Ricardo Coler es médico. Y aventurero. Curioso. Investigador. Hace unos años se fue a vivir con las matriarcas a Yunnan para responderse cómo funcionaba una sociedad en donde las mujeres mandan, en donde tienen unos cuantos maridos. Parió ese libro que alguna vez reseñé: El reino de las mujeres. Ahora nos sale con este otro, Un médico, en donde detalla entre otras cuestiones las bambalinas de la medicina. Presiones, intereses, los entreveros que padecen algunos médicos que han tenido la mala pata de venir a este mundo con ética en el morral. El escritor diferencia entre escribir lo que quiere decir y lo que cree quiere ser escuchado (y será vendible): “lo que funciona”. Admite que ir por el segundo camino suele ser un fracaso para él, escribir sobre algo que no le interesa, no puede. Quizá por esto se despacha sobre un urólogo que no puede intentar hacer las cosas de otra manera que bien.
Desde el principio suena a que es un buen muchacho, personaje con sentido común y capacidad de indignación, todavía, a pesar de la profesión que ha elegido. Se inquieta porque la empresa en la que trabaja su hermano se dedica, entre otras cosas, a fabricar ametralladoras y también una innovadora máquina para curar el cáncer (linda paradoja), pero lamentablemente esta última por cuestiones de negocios no está aún al alcance de todos (linda ídem). “No se sabe bien quienes son los dueños de los laboratorios —contesté—. Son esa gente que mueve mucho dinero pero no da la cara. Y lo único que quieren es ganar más dinero”.
Y se inquieta aún más cuando se da cuenta de que de los pacientes que visitan al urólogo por insuficiencia sexual, al 5% le encuentran cuestiones físicas que puede tratar la medicina, pero el 95% restante se va con análisis perfectos y el Viagra a su casa. En un congreso invita a sus colegas a admitir que los médicos deben aceptar sus limitaciones, las de la medicina. Que si hay hombres que no pueden tener relaciones con su mujer es porque tal vez no quieren. Pero no se los escucha. Se les encaja la pastilla y se los manda a casa. ¿Eso es hacerles un bien?, pregunta. “… En las carreras médicas no había ni una sola materia, ni un solo capítulo que hablara sobre las dificultades sexuales de los hombres por fuera de las tres o cuatro causas que le había nombrado. Del resto… los que tenían problemas en la cama sin ningún inconveniente físico, de ellos no se decía nada”.
El autor toca el tema del poder que da el solo hecho de vestir un delantal blanco y llevar un estetoscopio colgando del cuello. El veredicto del médico, que es sagrado. Prueba de esto nos dejó la pandemia, con tanto médico ignorante que dio por sentado (y aún lo hacen) que una prueba de hisopo positivo era un caso, un enfermo. El pobre paciente le creía y corría a aislarse, aterrado de convertirse en asesino de abuelitos. Médicos atendiendo por teléfono y los pacientes creídos de que un diagnóstico brindado de esa manera podía ser efectivo. (Dios nos libre…).
Otra cosa que pone de manifiesto Coler es lo mal pagos que están los profesionales de la salud. Según el bioquímico Pablo Goldschmidt [1] esta fue una de las causas principales por las cuales la pandemia fue lo que fue. Los médicos ignoraron hasta el 2021 que ya se sabía cómo tratar a este tipo de coronavirus. Desde el 2003 (Sars Cov 1) estaban publicados los protocolos. En ese entonces hubo muy pocos muertos. Pero pasa esto, los médicos están mal pagos, trabajan de lunes a sábado ocho horas por día. ¿Y cuándo estudian? Empezaron a dar prednisolona y las muertes por Covid comenzaron a bajar (aunque el mito insista con que fueron las mal llamadas vacunas). “Soy médico, especialista, atiendo muchísimos pacientes, y sin embargo no me alcanza para comprarme un cero kilómetro. Uno que me permita llegar a la clínica aunque el tiempo no acompañe”, afirma nuestro urólogo idealista, el de la novela.
Por último y para concluir Ricardo se mete con otro tema innombrable. Israel y Palestina. Una muchacha que conoce durante el congreso en Málaga le revela algo que podría poner al mundo de cabeza. Investigando la chica descubre que los judíos en realidad no lo son, genéticamente hablando. “Todos los registros que tengo de Americanos y europeos que se reconocen como judíos confluyen en el mismo origen, los pueblos de la región del Cáucaso, cerca del mar Caspio y el sur de Rusia. Ahí estaban los Jázaros, un pueblo que alrededor del S VII se convirtió masivamente al judaísmo. Es decir, la mayoría de los judíos tienen un origen converso… Si hubo algún rastro de Medio Oriente estaba en el cromosoma del padre… Científicamente hablando… los verdaderos judíos son los palestinos”.
Que ser valiente no salga tan caro, dice Sabina. ¿Cuál es el precio de decir la verdad? (Pregunte usted a Favaloro, a quienes publican conferencias científicas en las redes que discrepan con el pensamiento único). ¿Cuánto le sale a un médico promocionar una máquina que mejoraría la salud de muchos pero dejaría a unos cuantos cirujanos sin trabajo? ¿Cuál es la pena para un médico que denuncia algo que dejará, coherentemente, a muchos urólogos sin la mayoría de sus pacientes? Laboratorios que se perderían de vender infinitas cantidades de Viagra. Millones de dólares perdidos por la industria oncológica. ¡Especialistas con menos trabajo! ¿Y todo porqué? ¿Por la salud de la gente? ¿Especímenes que en el planeta abundan? ¡Váyase usted a paseo!
***
[1] ¿Por qué nos encerraron?, por Pablo Goldschmidt [https://www.youtube.com/watch?v=Jgv1oKb67uo&themeRefresh=1]
—————————————
Autor: Ricardo Coler. Título: Un médico. Editorial: Planeta. Venta: Amazon y Casa del Libro.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: