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Un cuadro de toros de Van Gogh - Zenda
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Un cuadro de toros de Van Gogh

Pictóricamente la obra es interesante por la personalidad de su autor, aunque —y esto lo hemos de considerar una ocasión perdida y lamentable— taurinamente hablando es insustancial. El ruedo apenas se contempla desde la altura en que el pintor se encontraba y lo que sucede en él apenas tiene presencia en el cuadro, ya que...

El pintor holandés Vincent Van Gogh, el año en el que vendió su primer y único cuadro en vida y empezaba a manifestar públicamente una locura genial —no admitida la segunda condición, pero sí la primera—, pintó, en 1888, un cuadro que tituló Plaza de toros en Arlés. En realidad, es una vista de los tendidos, muy animados de hombres y mujeres, cuyos rostros son apenas un apunte. Lo que ocurre en el ruedo del famoso anfiteatro romano, aprovechado aún hoy como plaza de toros, no le interesa al pintor que, situado en una localidad alta apenas esboza la presencia de un toro y varios toreros sobre la arena.

Pictóricamente la obra es interesante por la personalidad de su autor, aunque —y esto lo hemos de considerar una ocasión perdida y lamentable— taurinamente hablando es insustancial. El ruedo apenas se contempla desde la altura en que el pintor se encontraba y lo que sucede en él apenas tiene presencia en el cuadro, ya que el toro se queda en un simple esbozo. Lo interesante fueron las sensaciones, el bullicio, los aficionados masculinos y femeninos, el colorido ambiental, digámoslo de forma abstracta.

El acontecimiento se lo relató en una carta a su hermano Théo, residente en París: “… ayer vi una corrida de toros, donde cinco hombres atormentaban al buey con banderillas y escarapelas; un “toreador” se aplastó un testículo saltando la barrera. Era un hombre rubio con ojos grises, que tenía mucha sangre fría; decían que tendría para mucho tiempo. Estaba vestido de azul celeste y oro (…) Las arenas (aquí Van Gogh se refiere a las plazas de toros) son muy bellas cuando hay sol y muchedumbre”.

"Vincent Van Gogh llegó a Arlés con la salud bastante quebrantada tras su estancia en París, donde abusó del alcohol"

¿Serían los toreros españoles o franceses? ¿Los toros procederían de la vecina Camarga, donde desde antiguo se criaban ejemplares nobles y bravos? ¿Quién sería el desafortunado torero que sufrió tan doloroso percance en zona tan sensible? El pintor no da más noticias, porque lo que pasa en el ruedo lo ve de lejos y lo siente lejano. Si no hubiera sido, como lo fue en aquellos años, un paria, hubiera tomado otra localidad más cercana al verdadero escenario de la corrida y entonces tendríamos un cuadro auténticamente taurino de Vincent Van Gogh. A su hermano y protector no le cuenta que pensaba pintar este cuadro en ninguna carta posterior a la de la visita al coso taurino. Pero el cuadro ahí está, en el Museo Hermitage de San Petersburgo.

Sepamos ahora cómo trataba la vida a Vincent Van Gogh por aquellos días. Viajó a Arlés desde París, aconsejado por Toulouse-Lautrec, en busca de un mejor clima, algo de sol y la posibilidad de recuperar la salud perdida. Llegó a la ciudad francesa (y romana) en febrero de 1888 y la abandonó en el mes de mayo del año siguiente. Vivió en Arlés alrededor de dieciséis meses. La dirección que le manda a su hermano Théo, nada más llegar, es la de un restaurante de mala muerte. Era su centro de operaciones a la espera de encontrar una casa mejor para reunirse en ella con otros pintores, entre ellos Gauguin, con el propósito de formar una especie de academia para pintar juntos. Vincent salía, bien de mañana, de ese restaurante al campo a pintar y, a veces, recorría varios kilómetros hasta llegar al escenario motivo del cuadro. Otras veces se pasaba tres noches seguidas pintando el ambiente nocturno del interior de un café que presidía la luz de los candiles y una mesa de billar.

Vincent Van Gogh llegó a Arlés con la salud bastante quebrantada tras su estancia en París, donde abusó del alcohol, tuvo una deficiente alimentación que derivó en problemas estomacales y, con la sobrecarga de una mala vida llevada junto al Sena que le ocasionó problemas en la circulación de la sangre, según algunos por sífilis. En una carta a su hermano y protector (que solía mandarle en la contestación a sus cartas un billete de 50 francos) le dice que sus problemas estomacales los contrajo en París por beber mal vino en abundancia. Le dice, además, una cosa extraña: que no comiendo y no bebiendo se siente muy débil, pero tiene la sensación de que la sangre se le rehace, en lugar de echársele a perder.

