cajas de VHS recorrían el camino Madrid–Bilbao. En este proceso de pirateo educacional, empecé a desarrollar un interés por el cine, que alcanzaba rincones a los que nunca el fútbol había llegado. Cuando hice notar a mi primo este interés, me recomendó el programa de televisión ¡Qué grande es el cine!, que presentaba Garci en La 2.
Fue a principios del 95 cuando Garci, junto a un grupo de amigos (que además eran profesionales de reconocido prestigio en el mundo del cine), se presentó en las pantallas de televisión con un programa-tertulia en el que se exhibía una película —grandes clásicos que no había que perderse— y, tras su emisión, la analizaban de manera distendida entre el humo de unos cigarrillos. Fue uno de los elementos culturales más importantes de este país en lo que a educación cinematográfica se refiere. Como he dicho, no lo agarré desde el principio, pero desde el primer programa que vi me di cuenta de que aquella tertulia era incluso mejor que Estudio Estadio. Ninguna aparición de Garci como comentarista deportivo iba ya a hacerme olvidar lo que verdaderamente era: el revelador de un tesoro de valor incalculable. Ya no me perdería ninguno, y si el programa se alargaba mucho, o si no estaba en casa, lo grababa. Mejor dicho, le encargaba a mi «equipo de colaboradores» —como definía mi madre a mi hermano, mi padre y a ella misma— que lo pusieran a grabar.
Mi interés por la manera de hablar, por los temas elegidos e incluso por los gustos de Garci fue en aumento. Me identificaba casi al cien por cien. Si ya me sentía representado por su opinión en ¡Qué grande es el cine!, a través de las crónicas de los Mundiales —hizo también las de 1998 y 2002— y las Eurocopas —1996, 2000 y 2004—, Estudio Estadio o el nuevo programa de radio que tenía en la COPE (ahora en esRadio), llamado Cowboys de medianoche —en el que, a veces, se habla de Cine—, el descubrimiento de sus películas forjó en mi cabeza el mito. Ese primer contacto se dio en blanco y negro, los colores a los que me había acostumbrado desde que empecé a devorar esas películas grabadas en VHS que viajaban en una suerte de estraperlo. Y entonces llegó You’re the one (2000). Lo tenía todo: personajes, diálogos, fotografía, música, un imaginario compartido, y, sobre todo, un mensaje que elevaba el valor de la condición humana. A través de estos elementos, Garci me provocó un nudo en la garganta que deshacía al final para dejarte en un estado puro, de emoción superior, que es en sí mismo el cine. Era un sentimiento que había experimentado en pocas ocasiones: Cinema Paradiso de Tornatore, Los puentes de Madison de Eastwood o Qué bello es vivir de Capra. En una época en la que la opinión pública, por diversos motivos, se posicionaba en contra del cine español, resulta que había un director español, haciendo cine español, que me hablaba directamente a mí y con el que me identificaba. Esto provocó un interés mayor todavía en seguir descubriéndole. Mientras esperaba la llegada de su siguiente película, me dediqué bucear en videoclubs en busca de su filmografía: El Abuelo vino primero, y me di golpes en el pecho por no haber ido a verla en pantalla grande. Después, aquella de las monjitas que no fui a ver con mis padres, Canción de cuna. Y acto seguido Asignatura pendiente, que aun siendo una película estrenada en el año en que nací, me hablaba de manera tan directa como si la hubiera realizado un director de mi quinta. Conseguí ir viendo el resto de sus películas anteriores, con bastante dificultad; no parecía que hubiera interés en distribuirlas. Estábamos ya en 2002 y había llegado una nueva película de Garci: Historia de un beso. El día que se estrenaba, yo creo que estaba asombrosamente nervioso; arrastré a mi prima Elena al cine conmigo. Seguía enganchándome como antes: me hizo con Historia de un beso lo mismo que con You’re the one. Tras este último estreno, conseguí ver Volver a empezar, Las verdes praderas y ese descubrimiento que fueron El crack y, en particular, El crack dos.
En paralelo al tránsito de VHS entre mi primo y yo, poco a poco se fueron añadiendo libros de cine: monografías de Cronenberg, Tourneur, la Hammer, etcétera. Lista en mano, me iba de ronda por las librerías del Madrid antiguo con obligada parada en la librería de cine Ocho y medio. Era una fuente inagotable y nunca me fallaban; compraba ejemplares nuevos y atrasados de la revista Nickel Odeon de la que el propio Garci era editor, y ya me había hecho con todos los libros de artículos de cine que habían sido publicados bajo la misma editorial. En una de esas visitas me di cuenta de que compraba libros sobre multitud de directores, pero no había comprado ninguno de mi ya director favorito. Me dirigí al mostrador para preguntar por algún libro «sobre Garci». Al indicarme la balda donde estaban los libros escritos «por Garci» el dependiente pensaba que había dado en el clavo, pero yo le insistí en que no quería los que él había escrito, que esos ya los tenía, que quería los que se habían escrito sobre él. Con un «no hay» se deshizo de mí. Las relaciones públicas no eran el fuerte del tipo. No quise aceptar la respuesta; pensé que se les habrían agotado y volví varias veces, y tantas veces pregunté, obtuve la misma respuesta.
