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Un cuaderno para un escritor: así escribí Sucios y malvados - Zenda
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Un cuaderno para un escritor: así escribí Sucios y malvados

Yolanda, mi chica, se cansó de verme divagar y me compró un cuaderno. Era un moleskine de 188 por 249 milímetros, de pastas negras de cartón y 96 páginas cuadriculadas. Puse un cargador de tinta color chocolate en la pluma y escribí mi nombre, mi dirección de correo electrónico y mi número de teléfono en...

Yolanda, mi chica, se cansó de verme divagar y me compró un cuaderno. Era un moleskine de 188 por 249 milímetros, de pastas negras de cartón y 96 páginas cuadriculadas. Puse un cargador de tinta color chocolate en la pluma y escribí mi nombre, mi dirección de correo electrónico y mi número de teléfono en el espacio reservado para la identificación del propietario de la libreta bajo el epígrafe: In case of loss, please return to: El último de los campos para rellenar decía: As a reward $: Y en él puse, en vez de dinero, una mención en la novela. En el caso de que lo perdiera, el buen samaritano que me lo devolviera recibiría esa tonta recompensa. La precaución era exagerada y finalmente innecesaria puesto que, durante los trece meses siguientes, el cuaderno me acompañó día y noche. Y aún lo hace, a pesar de que mi segunda novela lleva casi tres meses en las librerías. Ese cuaderno es el último resorte que me queda para hacerme la ilusión de que todavía tengo algún control sobre mi obra. Aunque sé que es mentira. No tengo más poder sobre ella que el que tengo sobre el sol. Dejó de ser mía el día que un librero la colocó por primera vez en uno de sus estantes y se convirtió en propiedad de los lectores. Me sigue quedando el cuaderno, ajado y manoseado, como único título sentimental de una propiedad que ya no es tal.

Dejé en blanco la primera hoja. Es un hábito que me inculcaron en el colegio y del que no puedo desprenderme y, en la segunda, esta vez con tinta roja, escribí: ¿Cuándo es justa la justicia?. Solo eran cinco palabras, pero llegar a condensarlas me había costado meses de cavilaciones y lecturas. En ese momento estaba animado porque, por fin, sabía qué historia quería contar. La trama, la estructura, el escenario y los personajes vendrían luego; algunos fácilmente y otros no. En cualquier caso, el primer paso estaba dado y, a partir de ahí, había que caminar hacia delante.

"No consigo recordar en qué momento exacto me puse el teclado bajo los dedos. El cuaderno no lo dice. No hay una marca. Ni una señal. Nada."

Antes de escribir la primera palabra de la novela, rellené muchas páginas del cuaderno. Hojearlo ahora es intentar disfrutar de la armonía de un tiroteo. No es un cuaderno. Es el caos. Los resúmenes de los libros, artículos de prensa e informes de todo tipo se alternan sin el más mínimo orden con frases escuchadas en una cafetería; reflexiones, referencias bibliográficas y notas de las entrevistas que mantuve con policías, jueces, trabajadores sociales, portuarios, químicos y personal sanitario. Cuando escribo estas líneas, compruebo que fueron necesarias cuatro líneas cronológicas distintas para el desarrollo de la historia hasta que atiné con la correcta. Y que los resúmenes de cada capítulo que yo esbozaba se parecen poco al resultado final. Hay, incluso, melodías transcritas en chapuceros pentagramas dibujados en la cuadrícula y bocetos a lápiz de los personajes principales, versiones amateurs de mi pobre talento gráfico traducido en retratos sacados de periódicos y revistas, pero que encajaba en el perfil que se había formado en mi cabeza.

