A todos los padres nos gusta volver a ver las películas de nuestra infancia con nuestros hijos. En parte lo hacemos para compartirlas con ellos, pero sobre todo es un intento por regresar a ellas a través de sus ojos, para recuperar una porción de aquella primera emoción, y deseando que ellos también puedan sentirla.
Pero, aparte de todo lo anterior, los que somos padres de niñas nos encontramos con que la mayoría de las veces el problema es uno diferente; uno que no tiene que ver con la manera en la que está hecha la película, y que en su momento pasó desapercibido —tantos a unos como a otras—, pero que hoy, a la luz de la conciencia igualitaria en la que nuestras hijas han crecido, salta a la vista con pasmosa facilidad.
En primer lugar, existe una destacada carencia de protagonistas femeninas en las películas de los años 80. En segundo lugar, pocas de esas películas protagonizadas por hombres han integrado a mujeres que, al menos, demostraran cierta capacidad de decisión o de reacción. La mayoría de las veces las mujeres son accesorias, y quedan reservadas para momentos muy concretos de la trama, lo cual, todo sea dicho, se lo ponía muy fácil a los guionistas de la época, que no tenían que devanarse demasiado los sesos a la hora de construir los personajes femeninos.
Ahora vivimos un momento diferente; un momento de aparente empoderamiento femenino. Y desearía uno creer que no se trata sólo de una moda de la industria para contentar a sectores de la población que han estado tradicionalmente silenciados. El problema es que, al tiempo que uno lo desea, no deja de percibir cierto tufillo complaciente y paternalista. De repente, el interés por las tramas pasa a un segundo plano y se prioriza la necesidad de que crezca el número de féminas que aparecen en pantalla. Y no siempre sale bien. Y eso levanta sospechas.
Es evidente que el mensaje no va dirigido sólo a las mujeres, sino que se trata de un eslogan de conjunto; una especie de proclama con la que se indica que “ellas también pueden”. Pero el centro del mensaje es lo que falla: el “también”. Huele raro; huele a que se quiere colocar a mujeres en lugares de hombres sin hacer ninguna adaptación en el cambio. Tiene tintes de parche, de apaño, de cosa hecha con prisa y sin reflexión. Se detecta un miedo a no agradar; un miedo a no estar a la altura de las expectativas, lo cual, paradójicamente, es lo mismo que han sentido muchas mujeres cuando se han iniciado en un camino comúnmente reservado para los hombres. El cine, los libros, las series; la cultura, en general, se ve atrapada por la misma tenaza, en lugar de permitirse el tiempo para pensar las cosas y para hacerlas bien, sin tanta preocupación por el qué dirán, sino poniendo el foco en construir historias creíbles en las que las mujeres, sencillamente, estén a la altura de las circunstancias.
Dentro de unos años se elegirá un nombre para esta época de transición en la que el cine buscaba la manera de integrar a las mujeres de una manera creíble. Encontrarán algún nombre pegadizo —en inglés, por supuesto—, como «coin flip» («el giro de la moneda»), o «women rise» («las mujeres se levantan») y lo analizarán paso a paso, empezando por los primeros intentos fallidos, pasando después a los aciertos casuales, y, por último, nombrando los grandes logros.
Es posible que cuando llegue ese momento se decida hacer justicia a una película de la que algunos nos acordamos ahora cuando comprobamos cómo tanta gente hace tan mal las cosas. Una película basada en una idea original, en formato de falso documental, evocadora y bien construida, pero, por encima de todo, una película que es capaz de remover conciencias sin caer en el cliché.
No Men Beyond This Point —traducida alegremente al castellano como Un mundo sin hombres—, plantea la posibilidad de un mundo alternativo en el que los hombres no son necesarios para la procreación. Dentro de esta versión paralela de la historia de la humanidad, todo comienza cuando aparecen mujeres que se quedan embarazadas sin la aparente participación de ningún hombre. La sociedad asume que mienten, o que tratan de evitar ser descubiertas en una aventura extramatrimonial, y son condenadas al ostracismo y al abandono, un poco de la misma manera en la que han sido abandonadas otras mujeres a lo largo de nuestra historia (la de verdad). Más adelante en la trama, el fenómeno se multiplica, hasta que llega un momento en el que se descubre que no se trataba de mentiras, sino de una nueva forma de reproducción en la que las mujeres generan un bebé de forma fortuita, siempre niña, a su imagen y semejanza, por un proceso conocido como partenogénesis (y que, de hecho, existe en la naturaleza).
La consecuencia inmediata de lo anterior es que el número de hombres en el mundo disminuye drásticamente, al tiempo que crece una conciencia de unidad entre las mujeres, lo que redunda en una suerte de paternalismo* por parte de ellas hacia ellos, ahora que han pasado a convertirse en la especie en extinción (*me habría gustado utilizar el término «maternalismo», pero no existe en el diccionario).
A partir de este planteamiento, la trama presenta reacciones por parte de las mujeres que pueden no parecer realistas, pero que, desde luego, nos colocan a nosotros, a los hombres espectadores, frente a una incomodidad difícil de experimentar en otras circunstancias. Si se deja uno llevar por la fundamentación científica y social de la película, hay que admitir que su ficción consigue transformarse fugazmente en realidad, y transportarnos a lugares de momentánea empatía; momentos en los que tomamos conciencia de que todavía no sabemos lo que está ocurriendo con ellas a nuestro alrededor. Momentos en los que los hombres podemos sentir lo que es ser una mujer en este mundo, en el que está a este lado de la pantalla.
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Del mismo modo en que he dicho al principio que hay películas que no puedo ver con mis hijas —porque se sienten atacadas—, si lo que tuviera en casa fueran niños, no dudaría un instante en sentarme con ellos a ver No Men Beyond This Point. En parte lo haría para regresar a ella a través de sus ojos, pero, sobre todo, para saber si la huella que deja en ellos durante esos efímeros instantes de inconsciente inmersión en la trama les llevaría a la misma conclusión sobre la ceguera social masculina respecto de la situación de las mujeres.
Y quiero pensar que, en este caso, el salto generacional provocaría una mirada de extrañeza en sus ojos.
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