Tintín, el joven belga de tupé rubio y pantalones bombachos, embarcado siempre en fabulosas aventuras en compañía de su fiel fox-terrier, Milú, es una de las figuras indiscutibles de la fantasía infantil contemporánea. Son ya cinco generaciones de jóvenes las que han crecido fascinadas por sus historias, traducidas a setenta y siete idiomas, llevadas al cine y a la televisión, adaptadas de nuevo por Spielberg y de las cuales se siguen vendiendo cada año dos millones de álbumes en todo el mundo. Su rostro imberbe, sus maneras determinadas, su ingenio y coraje componen la imagen de un héroe, humorístico, ingenuo si se quiere, pero héroe al fin y al cabo.
La incorporación de Tintín a la cultura contemporánea, como uno de los grandes ejemplos de la potencia narrativa y artística del cómic como género de creación, llega al extremo de que hay lugares, como la ciudad portuaria francesa de Saint-Nazaire, que lo han convertido en verdadero icono local. Así, al pasear por los muelles de su dársena o por las calles peatonales de la zona comercial, y gracias a la iniciativa de la asociación nazariana de tintinófilos Los siete soles, uno va acompañado cada tanto por reproducciones gigantes de las viñetas de las aventuras de Tintín en las que aparecen escenas que tienen al puerto de Saint-Nazaire como escenario (en los álbumes Las siete bolas de cristal y Tintin en el templo del sol). E incluso uno de los asteroides que surcan el espacio entre los planetas Marte y Júpiter lleva, por iniciativa de los astrónomos del Real Observatorio de Bélgica, el nombre del creador del personaje: Hergé.
Solo que ese no era su verdadero nombre. Detrás de Tintín, detrás también del nombre con el que se firmaron sus aventuras, se esconde el rostro de George Remi. Hergé, su seudónimo artístico adoptado muy precozmente, era en realidad la transcripción fonética de las dos iniciales de su nombre, G.R., leídas en francés y en orden invertido. Ese fue el primer paso en su aspiración de situar su verdadera identidad fuera del radar de la fama. Hace noventa años, cuando Hergé tenía veintidós, el joven Tintín emprendió sus primeras andanzas, publicadas por entregas en la revista Le Vingtième Siècle. Con él, su autor había encontrado la máscara que necesitaba.
George Remi había nacido el 22 de mayo de 1907 en Bruselas (allí fallecería también, en 1983), en el seno de una familia de trabajadores del textil. La historia de su familia paterna no estaba exenta de episodios casi folletinescos. Su abuela Léonine, que fue madre soltera, entró a trabajar como camarera de la condesa de Dudzeelle. De ese modo, sus dos hijos, Alexis (el padre de Georges) y Léon, siempre tuvieron el relativo pedigrí, pese a su humilde condición, de haber crecido en una casa aristocrática. La condesa quiso además restaurar el honor perdido de la joven Léonine casándola con un joven vecino, menor que ella y obrero de imprenta, llamado Philippe Remi. Un hombre que asumió la paternidad de los niños (pese a que sólo les llevaba once años de diferencia), pero que una vez muerta Léonine, apenas si participó en la vida de la familia. De hecho, cuando falleció en 1940 nunca había visto a su nieto George, por más que éste llevara su apellido y hubiera cumplido ya los treinta y tres.
El origen ilegítimo de la familia, su distorsionada posición social, el fantasma de su abuelo de conveniencia y el carácter singular de sus padres, de sus tíos y de su propio hermano menor, Paul (nacido en 1912), influyeron en la vida real de George Remi tanto como en la vida de ficción de su personaje Tintín.
Hergé contó en numerosas ocasiones que en la escuela había sido un mediocre alumno de dibujo, pero lo cierto es que muy pronto sobresalió en esa asignatura. Tanto que no tardó en empezar a publicar dibujos y caricaturas en las revistas del movimiento católico de boy-scouts, en el que entró a los trece años de edad. Ese universo religioso, que profesaba un culto a la juventud y a la pureza a través de la camaradería masculina y del ejercicio en la Naturaleza (ideales que, por otra parte, estuvieron en la base de la evolución de buena parte de la juventud centroeuropea hacia posiciones fascistas en los años 20), fue determinante en la formación de George Remi. Tan determinante como para considerar que el hombre clave en el nacimiento de Tintín fue precisamente un sacerdote: el abate Norbert Wallez.
