Hoy os regalo esta sincera conversación con una de las pensadoras más atractivas del contemporáneo, Alessia Putin, que no para de vender ejemplares de su debut: Cancelación: Manual contra la dictadura de la ideología, el pensamiento binario y el odio político (Ed. Almuzara), en la segunda edición (a los cinco minutos de publicarlo).
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—¿Qué entiendes por «dictadura de la ideología» y cómo se manifiesta en la sociedad actual?
—El libro tenía un título anterior, Sapere aude (en latín “Atrévete a saber”) pero en la editorial dudaron de su gancho comercial al ser en latín y lo cambiamos. El libro no solo habla de cancelación sino de algo más arraigado y lejano en el tiempo, que es lo que yo llamo «dictadura de la ideología», un filtro perverso que nos lleva a analizar cualquier hecho a través de nuestra ideología de base, marcada por nuestros gurús o líderes de opinión. Por ejemplo, si yo me declaro en contra de la corrupción, debería estar de acuerdo en que se investigue cualquier sospecha que afecte a un partido político o gobierno. De todos los colores. En estos días estamos viendo y escuchando a muchas personas en contra de que se investiguen hechos supuestamente delictivos. Cuando tu ideología anula tu capacidad crítica podemos decir que has caído en la trampa de la dictadura de la ideología.
—La cultura de la cancelación nació con intenciones loables, supongo. Tenía que ver con una ganancia antropológica evidente, con la evolución moral… pero, al contacto con nuestra naturaleza miserable, rápidamente se ha convertido en postureo ético, sesgo de confirmación y, en definitiva, imbecilidad, y ahora lo único importante es exhibir determinados valores con la intención de comunicar el buen talante propio, el de una marca o el de una industria. ¿Quiénes son los principales actores que impulsan la cultura de la cancelación y por qué?
—Vivimos días de fanatismo informativo, de periodistas activistas que se erigen como abogados de una causa ideológica en vez de fiscalizar el poder, que es la razón de ser del periodismo. Los medios que se dedican a la propaganda gubernamental en defensa del poder a cambio de subvenciones o rescates económicos dando voz a la mentira oficial e intentando cancelar todo mensaje que no les convenga son un peligro real para la democracia. Hay medios de comunicación que se han subido al carro de la cancelación en nombre de algunas grandes causas: ellos deciden quiénes merecen ser cancelados y quiénes no. El criterio, por supuesto, es subjetivo y los juicios sumarísimos. No importa si después quedas absuelto por un tribunal. Tu muerte civil y profesional es ya un hecho a menudo irreversible.
—La cancelación, tal como funciona hoy, gusta en general a las personas sedientas de identidad (como por ejemplo los seguidores de la fanática Greta) porque aumenta su estatus social (y hasta económico), devalúa el de los enemigos y es una máquina (como las tragaperras) de generar recompensas inmediatas para menesterosos intelectuales. Cancelar es adoctrinar y finalmente hacernos masa. Por eso aquellos con una necesidad gregaria disparatada, donde no saben quiénes son e intuyen que la respuesta es “nadie” o “borregada”, apoyan claramente la desaparición del individuo. ¿Cuáles son los riesgos de no abordar la cultura de la cancelación en nuestra sociedad?
—Por un lado, si permitimos que se instale aún más esta omertà estaremos perdiendo libertad. Los políticos y sus directores de marketing tendrán mucho más fácil manipularnos. Lo que yo planteo en el libro es una superación de la adscripción ideológica como movimiento de masas. Primero fueron las religiones, después (siglo XIX y XX) las ideologías, y ahora, en tiempos de data analytics, se hace necesario un ulterior salto cualitativo para buscar sustento para nuestras decisiones en datos contrastados y no en emociones identitarias. Parece una locura, pero también lo era en su día separar la Iglesia y el Estado. Estamos inmersos en una «emocracia» (democracia de las emociones) y esto es muy peligroso porque se está anulando la razón de la ecuación deliberativa. Sucedió ya en el pasado y acabó muy mal.
—El mayor peligro de la cancelación, forma meliflua de llamar al autoritarismo, no es la auto y hetero censura, la pérdida de la libertad de expresión, del debate, y con ellos de gran parte del humor; lo peor es la limitación de la capacidad intelectual y creativa de la comunidad global. ¿Crees que los líderes políticos y sociales contribuyen a mitigar la cultura de la cancelación?
—Se señala al enemigo (jueces, periodistas críticos, artistas, empresarios, inmigrantes, políticos, etc.) y a través de las redes sociales se busca el apoyo de la turba para fomentar el linchamiento de la persona o del medio. Diría que muchos políticos fomentan deliberadamente la cancelación de no-afines. Otro ejemplo es el infame y aberrante concepto de cordón sanitario, para mí la idea más antidemocrática y abyecta que se ha introducido en la política española de los últimos años. La democracia se basa en el diálogo, la discrepancia respetuosa y el consenso. Que haya políticos que llaman al racismo ideológico es tremendamente irresponsable y tiene fatales consecuencias.
—Cabe destacar que para poder cancelar convenientemente, antes deberíamos establecer algunos parámetros sobre lo que es el Bien y el Mal, con la circunstancia terrible de que actualmente esos conceptos son estadística, lo que la mayoría de la gente (puff) piensa (ayy) que es correcto, con arreglo a su cociente intelectual, sus vivencias, fantasías, resquemores y frustraciones en esta era del victimismo, del cursi y sobre todo del tonto empoderado, donde casi a un ser pensante le inquieta la idea de no ser cancelado de acuerdo a lo que está bien visto y lo que no. ¿Qué hecho concreto o fenómeno te inspiró a escribir un libro como este?
—El triunfo del victimismo como actitud ante la vida (la víctima es el héroe de nuestro tiempo) y la imposición de una concienciación punitiva (la sociedad occidental es culpable de todo lo malo que sucede en el mundo y debemos autoflagelarnos) me llevaron a escribir este ensayo contra el suicidio occidental y la infantilización de la política. También es cierto que no hay que instalarse en el pánico o en el derrotismo. Yo considero que aún se puede decir lo que se piensa. Sencillamente habrá una parte de la población que te ataque y luego pasará. Todo va rápido y pasa, incluso la crítica descarnada y los intentos de cancelación. “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”, decía Machado.
—¿Cuál es el libro o autor que más ha influido en su perspectiva sobre la cultura y la política?
—Las obras de Steven Pinker, Acemoglu & Robinson, Dani Rodrik, Hans Rosling, Sartori, Braunstein o Habermas me acompañan en este viaje. No podría elegir solo un autor. Quizás El fin de la pobreza, de Jeffrey Sachs, fue el libro que inició este recorrido hace ya unos veinticinco años.
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