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Tinta roja, todo lo que se puede aprender del periodismo amarillo - Zenda
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Tinta roja, todo lo que se puede aprender del periodismo amarillo

“No existen las noticias aburridas, solamente los reporteros ineptos y reprimidos.” Así enseña el veterano Saúl Faúndez a su nuevo becario. Es la historia de Tinta roja, la novela en que Alberto Fuguet  (Santiago de Chile, 1964) cuenta el viaje iniciático del novato Alfonso Fernández por el turbulento mundo del periodismo. A Fernández le hubiera...

“No existen las noticias aburridas, solamente los reporteros ineptos y reprimidos.” Así enseña el veterano Saúl Faúndez a su nuevo becario. Es la historia de Tinta roja, la novela en que Alberto Fuguet  (Santiago de Chile, 1964) cuenta el viaje iniciático del novato Alfonso Fernández por el turbulento mundo del periodismo.

A Fernández le hubiera gustado caer en un diario blanco, pero cayó en uno amarillo. Le hubiera gustado trabajar en la sección de cultura, pero acabó en la de sucesos. El periódico en el que han admitido al lechuguino Fernández es El clamor. No es precisamente el Washington Post con un lema tan elegante como “La democracia muere en la oscuridad”. No, EL Clamor tiene un lema menos literario: “Diario masivo y popular”. Y, por si no quedara claro, aún se completa bajo la cabecera con la consigna de su fundador: “Para el hombre común que no tiene nada de corriente.”

Cuando el estridente camión del diario, pintado de amarillo chillón, llega a cualquier barrio, los vecinos gritan: “Ahí llega el peligro amarillo”. En El clamor no se trabaja en elegantes escritorios —eso es para los pijos de la prensa blanca—, sino a pie de obra, en una redacción destartalada al lado de la rotativa y de esas enormes bobinas que parecen gigantescos rollos de papel higiénico.

Los sucesos son la mejor escuela de periodismo. En la crónica negra el hombre se enfrenta a sus pasiones más bajas y en ella la condición humana se muestra desnuda y frágil. La vida está llevada al límite, es decir, a la muerte. “La sección policial —pontifica el veterano Saúl Faúndez— es la única parte donde los pobres aparecen con foto, nombre y apellido. Donde les damos tribuna  y escuchamos sus problemas… Nuestras páginas son como la vida social de los pobres”.

Faúndez será el jefe del joven Fernández, su padre profesional, el encargado de enseñarle por qué al periódico le llaman “El Clamor popular”, porque “aquí no tenemos vocación de minoría”. Aunque eso sí,  alerta a los boquiabiertos aspirantes: “Aquí van a poder cambiar vidas”.

"El becario va a vivir la mayor experiencia de su corta vida, va a saber lo que es trabajar para un diario donde no te leen ni tus familiares."

El Clamor, como todo diario popular que se precie, tiene su columnista estrella. Se llama Omar Ortega Petersen y su artículo emerge cada día desde el lugar más noble del periódico: de salida en la página tres. “Famoso por contar lo que otros diarios no cuentan, por quebrar el off-the-record que los reporteros prometen a sus fuentes y por lisa y llanamente transformar la tinta en veneno”. No hay mejor descripción posible para el autor de la columna “Pan, pan/Vino, vino”.

El joven Fernández, aspirante a escritor, será desvirgado profesionalmente por el resabiado Faúndez, del que recibirá lecciones que le servirán para ejercer el periodismo y para enfrentarse a la vida:

—“Nunca vayas a comerte las uñas frente a un entrevistado. Creerá que tienes miedo. Son ellos los que tienen que tenerte miedo a ti.”

—“Este diario será popular, pero no pobre. No podemos vernos iguales a la gente que cubrimos”.

—“El periodismo como la prostitución se aprende en la calle”.

El becario va a vivir la mayor experiencia de su corta vida, va a saber lo que es trabajar para  un diario donde no te leen ni tus familiares, porque “nadie decente lee El Clamor.”

Y es que el periódico tiene sus propios principios, sus aspiraciones, su público. Faúndez le transmitirá la filosofía de la publicación: “No sólo tenemos el tamaño tabloide, sino su moral. Queremos que nos lea el pueblo, los obreros, los estudiantes, pero también los profesionales de clase media (…) queremos que nos lean arriba de los carros, de los trolles, en los taxis. Queremos que a la hora del café o la choca, cuando dos seres se encuentren, que su tema de comunión sea El Clamor… Queremos ser la voz de la ciudad… El Clamor será un eco de lo que desea el hombre común que no tiene nada de corriente.”

Saúl Faúndez, especialista en consolar viudas y sacarles información, ejerce su oficio con los ojos cerrados. Se sabe de memoria cada paso después de eternidad destrozando suelas de zapato: “Salimos a husmear, lamer la sangre nuestra de cada día antes de que se coagule”. Como todo dinosaurio de redacción, es un sentimental y siempre recurre a un tiempo mítico,  una época de héroes gloriosos. En los periódicos —en crisis crónica— siempre hay un pasado mejor.

"Tan poco han cambiado las cosas desde entonces, que los consejos del viejo jefe servirían palabra por palabra para enseñar el oficio a los jóvenes tecnófilos en las redacciones digitales de hoy."

“En mi tiempo, pendejo, —explica— se trabajaba hasta tarde. Como hombres. Más que reporteros, ahora parecemos secretarias. Por eso la profesión está tan mala. Una vez que llegaron los universitarios y el oficio pasó a ser carrera, todo se fue a la mierda. Lo peor que le pudo pasar al periodismo fue que lo oficializaran. Mientras más inculto era el reportero, más posibilidades tenía de sorprenderse. Y de aprender.”

Y es que esta profesión siempre ha tenido los mismos principios y las mismas pretensiones, en la prensa popular y en la prensa seria, en la prehistoria y en el presente digital, pasando por los gloriosos años de El Clamor. “Quiero un punto de vista, una mirada. Ese es el secreto, pendejo. Si tienes eso, lo tienes todo. La primera frase es la más importante, es cierto, pero quiero algo más que el qué, quién, cómo y no sé qué chucha más. Quiero que dejes caer una sensación, una atmósfera, un miedo. Que el lector entre, enganche y se identifique. En Santiago todos los días muere alguien. Ocurre todos los días. Ya no es novedad. Esa es tu misión: lograr que el fiambre ése parezca el primero”.

Tan poco han cambiado las cosas desde entonces, que los consejos del viejo jefe servirían palabra por palabra para enseñar el oficio a los jóvenes tecnófilos en las redacciones digitales le hoy: “El Clamor primero se ve, entra por la vista, y después se lee.”

"El imberbe Alfonso Fernández saldrá de El clamor convertido en hombre. Nunca olvidará aquel verano de prácticas que le abrió las puertas de la vida, y tampoco olvidará aquel jefe que le abrió violentamente los ojos."

El maestro Faúndez será un cínico y un inmoral, pero sabe de lo que habla. No es un hombre estudiado ni falta que le hace para dar lecciones de periodismo. “Contamos historias. Relatamos hechos… Le sacamos jugo a la realidad. Olemos el sexo, la sangre, el poder, la envidia, la venganza. Todo hecho, hasta los económicos, posee esos ingredientes. Si hay un humano involucrado, hay una historia. Quiero detalles, secretos, cahuines…. La gran diferencia entre los diarios blancos  y los amarillos, pendejo, es que nosotros podemos publicar lo que queremos, porque nadie importante nos lee.”

El imberbe Alfonso Fernández saldrá de El clamor convertido en hombre. Nunca olvidará aquel verano de prácticas que le abrió las puertas de la vida, y tampoco olvidará aquel jefe que le abrió violentamente los ojos para que supiera ver la realidad en toda su crudeza. Desde entonces, antes de tomar una decisión, antes de escribir una línea, siempre se pregunta: ¿Qué hubiera hecho el viejo Faúndez?

Tinta roja fue publicada por Alfaguara en 1998, y llevada al cine dos años después por el peruano Francisco J. Lombardi, quien trasladó la acción de Santiago de Chile a Lima. La última novela de Alberto Fuguet es Sudor (Random House, 2016).

44 sugerencias para periodistas amantes de la lectura y con espíritu autocrítico

Aguilar Camín, Héctor. La guerra del Galio.

Bayly, Jaime. Los últimos días de la Prensa.

Bioy Casares, Adolfo. La aventura de un fotógrafo en la Plata.

Böll, Heinrich. El honor perdido de Katharina Blum.

Capote, Truman. A sangre fría.

Carrión, Ignacio. Cruzar El Danubio.

Casas, Fabián. Titanes del coco.

Dexter, Pete. El chico del periódico.

Eco, Umberto. Número cero.

Ellroy, James. LA Confidencial.

Follett, Ken. Papel moneda.

Ford,  Richard. El periodista deportivo.

Fuguet, Alberto. Tinta Roja.

Greene, Graham. El americano impasible.

Grisham. John. El informe Pelícano.

James, Henry. Los periódicos.

Kapuscinsky, Ryszard. Los cínicos no sirven para este oficio.

Kundera, Milan. La insoportable levedad del ser.

Larsson, Stieg. Saga Millennium.

LeCarré, John. El honorable colegial.

Leguineche, Manuel. La tribu.

Malcolm, Janet. El periodista y el asesino.

Martínez, Tomás Eloy. El vuelo de la reina.

Maupassant, Guy de. Bel ami.

Mendoza, Eduardo. La verdad sobre el caso Savolta.

Penn Warren, Robert. Todos los hombres del rey.

Pérez-Reverte, Arturo. Territorio comanche // El pintor de batallas.

Rachman, Tom. Los imperfeccionistas.

Rand, AynEl manantial.

Sanclemente, José. Ilusionarium.

Sorela, Pedro. El sol como disfraz.

Tabucchi, Antonio. Sostiene Pereira.

Talese, Gay. El reino y el poder.// Vida de un escritor.

Vargas Llosa, Mario. Conversación en la Catedral.// Las cuatro esquinas.

Verne, Julio. La jornada de un periodista americano en 2889.

Wallraff, Günter. El periodista indeseable.

Walsh, Rodolfo. Operación masacre.

Waugh, Evelyn. Noticia bomba.

Wodehouse, P. G. PSmith Periodista.

Wolfe, Tom. La hoguera de las vanidades.

Zepeda, Jorge. Malena o el fémur más bello del mundo.

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Juan Carlos Laviana

Fundador, en compañía de otros, del diario El Mundo en 1989. Director adjunto durante 26 años. Columnista de La Nueva España. Autor de Los chicos de la Prensa (Nickel Odeon, 1996). Última obra: La otra crónica de España (1939-2015), un recorrido en imágenes por la historia reciente de España en 6 volúmenes. @j_c_laviana

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