Tres poemas de Luis García Montero del libro inédito A puerta cerrada, que saldrá este otoño en la editorial Visor.
La recompensa
Aunque no sea verdad,
porque el tiempo hace mundos igual que se hace daño,
déjame que aproveche este calor final
de la tarde imprecisa.
Quiero sentirme dueño de las horas.
Para encontrarme a mí
he aprendido a seguirte.
Salgo por la memoria y no llego a un recuerdo,
sino a este modo de vivir despacio
las cosas que me das.
Todavía camino por la ciudad aquella
y soy el habitante de lo que sucedió
la semana que viene,
de los hechos que pueden ocurrir
hace ya muchos siglos,
cuando los pies del tiempo que nos falta
escriban junto al mar
la orilla laboriosa del pasado.
Todo está en ti. Y todo permanece
mientras rueda en el cielo
la luna primitiva.
Cada intuición es una huella,
cada recuerdo el porvenir,
hoy es ayer para decir mañana.
El otro espejo
Te veo conducir
por el camino de la tarde.
Con los ojos clavados
vuelves a tu ciudad
y en la cuneta quedan las desgracias,
los años, los amores
como si fuesen árboles caídos.
Son de hoja perenne, no te engañes.
Envejecer es la costumbre
del rostro que sorprende en las arrugas
su propia identidad,
esa historia dudosa
del delincuente honrado.
Igual que los destinos más vulgares,
el tuyo está en las manchas de mi piel.
Una debilidad con piel de lobo.
Que cada curva salve un precipicio,
no limpia la mirada.
Que no haya más excusas
para justificar la dirección,
tampoco nos condena.
La lentitud y la velocidad
ya no discuten por nosotros
a los dos lados del espejo.
Marcas, herencias, huellas.
Cuando llegues a mí
no estará el corazón.
Estaré yo para pensarlo todo.
Indulto
A Joan y José Emilio
Llamo a conserjería. Tengo frío en el cuarto
y no funciona la calefacción.
Miro por la ventana este paisaje
de vertederos en la niebla sucia.
Ni siquiera la niebla puede ocultar los plásticos,
las latas, la carroña convertida en silencio.
Sólo un rayo de luz
al desnudarlo todo delante de mis ojos
me concede el indulto.
Es una petición en esta vida.
Se han olvidado. Nadie responde a tus llamadas.
¿De qué te quejas?, pienso. Ya lo sabes,
te vas a morir solo.
La muerte es ejercicio solitario
y no habrá nadie más que tú
allí donde se duerman los recuerdos
y las preocupaciones.
Pero pasos de luz en la escalera
-apenas un rumor en el que están los otros-
me suben el indulto.
Es una petición en esta vida.
Como un gato que sale del estiércol,
como el murmullo de la gente
que sufre y se sostiene,
como una habitación en la frontera,
la poesía te indulta.
Con su equipaje pobre para viajar contigo,
más real que el silencio y la carroña,
incompleta, sin tiempo, mal doblada,
la poesía te indulta.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: