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Un viaje por el pensamiento  universal - Zenda
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Un viaje por el pensamiento  universal

En esta obra colosal, A. C. Grayling examina el enraizamiento histórico de la filosofía tal como hoy la conocemos. Desde los presocráticos hasta los filósofos modernos cuyas reflexiones dieron paso a las ciencias sociales. Y como cualquier historia de la filosofía que se precie, esta no puede ser vista solo desde Occidente, de modo que...

En esta obra colosal, A. C. Grayling examina el enraizamiento histórico de la filosofía tal como hoy la conocemos. Desde los presocráticos hasta los filósofos modernos cuyas reflexiones dieron paso a las ciencias sociales. Y como cualquier historia de la filosofía que se precie, esta no puede ser vista solo desde Occidente, de modo que se aproxima también a las grandes tradiciones de la India, China, el mundo islámico y el continente africano. Este gran trabajo de erudición abarca la epistemología, la metafísica, la ética, la estética, la lógica, la filosofía del lenguaje…, y nace de un amplio ejercicio retrospectivo que concluye preguntándonos qué hemos aprendido a partir de este antiguo cuerpo de pensamiento. Zenda tiene la oportunidad de publicar esta introducción exhaustiva del autor de este libro que recoge la gran historia que constituye el pensamiento occidental y otras tradiciones filosóficas.

La historia de la filosofía, tal y como la conocen hoy en día profesores y alumnos, es un constructo retrospectivo. Se escoge de entre el amplio torrente de la historia de las ideas a fin de proporcionar antecedentes a las principales preocupaciones filosóficas del presente. Hay que señalar este hecho, si bien sea para evitar la confusión acerca de las voces mismas filósofo y filosofía. Durante casi toda su historia, la palabra filosofía tuvo el significado general de «investigación racional», aunque, a partir de los inicios de la modernidad, en el Renacimiento, hasta el siglo xix, significó lo que hoy en día llamamos «ciencia», y un filósofo era alguien que investigaba cualquier cosa, o todas. De ahí que el rey Lear le diga a Edgar: «Dejadme primero conversar con este filósofo. ¿Cuál es la causa del trueno?». En la lápida de William Hazlitt, inscrita en 1830, se describe al famoso ensayista como «el primer metafísico (nunca superado) de su época», porque, en aquella época, lo que hoy denominamos «filosofía» se llamaba «metafísica» para distinguirlo de lo que hoy en día llamamos «ciencia». Esta distinción iba a menudo marcada por las etiquetas «filosofía moral», para denotar lo que hoy en día llamamos «filosofía», y «filosofía natural» para denotar a lo que hoy aludimos como «ciencia».

La palabra científico se acuñó recientemente, en 1833, y dio al término relacionado «ciencia» el sentido que tiene hoy en día. Tras esa fecha, los términos filosofía y ciencia adquirieron el significado que poseen actualmente, a medida que las ciencias divergían cada vez más de la especulación general debido a su cada vez mayor especialización y tecnicismo.

En la filosofía contemporánea, las principales áreas de investigación son la epistemología, la metafísica, la lógica, la estética, la ética, la filosofía de la mente, la filosofía del lenguaje, la filosofía política, la historia de los debates en estas áreas de investigación y el examen filosófico de las suposiciones, métodos y pretensiones de otros campos de investigación, en ciencia y en ciencias sociales. La mayor parte de esto constituye (y, ciertamente, las tres primeras constituyen con certeza) la base del estudio de la filosofía en las universidades anglohablantes y europeas hoy en día.

Paralelamente, estos son los campos de investigación que determinan qué ramas, en la historia general de las ideas, se seleccionan en la actualidad como historia de la filosofía, en oposición a la historia de la tecnología, de la astronomía, de la biología y de la medicina desde la Antigüedad, la historia de la física y de la química a partir del siglo XVII, y el surgimiento de las ciencias sociales como disciplinas definidas a partir del siglo XVIII.

