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Toni Cantó: "Estamos en la cumbre del esperpento" - Zenda
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Toni Cantó: «Estamos en la cumbre del esperpento»

A Toni Cantó le hubiera gustado salir de Ciudadanos como Don Quijote se marchó de la venta recién nombrado caballero: con el gozo que “le reventaba por las cinchas del caballo”.

A Toni Cantó (Valencia, 1965) le hubiera gustado salir de Ciudadanos como Don Quijote se marchó de la venta recién nombrado caballero: con el gozo que “le reventaba por las cinchas del caballo”. En realidad, dos días antes de atender a Zenda, dimitió de sus cargos en el partido naranja y entregó su acta de diputado en la Comunidad Valenciana demostrando —no es el primero que lo hace, ay— la razón que tiene Calamaro cuando canta que “todo lo que termina / termina mal”. “Es una gran tragedia que me ha rajado de arriba abajo”, nos dice el exportavoz de la, hasta el momento, formación de Arrimadas en las Cortes Valencianas.

Expresentador, actor de teatro, cine y televisión, novelista avergonzado y exdiputado de UPyD y, posteriormente, del ya mencionado Cs, Cantó considera a Shakespeare una “bestia parda” de la literatura, es un enamorado de Alonso Quijano, recomienda Feria de Ana Iris Simón y las novelas negras que le ayudan a “desengrasar”. Conversamos, especialmente, sobre literatura. Y de todo lo demás también.

—Señor Cantó, buenas tardes. Tengo entendido que Shakespeare es uno de sus autores favoritos.

"Todo está en Shakespeare"

—Es una bestia parda, perdón por la expresión (risas). Todo está en Shakespeare. Su nivel de profundidad, de sentido del humor… Creo que era en la Poética: decía Aristóteles que para colar los mensajes más profundos, primero tiene que haber una lectura de aventura. Y Shakespeare es aventura. Hamlet es como una de vaqueros que empieza con un fantasma, en la que hay traiciones… ¡Claro, pasan unas cosas! Yo he tenido la grandísima suerte de trabajar en varios dramas y comedias de Shakespeare. Y luego, la belleza del lenguaje utilizado… Cuando hago la última función de alguna de las grandes obras en las que he tenido la suerte de trabajar, siempre pienso: “¡Dios, ya no volveré a decir esto, no volveré a expresarme con estas palabras tan grandes!”. Y con Shakespeare pasa mucho eso.

—¿Cuál es el personaje shakespeariano que más le fascina?

—Yo siempre seré un actor que no ha hecho de Hamlet, y Hamlet lo es todo. Tuve la suerte inmensa de estar en un Hamlet que primero hacía José Luis Gómez y luego José Pedro Carrión. Yo hacía de Laertes. ¡Y tuve la suerte de hacer tantas veces Hamlet! En aquella época, rodábamos con el Nacional y hacíamos la Orestíada primero, las Comedias bárbaras, que hicimos, por primera vez, las tres seguidas, con un montaje de siete horas, y mientras íbamos de gira con Orestíada y Comedias bárbaras, seguíamos repitiendo Hamlet, que fue un exitazo brutal. Me lo sabía de memoria. Debo reconocer que hacer de Macbeth, que es un papelón acojonante, también me hubiera encantado.

— ¿Y cuál es el que más detesta?

—¿De Shakespeare? Ninguno.

—O lo que representa ese personaje.

"Los malos de Shakespeare tienen una fascinación, como todos los grandes malos"

(Piensa) Es que incluso los traidores, que es lo que uno puede detestar más, ¡están tan bien escritos! Uno entiende tan bien sus circunstancias, el motor de sus acciones, lo que les mueve, por qué se han convertido en lo que se han convertido, que, realmente, es imposible detestar a algún personaje. Los malos de Shakespeare tienen una fascinación, como todos los grandes malos, alucinante.

—Le traslado la pregunta que se hace Hamlet en el famoso monólogo del Acto III de la Escena I, ese que empieza con el célebre “ser o no ser”: “¿Qué es más levantado para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la insultante Fortuna, o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas?”.

—Siempre hay que hacer frente a las calamidades, acabar con ellas y pelear hasta el final. La duda que le atenaza a él, por la que está, el pobre, dividido y no termina de ponerse en marcha, esa duda que te inmoviliza, es mala de pasar. Yo la he pasado hace nada (risas), y hasta que tomas la decisión y te pones en marcha, el cuerpo sufre. Y la mente también. No para de darle vueltas a la decisión, a lo bueno y a lo malo… Hay otro momento que me alucina del Hamlet. Cuando el rey está rezando, Hamlet pasa por detrás y le apunta con la espada. En ese momento, puede acabar por fin con él, pero no lo hace. El rey se levanta después de haber rezado y dice: “Mi palabra elevada, mis ideas del suelo, palabras sin ideas no van al cielo”. Tiene tantísimos momentos tan puramente brutales…

—¿Usted ha dicho siempre lo que ha querido?

—No. Creo que nunca nadie dice todo lo que quiere. Procuro que, en el plato de la balanza, pese más lo que he querido decir. A veces, incluso he pecado de bocazas por decir lo que quería.

—Hace año y pico, se convirtió en viral un vídeo en el que Eduardo Madina afirmaba que dejó el PSOE porque “cuando tenía que decir una cosa que era la contraria a algo que dije nueve meses antes, me tiraba tres días tocado”. ¿A usted le ha ocurrido?

—Entiendo muy bien a Eduardo, una persona a la que respeto mucho. Coincidí con él en el Congreso de los Diputados, nos tenemos afecto. Entiendo lo que dice. Es un avatar que sucede a menudo en la carrera política.

—En Luces de bohemia, Valle-Inclán pone las siguientes palabras en la boca de su Max Estrella: “El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”. ¿Lo suscribe?

"Los espejos deformados de Valle del Callejón del Gato… A veces, el Congreso es un desfile de espejos deformados"

—Los espejos deformados de Valle del Callejón del Gato… Entiendo muy bien lo que dice Valle. A veces, el Congreso es un desfile de espejos deformados. Cada vez más. Y cada vez más deformados. Entiendo que la gente se sienta menos identificada o menos reflejada en lo que sucede ahí dentro.

—En su opinión, ¿qué es la España de hoy: una tragedia, una farsa, un esperpento…?

—Un poco de todo: a veces hay mucho de esperpento; a veces hay esa farsa, que es la tragedia que se repite tantas veces… Estamos en la cumbre del esperpento.

—¿Y Ciudadanos?

—Ahora mismo, para mí, es una tragedia. Acabo de vivir un divorcio muy doloroso y es una gran tragedia que me ha rajado de arriba abajo. Lo estoy sufriendo. Han sido unos días muy duros para mí y, créeme, lo siento en mis propias carnes.

—En junio de 2019, en el debate de investidura de Ximo Puig, afirmó: “Miguel Hernández no hubiera podido publicar porque no hubiera tenido ni una sola ayuda por publicar en castellano”. ¿El castellano peligra en algunas zonas de España?

"En la Comunidad Valenciana, los nanos, en la Escuela Infantil pública, no estudian ni una sola hora en castellano en toda la semana"

—Sí. Entiendo que haya gente que se lo tome como una exageración, pero en la Comunidad Valenciana, los nanos, en la Escuela Infantil pública, no estudian ni una sola hora en castellano en toda la semana. Me parece un auténtico drama: evidentemente, limita el conocimiento de un idioma que es un tesoro. Pero vamos, yo, hace quince años, en el rodaje de una serie en Cataluña, fui testigo de cómo tenían que despedir a una chica porque no era capaz de improvisar en castellano. Creo que a esa chica le han empobrecido sus posibilidades de trabajar. Y a mí me parece un drama. Hay gente que dice: “¡Qué exageración!”. No, qué exageración no: escuche usted a algún conseller del Gobierno catalán expresarse en una rueda de prensa, y créame si está en peligro el buen castellano. Yo creo que sí lo está.

—Nunca olvidaré al presidente del Parlamento balear, Baltasar Picornell, decir: “Me cuesta expresarme en castellano”.

—El Jesucristo Superestar aquel… No sólo él: esto avanza mucho en la Comunidad Valenciana. Cayetana Álvarez de Toledo tenía una expresión que a mí me gustó mucho: el idioma era el «burro de Troya» en el que luego iba el regalito del adoctrinamiento y la identificación de un idioma con una visión negativa de un país que, sin embargo, yo creo que es un país maravilloso. España está en los mejores estándares democráticos de todo el mundo y, con todos nuestros problemas, es un país que nuestros mayores levantaron y que ha conseguido unos índices de bienestar envidiables por mucha, mucha gente del resto del mundo. Ahora estamos en un momento económica y sanitariamente muy complicado, pero hemos estado en posiciones envidiables.

—Y ese peligro que corre el castellano en algunas zonas del país, ¿a qué se debe: ha habido dejadez en el flanco no nacionalista, se han hecho las cosas a conciencia…?

"Los partidos nacionalistas tienen clarísimo que esa es la primera línea de batalla. Atacando al idioma consiguen tribalizar la zona y encerrarse"

—Los partidos nacionalistas tienen clarísimo que esa es la primera línea de batalla. Atacando al idioma consiguen tribalizar la zona y encerrarse. Esto no es sólo una cuestión del castellano per se, sino de eliminar la posibilidad de que otra gente trabaje en las instituciones. En Valencia, un señor de Albacete no puede venir a trabajar en la sanidad pública, porque le obligan a tener una puntuación en valenciano, o como requisito lingüístico, directamente, en Baleares, y esto, a todos los efectos, impide que gente de otras partes del país accedan en una posición de igualdad a un puesto de la administración. Esto hace que se rompa la igualdad dentro de nuestro territorio. Creo que es un drama y que empobrece. Pero a esta gente, al final, le permite crear grandes chiringuitos donde los suyos tienen más posibilidades de medrar.

—Gracias a Cs, Chaves Nogales —si el Gobierno obedece al Congreso— se estudiará en las aulas de toda España. Esa no es mala, se lo reconozco.

—No, no, esa es muy buena: hay que reivindicar legados como el suyo. Creo que mi partido en eso, en la reivindicación del liberalismo, de la importancia que tuvo en este país la Constitución de la Pepa, o la defensa del español y la pelea a ultranza contra el nacionalismo y contra la corrupción… Creo que mi partido ha tenido una contribución esencial que pasará a la Historia. Sin duda, vamos.

—Ha tenido.

—Ha tenido. Creo que fue una posibilidad muy buena de intentar que nunca más, en España, las minorías que decidieran gobiernos fueran las nacionalistas. Hacía falta una minoría de centro que decantara hacia un lado u otro las mayorías que gobiernan desde Moncloa. La minoría nacionalista, al final, lo que va haciendo es ir pidiendo cesiones en competencias que se han ido dando de forma desordenada sin que nadie pensara, seriamente, qué modelo de Estado queríamos para todos.

—La propuesta sobre Chaves Nogales, por cierto, contó con la abstención de Podemos y PNV y con los votos en contra de ERC y EH Bildu. Eso denota…

—Que son unos grandísimos ignorantes y unos sectarios del carajo.

—Volvamos a lo estrictamente literario: le gusta mucho la novela negra, ¿verdad?

"Me obligaron a leer La Celestina a una edad y a mí me expulsaron de la literatura directamente"

—Me fascina la literatura en general. Leo mucho. Empecé a leer con los Cuadernos de campo de Rodríguez de la Fuente. Iba a séptimo u octavo por entonces. Estamos hablando del 78 ó 79. Cada semana, con mis ahorritos, con lo que me daban en casa, me iba comprando los Cuadernos. De ahí pasé a Asimov. En mi casa no es que hubiera una grandísima pasión por la lectura. Se leía, pero no se devoraban libros. Empecé con La fundación de Asimov y con otros libros de él y, poco a poco, me fue entrando el veneno de la lectura. La verdad es que en el colegio no me aficionaron. Me obligaron a leer La Celestina a una edad y a mí me expulsaron de la literatura directamente (risas). Entonces, poco a poco me fui aficionando a la literatura. Yo soy muy de que cuando descubro a un autor, lo devoro todo. Tengo mis autores favoritos o mis grupos por países.

—Que son…

—Empezaría por el presente, por lo último que he leído en España. He leído Línea de fuego, de Pérez-Reverte, que me gustó muchísimo, lo devoré. Los dos últimos descubrimientos son Alberto Olmos, Irene y el aire, y Ana Iris Simón, Feria. Luego, de la americana contemporánea, además de, por supuesto, a Hemingway, Faulkner y Steinbeck, me gustan muchísimo Richard Russo, Jonathan Franzen, Richard Ford… Me gusta mucho Ravelstein, de Saul Bellow. Por supuesto, hay un grupo de ingleses, lo que llamaban “literatura airada” de Martin Amis, Ian McEwan, Kazuo Ishiguro… Me dio mucha pena que se muriera el eterno aspirante americano al Nobel…

—Philip Roth.