Ha nacido una estrella. La primera vez que George Remi firmó un dibujo como Hergé fue en 1924, en la revista Le Boy-Scout. Tenía diecisiete años y una novia un año mayor que él cuyo nombre era Marie-Louise Van Cutsem, aunque todo el mundo la llamaba Milú. Durante unos meses de gloria, pareció que George, transformado en Hergé y libre así del apellido Remi y del inquietante pasado asociado a éste, iba también a poder, gracias al amor de Milú, escaparse del gris universo de su vida familiar. Una vida “sin el menor brillo, sin libros, sin ideas”, de la que siempre se quejó; una familia en la que apenas había comunicación, “era gente lacónica”, explicaba, hasta el punto que, muchos años después, al hablar de la muerte de su madre, afirmaba en una entrevista: “Tengo la impresión de haber pasado al lado de ella sin intentar conocerla (…). Nos queríamos, sí, pero no teníamos mucho que decirnos. Ella ha muerto sin que hayamos tenido un verdadero contacto”.
Sin embargo, el padre de Milú, un prestigioso diseñador que trabajaba con el célebre arquitecto pionero del modernismo Victor Horta, puso fin a los sueños del joven Hergé al obligar a su hija a romper con él. Para el señor Van Cutsem, George seguía siendo el hijo mayor de la dudosa familia Remi y, por tanto, “un muchacho sin porvenir”.
Cabe preguntarse qué tanto de afectuoso recuerdo y qué tanto de dulce venganza social hay en el hecho de que el perro de Tintín lleve el nombre de Milú. Lo cierto es que Hergé, tras la desilusión amorosa, prosiguió tanto con sus colaboraciones en revistas y como con sus andanzas de scout, gracias a las cuales había recorrido ya las montañas de Suiza y los Pirineos, de los cuales afirmaba que habían sido “el Tibet de mi juventud”. Y al año siguiente consiguió un trabajo en la revista de la derecha católica Le Vingtième Siècle, pero solo como oficinista del servicio de suscripciones, aunque siguió publicando sus dibujos en las revistas de los scouts. La situación se mantuvo hasta que el editor de Le Vingtième Siècle, el abate Wallez, le ofreció pasar a la sección de reporteros e ilustradores de la revista, convirtiéndose en una especie de padre espiritual capaz de alentar su imaginación pues, aunque ultracatólico, el abate era a su manera un hombre moderno. Desdichadamente para Hergé, su modernidad pasaba por la admiración del emergente fascismo de Mussolini.
Fue Wallez quien propuso a Hergé transformar a un joven personaje acompañado de un perro, que éste había utilizado en una tira cómica publicada en una revista de boy-scouts, en el héroe de una serie de historietas. Así nació Tintín, el 10 de enero de 1929, con una historia que se titulaba Tintín en el País de los Soviets. Hergé se limitó a seguir los argumentos del libro Moscú sin velos, un panfleto anticomunista, y aunque su personaje era todavía muy esquemático tuvo un éxito rotundo. Tras más de un año de entregas, se publicó un álbum que vendió 10.000 ejemplares, una cifra colosal para la pequeña Bélgica. Éxito al que no fue ajena la brillante promoción ideada por el abate y que consistió en anunciar el regreso de Tintín de la Unión Soviética como si se tratara de una persona real. Para recibirle, se dio cita a los lectores el 8 de mayo de 1930 en la Estación del Norte de Bruselas y los centenares de muchachos, en su mayoría scouts movilizados por la derecha católica, que allí acudieron se encontraron con un Tintín de carne y hueso, acompañado de Milú. Esa fue la primera vez que se buscó un doble de Tintín para ese tipo de promociones (aquel primero fue un muchacho de quince años llamado Luciens Peppermans). Desde ese día, Tintín se convirtió en la estrella de Le Vingtième Siècle, donde se fueron publicando por entregas sus siguientes aventuras: Tintín en el Congo, Tintín en América y Los cigarros del Faraón.
¡Quién fuera huérfano! Una de las primeras cosas que llama la atención cuando se empieza a conocer al personaje de Tintín es que, precisamente, no sabemos nada de él. Es periodista, pero nunca se le ve escribir un artículo, y no hay una sola referencia a sus padres, a su familia, a sus orígenes. Es una criatura sin pasado, exactamente lo que a Hergé le hubiera gustado ser: “Qué suerte la de ese Tintín, él es huérfano y por tanto, libre”, declaraba en una entrevista de 1977. Sin embargo, los lectores sí que pudieron asistir a la creación del personaje y a su evolución posterior pues, al haber comenzado a publicar con apenas quince años de edad, el desarrollo artístico de Hergé se hizo a la vista de todos: un verdadero espectáculo en directo.
