Son las doce del mediodía y, por la calle, escucho el omnipresente sonido de una alarma. A mi alrededor nadie se sorprende al escuchar las trompetas del apocalipsis, que suenan el primer miércoles de cada mes. Es el curioso ritual que utilizan los franceses para comprobar que las sirenas de las estaciones de bomberos funcionan correctamente. Y yo me imagino lo útil que sería escuchar algo similar para alertarnos cada vez que la lengua francesa nos fuera a tender una nueva trampa.
Una curiosa confusión que podría pasar por anglicismo sería la palabra “scoubidou”, que nuestro subconsciente colectivo asocia a los dibujos animados de Hannah-Barbera. Nada más lejos de la realidad, pues la palabra designa a los brazaletes que se hacen trenzando cuatro hilos de plástico de llamativos colores. Y para despejar toda duda en cuanto a una posible relación con los dibujos Scooby-Doo, vale la pena mencionar que el brazalete en cuestión se inventó en Francia, en los años cincuenta, y debe su nombre a la canción del cantante francés Sacha Distel.
También podemos cometer errores traduciendo palabras francesas al español. Quién no ha pensado por error en la palabra Espagne al leer “Epargne”, llegando a imaginar que las sucursales del banco Caisse d’Epargne pertenecen a una especie de “Caja de España”, sin saber que “Epargne” se traduce por ahorro. Tal vez sea una de las primeras confusiones del recién llegado, deseoso de encontrar guiños a su tierra natal.
Uno de esos falsos guiños es la palabra “Holà”, que asociamos a nuestro castizo saludo, pero que los franceses utilizan en otro contexto. Ellos no se inspiraron en el término español, ya que esa expresión apareció a mediados del siglo XIV como interjección para parar a los caballos de un carruaje. En el siglo XVII adquirió el significado de parar o poner fin a algo y actualmente se utiliza para llamar a alguien o mostrar sorpresa, aunque para esto último se recurra más a la coloquial “houlà”, variante de la archiconocida interjección “oh là là”.
En el ámbito de las expresiones, de nada nos servirá traducir “le cordonniers sont les plus mal chaussés” por “los zapateros son los peor calzados” y tendremos que tirar de refranero para encontrar su justa equivalente: “en casa del herrero, cuchillo de palo”. Cambia el oficio, pero la esencia es la misma: el hecho de poner a los demás por delante de uno mismo. Lo que nos recuerda que debemos llevar cuidado con lo que decimos, porque, si nadie nos alerta, podemos alejarnos de lo que queremos expresar y caer en una trampa de la que solo una buena dosis de humor nos podrá sacar.
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