"La buena literatura te da la posibilidad de evadirte, pero también de reconocerte. Es como el arte en general. Como el teatro: un espejo"

—Tiene un libro brutal en el que habla de escritores judíos. A través de ese libro, conocí a una gente muy interesante europea que desconocía. Hay un tipo que se llama Bohumil Hrabal. Tiene un primer libro que yo leí que es Yo que he servido al rey de Inglaterra, y es un escritor absolutamente fantástico y que tiene una biografía maravillosa escrita a través de los ojos de su mujer. Tiene una forma de escribir muy personal. Hay otros americanos que ahora me vienen que a mí me flipan: Vonnegut, que me encanta, y Palahniuk, al que conocí a través de El club de la lucha, una novela maravillosa, mejor que la película, incluso, aunque no me gustan mucho las últimas que ha sacado. Volviendo al libro de Roth que te decía, gracias a él también conocí a Malamud, y leí Las vidas de Dubin. Por supuesto, habla también de Kafka, Kundera… Bueno, Kundera: yo me acuerdo de que, cuando era nano, en los más vendidos estaba La insoportable levedad del ser. ¡Hostia, qué diferencia con los más vendidos de ahora! (Risas) Qué más… Poco a poco me fui metiendo en la lectura y fui descubriéndome a mí y a la Humanidad a través de lo que leía. La buena literatura te da la posibilidad de evadirte, pero también de reconocerte. Es como el arte en general. Como el teatro: un espejo. Cuando haces una función de teatro, sales y la gente te espera para contarte. O vienen amigos y luego cenas con ellos y te cuentan. Y cada uno ha visto una función distinta, porque cada uno se está viendo a sí mismo a través del arte. Y esa es la maravilla del arte: cómo nos sirve para reconocernos, para rechazarnos, para gustarnos, para rechazar al otro, para que nos guste el otro… Para entender mejor la vida.

—Bajemos al barro: ¿algún autor u obra que no soporte?

—(Piensa) Cuando lees algo pretencioso o algo innecesariamente denso sólo por querer demostrar cierta profundidad…

—…y no te sale.

—Y no te sale… Esto me da vergüenza decirlo: yo intenté escribir una novela y la escribí, y me debió de quedar horrorosamente mal, pero ahí está, se llama Verbo y carne, la publiqué hace quince años, más o menos, y entendí lo difícil que es escribir. Entonces, cuando leo algo que realmente me gusta, me da mucha rabia: “Me cago en su puta madre (risas), eso es lo que me hubiera gustado hacer a mí”.

—¿Algún personaje literario del que se haya enamorado?

"Nunca me acerqué a él como creo que hay que acercarse al Quijote, que es un spaghetti western brutal de comedia"

—Don Quijote. Además, el Quijote es un libro que empecé a conocer poco a poco. Nunca me acerqué a él como creo que hay que acercarse al Quijote, que es un spaghetti western brutal de comedia. Uno de mis maestros en el teatro es José Carlos Plaza, un grandísimo director de teatro y de ópera, y José Carlos nos daba mucha caña con la lectura, con la vocalización. Entonces, José Carlos nos daba un texto y, sin haberlo leído, a medida que lo íbamos leyendo, teníamos que darle sentido a cada coma, a cada punto, a cada punto y coma… Y hacía ese ejercicio con páginas que nos traía fotocopiadas del Quijote. Así me empecé a enamorar del Quijote y terminé leyéndolo del todo.

—¿Con qué edad?

—Tarde. Cuando empecé a leer a lo bestia fue tarde. Te he dicho que de pequeño empecé a leer un poquito, pero cuando empecé a leer de forma intensa tenía 18 ó 19 años.

—Se lo pregunto porque yo leí de verdad El Quijote, no como se lee en el colegio, hace un par de meses. Y quedé absolutamente impresionado.

—Es brutal. De hecho, a mí me interesa, incluso, lo que se escribe sobre él. Ayer o anteayer estuve viendo el último Quijote que ha hecho Salman Rushdie, que también me parece un escritor brutal. ¿Y qué escritor español editó hace poco un Quijote?

—¿Trapiello?

"Me gusta mucho la literatura negra. Me ayuda mucho a desengrasar"

—Sí, sí. Por cierto, antes me he olvidado de mencionarte algunos franceses que son brutales. Raymond Queneau siempre me alucinó. Recuerdo que también trabajábamos con un libro suyo, Ejercicios de estilo, en el que desarrolla una situación muy cortita y la cuenta de trescientas mil formas distintas. Es brutal. Tiene una novela maravillosamente traducida por Sánchez Dragó, Zazie dans le Métro. Pierre Lemaitre escribe maravillosamente bien literatura negra. Me gusta mucho la literatura negra. Me ayuda mucho a desengrasar. Reconozco que hay momentos en que necesito literatura menos densa, más de entretenimiento.

—En ese sentido, soy muy de Stephen King.

—A mí Stephen King me gusta mucho. Y Ellroy. Y Don Winslow. El poder del perro es brutal, se devora.

—¿Algún personaje literario que haya querido asesinar… aun valorándolo?