Así, en la página ocho de Tintin en el País de los Soviets, el joven Tintín, que hasta ese momento tenía un flequillito caído sobre la frente, toma el volante de un coche y se lanza a toda velocidad. El viento le levanta el flequillo y… así se le va a quedar, transformado en tupé, durante el resto de su vida. Del mismo modo, el dibujo esquemático en blanco y negro de esa primera aventura dejará paso a los dibujos cada vez más elaborados de las siguientes y a la irrupción del color. De álbum en álbum, se asiste a la transformación de Tintín, al cambio de relación con Milú (al principio éste le hablaba como un ser humano y él le respondía, después las palabras de Milú no son percibidas como tales por Tintín, con lo que el relato gana en verosimilitud), y a la aparición de nuevos personajes, entre los que sobresale el capitán Haddock, quien vino a ocupar la plaza de compañero humano, “de Sancho Panza” en palabras del propio Hergé, que falsamente había ocupado Milú en sus inicios. Significativamente, apenas si hay personajes femeninos en el mundo de Tintín y los pocos que aparecen, como la cantante de ópera Bianca Castafiore, son más bien cargantes. Está claro que el universo mental de Tintín sigue siendo el de un escuadrón de boy-scouts de principios del siglo XX, como si Hergé se negara a abandonar aquel primer paraíso de camaradería viril vivido en su adolescencia, tan distinto de la grisura de la vida cotidiana.
Resulta particularmente ilustrativo seguir la pista de los orígenes reales de muchos de los personajes de Tintín. Además de Milú están los disparatados e inseparables policías gemelos Dupond y Dupont (Hernández y Fernández en la versión española), representaciones del padre y del tío de Hergé (Alexis y Léon), gemelos también, quienes no sólo se vestían de la misma manera sino que solían imitarse en casi todos sus actos, incluso a la hora de decidir casarse. También está el joven Tchang, de El loto azul, basado en Tchang Tchong Jen, un escultor chino amigo de Hergé que le aconsejó documentar más sólidamente las aventuras de Tintín y le animó a dar más profundidad a sus relatos, contribuyendo así decisivamente a la evolución creativa de su obra. No es extraño que volviera a invocarlo como personaje en Tintín en el Tíbet, probablemente su mejor álbum, realizado en 1959, en un momento de crisis existencial. También se ha especulado sobre el modelo real del propio Tintín. Hergé siempre declaró que se había inspirado en su hermano Paul, pero no ha faltado quien, como su antiguo amigo León Degrelle, se reclamara como verdadero modelo.
El vendaval de la Historia. Precisamente, la figura de Degrelle ilustra uno de los aspectos más chocantes de la aventura creativa de Hergé: la presencia de aspectos políticos en las aventuras de un personaje infantil como Tintín. Su primera aventura rezumaba anticomunismo, en el relato del Congo había una actitud proto-racista, La oreja rota se inspira en la guerra del Chaco, en El cetro de Ottokar aparece un invasor llamado Müsstler, que resume en su nombre los de Mussolini y Hitler, y en La estrella misteriosa se presenta el enfrentamiento entre EE.UU. y Europa en un momento en que Bélgica estaba ocupada por los nazis, cosa que le valió una violenta disputa con su hermano Paul. Nada es inocente en las aventuras de Tintín, territorio de expresión de la propia evolución ideológica de Hergé, desde su catolicismo radical y antisemita inicial hasta la posición “más de izquierdas que de derechas” en la que se ubicaba en sus últimos años, pasando por los duros momentos de la Segunda Guerra Mundial, cuando publicaba la tiras de Tintín en Le Soir, el diario belga colaboracionista de los nazis.
