El 19 de septiembre se cumple un año de la erupción volcánica de la isla de La Palma, la del volcán Tajogaite, en Cumbre Vieja, y el Festival Hispanoamericano de Escritores, que el año pasado debió ser aplazado por ella, calienta motores para una semana después, el próximo lunes 26 se septiembre, con México como país invitado. Traemos a Zenda cinco entregas literarias de autores de la isla de La Palma, todas ellas relacionadas con la erupción: Elsa López, Anelio Rodríguez Concepción, Lucía Rosa González, Ricardo Hernández Bravo y Nicolás Melini. En esta primera entrega, Elsa López, recientemente premiada por toda su carrera literaria con el Premio Canarias de Literatura, hace un breve recorrido por su poesía.
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UN RECORRIDO
Te he querido, tú bien lo sabes.
Te he querido y te quiero
a pesar de ese hilo de luto que me hilvana
al filo de la tarde.
Y tengo miedo.
De la lluvia, del pájaro de nubes,
del silencio que llevo conmigo a todas partes.
Tengo miedo a la noche,
a quedarme encerrada entre alambres del sueño,
a la palabra olvido
y a tus brazos en forma de barrotes dorados.
Miedo a recorrer la casa y saberla vacía.
o a quererte, de nuevo, mucho mejor que antes.
No me abandones en esta larga ausencia.
Recuerda lo que he sido para ti otros inviernos:
el tiempo de querernos indefinidamente,
el mar,
los barcos que llegaban sin muertos a la orilla,
el ruido de las olas al fondo de la casa.
Y el viento,
recuerda el viento, amor, doblando las esquinas.
Inevitable océano (1982)
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Ha averiguado el nombre que le ha correspondido
y se define ausente, exiliada del sueño,
emigrante, perpleja, desgajada,
sin billete de vuelta.
Se declara sin fuerzas
y pide con vergüenza un poco de ternura.
Que le devuelvan, por favor, el mar.
Penumbra (1985)
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Aquí la luz se abre, se extiende al interior,
penetra por las bóvedas y alcanza,
como una tromba dulce, los árboles del patio.
Aquí la lluvia nace, aumenta y se desploma.
Se inclina en las barandas, recorre las paredes,
los arcos rebajados, las columnas de arista.
Aquí crece la vida, florece el árbol mágico.
Mariposas de cartón anidan en el arco,
azul y transparente, del viejo lucernario.
Revolotean el sueño de los hombres que habitan
detrás de cada puerta.
Se posan en sus libros de cuentas infinitas,
y se mueren ―de cristal― detrás de los montantes
que dan al paraíso.
La Casa Cabrera (1989)
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CÁSTOR Y PÓLUX
Cástor y Pólux renacen frente a ti.
¿Por qué cierras las manos?
¿Qué ves en esa urna
de cristal y alabastro?
¿Por qué ese gesto tuyo
sorprendido y ausente,
ante el grave silencio de sus cuerpos?
¿Qué hacen allí dentro sin aire y sin ventanas?
¿Qué queda de su abrazo,
de ese amor sin medidas,
de esa culpa perfecta?
¿Por qué no bajan juntos,
cogidos de la mano,
y salen por las flores a brotar mariposas?
¿Por qué se quedan quietos,
tan fríos, tan de plata?
Del amor imperfecto 1987
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EL EXTRANJERO
Tú eres Aquiles, el hermoso perdedor,
el de la espada de hierro,
el de la radiante cabeza coronada,
el mejor.
La verdad que sí,
¡Oh dioses inmortales!
que eres realmente bello.
Y no me extraña en absoluto
que Helena perdiera el aliento
y su peplo de seda,
al verse frente a ti
arrojadas al mar sus sandalias de cuero.
Yo soy Tersites, el guerrero aplastado por tu brazo
y el peso brutal de tus caballos.
Yo soy el que te ama
en medio del fragor de las batallas,
mordido y ensangrentado por tus perros.
La Fajana Oscura (1990)
***
Te morirás primero, ya lo sé.
No creas que me importa.
Me vestiré de gala,
con los tacones altos miraré las estrellas
y andaré por las plazas como si fuera fiesta.
Ya verás, cuando te mueras
irán nuestros amigos al entierro.
Habrá ramos, ofrendas,
un latido de pájaro golpeará las ventanas
y el altar se hará añicos durante el ofertorio.
Yo me pondré las gafas de no querer mirarte,
las de mirar el mar y verlo a mi manera.
Escucharé tus versos,
aquellos que escribiste antes de yo leerlos,
seguiré las estatuas
y me vendrá tu llanto y el amor que no tuve.