—(Risas) A alguno de los cursis actuales. Hay un libro muy interesante sobre lo cursi, de Kundera, muy de hoy, muy de esa nueva mojigatería, de esa nueva censura, de esa dificultad que tienen los artistas para expresar cualquier cosa y molestar, porque hay ofendiditos a tutiplén. Estos me dan mucha rabia: son los que están consiguiendo hacerse con el cotarro hoy en día. Yo recuerdo cosas que vi cuando llegué aquí, en los ochenta y tantos, que digo: “Dios mío de mi vida, ahora les daría un shock nervioso viendo el Madrid libre y bestia de aquella época”.

—¿Qué está leyendo ahora?

"Estoy leyendo La mente de los justos, de Jonathan Haidt. Y, justo debajo, tengo el último de Palahniuk. En español, Feria, Irene y el aire y Línea de fuego"

—Un libro de no ficción muy interesante: La mente de los justos, de Jonathan Haidt. Y, justo debajo, tengo el último de Palahniuk. En español, Feria, Irene y el aire y Línea de fuego. Yo, de Arturo, como con los cerdos, hasta los andares (risas). Él empezó a entrarme en vena por unos fascículos que empezó a publicar en El País, creo recordar que era El húsar, y yo esperaba cada día la entrega de Arturo. Creo que es un autor que, como Dumas o Shakespeare, entiende que si no hay una primera lectura de aventura que te atrape, no puedes meter luego todo lo que puedes meter en la literatura.

—¿Un político que lee es mejor que uno que no lo hace?

—No tiene por qué. En general, la lectura nos hace mejores. Creo que un político tiene que tener un don de entender bien la oportunidad, pero también tiene que ser empático, no desconectar de lo que le pasa a la sociedad, y he visto gente iletrada que ha sido muy buena política, y también gente muy densa con un ego como un camión que se metía en unos jardines y nos metía a la sociedad a unos jardines increíbles. Por desgracia, me recuerda a otro elemento importante: ¿es necesario ser una buena persona para ser un buen artista? Pues no, hay verdaderos hijos de puta que han sido absolutamente geniales. Oye, y si era un hijo de la gran puta, pero escribía como los ángeles, reivindico su escritura, de la misma forma que si el que ha inventado la vacuna contra la covid-19 es un hijo de puta, me inyectaré su vacuna sin ningún problema.

—¿Qué hacemos con Rimbaud, o con Hamsun, o con Viaje al fin de la noche?

"Qué hacemos con la moda esta de que sólo un negro puede traducir a un negro, o que sólo un gay puede interpretar a un gay"

—Claro, imagínate. Esa es otra de las locuras que hay ahora. O qué hacemos con la moda esta de que sólo un negro puede traducir a un negro, o que sólo un gay puede interpretar a un gay. ¿Llegaremos a que, no sé, sólo un asesino podrá interpretar a un asesino? ¿Qué me estáis contando? Si, precisamente, la magia de mi anterior trabajo era esa: transformarnos y entrar en otro personaje.

—¿Se puede construir una democracia sin lectores?

—No. Yo creo que la lectura es esencial para adquirir cultura, conocerse a sí mismo y entender cómo funciona el mundo. En la medida en que tengamos gente peor educada, es más fácil engañarla y manipularla. A veces no es porque conscientemente el poder decida empeorar la educación para luego manejar mejor al pueblo, pero sí que se dan elementos en esa misma dirección que, curiosamente, van en paralelo.

—Vamos terminando, señor Cantó. En febrero de 2016, se estrenó como presidente de la Comisión de Cultura del Congreso, y se refirió al Capítulo IV de la Primera Parte del Quijote, donde se dice que el ingenioso hidalgo, recién nombrado caballero, salió de la venta “tan gallardo, contento, tan alborozado por verse caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo”. Va una pregunta retórica: ¿le hubiera gustado salir así de Cs, y no como lo ha hecho?

—Sí, porque el gozo no me revienta las cinchas del caballo, precisamente (risas). Sí, me hubiera gustado salir de otra forma, sin duda. Me da mucha pena. Dejo a tantísimos amigos ahí dentro. Creo que la dirección está haciendo mal las cosas, pero que hay mucha gente que las está haciendo muy bien y que, injustamente, está sufriendo la acción de un grupo que creo que ha perdido un poquito el norte.

—Para finalizar, ¿qué planes de futuro tiene?

—Ahora necesito unos días de descanso. Me veo trabajando en mi profesión anterior. Antes de nada, me he sentido siempre actor, pero también me veo batallando políticamente. No hace falta estar en las instituciones para batallar: hay youtubers que están batallando políticamente, gente que lleva redes que batalla políticamente con más efectividad que un político en las instituciones. Hay que armar la batalla cultural y darla sin complejos.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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