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Tres mil años de guerra y paz, de Jonathan Holslag - Zenda
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Tres mil años de guerra y paz, de Jonathan Holslag

La editorial Pasado & Presente publica Tres mil años de guerra y paz: Una historia política del mundo, de la que es autor Jonathan Holslag y de la que ha dicho lo siguiente: «Al escribir esta obra, me he guiado por una sola cuestión: ¿qué quiero que las personas que deben modelar el mundo sepan...

La editorial Pasado & Presente publica Tres mil años de guerra y paz: Una historia política del mundo, de la que es autor Jonathan Holslag y de la que ha dicho lo siguiente: «Al escribir esta obra, me he guiado por una sola cuestión: ¿qué quiero que las personas que deben modelar el mundo sepan sobre la historia de la política mundial, teniendo en cuenta que tienen tantos otros temas en los que trabajar y cursos que hacer? El resultado es una visión panorámica de 3.000 años de historia: una introducción que familiariza al lector con sucesos fundamentales, le permite extraer algunas conclusiones sobre el funcionamiento de las relaciones internacionales y, con suerte, despierta suficiente interés acerca de algunos aspectos para que él mismo explore en mayor detalle. Puede ser útil para los estudiantes universitarios, así como para cualquier lector que desee dar sentido a nuestro mundo inquieto, entender de dónde venimos y hacerse alguna idea de lo que el futuro nos podría deparar”.

Jonathan Holslag es profesor de Política Internacional en la Universidad Libre de Bruselas, asesor especial del vicepresidente de la Comisión Europea, así como Rockefeller Fellow de la Comisión Trilateral, miembro del Foro para la Cooperación en Seguridad Asia-Pacífico y Visiting Nobel Fellow en el Instituto Nobel de Oslo. Ha colaborado en las cadenas de televisión CNN, BBC, Bloomberg, CCTV y Al Jazeera, ha escrito en The Financial Times y The Guardian, y es autor de numerosos libros.

Zenda publica los dos textos introductorios: “Por qué la historia importa” y «Escribir la historia”.

Introducción

Por qué la historia importa

A pocos kilómetros de la capital húngara, Budapest, los arqueólogos hicieron un descubrimiento extraordinario: en una tumba del siglo VI a.C. hallaron los restos de una mujer y un niño escitas. No eran ricos; aun así, sus familiares los habían vestido con finos ropajes y los habían tendido para que descansaran en un tierno abrazo. Madre e hijo fueron víctimas de la guerra, uno de los muchos conflictos que enfrentaron a las tribus escitas entre ellas. Mirándolos, empecé a preguntarme: ¿cómo era posible que estas personas pudieran mostrar tanto amor y cuidado por sus familiares y, sin embargo, sufrieran repetidamente una matanza tras otra? ¿Cómo es posible, hoy en día, que los países continúen armándose hasta los dientes, que las guerras todavía destrocen tantas familias y seres queridos y que la diplomacia fracase tan estrepitosamente en evitar la rivalidad militar? ¿Por qué un planeta que siempre ha anhelado la paz nunca ha logrado preservarla?

Tal como señaló el famoso estadista estadounidense Henry Kissinger, la paz y la guerra son las actividades principales de la política mundial. Aunque la agenda internacional se haya ampliado con las cuestiones ambientales y asuntos tan triviales como la curvatura de los plátanos, la diplomacia continúa teniendo una enorme responsabilidad cuando surgen situaciones de gran riesgo. Esto explica por qué la diplomacia ha seguido siendo una actividad tan importante, casi mística, dignificada por el protocolo y rodeada de secretismo. También explica por qué los jóvenes continúan atraídos por ella. Cada año, numerosos graduados de todo el mundo compiten en exigentes exámenes de ingreso para acceder al cuerpo diplomático; muchos más intentan involucrarse en la política internacional desde la banda. He escrito este libro sobre todo para ellos, para los hombres y mujeres que aspiran a estudiar, comunicar o dar forma a la política mundial, ya sea como políticos, diplomáticos, oficiales militares, profesores o periodistas.

