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Traducir como trashumar - Zenda
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Traducir como trashumar

Mireille Gansel ha escrito un breve ensayo que debe ser lectura obligatoria para todos los traductores. En sus páginas recuerda que ella misma nació en un país inventado tras la división de Polonia en 1772 y borrado del mapa en 1918, en el que, además, se mezclaban cuatro lenguas: polaco, ruteno, alemán y yidis. De...

Mireille Gansel ha escrito un breve ensayo que debe ser lectura obligatoria para todos los traductores. En sus páginas recuerda que ella misma nació en un país inventado tras la división de Polonia en 1772 y borrado del mapa en 1918, en el que, además, se mezclaban cuatro lenguas: polaco, ruteno, alemán y yidis. De ahí sale su fascinación por los idiomas y su compromiso político y social con las minorías. En Traducir como trashumar eleva el arte de la traducción hasta la cima del mismísimo Olimpo.

En Zenda reproducimos el Prefacio que Jean-Claude Duclos ha escrito para Traducir como trashumar (Galaxia Gutenberg), de Mireille Gansel.

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Prefacio

Traducción, poesía y trashumancia

Ya de niña, la autora de las páginas que siguen tenía esta intuición: «las palabras saben de nosotros cosas que ignoramos de ellas». Sirva la fórmula de René Char para acompañar la lectura de esta obra, pues es al discurrir de las palabras, y de los encuentros a los que ellas conducen, como se esboza en sus páginas una trayectoria. Aquí Mireille Gansel nos hace entender la manera en que la lengua «natal», esa que hace existir en el mundo, ilumina su comprensión y nos torna un poco más inteligibles para nosotros mismos.

Su descubrimiento del poder de las palabras, y de la facultad que ese poder le otorga de hallar su lugar en el tiempo y el espacio en el que se desenvuelve, es el punto de partida de una búsqueda que ya no se detendrá jamás. A partir de allí, ninguno de los encuentros que se suceden en su camino parecerá fortuito, pues todo en ella la predispone a tenerlos. La dolorosa consciencia de la historia de los suyos, que la acompaña siempre, el sentido dado a su búsqueda que sin cesar mantiene la mirada en el horizonte de la universalidad y la predilección por el lenguaje poético, serán los que guíen su trayectoria.

Lo que su padre le dice cuando no es más que una niña – «¡No puedes escribir si no sabes adónde vas!»– la incitará a hacer de las palabras, de las frases, de los textos, de las lenguas, otros tantos territorios en los que va a construirse ella misma y a crear. Así, ese padre le habrá mostrado una dirección. Ella no la abandonará nunca.

Más allá de los pocos supervivientes de su familia, Mitzi, Renée y algunos otros que la hacen perseverar en su búsqueda, todos los personajes que siguen, Robert Minder, con quien descubre la obra de Bertolt Brecht; Helena Weigel, la sublime Antígona; Reiner Kunze, Peter Huchel, Chế Lan Viên, René Char desde luego, Nelly Sachs o Eugenie Goldstern, todos esos encuentros testimonian una misma coherencia. Entre unos y otros, se bosqueja un itinerario tan evidente que se podría creer trazado de antemano. Corresponde al lector valorar sus etapas y apreciar las reflexiones que cada uno de ellos aporta sobre el acto de traducir: constatará que no hay modelo y que cada situación requiere una nueva estrategia. Así, de traducción en traducción, Mireille Gansel ilumina poco a poco la complejidad, las riquezas y las hazañas de la naturaleza humana. ¿Qué puede ser más lógico, entonces, que el hecho de que acudiese al Museo del Hombre en busca de ayuda? Una vez más, ni el uso que hace de las herramientas de la antropología, ni sus encuentros con Georges Condominas, Eugenie Goldstern o Arnold Niederer —por citar tan sólo a estos tres etnólogos— se deben al azar. Y, sin embargo, ¿qué es lo que reviste mayor importancia en las diferentes etapas de esta larga exploración? ¿Sus respectivas conquistas? ¿O el hecho de haberlas recorrido? Acaso aquí debamos remitirnos a Antonio Machado y a su célebre poema: «Caminante, no hay camino», y considerar, efectivamente, que el camino se hace al andar, tal como nos incita a pensarlo el título de esta obra, Traducir como trashumar.

La trashumancia —¿hace falta recordarlo?— es ese largo recorrido que ciertos hombres realizan con sus animales, de un territorio de hibernada a un territorio de veranada, es decir, como la palabra lo indica, de un «humus» a otro, en busca de hierbas nuevas. Esta práctica pastoral, de la que existen registros desde la Antigüedad, supone la experiencia y el dominio de un conocimiento de dos territorios por completo diferentes, pero que la necesidad de encontrar en ellos el alimento para el rebaño torna complementarios. Integrando el conocimiento de esos ámbitos diferentes y de los parámetros naturales y culturales que los rigen, los criadores trashumantes saben lidiar así, desde hace milenios, con la alteridad. En la llanura y en la montaña, detentan el poder de transformarse según el medio al que los conducen las necesidades de sus animales, tanto para el éxito de su alimentación como para la satisfacción y el equilibrio que de ello han de obtener. Al hacerlo, vuelven inteligible la comunicación de espacios que a priori parecen en todo sentido opuestos, llevando a la práctica el consejo de Hölderlin, citado por Paul Ricoeur: «Lo que es propio debe aprenderse tan bien como lo extranjero» [1]. Principio confirmado por la recomendación de un gran amigo nuestro, Pierre Tellène, criador trashumante, que recuerda: «¡Nunca llegues a la montaña como conquistador!». De allí que resulte particularmente esclarecedor el paralelismo entre la traducción y la trashumancia. Al hacer inteligible aquello que es extranjero, tanto la una como la otra incitan a la búsqueda de la hospitalidad que, conduciendo a la comunicación y al intercambio, abre el camino a la universalidad del mundo. No es casualidad entonces que Paul Ricoeur recurra a «la hospitalidad lingüística» para echar luz sobre la tarea del traductor, puesto que es familiarizándose con lo que le es extranjero como debe, realmente, abordar su tarea. Así ha de encontrar el camino que conduzca al lector a la comprensión del autor a traducir. Tal es el trabajo, humilde y laborioso, que realiza Mireille Gansel, como una trashumancia, tan nutritiva y regeneradora para el rebaño y sus guías como lo es para los lectores a los que la traducción está destinada.

Añadamos, retomando las palabras de Fernand Braudel, que la trashumancia no es otra cosa «que una forma sosegada de nomadismo», y veamos también en sus renovaciones una sucesión de exilios voluntarios. «‘Sabiduría del exilio’, puede decirse a propósito del pueblo judío. Sabiduría que, a la larga, preserva, más allá de las vicisitudes y de los genocidios consabidos, una sorprendente perdurabilidad. De hecho, es esta cultura de la dispersión, heredada seguramente de la vida errante en el desierto, la que proporciona una suerte de protección [2]. Así, Mireille Gansel parece haberse construido reproduciendo en su investigación un comportamiento de supervivencia para el que sus orígenes la preparaban, persiguiendo incasablemente el objetivo de descubrir lo que la humanidad tiene de mejor. Como una protección.

La desaparición de la lengua universal, aquella que Walter Benjamin calificaba de «lengua perfecta» o de «lengua pura», en referencia al mito de Babel, condena a los hombres a rehacer eternamente el camino que los separa. Pues desde aquellos tiempos bíblicos en que la humanidad, nos dicen, era una – «he aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje»– [3], las lenguas se han multiplicado, dividiendo a los grupos, impidiéndoles comunicarse, acarreando la discordia, los conflictos y las guerras. Así, la tarea de los traductores que restablecen las condiciones del intercambio, tal como la de los poetas cuyo poder consiste en acercarse lo más posible a la lengua universal, se ha vuelto esencial. En busca de un mundo más humano, es en esa trayectoria que, del autor al lector, regenera igual que una trashumancia, lo hace una trashumancia, donde se inscribe la obra de Mireille Gansel.

Jean-Claude Duclos
Le Grand Pan, 11 de abril de 2012,
revisado el 30 de agosto de 2021

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[1]. Paul Ricoeur, «Le paradigme de la traduction» [«El paradigma de la traducción»], lección inaugural en la Facultad de teología protestante de París, octubre de 1998. En Paul Ricoeur, Sur la traduction, París, Les Belles Lettres, colección «Traductologiques» / Sobre la traducción, traducción y prólogo de Patricia Willson, Buenos Aires, Paidós, 2005, p. 47.

[2]. Michel Maffesoli, Du nomadisme – Vagabondages initiatiques, París, Le Livre de poche, 1997, p. 143 / El nomadismo. Vagabundeos iniciáticos, traducción de Daniel Gutiérrez Martínez, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 166.

[3]. Extracto del relato del Génesis II, 1-9 que Paul Ricoeur cita a partir de la traducción de André Chouraqui. Siguiendo a la traductora del libro de Ricoeur, damos aquí la versión española tomada de La Biblia de Jerusalén, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1975.

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Autora: Mireille Gansel. Traductor: Ariel Dilon. Título: Traducir como trashumar. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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