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'Thirteen Reasons Why': Esto tiene que mejorar - Zenda
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‘Thirteen Reasons Why’: Esto tiene que mejorar

En 2007, el escritor californiano Jay Asher debutó en la novela con Thirteen Reasons Why, un libro de los que en Estados Unidos califican como de género «young adult», y que cuenta la historia de Hannah Baker, una chica de diecisiete años que se suicida tras más de un año de malas experiencias en su...

En 2007, el escritor californiano Jay Asher debutó en la novela con Thirteen Reasons Why, un libro de los que en Estados Unidos califican como de género «young adult», y que cuenta la historia de Hannah Baker, una chica de diecisiete años que se suicida tras más de un año de malas experiencias en su nuevo instituto de secundaria. Antes de hacerlo, graba siete cintas de audio, de las de cassette, y se las deja a uno de sus compañeros con estrictas instrucciones para que cada una de las personas que ella considera relacionadas con su decisión las escuche y luego se las pase a la siguiente. Así, trece de las catorce caras de esas cintas contienen las «trece razones por las que» Hannah se suicidó. El libro entró en la lista de best sellers del New York Times, recibió casi una decena de premios en los tres años siguientes, y empezó a aparecer con frecuencia entre los libros sugeridos para los profesores de secundaria en el país. En 2011, Universal Pictures se hizo con los derechos para cine, en 2015 Netflix y Paramount anunciaron que lo adaptarían a miniserie, en 2016 apareció una edición especial del libro por el décimo aniversario, ampliada con final alternativo, introducción y guía de lectura, y en marzo de 2017 se estrenó la serie, con la estrella del pop y exchica Disney Selena Gómez como productora ejecutiva. Desde entonces, se ha convertido en un fenómeno de cierto calado, debido al boca a oreja y a la cantidad de «think pieces» a las que ha dado lugar en internet, tanto a favor como en contra. Para unos, como por ejemplo Kate Walsh, la actriz que interpreta a la madre de Hannah, debería convertirse en obligatoria en los colegios, mientras que otros la ven como una romantización peligrosa del sufrimiento, el autoaislamiento y el suicidio, que a pesar de poner sobre la mesa elementos importantes en la moderna experiencia vital de los adolescentes, pasa otros detalles muy necesarios por alto. En Nueva Zelanda, por ejemplo, se le ha puesto el calificativo de R18, lo cual significa que los menores de edad deberían verla solo con supervisión adulta, debido a que, a su juicio, «el suicidio no debe presentarse como una opción resultado de pensamientos con la mente despejada». En Canadá, un colegio escribió a los padres para informarles de que se prohibía a los alumnos hablar de la serie en sus instalaciones. En el Reino Unido una organización benéfica de apoyo a los adolescentes experimentó un aumento significativo en el número de llamadas que atendían, y muchas mencionaban que el ver la serie les había vuelto a recordar sus malos momentos del pasado, incluyendo sus propios pensamientos suicidas. Netflix acabó incluyendo avisos extra antes de ciertos episodios para advertir a los espectadores de su contenido.

Hannah es nueva en la ciudad (una cualquiera, sin nombre, representando a una población media de Estados Unidos), y es hija de un matrimonio que vive de una droguería amenazada por una gran cadena de hipermercados. En el verano antes de empezar el curso, conoce a uno de sus futuros compañeros, Clay, trabajando en un cine local. Clay es de los típicos tímidos buenos estudiantes, ni extremadamente aburridos ni extremadamente interesantes, que a menudo no acaban llevándose a la chica que les mola. Al principio Hannah parece a ratos demasiado guay y un tanto listilla, pinchando a Clay más o menos burlonamente, a la vez que lo mantiene interesado, pero cuando empieza el curso la fachada segura y con aplomo de la chica va derrumbándose ante la jungla que se encuentra en el instituto. Una foto sexualizada por aquí, un beso con un chico por allá, un rumor exagerado por acullá, una lista de mejores culos y mejores tetas por el otro lado, una discusión con su en principio mejor amiga, una venganza por un rechazo, todo va componiendo poco a poco una tortura de los cien cortes que va minando la confianza de Hannah en todos los que la rodean: amigos, amigas, chicos que le gustan o podrían gustarle, profesores, etc. La fama que entre todos le van creando a Hannah empieza a influir en el comportamiento hacia ella de futuros conocidos, y la bola de nieve no se detiene, llegando incluso a cosas mucho más serias. La serie, en este sentido, toca acertadamente temas como los de la falta de privacidad en el mundo digital, la peligrosa inmadurez de quienes ya desde jóvenes tienen en su manos poderosos medios de hacer daño, y el exagerado papel que en algunos institutos del país se da a los logros deportivos de algunos de sus alumnos, que a veces resultan ser al mismo tiempo los menos académicamente distinguidos y los más proclives a creerse con abusivos derechos añadidos sobre los demás.

Esta es la parte más valiosa didácticamente, y la que merecería atención si se quiere convertir esta serie en material educativo, pero habría que tener mucho cuidado con otras cosas, como por ejemplo el tema de la total falta de comunicación con los adultos. Durante todo lo que le va ocurriendo, Hannah nunca cuenta nada de todo esto a sus padres, que sí, están preocupados por su futuro laboral, pero que son personas perfectamente razonables con las cuales ella podría haber hablado, aunque solo fuera como último recurso antes de tomar una decisión tan drástica. En ningún momento sus padres dan la sensación de que tratarían los problemas de Hannah como una desgracia causada por ella misma, y desde luego la madre da una sensación de luchadora en la vida que debería haber sido un gran refuerzo para su hija. Lo mismo ocurre con los padres de Clay, y en general con todos los de los demás jóvenes implicados que llegamos a conocer, entre ellos una pareja gay y la que parece ser una estricta madre de origen coreano (solo hay una excepción con la madre de Justin, el autor de la primera herida en este «Orient Express» particular de Hannah, que es drogadicta y tiene viviendo con ella a un padrastro camello). En el tema de los profesores y personal directivo del centro, también las culpas podrían repartirse: por un lado parecen ignorar las insultantes pintadas que hay en los baños desde hace meses, pero por otro Hannah es la primera en cachondearse de la personalidad un tanto torpe y buenista, pero claramente bienintencionada de su primera orientadora en el centro, quitándose así un posible punto de apoyo futuro. Y desde luego que el rol de Mr Porter, el último «guidance counselor» del instituto, merece disección cuidadosa, ya que su intento de hacer que Hannah se lo cuente todo para poder ayudarla, llegando a decirle que si no lo hace lo único que le queda es tirar para adelante y olvidar lo que le haya pasado, resulta muy polémico. De hecho, si algún mensaje hay que sacar de toda la serie, este debería ser la importancia del no callarse ante la injusticia, de no ceder ante la humillación del verse convertido en víctima, y de buscar ayuda sin dudar y sin considerarlo como una demostración de debilidad o de ser un chivato o un cobardica. Hoy en día estos temas se tratan muy seriamente, al menos en el mundo occidental, y si alguna campaña debe ir en algún sentido es en este: habla, dilo, cuéntalo, busca ayuda, no te lo guardes ni te lo calles, o un día será demasiado tarde. Hannah, en sus cintas, menciona a la famosa mariposa de la teoría del caos, cuyas alas pueden desencadenar un tornado en la otra punta del mundo, y si es cierto que en su propia historia hay trece razones para hacer lo que hizo, también hay trece momentos en los que ella misma podría haber sido una de esas mariposas que alejara los vendavales de sí misma.

La adaptación de la trama, hecha por el dramaturgo Brian Yorkey, ganador de un Pulitzer, es bastante fiel a la novela original, lo cual es lógico, porque su estructura es de las que si la retocas mucho se puede caer como una torre de jenga, pero uno de los cambios más importantes es que el chico al que seguimos en su experiencia auditiva, Clay Jensen, no escucha las cintas enseguida y una detrás de otra, en el menor tiempo posible, como haría cualquiera, dada la importancia del asunto, sino que con la excusa de guionista de que el tema le resulta emocionalmente duro, pasan varios días hasta que las termina, reaccionando a cada cara sin tener aún toda la información. Esto se supone que debería hacer aumentar la tensión del relato, pero lo único que consigue es que se perciba rápidamente como un truco estiracliches para retrasar las respuestas, al estilo Perdidos, y elevar el nivel de intriga y sembrar pistas falsas. Además, lo de las trece caras y trece razones cuadra perfectamente (quizá demasiado) con el esquema televisivo de trece episodios de muchas series de la «midseason» norteamericana (trece semanas son tres meses justos), justo en el momento en el que por fin la ficción serializada se está liberando del yugo del número fijo de episodios, la duración rígida y dominada por la publicidad, y otros varios condicionantes externos. La misma Netflix, que no está atada a nada de todo eso, ya que cada suscriptor puede ver cuanto quiera cuando quiera, aún se debate con este problema, y es de esperar que esta sea una de sus últimas series con esta tara, antes de poder llegar al punto en el que siempre estuvo el cine, donde la duración de cada película (ciertas interferencias aparte) responde a lo que cada una necesita (90 minutos, 120, tres horas), no al hueco que haya entre un concurso y unas noticias.

Unánimemente elogiosas han sido las opiniones sobre las actuaciones. Katherine Langford y Dylan Minnette están formidables a sus 19 y 20 años respectivamente, y cada secundario cumple estupendamente, desde las «amigas» Jessica y Courtney hasta el cabrón de Bryce, pasando por diversos grados de machotes con más o menos alma como Zach o Marcus. De hecho, este aspecto es tan sobresaliente que ayuda a sobreponerse a los trucos de guionista o a las partes menos convincentes de una historia que quizá no necesitaba ser tan enrevesada, pero que seguramente por eso va a atraer a más espectadores. Mutatis mutandis, es el mismo gancho que usó por ejemplo Umberto Eco en El nombre de la rosa: se entra al relato por los asesinatos de monjes medievales y al mismo tiempo se aprende algo de teología y filosofía. En este caso, valgan los giros de autor de thrillers si a cambio se aprende algo que si se presentara en modo meramente documental no se le prestaría atención.

La problemática central de la novela se mantiene no solo relevante diez años después, sino que su alcance incluso ha aumentado desde 2007, con cada vez más casos reales de imágenes compartidas en redes sociales o comportamientos rayanos en lo delictivo, o sobrepasándolo, siendo publicadas sin ningún recato y hasta con regodeo en internet. Si por un lado lo de las cintas de cassette, que alguien nacido en 1990 podría todavía tener noción de ver por casa, se ha quedado muy viejuno una década más tarde para adolescentes que no han vivido un solo día de su vida en el siglo XX, no puede decirse lo mismo de las preocupaciones centrales, que cada vez están yendo a más. En este sentido, Th1rteen R3asons Why, por usar su estilización más moderna, merece ser vista, recordada y debatida. Un riesgo latente, sin embargo, es que Netflix va a alargar la historia con una segunda temporada, ya más allá del libro original, que aunque deja un final satisfactorio, no deja todos los cabos firmemente atados. Mientras tanto, y como resume Clay, «esto tiene que mejorar. La manera en que nos tratamos mutuamente y nos protegemos mutuamente tiene que mejorar de algún modo».

Este artículo y esta serie pueden comentarse aquí.

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