La política mundial se encuentra de nuevo manteniendo un equilibrio precario en un punto de inflexión. En un lado de la balanza se halla una gran multitud de cosmopolitas, la élite aerotransportada que salta de una ciudad a otra y que considera que el éxito de la diplomacia se mide por el número de conversaciones llevadas a cabo o por la cantidad de cámaras y reporteros presentes en conferencias internacionales. Insisten en que la historia sangrienta de la política de las principales potencias ya ha terminado y que las grandes guerras se han vuelto mucho menos probables. Esta argumentación mantiene que ahora, debido a la interdependencia económica, es bastante menos esperable que las rivalidades provoquen guerras de grandes dimensiones. Es una opinión que ha sido especialmente dominante en política tras el colapso de la Unión Soviética en 1991: en Europa, que ha aspirado a liderar con el ejemplo y no con la fuerza; en China, que ha diseñado la doctrina del ascenso pacífico; y en Estados Unidos de América, donde tanto los conservadores como los progresistas han defendido una política exterior basada en valores liberales.

En el otro lado están los muchos que creen que el mundo libre y abierto no les ha beneficiado, que la globalización es responsable de la inestabilidad económica y que tanto los inmigrantes como las multinacionales son una amenaza. Están enojados y apoyan a líderes nacionalistas fuertes; quieren estar protegidos contra un mundo de injusticia e inseguridad. Mientras los cosmopolitas disfrutaban en su mundo plano y sin fronteras, este grupo ha crecido y ahora limita seriamente las posibilidades de compromiso y moderación internacional.

Este cambio se produce en un momento en que los niveles mundiales de gasto militar son otra vez más altos que en los peores tiempos de la Guerra Fría. El número de conflictos armados también está creciendo y otras disputas internacionales se han recrudecido. Y en este mundo confuso, una nueva generación tiene que trazar su camino y adquirir la sabiduría que les permita tomar las decisiones importantes a las que se enfrentan. Estos líderes del mañana deben guiarse por una buena comprensión del bienestar de las personas, de la economía, de la ética y de la historia. Como dijo el estadista romano Marco Tulio Cicerón: «Por otra parte, ignorar lo que ha ocurrido antes de nacer uno es ser siempre niño».

Si bien la teoría y la ideología nos proporcionan un punto de vista ventajoso sobre el mundo, como el que se obtiene durante un viaje en helicóptero, la historia nos lleva al mismo punto solo después de una larga y ardua expedición por la montaña. Un viaje a través de la historia fortalece la mente de la misma manera que una excursión por la naturaleza endurece el cuerpo y el alma. Se requiere perseverancia y concentración para interpretar los diversos eventos que nos encontramos a lo largo del camino; nos permite desarrollar la percepción y la conciencia necesarias para detectar y superar los obstáculos y, en última instancia, nos conduce a grandes alturas, desde donde podemos mirar atrás, sacar conclusiones y buscar la mejor ruta posible hacia el horizonte que tenemos por delante.

No hay atajo para este viaje. Por mucho que confiemos en el rigor de la teoría y la claridad de la ideología, si no aceptamos el desafío de encarar la historia, es como afirmar que somos religiosos sin haber leído ningún texto sagrado. Comparada con la ideología, la historia puede ser una fuerza moderadora; revela no solo cuánto ha progresado el mundo en la mejora de las condiciones de vida, sino también cuán duro ha sido ese progreso y su preservación. Desde esta perspectiva, la historia mundial puede verse como una curva ascendente; pero es un ascenso que ha experimentado retrocesos dramáticos a lo largo del camino, retrocesos que es necesario entender para ayudar a prevenir, o al menos paliar, nuevas crisis en el futuro.

Sin embargo, el estudio de la historia se ha ido marginando cada vez más en los programas de escuelas y universidades. Lo que queda, a menudo resume la historia en apoyo de teorías o ideas preconcebidas. En los cursos de política internacional, por ejemplo, la historia se limita, en el mejor de los casos, a los consabidos estudios de casos, como la guerra del Peloponeso, el auge de la antigua Roma o el funcionamiento del concierto europeo del siglo XIX. En seguida queda claro que los temas tratados se centran únicamente en una pequeña zona del mundo: Europa. Esto ha llevado a los académicos no europeos a afirmar que la cultura estratégica de sus propios países es fundamentalmente diferente y ajena a la política perversa de las potencias europeas. He escuchado este argumento muchas veces, en boca de colegas y diplomáticos chinos que se refieren a una supuesta tradición innata de la armonía en el Reino del Medio; o de funcionarios indios que consideran que su nación se ha fundado en los principios de paz de Gandhi. Resulta inevitable que tales limitaciones geográficas en el estudio de la historia causen malentendidos y desacuerdos.

