Con el triunfo de los sublevados la poesía huyó de España. No se marcharon todos, pero casi. Se quedaron unos cuantos de la generación del 27, como Dámaso Alonso, el poeta que vomitó la Guerra Civil en su obra Hijos de la ira. La lista de los que emigraron es larga y está cuajada de nombres ilustres de nuestras letras: Rafael Alberti, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre… El que no pudo pensar qué iba a hacer fue Federico, al que los falangistas fusilaron de madrugada porque sus poemas eran demasiado hermosos para la España que Franco quería construir. Tampoco consiguió huir Antonio Machado, que cayó fulminado uno de esos «días azules, bajo un sol de infancia» al poco de cruzar la frontera con Francia. Unos cuantos de esos hombres de letras que pusieron rumbo a América acabaron en Puerto Rico. Sus versos exiliados todavía resuenan entre los taínos. Se escuchan de madrugada, cuando Pedro Salinas se levanta de su tumba, mira al Atlántico y exclama: «Ayer te besé en los labios. / Te besé en los labios. Densos, / rojos. Fue un beso tan corto / que duró más que un relámpago»; ni el huracán María consiguió hacerle faltar a su cita. También pasearon su amor por el Morro Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, que agradecieron a los boricuas su hospitalidad con la cesión de su archivo y su biblioteca a la Universidad de Puerto Rico. En 2024 otro Premio Nobel de literatura, J. M. G. Le Clézio, llegó a la isla, a Caguas, donde se celebró, del 10 al 13 de abril, la segunda edición de su congreso de escritores. No estuvo solo: le acompañaron un Premio Cervantes, Sergio Ramírez, un Premio Pulitzer, Hernán Díaz, y una larga nómina de escritores, encabezada por autoras tan destacadas como Mariana Enríquez, Laura Restrepo y Guadalupe Nettel.
En 2024 la influencia francesa se deja notar ya en su lema —«El otro, el mismo»—, inspirado por los versos de Rimbaud: «Yo es otro», una escueta frase, con una extraña conjugación verbal, que nos ayuda a comprender el mundo desde la visión enajenada de uno mismo. Durante la presentación a los medios internacionales, el escritor y periodista —y programador del congreso— José Manuel Fajardo resaltó ese concepto de otredad: «La literatura como una vía de aproximación o de comprensión del otro». También intervino el alcalde de Caguas, William E. Miranda Torres, que reforzó el compromiso de su municipio con este evento como una apuesta «para promover la cultura y el conocimiento». Ivonne Class, directora ejecutiva del Centro de Bellas Artes de Caguas y una de las responsables del certamen, destacó que «esta convención de autores llena el vacío en la literatura que dejaron los huracanes y la desaparición del festival de la palabra». Por último, la escritora Helena Sampedro, organizadora del congreso, manifestó la importancia de este festival literario y de la feria del libro, que se celebra en paralelo durante esos días, vital para «internacionalizar la literatura de la isla y visibilizar a los escritores de Puerto Rico, que luchan por sacar adelante sus libros a pesar no haber una industria editorial».
UN NOBEL
La música, una de las máximas expresiones culturales de esta isla caribeña —con estilos como la bomba, la plena y la salsa—, sirvió para iniciar la primera jornada del congreso. Un trío improvisó rimas al grito de «¡Que vivan los escritores!». El auditorio estaba repleto de jóvenes estudiantes —de diversos institutos de la zona— que aplaudieron a rabiar a los trovadores, toda una reivindicación de la oralidad, ese mágico pegamento que ensambla la cultura de Hispanoamérica a través de los siglos, desde las leyendas del Popol Vuh hasta las canciones de René, desde Tenochtitlán hasta Macondo, desde los capítulos del Pedro Páramo de Juan Rulfo hasta los de La mucama de Omicunlé de Rita Indiana.