Por lo tanto, para ver lo que determina qué ramas de la historia de las ideas acaban separadas como historia de la filosofía, necesitamos retroceder a través de la lente de las muchas ramas de la filosofía que acabamos de ver, y esto exige una comprensión preliminar de qué son esas ramas.

La epistemología, o teoría del conocimiento, es la investigación en torno a la naturaleza del conocimiento y de cómo se adquiere. Investiga las distinciones entre conocimiento, creencia y opinión; busca dejar sentadas las bases sobre las que justificar que se sabe algo, y examina y ofrece respuestas a desafíos escépticos al conocimiento.

La metafísica es la investigación en torno a la naturaleza de la realidad y de la existencia. ¿Qué existe y qué es natural? ¿Qué es la existencia? ¿Cuáles son los modos más fundamentales de ser? ¿Hay tipos diferentes de existencia o de cosa existente? ¿Existen entidades abstractas más allá del espacio y del tiempo, como los números y los universales, además de las cosas concretas en el espacio y el tiempo, como los árboles y las piedras? ¿Existen entidades sobrenaturales, como los dioses, además del reino natural? ¿Es la realidad una sola o muchas cosas? Si los humanos forman parte totalmente del orden natural causal del universo, ¿puede existir el libre albedrío?

La metafísica y la epistemología resultan imprescindibles para la filosofía como tal; son, por decirlo de algún modo, la física y la química de la filosofía: es básico comprender los problemas y cuestiones planteados en estas dos ramas para el debate en todas las demás áreas de la filosofía.

La lógica, la ciencia del razonamiento válido y con sentido, es el instrumento general de la filosofía, como las matemáticas en la ciencia. En el Apéndice se ofrece un esbozo de las ideas básicas de la lógica y se explican sus términos clave.

La ética, como asignatura del currículo de filosofía, es la investigación en torno a los conceptos y teorías de qué es bueno, de lo que está bien y de lo que está mal, de la elección moral y de la acción. Se usa aquí la frase «como asignatura del currículo de filosofía» porque el término ética posee múltiples aplicaciones. Incluso cuando se emplea como nombre de un área de la filosofía, sirve para denotar dos asignaturas diferentes: el examen y análisis de conceptos éticos (esto sería más adecuado describirlo como «metaética») y el examen de las morales normativas que intentan decirnos cómo hemos de vivir y actuar. La moral normativa se distingue de la más teórica investigación metaética al describirse como un esfuerzo de primer orden, mientras que la metaética se explica como un esfuerzo secundario. Por su naturaleza, la filosofía es una investigación secundaria, así que la ética, en el contexto del estudio filosófico, significa comúnmente metaética.

Pero la palabra ética, aunque relacionada, denota la perspectiva y actitudes de individuos y organizaciones con respecto a sus valores, a cómo actúan y a cómo se perciben a sí mismos. Este es un empleo familiar y válido del término, y no deja de ser interesante que reflexionar acerca de este empleo demuestra que las palabras ética y moral no significan lo mismo. Esto es más fácil de ver cuando examinamos sus etimologías: ética procede del griego clásico ethos (carácter), mientras que moral procede del latín mos, moris (plural mores), que significa «costumbre» o incluso «etiqueta». La moralidad, por lo tanto, tiene que ver con nuestras acciones, deberes y obligaciones, mientras que la ética trata de qué tipo de persona es uno, y aunque ambas están obviamente conectadas, de igual modo son evidentemente distintas.

Esta distinción aparece de manera natural en los debates de metaéticos y normativos. En su identificación del lugar de creación de valor, algunas teorías metaéticas se centran en el carácter del agente; otras, en las consecuencias de sus acciones; otras últimas, en si una acción obedece a un deber. Cuando lo que importa es el carácter del agente, hablamos de ética en el sentido de ethos que hemos expuesto; cuando lo que importa son las consecuencias de las acciones o si estas están conformes con el deber, lo que hay en juego es el espectro más estrecho de la moralidad.

