«¡Ay de vosotras, almas pecadoras,
nunca esperéis volver a ver el cielo!
Vengo a llevaros a la otra ribera,
donde no existe el día ni las horas,
a las tinieblas, al calor, al hielo.
Tal es la eternidad que allá os espera.»—Dante, La divina comedia, Canto III.
Que el pintor, actor, y poeta Antonio Hernández Fimia sabe de verso es manifiesto: miembro de la actual Joven Compañía de Teatro Clásico, fundador del Ayer, recital poético de extenso recorrido, creador de contenido cultural para Tiktok con casi 200.000 seguidores y ahora autor de Del purgatorio (Valparaíso, 2022), su primer poemario, una bajada a los Infiernos —con luminosas subidas al Paraíso— del amor y sus intrigas, bellamente ilustrado por él mismo, con ese trazo pardo que define su pintura, a caballo entre lo figurativo y el surrealismo.
A caballo entre el verso libre, la métrica clásica —imperdibles sus sonetos— y los juegos poéticos originales, llenos de cadencias sugerentes, metros quebrados y rimas internas, Del purgatorio se convierte en un ejemplo de buen gusto, con los temas de siempre navegados con distinta barca, en donde la voz autoral emerge rotunda, fresca, juvenil, con notas propias, originales, novedosísimas en este panorama de poesía imberbe, la del elogio del enter, burda y chocarrera.
Tres son los ejes que apuntalan este primer libro de poemas de Hernández Fimia, tres temas que parecen evocar la voz del barquero del Hades con la que encabezaba estas líneas: «a las tinieblas, al calor, al hielo. / Tal es la eternidad que allá os espera»; tal es, pues, la efímera eternidad que nos ofrece el yo lírico de este poemario.
En cuanto a la tenebrosa rama que da sombra a buena parte del verso de Hernández Fimia, se aprecia una constante equiparación entre el sentimiento amoroso y el sufrimiento, en una suerte de condena infernal —entretejidos en el discurso poético emergen los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, envidia…—, donde los labios son «mi premio y mi castigo, mi prisión», y se imprime en cada verso el sentir de la pérdida.
Por su lado, en la llama del verso caliente, un gritado evohé empapa el poema de vino, sudores y lascivias. Porque Del purgatorio también es un canto al placer, a la renovación del amor moderno en donde —con Cervantes— amor y deseo parecen ser dos lenguas de fuego que se abrazan desde distintas hogueras.
«Devuelve a su color mi sangre helada,
enrédame caliente
las noches que aterido me despiertosoñando que en mi blanca piel se graban
las sierpes tenebrosas e impacientes
del mármol que cincela su relevo»
La poesía más fría de Antonio Hernández Fimia tiene como esencia la búsqueda por el impulso escritor, la mirada externa del discurso metaliterario, donde la poesía sirve de escape de la tragedia amorosa («hoy cabes en un poema», afirma sin urgencia). El exabrupto se relaja, el grito pasional se reduce a un susurro:
«Y más perdido amante que escritor
por no saber su nombre llamo amor
al cuerpo de papel sobre el que escribo»
La propia actividad poética sirve, así, para nombrar lo intangible: «me vuelvo a condenar por si consigo / guardar en un soneto tu fragancia». Un amor —o muchos— encerrados en tinta y papel.
Pero no todo conduce hacia esa bajada infernal a lo oscuro de las pasiones. Nos asaltan poemas luminosos, donde el paraíso del florentino, el del excessus mentis, se despoja de todo lirismo religioso y cae, terrenal, pagano, sobre nosotros. Descubrimos entonces la verdad única que subyace en todo el poemario: el paso intermedio entre las tinieblas, el calor y el hielo infernal de las pulsiones, el viaje hacia ese Purgatorio donde los justos y los criminales respiran el mismo aire no debe hacernos olvidar la búsqueda de ese último círculo dantesco («L’amor che move el sole e l’altre stelle»): un Paraíso en lo cotidiano, en el hogar, un Paraíso por amueblar —probablemente en Lavapiés, donde es escucha la voz rota de Sabina cantando «Eva tomando el sol» (¡maldito descontrol!)—, un Paraíso en el presente, en el abrazo amigo, en el recuerdo de la infancia, con el barrio de decorado poético (o quizá no tanto), en la vida sin segundas oportunidades, en un «hacerle trampa a la memoria» para vivir intensamente el hoy.
Dice el poeta y dramaturgo Álvaro Tato en su prólogo al libro que «Hay en su viaje dolor puro, desdén, vergüenza, soledad, cuerpo en acción, ironía, vacío del otro, deseo, tristeza, cierta sabiduría, esa forma elaborada de la intuición. Y hay purga», la purga del poeta que suelta sin querer dejar ir, que vuelve a tener la entraña devorada por el ave, que tiene, una y otra vez, que empujar la roca por la ladera, pero que elogia en cada infierno personal la incombustible certeza de estar vivo.
Antonio Hernández Fimia es un buen amigo, un hermano generoso de vida y letras, pero eso no justifica estas líneas, sí lo hace el estar seguro de que es una de las voces más interesantes de la nueva poesía contemporánea: una barca robusta en este mar inmediato, efímero, contingente, un nuevo Caronte, relevo de barquero, para estos Aquerontes terrenales, limosos, fugitivos.
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Autor: Antonio Hernández Fimia. Título: Del purgatorio. Editorial: Valparaíso. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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