“Suenan tambores de guerra». Una expresión que bien nos podría trasladar a las páginas de una novela de John le Carré, Graham Greene o, por qué no, de un viejo cómic del eternamente joven Tintín en alguna de sus múltiples tribulaciones en quién sabe qué rincón del mundo. Y siempre plácidas lecturas en nuestro rincón favorito, en la seguridad de nuestro hogar, de nuestro país, de nuestra ya pacífica Europa. Pero suenan tambores de guerra en Europa, como lo hicieron durante los años previos a la Primera Guerra Mundial, a la Segunda y a todos los conflictos que les han seguido hasta nuestros días; unos convenientemente recordados y magnificados y otros perversamente olvidados. Cuando se ha llegado ya a una situación de guerra abierta entre Ucrania y Rusia es fundamental que nos acerquemos a las estanterías y recuperemos los periódicos de ayer, también llamados libros de historia y les demos vida para hacer periodismo del pasado y poder comprender esa historia de la actualidad. De la misma forma que nos enfrentamos al COVID, debemos vacunarnos contra la manipulación informativa que acompaña a todo tipo de conflicto. Esa desinformación con la que los líderes implicados pretenden simplificar la situación convirtiéndola en una lucha de buenos y malos.
La historia de Europa es la historia de una permanente lucha entre las distintas potencias para lograr la supremacía política y económica. La culminación más trágica llegó con las dos guerras mundiales. De ambos conflictos, que algunos historiadores definen como uno sólo con un paréntesis de viente años, hay ciertos aspectos de los que podemos extraer ideas para comprender lo que acontece hoy en el este de Europa:
—La importancia y el protagonismo de las Alianzas. La Triple Entente y la Triple Alianza aglutinaban a los dos bandos contendientes en el inicio de la Primera Guerra Mundial. En realidad se respiraba el ambiente bélico desde hacía años y cualquier excusa llevaría inexcusablemente a una guerra total, como así sucedió.
—Las guerras hay que pagarlas y no son baratas. El primer plan de Putin para evitar el acercamiento de Ucrania a occidente en 2014 consistió en usar el poder de la intimidación derivado de su buen funcionamiento durante la Guerra Fría. Putin no quiere un enfrentamiento directo con la Unión Europea y EEUU. De ahí que esta invasión suponga, después de ocho años de infructuosa presión, el prioritario intento de detener la integración de Ucrania en la OTAN. Si Ucrania llegase a formar parte de la Alianza Atlántica toda agresión hacia su soberanía implicaría una respuesta militar que conduciría a Europa, al mundo, a un desastre sin precedentes.
—Putin no va a cometer los errores de un zar que, henchido del origen divino de su mandato, despreció los enormes problemas de su país. Putin en cambio ha logrado la sorprendente perpetuación de su figura como líder de Rusia, ha dedicado su knowhow, ese saber hacer que se forjó en la antigua Unión Soviética, a la eliminación sistemática de sus opositores internos y a la manipulación de la información ante sus compatriotas, empleando el recurso del victimismo y poniendo ante la opinión pública rusa la idea de que la madre patria está amenazada.
Otro beneficio fundamental para Putin, iniciada la contienda con Ucrania, es la profunda herida que ya afecta a la maltrecha economía de Occidente. China mantiene su silencio y se pone de perfil, al fin y al cabo en esta guerra, el sector económico asiático va a ver reforzada su hegemonía. Y muy probablemente ése sea el auténtico origen del conflicto en Europa oriental: lo que está en juego es, como siempre ha sucedido, el tener una posición dominante de poder de unas potencias sobre otras.
Sin embargo, aunque nada justifica la escalada belicista de un pseudodemócrata como Putin, el papel de EEUU, la UE y la OTAN quizá sea más cuestionable de lo que pueda parecer, y en este punto es en donde, probablemente, los ciudadanos de a pie carezcamos de todas las piezas que nos permitan visualizar este complejo puzzle. Simplificar los papeles de unos y otros como buenos y malos no debiera ser suficiente para dar vía libre, una vez más, al derramamiento de sangre. Al soldado se le convence de que la pérdida de su vida es una debida pérdida. Basta con este vulgar juego de palabras para enardecer su espíritu patriota y hacerle salir de una trinchera aunque se enfrente a una muerte segura. Pero habría que preguntarse si ese soldado está dando realmente la vida por su patria o por los opacos vaivenes de la macroeconomía mundial.
Demasiadas preguntas acerca de una partida de ajedrez de la que en realidad sabemos muy poco, a pesar de ser las fichas del tablero. Y mientras tanto el pueblo ucraniano, una vez más con el corazón en un puño, esperando que otros decidan sobre su futuro.
Como les sucedió a los batallones de Osttruppen, integrados por los prisioneros del Ejército Rojo a los que los alemanes obligaron a defender las playas de Normandía, muchos de ellos rusos y ucranianos.
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