La estética es la investigación en torno al arte y la belleza. ¿Qué es el arte? ¿Es la belleza una propiedad objetiva de las cosas, ya sean naturales o hechas por el hombre, o es subjetiva y existe solo en la mirada del espectador? ¿Puede algo tener valor estético, independientemente de que sea bello, y de que sea o no una obra de arte? ¿Son los valores estéticos de las cosas naturales (un paisaje, una puesta de sol, una cara) diferentes de aquellos que atribuimos a artefactos (un cuadro, un poema, una canción)?

La filosofía de la mente es la disquisición en torno a la naturaleza de los fenómenos mentales y de la consciencia. Antaño fue parte integral de la metafísica, porque esta última, al investigar sobre la naturaleza de la realidad, ha de preguntarse si la realidad es solo material o si posee además aspectos no materiales como la mente, o si, quizá, es solo mental, como arguyen los filósofos idealistas. Pero a medida que se ha dado un consenso acerca de la opinión de que la realidad es fundamental y exclusivamente material, y que los fenómenos mentales son los productos de la actividad material de la mente, comprender estos fenómenos y en particular la naturaleza de la consciencia se han convertido en un tema de intenso interés.

La filosofía del lenguaje es la investigación en torno a cómo acordamos significados para sonidos y signos de un modo que permite la comunicación y encarna el pensamiento, y si esto hace que sea posible, en primer lugar, el pensamiento más allá de cierto nivel rudimentario. ¿Cuál es la unidad de significado semántico: una palabra, una oración, un discurso…? ¿Qué es significado? ¿Qué sabemos (o qué sabemos hacer) cuando conocemos el significado de expresiones determinadas de una lengua? ¿Existe un idioma como el inglés, o existen tantos idiolectos del inglés como hablantes, lo que convertiría el idioma, de facto, en una colección de idiolectos que no se solapan del todo? ¿Cómo interpretamos y comprendemos el uso ajeno del lenguaje? ¿Cuáles son las implicaciones metafísicas y epistemológicas de nuestra comprensión del lenguaje, el significado y el uso del idioma?

Por las razones correctas, en los nuevos estudios filosóficos se han unido la filosofía de la mente y la del lenguaje en una sola disciplina de investigación, como dan fe de modo ubicuo los títulos de libros y de cursos universitarios.

La filosofía política versa sobre los principios de organización social y política, y sus justificaciones. Se pregunta: ¿cuál es la mejor manera de organizar y gestionar una sociedad? ¿Qué es lo que legitima las formas de gobierno? ¿Sobre qué se fundamentan las pretensiones de autoridad en el Estado o en la sociedad? ¿Cuáles son las ventajas y desventajas de la democracia, del comunismo, de la monarquía y de otras formas de disposición política?

La historia de la filosofía, vista en retrospectiva a través de las lentes de las disciplinas antes mencionadas, es parte esencial de la propia filosofía, puesto que todas ellas han evolucionado con el tiempo como si fueran una gran conversación entre pensadores de distintos siglos y circunstancias, tratando, empero, las mismas cuestiones fundamentales; por ello, conocer la «jurisprudencia» de estos debates es crucial para comprenderlos. Esto nos evita estar reinventando la rueda una y otra vez, nos ayuda a evitar equivocaciones y a reconocer trampas, nos permite beneficiarnos de las ideas y esfuerzos de nuestros predecesores, y nos proporciona materiales que emplear para intentar comprender el tema en cuestión, así como para elaborar las preguntas adecuadas acerca de ellos.

El examen filosófico de las suposiciones, métodos y pretensiones de otros campos de investigación es lo que se encuentra detrás de etiquetas como «filosofía de la ciencia», «filosofía de la historia», «filosofía de la psicología», etcétera. Toda investigación se basa en presupuestos y emplea metodologías, y es necesario ser conscientes de estas. Las preguntas filosóficas acerca de la ciencia, por ejemplo, se las hacen también los científicos, y no solo los filósofos; de igual modo, los historiadores, al debatir sus métodos y objetivos, se hacen preguntas filosóficas acerca del estudio de la historia. Pensemos más a fondo en cada una de ellas.

¿Debería la ciencia comprenderse en términos realistas o instrumentalistas? Es decir, ¿son las entidades referidas por la terminología técnica científica cosas que realmente existen, o se trata tan solo de útiles construcciones que nos ayudan a organizar la comprensión de los fenómenos estudiados? ¿Es el razonamiento científico deductivo o inductivo? ¿Existe el conocimiento científico? O, teniendo en cuenta que toda ciencia está sujeta a refutación por parte de evidencias posteriores, ¿debería considerarse como un sistema de teorías apoyadas en potentes pruebas que, sin embargo, son intrínsecamente invalidables?

Con respecto a la historia: si no hay pruebas, en un sentido o en otro, de una afirmación acerca de algo que sucedió en el pasado, ¿resulta, sin embargo, la afirmación definitivamente cierta o falsa, o no es ninguna de ambas? La historia se escribe en el presente basándose en pruebas (diarios, cartas, restos arqueológicos) que han sobrevivido hasta hoy (o así creemos): es parcial y fragmentaria, y muchas de las huellas del pasado se han perdido. ¿Existe, por lo tanto, algo así como un conocimiento del pasado, o hay tan solo, en el mejor de los casos, una reconstrucción interpretativa (y quizá, en muchos casos, meras conjeturas)?

La reflexión acerca de los tipos de indagación, y sobre los tipos de preguntas que provocan estas indagaciones, demuestra que la filosofía es el intento de dar sentido a las cosas; de conseguir comprensión y perspectiva en relación con las muchas áreas de la vida y del pensamiento en las que predominan la duda, la dificultad, la oscuridad y la ignorancia: es decir, en las fronteras de todos nuestros quehaceres.

 

A mis alumnos les describo de la siguiente manera el papel de la filosofía: los humanos ocupamos una franja de luz en medio de una gran oscuridad de ignorancia. Cada una de esas disciplinas especializadas tiene un puesto en el arco que describe esa franja de luz, y cada una se esfuerza en ver más allá, en las tinieblas, intentando describir formas, y así expandir el horizonte de luz un poquito más allá. La filosofía patrulla toda la circunferencia, esforzándose de un modo especial en aquellos arcos en los que no hay aún una disciplina oficial, intentando hacer las preguntas correctas a fin de que surja una oportunidad de formular respuestas.

Esta tarea —hacerse las preguntas adecuadas— es, en efecto, crucial. Hasta los siglos XVI y XVII, los filósofos no hacían las preguntas adecuadas acerca de la naturaleza con la suficiente frecuencia y del modo adecuado. Cuando lo hicieron, nacieron las ciencias sociales, y crecieron hasta convertirse en magníficos y poderosos campos de estudio que dieron lugar al mundo moderno. Así, en esos siglos, la filosofía dio a luz a la ciencia: en el siglo XVIII dio a luz a la psicología; en el XIX, a la sociología y a la lingüística empírica; en el siglo XX desempeñó un papel importante en el desarrollo de la inteligencia artificial y de la ciencia cognitiva. Sus contribuciones a aspectos de las neurociencias y de la neuropsicología continúan.

Pero el núcleo de las preguntas de epistemología, metafísica, ética, filosofía política, las «filosofías de», etcétera, permanece; son preguntas perennes y eternamente urgentes, porque los intentos de responderlas forman parte de la gran aventura de la humanidad por comprenderse a sí misma y su lugar en el universo. Algunas de esas preguntas parecen imposibles de responder, aunque actuar sobre la base de que lo son sea rendirse demasiado pronto. Más aún: como dijo Paul Valéry, «une difficulté est une lumière; une difficulté insurmontable est un soleil»: una dificultad es una luz; una dificultad insuperable es un sol. ¡Una cita maravillosa!, pues nos enseña que el esfuerzo por resolver incluso lo aparentemente irresoluble nos enseña muchísimo, como testimonia la historia de la filosofía.

Lo que sigue, pues, es la historia de la filosofía en el sentido moderno de la palabra filosofía, y muestra cómo comenzó, y cómo fue desarrollándose, el sujeto de las actuales investigaciones filosóficas. En estas páginas describo, sobre todo, la historia de la filosofía occidental, aunque proporciono un resumen de las filosofías india, china y árabe-persa, así como una semblanza de la filosofía africana, para señalar las conexiones y diferencias entre las grandes tradiciones de pensamiento (véanse las primeras páginas de la parte V). En todos los casos, me he centrado por necesidad en las figuras e ideas principales, y en el caso de las tradiciones no occidentales, escribo como espectador desde el otro lado de la barrera lingüística, al poseer un acceso extremadamente limitado al sánscrito, al pali y al antiguo chino, y ninguno al árabe.

Una diferencia entre esta historia de la filosofía y otras ya existentes es que esta no se desvía hacia aquello que en otras más abunda, es decir, las teologías de Agustín, de algunos de los padres del cristianismo primitivo y de los «escolásticos» de finales de la Edad Media, como Tomás de Aquino o Duns Escoto. Esta es una historia de la filosofía, no de la teología o de la religión. Una de las rarezas de las historias de la filosofía que incluyen teólogos entre los filósofos es que no hay razones para incluir teólogos cristianos y excluir a los islámicos o judíos; y que no hay razones para incluir teología en una historia de la filosofía y excluir la historia de la ciencia (en realidad, hay más razones para incluir esta última). Una diferencia fundamental entre la filosofía y la teología es que la filosofía es el intento de dar sentido a nuestra existencia y a la de nuestro mundo de un modo que nos pregunta qué deberíamos pensar y por qué, mientras que la teología es el intento de explorar y exponer ideas acerca de cierto tipo de cosa o cosas que se supone que existen, en realidad o en posibilidad, es decir: dios o dioses, un ser o seres que se suponen diferentes de modos importantes, y con consecuencias, con respecto a nosotros. Como escribo acerca de esto en relación con la filosofía árabe-persa, en la parte V: «Si el punto de partida para la reflexión es la aceptación de doctrina religiosa, en ese caso la reflexión que sigue es teología, o teodicea, o apología, o hermenéutica, pero no es filosofía». Y ese es el principio de demarcación que aplico en toda la obra.

 

Un modo más polémico de ilustrar esto es decir que la filosofía es a la teología como la agricultura a trabajar en el huerto: es un esfuerzo mucho más amplio, importante y más variado que el particular, localizado y centrado de «hablar o teorizar acerca de un dios» (que es lo que significa theo-logos). Evidentemente, en filosofía surge de tanto en tanto la pregunta acerca de si existen entidades o agencias sobrenaturales, o la de qué diferencia supondría para nuestro mundo y para nosotros mismos si existieran una o varias; y hay filósofos que, a partir de la concepción de deidad de la teología natural (es decir, consideraciones generales acerca de una agencia o mente sobrenatural), la emplean para garantizar la posibilidad de conocimiento (como hizo Descartes) o como base de la existencia (como hicieron Berkeley y no pocos más). A lo largo de las siguientes páginas, esas opiniones se tocan en sus lugares adecuados. Pero los enmarañados intentos de dar sentido a algo así como una deidad tal y como desean entenderlas las religiones tradicionales (seres omnipotentes, eternos, omniscientes, etcétera) no son, más que tangencialmente, una parte fructífera de la historia de la filosofía, y es mejor, por lo tanto, dejárselos a sus propios historiadores.

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Autor: A.C. Crayling. Título: Historia de la filosofía. Editorial: Ariel. Venta: Todostulibros.com 

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