"En cuatro días su alimentación consistió en veinticinco cafés acompañados de pan, que dejó a deber"

Su plan de vida en Arlés ya lo tenía trazado. “Como es necesario vivir y trabajar hay que comportarse prudentemente y cuidarse”. Y lo que hacía era beber agua fría, vivir al aire libre, alimentarse frugalmente, vestirse bien abrigado (era invierno) y, por lo que al amor se refiere —llama amor a lo que en realidad era trato con prostitutas—, lo menos posible, es decir, abstinencia, no por cuestión de castidad, sino de salud. En ocasiones se alimentaba de café y pan. En cuatro días su alimentación consistió en veinticinco cafés acompañados de pan, que dejó a deber.

En Arlés vivió con su amigo, el pintor Gauguin, en la conocida como “casa amarilla”, alquilada por Vincent; y tras la separación —por encontronazos físicos e intelectuales entre ambos artistas— se ingresó en el manicomio de Saint Remy, ya en 1889, donde siguió durante algún tiempo su tratamiento en busca de su salud mental perdida, aunque siguió pintando obsesivamente.

La oreja que se cortó Vincent Van Gogh fue como consecuencia de una fuerte discusión con Gauguin en la que Vincent esgrimió una navaja cuando Gauguin estaba de espaldas; al volverse y verse ambos en tan dramática situación, Vincent salió corriendo; y al regresar a su casa, como auto castigo, se cortó una oreja. Quizá no se separó de la cara todo el pabellón auricular, sino solamente se cortó una parte del lóbulo. La historia de la oreja de Van Gogh ofrecida como prenda de amor a una prostituta ha quedado como leyenda romántica para pobres infelices.

"Fue el año en que sufrió una crisis psicótica grave que se alternaba con etapas brillantes de genialidad pictórica y salud mental"

El psiquiatra y filósofo alemán Kart Jasper en su libro Genio y locura, en el que hace un ensayo patográfico comparativo sobre Strindberg, Van Gogh, Swendenborg y Holderlin, afirma que el año en que Van Gogh pintó la colorista escena de la plaza de toros de Arlés fue la mejor y peor del pintor. La mejor en su producción pictórica. Y la peor en su estado mental, pues fue el año en que sufrió una crisis psicótica grave que se alternaba con etapas brillantes de genialidad pictórica y salud mental. Y añade: “La tensión que ya empezaba a apuntar en alguna de las obras anteriores, es ahora sensible en cada cuadro que pinta. Pero esa energía intima se expresa con una seguridad absoluta, dominada por una conciencia inmensa y lúcida que, gracias a una disciplina formal perfecta, reprime la vehemencia apasionada de la percepción visual”.

La etapa arlesiana de Van Gogh fue muy productiva. Pintaba todos los días. Y cuando en 1958 se produjo el reconocimiento del pintor —muerto como consecuencia de un disparo que se pegó en el pecho el 27 de julio de 1890 en la localidad de Auvers-sur-Oise—, uno de sus cuadros, precisamente el titulado Jardín público en Arlés, se vendió en subasta por 132.000 libras esterlinas. Más recientemente, uno de los siete cuadros con girasoles que pintó para adornar la habitación de su amigo Gauguin en la “casa amarilla” que compartían, alcanzó en 1987 la hermosa cifra de cuarenta millones de dólares.

"A Van Gogh, autor de más de 850 cuadros, le preocupaba en Arlés, cuando estaba pintando esta corrida de toros, no poder recuperar lo que gastaba en tela y tubos de colores en cada uno de ellos"

A Van Gogh, autor de más de 850 cuadros, le preocupaba en Arlés, cuando estaba pintando esta corrida de toros, no poder recuperar lo que gastaba en tela y tubos de colores en cada uno de ellos. Le escribió a su hermano: “Es preciso llegar a que mis cuadros valgan lo que gasto en ellos, y aun que lo excedan, en vista de tantos gastos que he hecho”. Vender un solo cuadro en vida (el titulado La viña roja, por 400 francos, actualmente en el Museo Pushkin de Moscú) debió resultarle desconcertante y perturbador. En la carta que acompañaba a una caja de madera con tres cuadros suyos enviados a su hermano, le decía que los tomara para su colección particular y no los vendiera “porque más tarde valdrán 500 francos cada uno”. Podemos hacernos una idea de la poca estima en que se tuvo su obra mientras vivió, recordando que al morir su hermano, depositario de la mayoría de la colección, ésta se le valoró a su viuda en 2.000 florines, algo menos de 1.200 dólares, algunos críticos aconsejaron que fuera quemada; mientras en la Casa Drouot las telas que guardaba, en 1894, un cuadro se valoraba en 30 francos.

En el panegírico del difunto, entre constantes sollozos, el doctor Gachet definió a Vincent Van Gogh del siguiente modo: “Era un hombre honrado y gran artista. Sólo tenía dos objetivos. La humanidad y el arte… Ese arte que buscaba es… lo que le aseguraba su supervivencia”.

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José Delfín Val

Periodista. Locutor y comentarista en RNE. Es académico de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid, y cronista oficial de esta ciudad. Ha publicado numerosos libros de diferentes temáticas.

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