¿Te imaginas, amor?,
tú allí, muerto, tan solemne y tan quieto,
y yo un bullir de rosas en los bancos del fondo.
Yo, de rojo vestida, trenzas negras mi pelo
y las manos muy blancas acariciando espejos
por donde te has mirado. Sin una sola lágrima.
Oculta por la pena que siempre fuera mía.
Pensando en tus caricias
y el júbilo perfecto de una siesta de sol
que nunca llegaría. ¿Te imaginas, amor?
Tus nietos, tus parientes,
y en el último asiento una hermosa muchacha
iluminado el arco de sus blancas axilas
por la luz de tus ojos.
Vendrán los oradores y hablarán de tu ingenio,
de tus muecas feroces,
de las horas amables en que ocupabas sitios,
lugares acordados.
Hablarán de tus gestos, de tu bufanda oscura,
del inconstante deleite de tu boca,
del mar que te ocupaba los momentos felices.
Llorarán los acólitos, las vírgenes de plomo,
los ángeles de cera.
Y nunca sabrá nadie que me he muerto contigo.
Al final del agua (1993)
***
El rey, mi padre,
ha sembrado el desierto de metralla
y miles de soldados
se encargan de regar cada mañana
los bosques de cipreses que llevan a Damasco.
El desierto de Al-Badia me ha secado los ojos
y el aire, terriblemente cálido,
me ha convertido en grietas las pieles de los labios.
El sol de las montañas
es un viejo enemigo para el pueblo de Siria
que camina sin tregua las tumbas de Damoar.
No perdona a los niños ni a las madres ya ancianas
ni a los hombres sin brazos de las tribus del norte.
«Los hijos de la nube» nunca van al oeste
y hace ya mucho tiempo que perdieron el rastro
de aquellas caravanas de sal y de misterio.
¿Qué vendaval de muertes?
¿Qué Sharav del desierto arrasó con sus casas,
sus hijos, sus cosechas?
No hay naranjas que enjuaguen mi garganta
ni albaricoques tiernos que me aplaquen el hambre.
Cuando pasa el cortejo,
yo me cubro el cabello y hago que no los miro,
que nada siento al verlos.
Oigo llegar la muerte,
escucho los aullidos
que atraviesan de noche los tapices bordados
con que ocultan mi tienda los soldados del reino.
Y sus ojos enormes se clavan con asombro
en el rostro sin rostro que ni siquiera tengo.
Y me llena de espanto el caudal de esos ojos
que han crecido los ríos del bosque que tú habitas,
mi amado, el de la sombra.
Tránsito (1995)
***
A José Hierro en La Habana
De La Habana lo que yo más amaba era la bahía
esa imagen del mar con los barcos paralizados en el agua
y el paquebote azul que llegaba a la orilla cargado de melaza
y José Hierro dando pan a los peces
y acariciando niños de mirada brillante
de pieles brillantes al sol y al calor del mes de julio
niños con mirada de pájaro
entrelazados a la cabeza de mi buen amigo Pepe
venido de las estepas al sur de unos niños con gansos desplumados
sobre la calva brillante del más desterrado de los hombres
y el barco aquel que llegaba a la orilla de forma regular
cargado de rostros de cansancio de bicicletas viejas
y yo qué hago aquí con esta negritud insoportable
el corazón abierto como un melón.
Mar de amores (2002)
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CÓRDOBA
Y me vuelven los suelos con albero
y las ventanas verdes cerradas con esparto.
Así el color del cobre y de los alambiques
y de las alquitaras y la holanda.
Así la catedral del vino.
Así el color de las barricas.
Así los muros de la ciudad de bronce
que voy dejando atrás junto a tu cuerpo.
Así el olor de la ciudad.
Su aroma a vino dulce como el sorbo de un ángel.
Ese extraño vapor que sube por las piedras,
se detiene en las vigas y cruza los estantes
ahumando los espacios,
ennegreciendo el aire y la cal de los muros.
Y que trepa por ellos y que lo impregna todo:
los arcos, las columnas, los techos de madera.
Así, pues, mi congoja,
tan llena de sabores y de perfumes raros
a los que uno intenta poner nombres.
Así la grieta que se abre entre los dos
como una pena rara golpeando mi pecho.
Así la luz que se va mitigando
hasta darme esta cálida sensación de vacío.
Así la dulzura de esta pena tan mía
que a nadie importa ya.
Travesía 2006
***
Tus hijos y mis hijos
caminarán un día por los bordes del mundo.
Desde la antigua casa
verán subir los hombres por el viejo barranco
y volverán el rostro para reconocernos.
Tus hijos y mis hijos sabrán que me has amado.
Ese será el castigo. La ligera sospecha
de haber sido engañados por no reconocerlos,
por no reconocernos entre nosotros mismos.
Pero no sabrán nunca lo mucho que has amado
y cómo has construido laberintos y rostros
que me han acompañado hasta tu misma puerta.
Tus hijos lo sabrán algún día.
Y ya no seré yo quien se lo diga.
No seré yo quien hable ni quien explique a nadie
lo mucho que me amaste.
Será el viento golpeando la casa en su derrumbamiento.
Será el ruido del agua
y el mar atormentado por tu culpa.
Serán los otros.
Los mismos que hoy caminan contigo sin notarlo.
Serás tú y la sombra de tu cuerpo viendo pasar el mío.
Será la noche.
El silencio del mundo acunado en mis brazos.
Cada uno en su sitio
dormirá para siempre con los labios sellados.
Como la tarde aquella en que tú y yo nos cruzamos
al pasar por la calle por donde nadie pasa
desde hace varios siglos.
Como un domingo antiguo en que fuimos al monte
a robarnos ciruelas. El uno sin el otro.
(Siempre robas ciruelas. Y a mí, siempre, la pena)
Últimos poemas de amor (2018)
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FRENTE A MI CUALQUIER DAVID DE MIGUEL ÁNGEL
A Alexis W
En el campo de batalla el guerrero muere y agoniza.
La espada a sus pies,
a sus pies sus atributos de hombre desnudo.
El falo aún enhiesto, vivo, perpetuo.
Frente a mi, él y su cuerpo preparado para la batalla definitiva.
El cuerpo de un guerrero que agoniza a mis pies.
El cuerpo y sus órganos de vida.
Y a mi alrededor un jardín de cuerpos espléndidos,
tristes, brillantes, opacos.
Un reguero de cuerpos que se ofrecen,
se miden, se tientan, prevalecen, atacan, miman.
Una cadena de lazos y de gestos entrelazados.
De cuerpos enlazados a otros cuerpos
que son vida y batallas por concluir.
Y si vuelvo mi cabeza como la mujer desobediente que soy
y dejo atrás a Lot y su conciencia de vieja plañidera
antes de convertirme para siempre en esa estatua de sal
que todos compadecen,
debo decir que lo hago porque quiero, porque no temo al castigo
ni a las ofensas que puedan sobrevenirme
y porque digo y reclamo para mí la gloria
de haber sido indigna a los ojos de los hombres
lo que me ha permitido ver el resplandor de sus cuerpos,
el fulgor de sus miembros tras las torres en llamas.
Si. Soy esa vieja dama indigna que admira la belleza,
el tiempo de los poetas
y los milagros de una naturaleza fértil y gozosa.
Soy la mujer de las paredes, los anuncios de neón, las copas de carmín.
Soy esa mujer que atardece abrazada a una columna
viendo desfilar los cuerpos con la vida entre las manos.
Soy una mujer que ama el arte y su eterna condición.
Y de ahí mi fervor por Miguel Ángel y sus obras.
De ahí mi desprecio por bodegones y muertes al óleo.
De ahí mi asombro ante David y cualquier galo moribundo.
Sin importarme de quién sea o de qué material ha sido hecho.
Igual que esos cuerpos traídos de un desierto de papel hasta mis brazos.
El país de mi abanico (2020)
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ELSA LÓPEZ (1943) Catedrática y Doctora en filosofía. Miembro correspondiente de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes. Embajadora de Buena Voluntad de la Reserva de La Biosfera Isla de La Palma ante la UNESCO, Medalla de Oro del Gobierno Canario 2016 y Premio Canarias de Literatura 2022. Premio Taburiente 2018 y Premio Emilio Castelar 2019. Fundadora y directora de Ediciones La Palma desde 1989. Ha sido presidenta de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid, presidenta del Ateneo de La Laguna, organizadora y coordinadora para el Gobierno de Canarias de los proyectos «El Papel de Canarias» y «Memoria de las Islas» y directora de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. Es Patrona de la “Fundación Pino Ojeda”. Sus trabajos de investigación y su obra literaria han obtenido los siguientes premios: Premio de Investigación José Pérez Vidal, Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”, Premio Internacional de Poesía “Rosa de Damasco”, Premio Nacional de Poesía “José Hierro” y Premio de Poesía “Ciudad de Córdoba Ricardo Molina”.
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