Muchos biógrafos de George Remi, en particular Benoît Peeters en su Hergé, hijo de Tintin, han señalado su carácter sumamente influenciable. Eso le hizo dejarse llevar hacia posiciones más o menos próximas al fascismo, aunque no llegó a comprometerse definitivamente con ellas. Frecuentó personajes de la extrema derecha belga, como el citado León Degrelle, hombre de confianza de Hitler, y pagó por ello con varios años de ostrascismo tras la derrota nazi, que le sumieron en una depresión que duró más de una década. Sin embargo, Hergé fue también siempre un hombre sensible a la modernidad y al sufrimiento de los más débiles, lo que le llevó a mostrar actitudes críticas hacia el colonialismo en muchos de los relatos de Tintín, y a sentirse interesado por las vanguardias artísticas del siglo XX, el psicoanálisis y las tendencias beat de los años cincuenta y sesenta. Quizá eso explique por qué las aventuras de su personaje son capaces de interesar “a jóvenes de 7 a 77 años” como rezaba la publicidad que se hacía de ellas.
La sombra. En realidad, la imagen que durante muchos años tuvo Hergé de sí mismo era la de un hombre puro que había sabido mantenerse a flote en medio del vendaval de la Historia sin traicionarse profundamente, aunque a veces hubiera coqueteado con el demonio. Esa imagen complaciente, de buen scout conservador pero no malvado, se rompió en 1959, cuando estaba ya en pleno apogeo de su gloria y tenía sus propios estudios de cine, que produjeron adaptaciones cinematográficas de Tintín. La causa de tal crisis estuvo relacionada con las mujeres, pues si aparecen pocas en la vida de Tintín, éstas sí que tuvieron un gran peso en la de Hergé. Germaine, su primera esposa y compañera de trabajo en Le Vingtième Siècle, fue su gran apoyo. Sin embargo, en su relación pesaba más lo profesional que lo sentimental y, al igual que confesaba que le había sucedido con su madre, tampoco con ella llegó a tener un contacto verdaderamente profundo. La aparición de Fanny Rodwell, que trabajaba en los Estudios Hergé y era veinte años más joven que él, fue la que lo confrontó a la traición, al adulterio y a un imposible intento de relación triangular que, a la postre, le obligó a enfrentarse a lo que su psicoanalista definió como “el demonio de la pureza”. George Remi hubo de reconocer que él, al contrario que su máscara Tintín, “no era inmaculado”.
Ese traumático reconocimiento de la debilidad e impureza que llevaba dentro hace pensar de inmediato en un pecado original, una sombra del pasado de la que parecía haber huido mediante el desapego de su familia y esa fuga de ficción que son las aventuras de su personaje Tintín. En una ocasión, en plena depresión por la depuración de colaboracionistas, escribió a un amigo: “Tú no me conoces, Marcel. No sabes nada de mi juventud, de mi herencia, de mi atavismo. ¿Crees que es suficiente un esfuerzo de la voluntad (…) para lograr que las imágenes grabadas en la primera juventud se borren por completo?”. ¿Qué imágenes eran esas, qué atavismo?
Benoît Peeters propone, para encontrar la respuesta a esa pregunta, viajar en el tiempo a la casa familiar de los Remi, en la época en que allí vivían, además de la abuela, algunos de sus tíos. Y su conclusión es que “parece ser que el joven George fue víctima de abusos sexuales por parte del hermano menor de su madre, su tío Charles Arthur, que era diez años mayor que él”.
La hipótesis de Peeters sugiere un trasfondo inquietante en las aventuras del joven Tintín. En estos tiempos en que el nuevo puritanismo se disfraza tantas veces de “políticamente correcto”, la imagen que emerge tras la máscara de Tintín viene a recordarnos que la creatividad artística es una forma rara de alquimia. Consiste básicamente en crear belleza a partir de las pasiones humanas, incluso las más bajas, terribles, dolorosas o deleznables. La culpa, el deseo, el miedo, la violencia, el odio, son tan nutrientes de la creación como el amor, la solidaridad, el altruismo o la bondad. Precisamente por ello no puede ser medida con criterios moralistas. La creación artística y literaria es la Pandora que encierra al mal en la caja formal de la imaginación para que ocupe en ella un lugar donde no sea tan dañino. La pintura, el cine, la literatura han salvado a muchos hombres de la locura o del crimen, les han rescatado de sus infiernos morales y psicológicos o, al menos, les han ayudado a sobrellevarlos. Algunos, como Lewis Carroll en su Alicia en el País de las Maravillas o Hergé en sus aventuras de Tintín, consiguen transformarlos incluso en literatura infantil. De Carroll se sabe que sublimó su atracción por las niñas impúberes creando el fascinante mundo de Alicia. También en Hergé había un fondo oscuro, malsano, traumático, que supo convertir en pasión viajera y aventura, para bien de todos y de él mismo.
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