La tecnología avanzaba sin darnos tiempo a asumir los nuevos inventos, internet cada vez se hacía más útil, pero le seguía encontrando limitaciones: no hallaba los libros sobre Garci por ningún lado. Vinieron sus películas Tiovivo c. 1950, Ninette y Luz de domingo, y seguía sin encontrarlos. Un día, Eduardo Torres-Dulce me confirmó lo que yo pensaba que era un error: nadie había escrito un libro sobre el cine de José Luis Garci. Me quedé perplejo. No podía entender cómo podía ser que nadie escribiese del cine de un director que no solo era el primer Óscar español, sino también en lengua española. Había libros sobre todos los directores españoles que uno puede imaginarse: desde Carlos Saura a Luis García Berlanga, pasando por Pedro Almodóvar, Vicente Aranda, Manuel Gutiérrez Aragón hasta los más nuevos, como De la Iglesia o Amenábar. Sobre cualquier director se había publicado un libro, salvo sobre Garci.
Una noche, durante una cena, me salió la idea casi sin pensarla: «Voy a escribir un libro sobre Garci», le dije a Eduardo Torres-Dulce. «Me parece muy bien, y lo harás con cariño, seguro. Solo te voy a dar un consejo: simplemente escribe, no te enredes con datos e investigaciones», respondió. Me convenció, pero me puse a hacer todo lo contrario. Él sabía de qué hablaba, todavía tiene su libro de investigación sobre Hawks y Faulkner metido en un cajón. Pero ¿quién era yo para escribir sobre el cine de Garci? No le conocía personalmente, pero había leído todos sus libros y artículos, visto todas sus películas y series de televisión, y le escuchaba en la radio todas las semanas. Me sabía sus filias, fobias, obsesiones, manías, gustos en temas de mujeres… Todo. Pero me faltaba una cosa: la base cultural de la que él provenía y de la que se alimentaba su cine. Así que empecé a leer lo que él leía o había leído y ver las películas que mencionaba, para así encontrar sus fuentes de inspiración, para poder escribir sobre su cine de la misma manera que dice Ortega y Gasset en La España invertebrada (1922): «Para entender bien una cosa es preciso ponerse a su compás. De otra manera, la melodía de su existencia no logra articularse en nuestra percepción y se desgrana en una secuencia de sonidos inconexos que carecen de sentido. […] Si queremos intimar con algo o alguien, tomemos primero el pulso de su vital melodía y, según él exija, galopemos un rato a su vera o pongamos al paso nuestro corazón». También algo similar decía Atticus Finch en Matar un ruiseñor (Harper Lee, 1960): «You never really understand a person until you consider things from his point of view —until you climb into his skin and walk around in it».
Con esa idea, pues, comencé a escribir este libro, y en ello va el espíritu del mismo. Es un libro escrito en primera persona, pero en primera persona de otras personas. La crónica y la columna son dos géneros literarios que admiro profundamente, y de ahí que este libro salga ––un poco, espero–– con ese carácter; por ello pido perdón de antemano a los estudiosos de universidad y a los críticos de densidad cultural. Yo, sinceramente, hubiera preferido que estas páginas las hubiera escrito alguno de los grandes críticos de este país: desde Eduardo Torres-Dulce a Oti Rodríguez Marchante, pasando por Miguel Marías, Carlos Marañón o Luis Martínez. También me hubiera gustado leerlo desde la perspectiva de grandes de la columna como David Gistau, Rosa Belmonte, Rubén Amón, Ignacio Camacho, Manuel Jabois o el mítico Manolo Alcántara. Pero el caso es que me «ha tocado» a mí, y el lector habrá de conformarse con ello.
En mi memoria, esa noche de primavera de 1994 de la que hablo al principio, resuena tanto como aquella del otoño de 2007, cuando se estrenó Luz de domingo. Yo no había parado de hablarle a mi madre sobre la película, se decía que iba a ser un western: «¡Garci haciendo un western! No puede haber nada mejor». Durante todos estos años mi madre había sido no solo testigo, sino cómplice de mi creciente «obsesión» por el trabajo de Garci; no en vano, fue ella la que primero me hizo relacionar las palabras Cine y Garci. Disfrutaba del ritmo de vida que se transmitía en las películas de Garci tanto como lo hacía yo, y era de los pocos directores que la llevaban al cine. Como digo, era otoño, y, en lo personal, la vida no estaba siendo muy amable con mi madre: yo la intentaba distraer proponiendo planes que sabía que le podían entretener: un concierto de Gloria Estefan en Las Ventas o llevarla al cine a ver Luz de domingo el día del estreno. Nos acompañaron mis amigos (hermanos, más bien) Carlos y Javi. Creo recordar que nos gustó a todos, aunque a mi madre la escena de la violación de Estrella le pareció excesiva. No más de un mes después de esa «noche de estreno», mi madre cayó enferma. Fue la última película de Garci que vimos juntos. Todavía me arrepiento de no haber haberla acompañado aquella noche de primavera madrileña de 1994.
—————————————
Autor: Andrés Moret Urdampilleta. Título: Una vida de repuesto: El cine de José Luis Garcí. Editorial: Hatari! Books. Venta: Todostuslibros
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: