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Todos los mares conducen a Conrad - Juan Pedro Iglesias - Zenda
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Todos los mares conducen a Conrad

El otro día rescaté unas fotos que disparé (hace ya unos pocos años) a un velero sobre la dársena sur del muelle de Santa Cruz. Unas jornadas profesionales me llevaron a la isla. Recuerdo que llegué a Tenerife finalizando el mes de noviembre. Con el mazazo, aún reciente, de la muerte de mi padre y en plena...

De vez en cuando, la infancia y la juventud van de paseo por nuestra memoria como los fotogramas de una película. Nos recuerdan, tal vez, que siendo ya adultos, lo que no se olvida y te acompaña, se convierte para tu inmediato presente futuro en la mochila de tu vida. Por eso, cuanto mayor vas siendo, con mejor nitidez se aprecian los recuerdos de juventud. El tempus fugit se escribe con la letra clara del paso de los días. Acaso, en palabras de Conrad, la vida es sólo eso… un sueño y un temor.

" Pensé que se había extinguido la romántica y bella imagen de los vapores fondeando a comienzos de siglo XX"

El otro día rescaté unas fotos que disparé (hace ya unos pocos años) a un velero sobre la dársena sur del muelle de Santa Cruz. Unas jornadas profesionales me llevaron a la isla. Recuerdo que llegué a Tenerife finalizando el mes de noviembre. Con el mazazo, aún reciente, de la muerte de mi padre y en plena fiebre blackfriday; ya saben, calles llenas de una enloquecida y programada muchedumbre que, ante el reclamo de las ofertas, compra y consume como si al planeta le quedaran dos noches de existencia. En el taxi, de camino al hotel, advertí cómo la tarde bostezaba. Sobre un cielo cárdeno, sin nubes y con el mar de fondo, fui percibiendo el inmenso puerto de Santa Cruz. Alineados y engalanados con sus mejores luces de guirnalda, los mastodónticos cruceros poblaban la dársena como si formaran parte de una feria ambulante. Pensé que se había extinguido la romántica y bella imagen de los vapores fondeando a comienzos de siglo XX. Pero, un vistazo fugaz sobre el amarradero deportivo me permitió ver que, al otro lado, sobre el dique, sobresalían y casi tocando el cielo, los tres palos de un velero de gran porte. Tres días más tarde, con las primeras luces de la mañana de mi regreso a la península, decidí pasear sobre la dársena en busca de mi velero. Otra oportunidad para mezclarme con la gente del mar y sus barcos; quizá también, para recorrer el muelle en mi búsqueda y dar gracias a los dioses por seguir disfrutando de la vida. De nuevo, mi existencia estaba cerca del mar como aquel que regresa a su Ítaca. Otra vez, la infancia y juventud, los recuerdos de familia, los hermanos y amigos, los amores de contrabando.

Haber leído algo de Conrad, pasear mientras respiras el salitre frente a la poderosa inmensidad del océano, o ser capaz de escuchar la canción reposada que entonan los viejos amarres tras el vaivén de los barcos y el chapoteo del mar, te hace entender lo efímero que es todo. Que nuestra existencia, ante el tiempo, no es más que una invención que asalta los días.

"Mirando desde la popa del Georg Stage, quise imaginar su navegación por la costa europea en dirección al mar del Norte"

La mirada me llevó al fondo del muelle. Allí estaba ese imponente y solitario velero de 51 metros de eslora. Era el Georg Stage, el inmenso y fúlgido buque escuela danés. Un barco de velas que parecía estar listo para volver a la vida al primer soplo del firmamento incorruptible. En 1882 el armador danés, Frederick Stage, construyó uno de los primeros barcos destinados exclusivamente a la enseñanza de jóvenes marinos. Se trataba del Georg Stage original. El que yo tenía ante mis ojos era el segundo, creado en 1934. El naviero y su mujer lo hicieron construir en memoria de su hijo Georg de 22 años, que murió de tuberculosis.

Iniciaron así un proyecto generoso para ayudar a jóvenes que, como su hijo, amaban el mar. En 1905, un vapor británico chocó con él, e hizo que se hundiera y que 22 cadetes perdieran la vida. Sin embargo, fue recuperado para su reparación. Siguió siendo operativo hasta 1934, año en que fue vendido. Después de pasar por las manos del velista Allan Villiers (que le llamó Joseph Conrad), fue adquirido por un americano que lo usó como yate durante 3 años. Más tarde llegó a manos de la Comisión Marítima de EE UU, que lo usó como buque de instrucción hasta que en 1947, por orden del Congreso, pasó a ser una pieza del Mystic Seaport Museum en Connecticut. Así, en 1934, el nuevo Georg Stage salió de los astilleros de Frederikshavn Shipyard para continuar la misión de su predecesor como barco insignia de la fundación Georg Stage Memorial.