Escribir la historia

Así pues, ¿qué pueden esperar los lectores de este libro? Para responder a esta pregunta, primero debo explicar lo que no es este libro. No es ningún trabajo especializado que revele nuevos descubrimientos procedentes de yacimientos arqueológicos o de archivos. A veces se basa en fuentes primarias, pero también recurre gratamente a varias fuentes secundarias excelentes. Este libro tampoco es una historia más de esas que promueven una gran idea: que se está gestando un «choque de civilizaciones», por ejemplo; o que nos acercamos al «final de la historia »; o que los humanos siempre han sido optimistas racionales que prosperaron gracias al comercio. Tampoco se trata de una obra de revisionismo histórico que intente provocar controversia atacando estudios anteriores. Desde luego, como cualquier otro estudioso de relaciones internacionales, tengo mis predisposiciones, pero no me he propuesto confirmarlas sin más. De hecho, no sabía muy bien qué esperar cuando me embarqué en la investigación previa a la redacción de este libro, ya que gran parte de lo que tenía que explorar era nuevo para mí.

Al escribir esta obra, me he guiado por una sola cuestión: ¿qué quiero que las personas que deben modelar el mundo sepan sobre la historia de la política mundial, teniendo en cuenta que tienen tantos otros temas en los que trabajar y cursos que hacer? El resultado es una visión panorámica de 3.000 años de historia: una introducción que familiariza al lector con sucesos fundamentales, le permite extraer algunas conclusiones sobre el funcionamiento de las relaciones internacionales y, con suerte, despierta suficiente interés acerca de algunos aspectos para que él mismo los explore en mayor detalle. Puede ser útil para los estudiantes universitarios, así como para cualquier lector que desee dar sentido a nuestro mundo inquieto, entender de dónde venimos y hacerse alguna idea de lo que el futuro nos podría deparar.

Para ello, este libro integra diferentes aspectos históricos que suelen tratarse por separado. Hay obras magníficas sobre las causas de la guerra, pero no hacen hincapié en los períodos de paz. Hay estudios magistrales sobre los cambios históricos en el equilibrio de poder, pero pasan por alto la forma en que se ha llevado a cabo la política internacional: cómo se han fundado las organizaciones internacionales, cómo se han negociado los tratados (tanto en covachuelas como en fastuosos salones de baile), cómo las creencias personales de los participantes han tenido un papel importante y cómo los diplomáticos han establecido las reglas de la política mundial. Mi tarea ha sido desglosar estos niveles, todos ellos distintos pero interrelacionados, en una sola investigación coherente.

El primero de estos niveles se refiere a la historia de la distribución de poder en todo el mundo, desde las épocas más remotas. Tal como expresó el politólogo Robert Dahl, el poder es la capacidad de hacer que las personas hagan lo que de otra manera no habrían hecho.6 Para una entidad política o estado, esto tiene tanto una dimensión interna, es decir, su influencia sobre los ciudadanos, como una externa, es decir, su influencia sobre otras estructuras políticas. El poder, en estos términos, tiene dos aspectos: sus entradas, o recursos, y sus salidas, o influencia efectiva. La implementación de esta última puede ser forzada o delicada, y puede contemplar cualquier método, desde una subyugación contundente hasta una sutil instigación. En este sentido, la diplomacia no es más que el arte de mediar entre los intereses nacionales del propio país y los de los otros.