Finalizado el concierto, el presentador, Braulio Castillo, pidió un aplauso para los músicos y también para los alumnos, que fueron los grandes protagonistas del congreso y también de la feria del libro. Por ese espacio pasearon en busca de libros en los que gastar un bono —por valor de 20 dólares— que habían recibido 1.400 de estos adolescentes gracias a la iniciativa altruista de Zoila Levis Goldstein.
Llegó entonces el momento más esperado del congreso: la charla inaugural a cargo del Premio Nobel de Literatura J. M. G. Le Clézio, que en su discurso apeló a sus dos nacionalidades, la francesa y la mauriciana. El autor de Desierto (1980), que se dirigió al público en un perfecto español, recordó la primera vez que estuvo en Puerto Rico, antes del terremoto y del huracán, cuando identificó las similitudes entre Mauricio y Puerto Rico como «islas de azúcar y de huracanes». El escritor francés aseguró en su disertación que «la literatura puede ser una alarma para despertarnos». También recalcó en su conferencia que «la actitud de compartir entre las culturas podría bien ser el ideal de nuestra modernidad, después de las carnicerías de las guerras modernas y del exceso de crueldades todavía presente en Ucrania o en Gaza». J. M. G. Le Clézio intervino de nuevo al día siguiente en un diálogo, bajo el título «Escritoras nómadas», con la escritora puertorriqueña Mayra Santos-Febres.
[ttt_showpost id=»234085″][/ttt_showpost]
No fue fácil el papel que le tocó desempeñar al escritor español Ignacio Ferrando —El rumor y los insectos (Tusquets, 2023)— al ser el siguiente invitado en salir al escenario esa jornada, pero su exposición “El laberinto de los espejos rotos: Fragmentación y dualidad de la personalidad en la escritura” fue una de las más seguidas y aplaudidas de toda la semana. Durante los cuatro días que duró este evento literario se alternaron las ponencias individuales con los diálogos entre escritores y los paneles, en los que participaron varios autores. Ese primer día se cerró con un coloquio entre Javier Sagarna (director de Escuela de Escritores, España), la escritora mexicana Guadalupe Nettel y los autores puertorriqueños Juanluís Ramos y Huáscar Robles, moderado por José Manuel Fajardo, bajo el lema “Yo es otro: Enajenación y autoficción”. Hablaron de los problemas a la hora de utilizar material autobiográfico en sus novelas y también de la autocensura a la hora de escribir con voces que no son las suyas. Según afirmó Javi Sagarna, «la literatura es una zona de libertad y también de juego. Puedes no hacerlo bien, pero tienes derecho a escribir de cualquier tema».
El programa del miércoles lo abrió uno de los autores que había participado en el cierre del día anterior, Huáscar Robles (Puertos príncipes: Temblemos todos). Desde el primer minuto conectó con los estudiantes, que volvían a llenar el auditorio. Huáscar tituló su ponencia «Trauma queer en el Caribe colonial de los 80″, inspirada en su propia experiencia, que contó en el libro Demonios, una novela protagonizada por Eyerí, un varón de trece años obeso —al que sus compañeros apodan «tetón»—, casto y al que lo tortura «el demonio de la homosexualidad». Eyerí, además, sufre el tormento del fanatismo religioso de sus padres. Toda esta situación empuja al protagonista de la obra a entregarse a Dios y a la anorexia. Durante su exposición, Huáscar se preguntó: «¿Qué gay, lesbiana o persona no binaria podría sentirse segura cuando Willie Colón te asegura que no se puede corregir a la naturaleza, palo que nace doblao jamás su tronco endereza?». La respuesta fue un aplauso atronador de la audiencia.
Mayra Montero, que en la edición anterior participó en una de las charlas más recordadas junto a su amiga Rosa Montero, estaba acompañada en esta ocasión por la escritora colombiana Laura Restrepo. Ambas debatieron sobre «la verosimilitud del personaje». Mayra, que acaba de publicar La tarde que Bobby no bajó a jugar (Tusquets) —una novela que arranca en 1966 cuando el campeón de ajedrez Bobby Fischer viaja a La Habana para participar en un torneo—, comentó al respecto que «cuando un personaje se pone difícil, que es reacio, creo que la novela no va a funcionar. Le tengo mucha desconfianza a los personajes que no se entregan». Mientras, Restrepo —Dulce compañía, Delirio, Los Divinos— afirmó que «es importante lo que como escritora dices de los personajes, y lo que no se dice. Porque el lector también tiene que deducir. Hay que saber callar, dejar en entredicho sus secretos, sus zonas de sombra o sus zonas obvias».
Llegó luego el turno para la escritora mexicana Guadalupe Nettel (ganadora del Premio Herralde en 2014 con la novela Después del invierno), que habló a los espectadores de Caguas sobre «la literatura como reencarnación». En su disertación, Nettel apuntó que «la literatura nos conecta, nos hace entrar en zona intimidad y compartir nuestras experiencias de vida». La autora de Los Divagantes (Anagrama, 2023) sostuvo en su lectura que «la literatura es un código muy sutil, que abre los corazones más cerrados».
Otra paisana de Guadalupe protagonizó el cierre del día, Laura Niembro, que participó en una mesa junto a Cezanne Cardona, Berna González Harbour y Laura Restrepo. Niembro y sus compañeros debatieron sobre «el lector», ese «otro» que es vital para los escritores. La directora de contenidos de la FIL de Guadalajara, que reconoció ser una «lectora desordenada», comentó acerca de ese tema que «lo importante no es si está escrito en tablillas de arcilla, papel o digital, lo importante es la historia, su sustrato inmaterial».
Ese jueves fue también el de la presentación de la última novela de la escritora Helena Sampedro, Al encuentro del fuego (Planeta, 2024), en el espacio de la feria del libro. Ante un auditorio lleno de compatriotas, deseosos de conocer los entresijos de una obra de ambientación muy portorriqueña, Sampedro explicó el proceso que la había llevado a crear el personaje de Sofía, una muchacha muy especial que está empeñada en conocer la verdad acerca de lo que está pasando con las desapariciones de jóvenes en su país.
UN CERVANTES
El viernes fue la periodista de El País y novelista de género negro Berna González Harbour la encargada de abrir el fuego. Y nunca mejor dicho, porque la suya fue una intervención llena de «cadáveres». La creadora de la saga de la comisaria Ruiz empezó diciendo que nos íbamos a empapar de sangre, y cumplió su palabra. Y es que, como la autora española subrayó: «Nada nos divierte más que un crimen». González Harbour concluyó su monólogo con uno de los libros que mejor aúna sus dos pasiones, el periodismo y el género negro: A sangre fría, de Truman Capote. Los estudiantes, que habían asistido entusiasmados a la conferencia, hicieron una larga fila para «acribillar» con preguntas a la ganadora del premio Dashiell Hammett (El sueño de la razón, Destino, 2019).
La mañana acabó con uno de los grandes momentos del festival cuando Yolanda Arroyo dio voz a las mujeres negras esclavizadas que lucharon por lograr su libertad. Fue una hora cargada de emoción, aplausos y lágrimas. Una catarsis que sirvió para desprejuiciar la tez negra, el cabello rizado, la nariz o los labios gruesos, y para denunciar el racismo vivido por esos niños que emocionados le agradecían tener un espacio donde contar sus testimonios.
Después de un breve receso, la encargada de abrir las ponencias de la tarde fue Mariana Enríquez. La escritora argentina, que venía de realizar una extensa gira de presentaciones de su última obra —Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama)— por España, fue una de las que atrajo más público, que vino exclusivamente para seguir su intervención, y que luego colapsó la feria del libro para conseguir su ejemplar firmado. Mariana habló de su experiencia como escritora de terror, «uno de los géneros que más se relaciona con la otredad», en castellano. La autora arrancó las carcajadas del público cuando contó que «cuando era pequeña tenía una colección de muñecas, y la gente pensaba que me dedicaba a emular con ellas ser una gran mamá, pero en realidad ella jugaba a «El orfanato» por influencia de las lecturas de Dickens».