Mirando desde la popa del Georg Stage, quise imaginar su navegación por la costa europea en dirección al mar del Norte, afrontando en esas duras regiones los fuertes vientos, las tormentas y las bajas temperaturas. Me llevé una grata sorpresa al descubrir que su mascarón de proa era la efigie de un joven, la del hijo Georg. Había sido trasladada del antiguo barco al nuevo como sus padres quisieron para honrar así su memoria. Las fotos de aquel barco me han hecho recordar muchas cosas, entre ellas, que quizás todos los mares nos conducen a Conrad:

Y recuerdo mi juventud, ese sentimiento que jamás volverá. La sensación de que yo podía durar para siempre, superar al mar, a la tierra, y a todos los hombres. El sentimiento engañoso que nos induce a vivir goces, peligros, el amor, el esfuerzo vano, la muerte: la triunfante seguridad de la fuerza, el calor de la vida en el puñado de polvo, el brillo del corazón que cada año que pasa se apaga, se enfría, se empequeñece, y expira –y expira, demasiado pronto, demasiado pronto– antes que la vida misma”.

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Juan Pedro Iglesias García

Juan Pedro Iglesias García (Madrid, 1968) trabaja como Técnico Superior en Diagnóstico Clínico y es aficionado a la fotografía. Ha publicado artículos en algún medio electrónico como el blog del periódico El Español, el blog personal Entre el Cielo y la Tierra y en papel en Trébede y Diálogos. En el año 2008 le otorgaron el segundo premio por el relato «La última mirada» en el I Certamen de Relatos Cortos «La Princesa Cuenta» de la Comunidad de Madrid. Desde entonces el mapa de su vida puede leerse en su poesía.

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ricarrob
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7 meses hace

Algunos de sus compañeros han sido también mis compañeros de lecturas y de sueños. Coincidimos en varios. Conrad es impresionante pero no sé por qué no termina de apasionarme aunque me guste su sentenciosa forma de escribir. Quizás es que se introduce muy al fondo de las tinieblas que todos llevamos dentro.

Pero tengo un compañero de lecturas, desde los años 90, que usted no tiene don Arturo, o quizás sí, pero de otra forma. Me refiero a las obras de Arturo Pérez Reverte que han acompañado mi madurez, mis traumas, mis desvelos, mis complejos y mis luchas tanto internas como externas desde entonces.

Como todo buen escritor, ahora me refiero a Conrad, siempre se pueden encontrar temas premonitorios entre sus frases: «Toda pasión se ha perdido ahora. El mundo es mediocre, débil, sin fuerza. Y la locura y la desesperación son una fuerza. Por eso la fuerza es un crimen a los ojos de los necios, los débiles y los tontos… «. Quizás las épocas no se diferencian tanto, quizás necios, débiles y tontos haya habido siempre (aunque ahora estén todos ocupando el poder), quizás la humanidad es así. Pero, a mí, estas palabras me parecen premonitorias.

Gracias por este estupendo artículo, don Arturo. Saludos.

JAL
JAL
7 meses hace

Tambien hace tiempo que me gusta leer a Joseph Conrad, Pero aqui debo agradecer la mencion a mi otro escritor favorito (DEP) , Javier Marias. Gracias APR

JAL
JAL
7 meses hace
Responder a  JAL

Solo añadir, que en la ilustración de la cubierta, parece que la proa es lo último en hundirse, lo que no parece corresponder con la narración, que dice: «La popa fue lo último en hundirse,..»

Julia
Julia
7 meses hace

Sr Pérez Reverte, es usted un magnífico escritor. Me encantan estos relatos personales, el autor resulta entrañable.
Me parece que dije otra vez que es usted como un caleidoscopio, tiene muchas facetas.

Cree que el nombre de una persona imprime carácter?
Yo creo que sí, por lo menos los individuos que he conocido, niños y adultos, se correspondían, salvo excepciones, con el nombre de pila.

Arturo es nombre mítico, el valiente Rey creador de la tabla redonda (traducción española de table, pero ahora decir mesa redonda no suena bien).
Quizás porque era una tabla mágica, donde los caballeros opinaban en democracia, todos sentados alrededor sin que nadie ostentase un lugar preeminente.
Sin olvidar al mago Merlín y la forma en que Arturo saca la espada de la piedra.
Me encanta la historia y la de Walt Disney en dibujos animados, es preciosa para niños, bueno y adultos también.

Sabe? Cuando leo algo que me produce verdadero placer, comparto la satisfacción que debe sentir el autor, en este caso usted, de haber sido tocado por los dioses en el arte de transmitir emociones.

Carlos Nicasio Daona
Carlos Nicasio Daona
7 meses hace

«Toda pasión se ha perdido ahora. El mundo es mediocre, débil, sin fuerza. Y la locura y la desesperación son una fuerza. Por eso la fuerza es un crimen a los ojos de los necios, los débiles y los tontos…» Parece escrita en relación a los acontecimientos actuales en Europa, Medio Oriente y América, asociado a que pocos cargan libros en sus mochilas, el futuro de la humanidad es sombrío

Elizabeth Serna
Elizabeth Serna
6 meses hace

Don Atari: usted es simplemente magnifico

Elizabeth Serna
Elizabeth Serna
6 meses hace

Don Arturo me tiene fascinada con cada artículo y cada libro. Bello homenaje a Conrad.

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