[Ilustración: Paco Guerrero]
Como ya he mencionado alguna vez en Zenda, recuerdo que cuando se estrenó la película Troya, aquella con Brad Pitt, Sean Bean y compañía, alguien escribió a una revista de cine española quejándose de que contar lo del caballo de Troya en la reseña previa al estreno era un «spoiler». Pues bueno, por si acaso, esta vez doy el aviso de destripes en todo el texto antes aún de lo habitual. A quien no sepa quién fue Sir John Franklin, ni los barcos Erebus y Terror, ni conozca la historia de los descubrimientos del Pasaje del Noroeste, se le recomienda que no investigue nada de todo eso antes de ver esta serie, y acudir a ella sabiendo solo que trata sobre una expedición británica al Ártico canadiense en el siglo XIX. Con Ridley Scott entre los productores ejecutivos, y en el reparto con Ciarán Hinds (Julio César en Roma y Mance Rayder en Juego de tronos), Jared Harris (Lane Pryce en Mad Men, Jorge VI en The Crown, Anderson Dawes en The Expanse) y Tobias Menzies (Edmure Tully en Juego de tronos, Black Jack Randall en Outlander), ha sido descrita como «Master and Commander sobre hielo», y aunque un deje de eso puede haber, debido al firme labio superior de los oficiales al mando, deja rápidamente su propia impronta. Excelente fotografía, marco incomparable, gran diseño de producción, muy buenas interpretaciones, alguna que otra sorpresa inesperada y una duración de diez episodios que resulta justa y apropiada. Quien quiera saber algo más, que se suba a bordo, que zarpamos.
En mayo de 1845 partió del puerto inglés de Greenhithe una expedición de dos barcos, el Erebus y el Terror, con dirección a Canadá, con el objetivo de entrar en los libros de Historia al ser los primeros en encontrar por fin la manera de navegar desde Europa hasta Asia bordeando América por el norte. Obviamente, las condiciones climatológicas a menudo hacen este viaje extremadamente peligroso, pero para eso estamos en el siglo XIX, en plena época de exploraciones y descubrimientos continuos, donde nada parece imposible. No por nada el historiador británico George Malcolm Young, nacido precisamente en Greenhithe, escribiría en el siglo XX que «de todas las décadas de nuestra historia, un hombre sabio elegiría la de 1850 para ser joven durante ella». En julio del 45, dos balleneros británicos fueron los últimos occidentales en ver a cualquiera de los 129 hombres de a bordo, entrando en la bahía de Baffin, al oeste de Groenlandia. Durante el siglo y tres cuartos siguiente, el misterio de qué les ocurrió se ha ido revelando poco a poco, pieza a pieza, como un rompecabezas.
Los dos barcos pasaron el invierno del 45-46 en la isla de Beechey, sufriendo tres bajas. La expedición progresó un poco más en los meses siguientes, pero en septiembre del 46 quedó varada por el hielo a cierta distancia de la isla de King William. Se cree que nunca volvieron a navegar, ya que al año siguiente no hubo deshielo y los barcos continuaron inmovilizados. En junio del 47, el mando principal de la misión, el capitán Sir John Franklin, antiguo gobernador de Tasmania y veterano de varias expediciones polares, murió a los 61 años de edad. Tras un segundo año consecutivo sin deshielo, y ya con 23 muertos más, los supervivientes que quedaban se decidieron a dejar de esperar y en lugar de eso intentar volver a pie hacia el río Back, en la tierra firme canadiense.
Mientras tanto, Lady Franklin, la esposa del capitán, comenzó a liderar peticiones al público y al parlamento británico en Londres para enviar una expedición de rescate. En la primavera del 48 se organizaron tres, una por tierra y dos por mar, una de ellas desde el Atlántico y otra desde el Pacífico. Ninguna de ellas encontró rastro de los barcos que buscaban. El tema se convirtió en una auténtica causa de orgullo nacional, y hasta se compusieron canciones y baladas al respecto. En 1850, un grupo de once barcos británicos y dos estadounidenses por fin encontraron algunos restos: los del primer campamento de invierno, erigido casi cinco años antes, y tres tumbas. En el 52 otra expedición, de cinco barcos, fracasó, y hasta estuvo a punto de perderse ella también.
En marzo del 54 el gobierno británico, tras nueve años de la salida original, declaró oficialmente fallecidos en servicio a todos sus tripulantes. En abril, John Rae, explorador a sueldo de la Hudson’s Bay Company, conoció a un esquimal inuk, que le dijo que un grupo de entre 35 y 40 hombres blancos había muerto de inanición años antes cerca del río Back. Otros inuit lo confirmaron, les mostraron objetos pertenecientes a los barcos (en especial tenedores y cucharas de plata) y también hablaron de canibalismo entre los marinos. Al año siguiente James Anderson, otro empleado de la HBC, encontró una pieza de madera marcada «Erebus» y otra «Mr Stanley», nombre del cirujano de a bordo. Lady Franklin, ya sin ayuda económica del gobierno, se buscó la vida para financiar otra expedición por cuestación pública, a lo que ayudó el famoso autor Wilkie Collins escribiendo una obra de teatro sobre el caso, The Frozen Deep, en 1857, con asistencia y producción de Charles Dickens. En mayo del 59, el Fox, al mando de Francis McClintock encontró un documento guardado en una pila de piedras hecha a propósito, escrito por el segundo y el tercero de la expedición original, Francis Crozier y James Fitzjames, fechado en mayo de 1847, dos semanas antes de la muerte de Franklin, y en el que se decía todavía que «All well». Al año siguiente, en el mismo papel se había escrito algo más sobre el fallecimiento de Franklin y la otra veintena larga de hombres, junto con el plan propuesto de salir de allí por pies en los días siguientes. El Fox también encontró un esqueleto aislado en la costa y otros dos en un bote salvavidas, junto a una buena cantidad de enseres abandonados, entre ellos botas, pañuelos, jabón, esponjas, peines y varios libros. Más objetos, tumbas y reliquias fueron apareciendo durante los 60.
En 1981 el Franklin Expedition Forensic Anthropology Project de la Universidad de Alberta encontró unos pocos restos más, y sus análisis confirmaron en los huesos hallados deficiencias de vitamina C, casos de escorbuto, indicios de canibalismo, y además, un contenido en ellos de restos de plomo diez veces superior a lo normal en la zona. Se cree que las latas de comida envasada que los británicos se habían llevado para tener provisiones suficientes para tres años estaban mal selladas, y que por lo tanto habían contaminado el organismo de quienes se las comieron. Uno de los efectos principales del envenenamiento por plomo afecta al cerebro y de resultas a la capacidad intelectual, la percepción y el comportamiento, con efectos permanentes en algunos casos. En 1984 se encontró un cadáver en buen estado de preservación, el del carbonero John Torrington, y restos de las latas de conserva, que confirmaron su mala fabricación y los más que probables efectos entre los hombres de a bordo. También se cree que el agua potable de los barcos podría haber tenido el mismo problema de contaminación. Más cadáveres encontrados en 1992 confirmaron también el canibalismo en varios casos. Es decir, que si el frío, el aislamiento y las privaciones no eran obstáculo suficiente, encima su propia comida los envenenaba lentamente, afectando a sus cerebros.
Durante los años siguientes, cada cierto tiempo hay nuevas búsquedas usando las últimas tecnologías. La expedición de Franklin es uno de los episodios más recordados de la historia de Canadá (la novelista Margaret Atwood lo llama «una especie de mito nacional»), y cada nueva noticia al respecto se recibe con interés en todo el país. En septiembre de 2014, la Victoria Strait Expedition encontró el Erebus en el golfo de Queen Maud, calificando el pecio como «en muy buena condición». En septiembre de 2016 el Terror fue hallado… en Terror Bay, al sur de la isla de King William, en condición «prístina». En resumen, se piensa que la mayoría de las muertes se produjeron por neumonía, frío, hambre, escorbuto y en algunos casos tuberculosis.
Hay quien piensa que el legado de este fracaso es mayor que si la expedición hubiera tenido el pequeño gran éxito que buscaba, ya que a raíz de las frecuentes búsquedas de los barcos perdidos originalmente se pudieron hacer gran cantidad de mapas del hasta entonces inexplorado norte de Canadá, mientras que el número de descabelladas expediciones destinadas a la muerte y el fracaso se redujo considerablemente, las precauciones se extremaron y finalmente se descartó el uso comercial de la ruta, si es que de verdad existía. Al fin, sería el de siempre, o sea, Roald Amundsen, quien consiguió hacer el primer pasaje completo entre 1903 y 1905, con una embarcación mucho menor, la Gjøa, y con solo seis hombres a bordo, por mucho que haya una estatua de Sir John Franklin en su pueblo natal (Spilsby, Lincolnshire) llamándolo «Discoverer of the North West Passage«. El episodio ha sido recogido en multitud de libros y documentales, e incluso inspiró a Julio Verne para Las aventuras del capitán Hatteras, mientras que Mark Twain llegó incluso a satirizar las continuas expediciones de búsqueda.
En 2007, antes de ser hallados los dos barcos, el autor estadounidense Dan Simmons, especializado principalmente en terror y ciencia ficción, le dio su personal toque al relato, y sobre su novela The Terror es sobre lo que la cadena AMC ha montado la serie de televisión, a la que por fin llegamos. Hacemos aquí una breve escala para que quien no haya visto la serie y sí sepa todo esto pueda bajarse aquí y disfrutarla antes del resto de los destripes, porque su trama encierra aún varias sorpresas.
Cuando se dijo antes que The Terror se había comparado a Master and Commander, no se mencionó que también se había dicho que Alien tenía algo que ver por ahí, más que nada por el aire de misterio de los primeros episodios y seguramente por el nombre de Ridley Scott en los créditos. Las primeras horas de la miniserie ciertamente amagan repetidamente con la idea de que todo esto en el fondo puede acabar siendo un sangriento «slasher» entre sobrenatural y de ciencia ficción donde los patilludos marinos de Su Graciosa sustituyen a los adolescentes masacrados en las cada vez más adocenadas películas de terror y vísceras. Esta sensación sobre todo aumenta cuando se oyen ruidos en la lejanía, hay movimientos súbitos en algún barco, se nota alguna que otra alucinación temprana por los efectos de las primeras enfermedades y se producen los primeros contactos con los esquimales, entre cuyas creencias se halla el Tuunbaq. Este es un demonio con forma de oso, creado milenios antes por la diosa Sedna para matar a sus iguales, con los que estaba enfadada. Confinado al frío eterno y con los inuit como presa favorita, los chamanes locales lo mantienen apaciguado cortándose la lengua como ofrenda, junto con la promesa de no atacarlo y de mantenerse fuera de sus dominios. Además, hay un momento en la serie en el que el primer campamento de invierno queda resuelto con una simple elipsis de «meses más tarde» que no augura nada bueno: si se elige ignorar semanas y semanas de aburrimiento, frustración y rencores entre los propios británicos, como si no importaran para nada y rechazando así usar ese tiempo como fuente de gran potencial dramático, eso probablemente significa que lo que hay es prisa por llegar a la sangre y las vísceras.
Afortunadamente, no es así. Resulta que el primer invierno se ha pasado con estrecheces, pero con relativa comodidad, con una buena preparación para esta eventualidad, y que el espíritu de aventura y servicio a la reina y a la nación ha inspirado a todos los tripulantes. Sin embargo, los hilos de la trama final han empezado ya a entrelazarse. El segundo de a bordo, Crozier, culpa de la situación directamente al capitán, Franklin, que con toda su pose de estricto abstemio y su «Dios proveerá» ha tomado la decisión equivocada, dejando a los barcos no solo atrapados por el hielo, sino además a la deriva dentro de una gran masa flotante en la que las brújulas se vuelven locas. Dicho en plata: no saben dónde están, ni dónde estarán cuando los suelte el hielo. Sus desacuerdos continuarán con respecto a cómo salir de allí, e incluso nos enteraremos de que las relaciones entre ambos ya eran tirantes antes de salir debido a que la sobrina de Franklin había dado calabazas a Crozier un tiempo atrás. Crozier quizá podría tener más ascendiente entre los demás oficiales si no fuera por su alcoholismo, por su ascendencia irlandesa y por su general pesimismo malencarado. Buscando víveres, los británicos matan accidentalmente a un chamán inuit y acogen a su hija, a la que apodan Lady Silence y, efectivamente, el Tuunbaq se manifiesta como algo real, matando a varios hombres, en la mejor tradición del cine de terror.
Entre los tripulantes, comienza a adquirir personalidad propia Cornelius Hickey (Adam Nagaitis), un protestón ratonil cuyas razones para estar a bordo se aclararán más adelante, y que recibe varias sanciones severas por su costumbre de ir por libre. En enero del 48, con Crozier enfermo durante varias semanas y el tercero, Fitzjames, como jefe de facto, se decide entre todos animar el ambiente haciendo una especie de carnaval, con disfraces, teatro, canciones y lo que podría llamarse un banquete, que acaba como el rosario de la Aurora (nunca mejor dicho, ya que esa era la noche en que se suponía que se vería el primer rayo de sol del año), al mismo tiempo que se descubre el tema del plomo en las latas y el agua. Es la demostración clara de que hay que hacer algo más que simplemente esperar al deshielo o los rescates. Hickey, en parte por su propia personalidad, en parte por la situación y en parte por los efectos del plomo, acaba liderando un motín que rompe del todo la precaria unidad de los hombres. La debilidad de todos aumenta, las bajas se producen a decenas por varias razones, el Tuunbaq aparece de nuevo… y al final el único que se libra de la muerte más o menos temprana es Crozier, que había decidido liarse con Lady Silence, adoptar el modo de vida esquimal e incluso llegar a ocultarse de los occidentales cuando por fin las primeras expediciones de rescate con éxito consiguieron hablar con los inuit.
La serie sigue la novela de Simmons, de 780 páginas, con mucha fidelidad. En esta, el narrador cambia entre varios puntos de vista y entre primera y tercera persona, además de no seguir una estructura lineal. Por ejemplo, la novela comienza ya tras más de un año varados en el hielo, y algunas veces usa extractos del diario del doctor Goodsir, a la manera en que hizo Bram Stoker en Drácula. Las diferencias principales son que en el libro Lady Silence realmente no habla, ya que se ha cortado la lengua por la razón mencionada antes, mientras que en la serie teme ser incapaz de heredar el cometido de su padre, y a través de varias conversaciones Crozier y Goodsir intentan hacer un diccionario del habla local. Además, los británicos piensan que el Tuunbaq no es más que un oso gigante, mientras que en la novela es un ser que demuestra signos de inteligencia. Además, uno de los castigos de Hickey en el libro viene por haber sido pillado copulando con otro tripulante, cosa que la serie obvia. La estratagema de Goodsir y su suicidio se mantienen en ambos casos, pero la muerte de Hickey es diferente: mientras que en la serie, ya completamente ido de la cabeza, se corta la lengua y se la ofrece al Tuunbaq cual si este fuera un inocente gatito, y la bestia en vez de la mano se toma el brazo entero (literalmente), en la novela el Tuunbaq abandona a Hickey conscientemente a su suerte, ya solo y aislado, al parecer considerándolo tan repugnante que no quiere comérselo. La serie además añade la muerte del propio Tuunbaq, provocada en gran parte por el astuto plan de Thomas Blankey (Ian Hart) al ofrecerse a sí mismo como víctima a la bestia, envuelto en un atadijo de tenedores y cuchillos que le destrozan las entrañas al monstruo. En suma, la serie en general es una propuesta con ingredientes históricos, góticos, aventureros, trágicos y de terror, donde el orgullo humano, rayano en el hubris, se enfrenta a una naturaleza que no siempre se deja conquistar plácidamente, y que obliga a cada uno de los hombres a revelar de qué están hechos realmente cuando se llega a situaciones extremas.
Para finalizar, podemos hablar de las referencias literarias: en la biblioteca de Crozier se encuentran libros de exploradores anteriores, como Francis Drake o John Henry Lefroy, pero también, y debido a la educación clásica de los oficiales, estos citan con frecuencia a clásicos griegos y latinos. Por ejemplo, Franklin arenga a sus hombres exhortándolos a convertirse en los argonautas más famosos de su era, y el doctor Bridgens (John Lynch), a quien llaman «la biblioteca móvil», tras haber recomendado antes a Heródoto o Jonathan Swift, intenta a la desesperada animarse a sí mismo y a quien tenga afición por la lectura repasando nuevamente la Anábasis de Jenofonte, con su historia, miles de años antigua, de la retirada de los Diez Mil de Ciro el Joven, desde Persia de vuelta a Grecia a través de desiertos y montañas mientras eran atacados con frecuencia, en busca del mismo objetivo salvador que ahora desean alcanzar los británicos siglos más tarde: «Thálatta». El mar.
(La lista de todas las reseñas de este blog, por orden cronológico, puede encontrarse aquí)
(Doy la re-bienvenida a mi amigo Paco Guerrero, que ya ha ilustrado varias de las entradas de este blog, y que acaba de volver de su segundo viaje a, mire usted por dónde, Groenlandia)
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