Vivimos atrapados en una necesaria tela de araña tejida por significados, reglas, asociaciones… Aunque queramos utilizar esos instrumentos para reflejar la realidad, expresar lo que sentimos y mostrar lo que pensamos, acabamos descubriendo que no son tan serviles como pensábamos. Al dominar una lengua extranjera, identificamos esas trampas con facilidad, intentamos no caer en ellas y las observamos con la satisfacción de quien ha encontrado la pieza que no encaja en el rompecabezas.
Eso constaté cuando me acerqué a ciertas palabras y expresiones francesas con la deformada mirada de quien asocia otro significado, de quien comprueba que una traducción literal nunca suele llevar a ningún lado. Si, por ejemplo, pensamos en un algodón de azúcar, vendrá a nuestra cabeza una esponjosa nube rosa en la que nos sumergíamos cuando íbamos a la feria. Pero si traducimos literalmente al francés y decimos «coton de sucre«, nos ganaremos incontables miradas de extrañeza. En el país vecino lo llaman «barbe à papa«, pues le encuentran más parecido con la barba de un padre. De todos modos, no sé cuál de los dos símiles me parece menos apetecible…
Cuando nos inviten a una “cremallera”, seremos nosotros los que pondremos los ojos como platos. Difícil entender por qué los franceses utilizan “crémaillère” para designar la fiesta de inauguración de una nueva casa. Quien se esté preguntando en estos momentos la traducción que recibe la cremallera de una prenda de vestir, tendrá que hacer uso de la imaginación, ya que la llaman “fermeture éclair” (“cerradura rayo”), pues se cierra tan rápido como un rayo… ¿Quién dijo que nuestros vecinos no fueran originales?
Del lado del deporte, tras asumir la decepción que supone sustituir “gol” por “but” y preguntar por el resultado de un partido de fútbol, podemos encontrarnos con una desconcertante respuesta. Si nos dicen que fue un “match nul” (en francés los anglicismos son más usuales que en español), pensaremos que el partido había sido muy malo y volveremos a repetir la pregunta. Seguiremos con ganas de saber el resultado, incluso si el partido ha sido nulo. No habremos entendido que “match nul” significa “empate”. Curiosa forma de decir que un empate no contenta a nadie.
También hay expresiones cuya traducción literal podría utilizarse sin problemas, pero que la lengua vela con sutiles matices, como si quisiera ponernos otra zancadilla y recordarnos que nada es tan fácil como parece. Podemos decir “ce n’est pas mal” en lugar de “no está mal”, aunque el significado no será el mismo. Si bien un español puede percibir una connotación negativa, ya que podría estar mejor, un francés extraerá una conclusión positiva. En Francia escucharemos en raras ocasiones que algo está bien o muy bien. Es una consecuencia de un carácter pesimista y crítico, que llevó a popularizar la guillotina en su día y que hoy es capaz de paralizar un país entero con huelgas y manifestaciones regulares. No se conforman con cualquier cosa y saben exigir lo que quieren. Así que si un amigo francés nos dice que un libro no está mal, significa que está bastante bien. Y si mostramos cierto optimismo, nos dirán que vivimos en el mundo de los “Bisounours”. Inútil buscar esta palabra en el diccionario, pues procede de los dibujos animados de los “osos amorosos”. El optimista es tildado así de naíf, de querer vivir de forma ingenua en las nubes.
De vuelta a mi lengua materna, tras este pequeño viaje por el francés más coloquial, me doy cuenta de que las trampas que esconde son más difíciles de identificar. El mero hecho de haber vivido con ellas desde nuestro nacimiento las disfraza de cotidianeidad y hace que desaparezcan ante nuestros ojos. Pero que las asumamos de forma natural no significa que sean el único camino a seguir.
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