Cuando nos centramos en las entradas, los recursos de una entidad política se pueden medir en función de tierras y recursos naturales, erario, poder militar, sistema político, legitimidad como estado, etc. Estos recursos nunca son fijos, sino que su distribución relativa entre las entidades políticas determina el equilibrio de poder en cualquier momento. Muchos académicos estudian los procesos por los cuales las entidades políticas acumulan y pierden recursos. Así, uno de los elementos de discusión más importantes son las formas en que la organización social, económica y política, así como el liderazgo individual, afectan a la acumulación y conservación de recursos. ¿Es realmente el capitalismo occidental una forma superior de organización económica? ¿Es necesaria la democracia para la prosperidad, o necesitamos un liderazgo autoritario? Otro tema importante de debate es el impacto de las ideas en el valor de los bienes materiales. Por ejemplo, ¿por qué las entidades políticas parecen valorar el poder militar de manera diferente en ciertos momentos? ¿Determinan las potencias económicas más ricas la forma en que otros estados definen sus propias necesidades?

Esto nos lleva al segundo nivel: la historia de la organización política. Las entidades políticas han adoptado muchas formas diferentes: ciudades, ciudades-estado, estados nación, uniones multinacionales e imperios que van desde los indirectamente comerciales hasta los directamente territoriales. Se han organizado como monarquías o repúblicas, dictaduras o democracias, etc., y han coexistido con otros agentes influyentes, como grupos religiosos, corporaciones internacionales e incluso piratas.

Hasta hace unos años, la suposición predominante era que viviríamos en un mundo igualitario y sin fronteras, y que los estados estaban a punto de quedarse sin poder. Hoy observamos una realidad completamente diferente: el nacionalismo ha regresado, la gente pide fronteras bien protegidas, el gasto militar va en aumento y los gobiernos interfieren sin cesar en los asuntos económicos. El debate actual sobre la importancia del poder político geográficamente delimitado frente al comercio, el capital, las ideas y la cultura cosmopolitas no es nuevo en absoluto. Este libro presta atención a los factores que a lo largo de la historia han causado cambios entre el cosmopolitismo, que tiene fijación por la apertura, y el proteccionismo, obsesionado con las fronteras y la defensa.

El tercer nivel se refiere a la historia de la interacción entre unidades políticas. Una y otra vez, las personas se han alzado para proclamar que la naturaleza misma de las relaciones internacionales estaba a punto de cambiar a mejor, que la rivalidad continuaría, pero que sería menos violenta. Del mismo modo que, en el siglo V a.C., el estadista ateniense Pericles prometió paz y seguridad a otras ciudades griegas si se unían a su Liga de Delos, veinticinco siglos después, el presidente estadounidense Harry Truman se comprometió a proteger el mundo libre y, en los últimos años, el presidente chino Xi Jinping ha sostenido la visión de un nuevo orden mundial armonioso. Pero, según el gran politólogo Hans Morgenthau, bajo el caos de la política internacional hay fuerzas perennes que dan forma a todas las sociedades, como el anhelo ilimitado de poder de los humanos y la consiguiente rivalidad entre los estados. Así que, ¿podemos deducir alguna pauta en la incidencia de la guerra y la paz a lo largo de la historia? ¿Qué ha hecho que la guerra sea más frecuente que la paz? Y, por el contrario, ¿qué ha llevado a los poderosos mandatarios a defender la causa de la paz y a respetar las convenciones, las organizaciones internacionales y las reglas que restringen la soberanía? ¿En qué medida las relaciones internacionales han sido impulsadas por un deseo de seguridad defensiva, o engrandecimiento territorial, o beneficio económico, o por ideas religiosas, de nacionalismo o justicia, o simplemente por ignorancia y locura? ¿Se vuelven los estados más comedidos en el uso de la fuerza y más dispuestos a cooperar como resultado de la interdependencia económica, el aumento de la comunicación y los valores compartidos?

El cuarto nivel es la historia de la relación entre las personas y el planeta; en otras palabras, la importancia de la naturaleza y el cambio ambiental. Algunos de los primeros autores que escribieron sobre política, como Kautilia, asesor de la corte india, y el estratega chino Sun Tzu, ya aconsejaban a los gobernantes que administraran sus recursos naturales con cautela. Durante gran parte de la historia, una de las tareas principales de los monarcas ha sido interceder ante los dioses por un clima favorable; los cambios climáticos, la escasez de alimentos y las consiguientes migraciones han provocado revueltas sociales y guerras, al menos desde la época de los primeros faraones egipcios. Y ahora, en el siglo XXI, ¿hay alguna novedad al respecto? ¿Debemos considerar el calentamiento global como un nuevo componente de la agenda internacional? O, tal como Kautilia y Sun Tzu escribieron hace más de dos mil años, ¿debe un gobernante que aspire a tener éxito lograr un equilibrio entre los deseos de su gente y los recursos naturales?

