Salí del vagón del tren convencido de haberla visto. Estaba seguro de que era ella, Adelaida. Avancé por los pasillos del metro con su recuerdo en la cabeza —“Hasta que no suene el plomo no me voy de aquí. Ay, garabí…”—. Cuando salí de la estación de Goya era ya solo un fantasma, se había desvanecido, igual que Caracas. Afuera, la calle de Alcalá no era la calle de Alcalá. No había edificios, no había gente, solo desierto. Karina Sainz Borgo había cambiado el escenario. A lo lejos, Visitación Salazar me señalaba con la pala. La negra me gritaba, pero no alcanzaba a escuchar sus reproches. Seguí avanzando por esa tierra yerma, a veces Comala, otras la Sudáfrica de Coetzee, pero siempre frontera; 298 páginas entre la vida y la muerte.
El tercer país, la segunda novela de Sainz Borgo, transcurre bajo un cielo limpio y desolado. En un territorio donde la muerte campa a sus anchas. En un lugar donde el peligro y la violencia son los únicos jueces de este western que discurre entre lo mágico y lo terrorífico. Un sitio que nos lleva tras los pasos de Pedro Páramo y recuerda también al hostil Yoknapatawpha de William Faulkner. Karina gestiona con precisión quirúrgica la violencia, con un lenguaje de fuego y de ira, dibujando escenas tan poderosas como la que protagonizan Críspulo y el cacique, que tanto recuerda a las de Santuario —como la de la mazorca—. En este libro hay referencias literarias clásicas: «Son Antígonas en un territorio tiznado de polvo y miedo«, nos dice la escritora; de igual modo nos lleva hasta la Antigua Grecia ese coro tragicómico que forman los temidos irregulares. Deja la lectura de esta historia un sabor a metal en la garganta, el mismo que me provocan las novelas de Cormac McCarthy; y no tanto por sus puntos comunes con La carretera, sino por el tono de irremediable y perenne violencia de Meridiano de sangre. También me lleva la narración a rincones seriéfilos, no sé si buscados por ella o sugeridos por mi subconsciente ante ese vacío existencial que sobrevuela siempre por la obra. Sangre de Cristo podría haber sido perfectamente el escenario de un episodio de The Leftovers. Visitación y Angustias deberían haber protagonizado un capítulo junto a Kevin Garvey y Nora Durst. Y es que otro de los grandes temas de este libro es la ausencia de Dios, la necesidad de Uno que puede justificar tanto dolor. Hasta Mad Max podría haber tenido su rinconcito aquí; su «Empire of Dirt», que cantaba Johnny Cash.
Recorremos este paisaje de la mano de dos mujeres, Visitación Salazar, la sepulturera, y Angustias Romero, la protagonista de la novela, que huyó de la peste para encontrar más muerte, la de sus hijos —los gemelos sietemesinos—, y la de los difuntos del cementerio ilegal —El Tercer País— regentado por Salazar, a la que ayuda a cavar y sepultar. En el libro no solo hay final, también hay principio. Otra mujer, Consuelo —cada mujer de esta obra tiene su destino escrito en su nombre—, ofrecerá luz al relato con su bebé, Milagros, una regeneración, un canto a la esperanza, que también necesita una tesis de la condición humana tan demoledora como esta. Porque este relato tiene un propósito: enfrentarnos al espejo, despojarnos de prejuicios, y aunque sea a través de la ficción, mostrarnos una de las lacras del siglo XXI —que la autora ha vivido, y vive—: el de la migración, el rechazo que genera, el abandono que provoca, la eterna violencia que en ella se sustenta, el constante aislamiento de los que la padecen. Mezquite, Las Tolvaneras, Sangre de Cristo… todas ellas conforman una geografía que podría situarse en muchos lugares del mundo, entre México y Estados Unidos, en Lampedusa, en Siria… Hay un vocabulario que nos circunscribe a Centroamérica, pero el sentimiento de miedo y desarraigo es el mismo que el de otros infiernos repartidos por todos los continentes.
«Cuando la gente llega a un cementerio, siento miedo. Es feo, es raro. Pero los que van a El Tercer País quieren quedarse, porque allá reina la paz… Para mí los vivos y los muertos son iguales. No todos tienen la oportunidad de nacer, pero todos van a morir».
El tercer país es muchas cosas: thriller, distopía, western y tragedia griega, pero por encima de todo es un alegato a favor de la redención, un voto por la compasión, la única virtud que puede salvar al mundo. En la segunda novela de Sainz Borgo hay una sintaxis poderosa que sostiene la trama, hay un lenguaje rico y creativo heredero de los mejores momentos del boom y una imaginación creadora que anticipa prodigios venideros. Una segunda novela es un reto, sobre todo, para una escritora que ha conseguido premios, elogios y reconocimiento de la crítica y del público, pero Karina sube la apuesta con El tercer país y entrega un texto de madurez, profundo y arrebatador, escrito con las entrañas y moldeado con espíritu de orfebre, un compendio de páginas diseñadas con precisión mediante frases certeras y redondas.
El tercer país es quizá una novela demasiado importante para unos tiempos tan efímeros como los que vivimos; nos falta perspectiva para poder juzgarla.
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Autor: Karina Sainz Borgo. Título: El tercer país. Editorial: Lumen. Venta: Todostuslibros y Amazon
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