No consigo recordar en qué momento exacto me puse el teclado bajo los dedos. El cuaderno no lo dice. No hay una marca. Ni una señal. Nada. Las páginas no están numeradas ni fechadas. Solo hay un conjunto de hojas en las que se percibe cierto orden: son las que corresponden a los resúmenes más o menos definitivos de lo que tenía que pasar en cada capítulo. Empieza, claro, en la Anacrusa, pero no llega al último capítulo, la Coda, que va tras el 32. La última sinopsis corresponde al capítulo 29. A partir de ahí, acabé la novela sin que necesitara las notas previas de cada escena. Soy un escritor de brújula y, en aquel momento, mi historia era un barco que veía el puerto y a bordo ya no era necesario comprobar las cartas de navegación. Quizá en ese momento empecé a sentir que el libro empezaba a escaparse de mi control.  Todavía me necesitaba, por supuesto, pero yo notaba su fuerza como un caballo joven que nota el creciente vigor en sus patas y, tras el cercado, ya huele la libertad.

"La violencia de género es un terrorismo blando, pequeño en su puesta en escena, insignificante en su disfraz de lo cotidiano y aterrador en sus cifras totales."

No volví a escribir, ni en el cuaderno ni en la novela, la pregunta que figura con tinta roja en la segunda hoja de papel cuadriculado. Tampoco la respuesta. Ni siquiera lo pretendía. Sucios y malvados se plantea, en cada renglón, ese interrogante con la violencia de género como tinta vergonzante y sangrienta con la que escribirlo. No es para menos. Desde 1999 hasta hoy, la violencia machista ha segado la vida de 1.167 mujeres. Eso supera a los 1.050 muertos con los que el terrorismo ha regado los surcos de los últimos 40 años (829 de ETA, 28 del Grapo y 193 del yihadismo en el 11-M). La violencia de género es un terrorismo blando, pequeño en su puesta en escena, insignificante en su disfraz de lo cotidiano y aterrador en sus cifras totales. Y no son sólo las asesinadas. Cada año se registran más de 140.000 denuncias por violencia de género. Y tiene muchas otras formas: las mafias de la trata pagan 20.000 euros por una mujer joven de África o de la Europa del Este para prostituirla porque recuperarán la inversión en tres meses. En el año 2015, los españoles se gastaron 500 millones de euros en entradas de cine y más de 3.200 en irse de putas. Solo en Valencia, donde se desarrolla Sucios y malvados, más de 1.600 mujeres se dedican a la prostitución y se calcula que más de la mitad de ellas lo hacen forzadas.

Ese es el escenario donde un hombre aparece ahorcado justo en el lugar donde se levantaba el cadalso que guardaba la puerta al barrio de los burdeles por el que la ciudad era famosa en toda Europa entre los siglos XIV y XVIII. Mientras tanto, en un edificio abandonado en la playa de la Malvarrosa, un grupo de meretrices acude, cada noche, a rezar desesperadas a la capilla de la Virgen de las Rameras. Entretanto, un abogado sin escrúpulos, un músico con la mente rota por una infancia infernal, cuatro mujeres que decidieron dejar de ser víctimas para convertirse en verdugos y un fugitivo sin nombre ni humanidad pululan por las calles donde la inspectora de Homicidios Roma Besalduch intenta resolver, como puede, un puzzle diabólico.

Son muchas cosas. Lo sé. Pero todas nacieron de aquellas cinco palabras que escribí en la segunda hoja cuadriculada con tinta roja. El cuaderno sigue acompañándome cada día, aunque hace ya mucho tiempo que no anoto nada en él. La novela dejó de ser mía aunque figure mi nombre en la portada. Ahora es de quien la lee. Y a este escritor le queda un cuaderno inacabado que sigue llevando consigo. Hasta que venga el siguiente.

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Título: Sucios y malvados. Autor: Juanjo Braulio. Editorial: Ediciones B. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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Juanjo Braulio

Juanjo Braulio nació en Valencia en 1972. Periodista y escritor, ha trabajado en Diario 16, Las Provincias, Ràdio Nou, Vocento), Colpisa y Abc. Un compendio de sus columnas de opinión fue publicado en forma de libro con el título La escalera de Jacob (2004). También es autor de En Ítaca hace frío (2014), un libro de viajes sobre Suecia. Después de años contando verdades que parecían mentira, con El silencio del pantano, su primera novela, decidió que era tiempo de contar mentiras para decir verdades. Su segunda novela es Sucios y malvados. juanjobraulio.com · @JuanjoBraulio

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