El quinto y último nivel tiene que ver con una reflexión sobre la evolución de la política mundial a lo largo de la historia. Tras la caída de la Unión Soviética, el debate estuvo dominado por académicos optimistas, los llamados liberales, que defendían que el comercio había hecho que las entidades políticas fueran más dependientes las unas de las otras y que esta interdependencia había encarecido el conflicto, y los llamados constructivistas, que asumían que las normas internacionales disuadían a tales entidades del uso de la fuerza entre ellas y que incluso su propio ADN podía cambiarse, alejándose de una predisposición por los intereses nacionales egoístas y centrándose cada vez más en el bien común. En los últimos años, sin embargo, los intelectuales políticamente realistas han tenido más repercusión. Estos creen que las entidades políticas siempre lucharán por la autonomía, la seguridad y el poder; como resultado, es poco probable que la cooperación y la paz sean viables a largo plazo. El mundo sigue atenazado por la anarquía, que para los estudiantes de política internacional significa la competencia perpetua entre entidades políticas y la ausencia de una fuerza duradera que pueda arbitrar o resolver sus disputas. Este cambio del idealismo optimista al realismo pesimista no es nada nuevo, como este libro se encargará de mostrar. Seguiremos de cerca las dos escuelas de pensamiento, en su alternancia a lo largo de la historia, y prestaremos una atención especial a las razones por las que cada punto de vista adquirió una importancia momentánea y luego declinó.

En total, en este libro se analizan 3.000 años de historia, desde el comienzo del primer milenio a.C. hasta el principio del siglo XXI d.C. Cada capítulo abarca dos o tres siglos y se concentra en la región geográfica que las pruebas históricas sugieren como la más importante en ese momento, ya sea por el tamaño de su población, por su poderío o por su liderazgo en los asuntos internacionales. De esta manera, el enfoque se desplazará de este a oeste y de norte a sur, siguiendo los centros de poder en constante cambio. Inevitablemente, algunas regiones tendrán un lugar menos destacado que otras, como el África subsahariana y las Américas, puesto que durante la mayor parte de su historia presentaban una densidad de población inferior a la de otras regiones (con toda probabilidad, hasta el siglo XIX d.C., todas estas representaban menos del 10% de la población mundial) y porque las fuentes disponibles relativas a sus organizaciones políticas precoloniales también son mucho más escasas. Sin embargo, esta obra menciona al menos algunas entidades políticas como las antiguas ciudades olmecas de Centroamérica y los reinos medievales de África central, además de abordar el destino de otros protagonistas no tan destacados en los asuntos mundiales: los países cautelosos situados en los confines de los grandes imperios, los pueblos esclavizados durante las guerras y las perspicaces ciudades comerciales que, de forma precavida, trataban de cubrirse las espaldas entre los gigantes políticos.

A lo largo del libro se intenta resaltar el impacto que la política mundial tiene en la vida de la gente corriente. Además de los efectos del cambio económico, a menudo fue el estallido de la guerra lo que tuvo las mayores repercusiones, por lo que intentaremos determinar las causas y consecuencias de los conflictos, investigar cómo se ganaron y perdieron, analizar cómo se percibieron y, finalmente, seguiremos a los diplomáticos en sus desesperados intentos por detenerlos. Incluso si nuestro objetivo es tratar y extraer cuestiones atemporales subyacentes en la historia de la guerra y la paz, esta debe seguir siendo ante todo una historia de seres humanos, de sus esperanzas y temores, de su capacidad de ejercer la violencia y de su sufrimiento. Esa es la única manera para poder entender las difíciles decisiones que definen la naturaleza del verdadero liderazgo.

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Autor: Jonathan Holslag. Traductores: Marc Figueras y Marià Pitarque. TítuloTres mil años de guerra y paz. Editorial: Pasado & Presente. VentaAmazonFnac y Casa del Libro.

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