El viernes el punto final lo puso un coloquio en el que participaron Hernán Díaz, Luis López Nieves, Manolo Núñez Negrón y el Premio Cervantes Sergio Ramírez. El escritor nicaragüense tuvo un papel destacado el día posterior cuando disertó sobre «El oficio de escribir». El autor de Margarita, está linda la mar (Premio Alfaguara, 1998), que actualmente se encuentra exiliado en España, sostuvo en su exposición que «la primera regla del narrador es creer en la autenticidad de lo que cuenta, no importa que parezcan hechos fantasiosos». «La pretensión del novelista es establecer la veracidad de lo que cuenta frente a los ojos del lector, disfrazando la imaginación con un aparato de hechos falsos en el que hay documentos oficiales, tablas estadísticas y testimonios fabricados», explicó el escritor, premiado en 2017 con el galardón más importante en lengua española.
UN PULITZER
Esta última jornada nos dio la ocasión de asistir a dos autoras que ya habían participado anteriormente, Rita Indiana y Mariana Enríquez. En esta ocasión las dos compartieron sus impresiones sobre «La realidad en el espejo de la fantasía» con la periodista puertorriqueña Laura Pérez Sánchez. Las dos coincidieron en señalar que la realidad es normalmente más loca que cualquiera de sus historias fantásticas; «profundamente extraña», en palabras de la autora de Nuestra parte de noche (2019). «Busco la excusa para escribir un ensayo de ficción sobre temas como la corrupción, el cambio climático, la opresión… Lo fantástico llega por la necesidad de contar las cosas que quiero expresar», comentó Rita Indiana —que en mayo publicará nueva novela, Asmodeo (Periférica)—. Enríquez, al hablar sobre su país, declaró que «La Argentina es Kafka. Tenemos un sistema de moneda con cuatro tipos de dólares. La Argentina es El proceso«.
El ganador del Premio Pulitzer Hernán Díaz fue el encargado de dar por finalizado el segundo Congreso de Escritores de Puerto Rico. Y lo hizo de forma brillante, con una espléndida conferencia sobre la ficción en Estados Unidos. El autor de Fortuna (Anagrama, 2023) explicó que «el género negro es el que mejor encarna la idea del individuo excepcional: un detective fuera de la ley, enfrentado a la policía. Todo ese proceso tiene su culminación con la figura del superhéroe». Díaz detalló cómo el canon estadounidense se creó a partir de textos de escritores que no habían viajado a Norteamérica, como Stevenson y Conan Doyle; y cómo fue transformado en Argentina por Borges y regresó modificado a las novelas de Thomas Pynchon.
***
UNA CODA SANJUANERA
Arropados por las notas de un piano, un Nobel, un Cervantes y un Pulitzer dicen adiós al congreso en una casa del Viejo San Juan, mientras un enjambre de drones iraníes sobrevuela Irak rumbo a Tel Aviv. No es el argumento de una novela futurista, aunque nos gustaría que así fuese. Ojalá en esa «ficción» reflexionasen por un momento sobre la frase del poeta francés: «Yo es el otro»; todos somos ese otro. Termina la cena privada de los ponentes, ya solo quedan los títulos de crédito. Me despisto al intentar hacer una foto y pierdo el Uber que me tenía que llevar de regreso al hotel. Comienzo a escuchar las notas de un violonchelo. Camino hacia esa música. A los pocos minutos estoy en la entrada del cementerio: encaramado al muro declama Salinas «No rechaces los sueños por ser sueños», mientras Zenobia y Juan Ramón, cogidos de la mano, miran a la luna. Los versos se hacen espuma cuando Pau Casals deja caer el arco entre las tumbas. Ahora sí que se acabó todo, dicen las iguanas del camposanto. El «conejo malo» entona: «Y el árbol se planta, la flor vuelve y crece /
Somos la estrella que alumbra». En el horizonte, la III edición del Congreso de Puerto Rico asoma.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: