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Tía buena: al sexo escrito le ha vencido el sexo oral - Zenda
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Tía buena: al sexo escrito le ha vencido el sexo oral

El título de Tía buena es conciso, se entiende. Tía buena habla de esa mujer —la tía buena—, de su decisión y del modo en que la miran tanto los hombres como las mujeres. Francisco Umbral, en Diccionario para pobres (Sedmay, 1977), definía «tía buena» como la mujer que tiene voluntad de serlo, la voluntad...

Alberto Olmos está estupefacto. Ha perdido la cuenta de las autoras que leyó y recomendó cuando nadie les hacía caso y luego han acabado ganando un premio. Diríase que es su último sentimiento por hoy, porque ya empieza a saberse vulnerable. Expresa sus sentimientos si le da la gana —«¡fascistas!»—. Pero es un tipo con dudas, no se crean. Lo que más le inquietaba de su obra Tía buena (Círculo de Tiza, 2023) —entonces proyecto— era que, por primera vez, «tendría que salir de mi casa y hacer preguntas a la gente y, por supuesto, encontrar a esa gente a la que hacerle esas preguntas», escribe.

El título de Tía buena es conciso, se entiende. Tía buena habla de esa mujer —la tía buena—, de su decisión y del modo en que la miran tanto los hombres como las mujeres. Francisco Umbral, en Diccionario para pobres (Sedmay, 1977), definía «tía buena» como la mujer que tiene voluntad de serlo, la voluntad de vivir para ese rol y la cierta propensión al lujo. Esto se desarrollará en la segunda parte de Tía buena, a su vez dividida en tres secciones: El mito de la belleza; Los hombres miran a las mujeres; Las mujeres se contemplan a sí mismas. Del gonzo en la primera, Tía buena continúa como ensayo, previo paso por el interludio filológico Tía buena.

"A Lucía le siguen otros nombres de entrevistadas: Carmen, Leire, X, Patricia, Elisa, Luna Miguel... Algunas no se reconocían como tía buena, porque ser tía buena parece que se elige"

Otro interludio «fantasmagórico» antes del epílogo final. Instagram. Dice Alberto que ha estado visitando —«constantemente»— esta aplicación durante toda la escritura. Le dedicaba entonces 40 minutos al día, tiempo que hoy ha reducido a 10. El trabajo que ha desempeñado aquí el periodista y columnista de El Confidencial y Zenda es antropológico, leído y empírico —Olmos parte de su separación a las puertas de cumplir el medio siglo de edad—.

Tener que citarse con chicas que había conocido le parecía al escritor un juego de poderes, más cuando se encontró frente a Lucía, que se sabía «tía buena» y le hablaba del «capital erótico» a alguien que vestía una sudadera con capucha del H&M. Lucía, por cierto, pagó las copas para que Olmos no creyera que por invitarla ya tendría derecho a acostarse con ella, acción que dejó al hombre en fuera de juego; él desconocía que eso fuera así. «Tienes poca calle», le espeta Lucía.

A Lucía le siguen otros nombres de entrevistadas: Carmen, Leire, X, Patricia, Elisa, Luna Miguel… Algunas no se reconocían como «tía buena», porque ser «tía buena» parece que se elige. También admite Alberto —por los testimonios recogidos— que no debe de ser fácil ser «tía buena». Tampoco ha de ser sencillo encontrarse en el pellejo de Olmos. Es un tipo incomprendido que tiene asumido que no se puede hablar con la gente. Le intimidan las personas como a chihuahua arrinconado.

"Se llega a Tía buena como lo hace un soltero a First Dates: entrando al restaurante al ritmo de Cuatro rosas"

Han llamado «pollavieja» a Alberto Olmos por haber escrito esta «investigación filosófica» siendo un «señoro». Él habla en el libro en nombre de todos los hombres heterosexuales, está en disposición de hacerlo; este entorno de códigos cifrados en los que subyace el poder sexual le pilla a más de uno con el pie cambiado, aun habiendo sido un guapo o una guapa en el instituto. Es conveniente concretar lo que las mujeres le explican acerca de ser una «tía buena» en época escolar —para pasmo de Olmos—: «tener quince años, ser muy guapa, liarse con un estudiante de cursos superiores con fama a su vez de guapo y sufrir de inmediato el acoso de las demás chicas de su edad». Esto abrió los ojos del escritor, pues su visión del bullying —confiesa— era muy reducida.

Se llega a Tía buena como lo hace un soltero a First Dates: entrando al restaurante al ritmo de «Cuatro rosas» (Gabinete Caligari). Alberto Olmos es un loser entrañable e ingenuo con el que sentirse identificado: «[H]abía que tener en cuenta que yo llevaba 27 años de rechazos, […] de gustarme chicas que no-me-hacían-el-menor-caso, algo que, lejos de ser una triste excepción llena de patetismo, constituye de hecho la norma de la vida amorosa masculina: que te gustan demasiadas chicas y que casi todas te rechazan, muchas veces porque es evidente para ellas que te gustan demasiadas chicas». Leer a Alberto Olmos produce talasofobia.

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Autor: Alberto Olmos. Título: Tía buena. Editorial: Círculo de Tiza. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Carlos H. Vázquez

Periodista y guionista. Escribe en En GQ, Zenda, ICON, Efe Eme, Jot Down y Vanity Fair. Autor de 'Conversaciones ilegales'. @Charly_HV

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Raoul
Raoul
1 año hace

Olmos dando la nota y sentando cátedra sobre las diferencias entre hombres y mujeres en un ensayo complejo, documentado y provocador. Ya tardaba, en realidad.

Paula
Paula
1 año hace

El problema que yo veo en la valoración (y «auto-valoración») de una mujer por su belleza y su «sex-appeal» («capital erótico» – para que quede claro que estamos hablando de una mercadería, y encima perecedera, con fecha de expiración)… es que se trata de una batalla perdida de antemano. El tiempo pasa para todos, y por más cirugía, tratamiento cosmético y demás parafernalia de que echemos mano… es imposible ocultar que ya tenemos unas cuantas horas de vuelo. – Hoy vemos en los medios mujeres cuya única ocupación es cuidar la carrocería – toda su autoestima está basada en ella, es todo lo que pueden ofrecer al mundo-, que evidentemente es una tarea cada vez más difícil a medida que pasan los años. Y todo lo que se invierte (energía, tiempo, dinero) en esa tarea titánica… es lo que no se invierte en viajar, estudiar, vivir relajada, en paz, sin miedo al futuro, sin renegar del calendario… Es una nueva forma de esclavitud – antes la mujer era esclava del hogar y ahora es esclava de la belleza y la búsqueda de la eterna juventud. Efectivamente algo cambió para que nada cambie….

Paula
Paula
1 año hace

Las mujeres deberíamos tomar el ejemplo de Charlotte Rampling y otras actrices que – habiendo representado en su juventud un ideal de belleza – entendieron que no tiene sentido oponerse al paso de los años, y que más vale invertir tiempo y esfuerzo en pulir y desarrollar algún talento, que en luchar para seguir siendo sexy…

Paula
Paula
1 año hace

«(…) el feminismo dejó de tildar de explotación a la constante presión física sobre las mujeres y empezó a llamar a eso mismo «empoderamiento».» – Hay algo que es igual para mujeres y para hombres: a más atractivo, más posibilidades de elegir pareja. Esto siempre ha sido así, y en todas las culturas. Ahora bien, la idea de que el único aspecto que conviene desarrollar y en el cual conviene invertirlo todo (tiempo, dinero, esfuerzo)… es la belleza, es una idea relativamente nueva, y muy nociva para las mujeres. Y las desempodera, porque cuando estamos tan ocupadas combatiendo incipientes arruguitas… no estamos llevando a cabo un emprendimiento comercial, estudiando para obtener un diploma, o adquiriendo más conocimientos para acceder a un puesto laboral de mayor poder.

Paco
Paco
1 año hace

Todos tenemos claro en la cabeza cuando jos hablan de una tía buena. Cuando era más joven y tenía la libido a flor de piel, lo primero que hacía al entrar en un sitio cuando estaba de marcha el fin de semana era catalogar a las tías que había. Tías buenas y el resto. Aunque no fuera en plan de ligar, que era la mayoría de las veces. Con el tiempo me di cuenta que la realidad es más compleja, y que que una tía buena es solo una fachada. La sociedad crea modelos de comportamiento que son seguidos ciegamente por la gente. Una tía buena es eso, un modelo para que los hombres -y sobre todo las mujeres- vuelvan la vista cuando entre en una habitación. Y muchas han aprendido a vivir de ello. Lo cual para ellas ni tan mal

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