Siguiendo la tesis del propio filme (un bromista diría «a rebufo») debe de haber tantas iteraciones de The Flash, la aventura en solitario del Hombre más Rápido del Mundo de la Liga de la Justicia, como universos paralelos y alternativos descubre el corredor Barry Allen. La película que finalmente ha dirigido el argentino Andy Muschietti (It, Mamá) se materializa después de una larga lista de guiones, propuestas, directores y hasta equipos directivos del propio estudio, cada uno de los cuales consideró el proyecto, fundamentado en las realidades hipotéticas creadas por los intentos del superhéroe de salvar a su madre y retrasado en mil ocasiones (inicialmente se iba a estrenar antes de 2019) como una manera de reiniciar el universo de películas DC Comics que tantos disgustos ha dado a sus fans.
Resulta un milagro cómo, a pesar de los pesares, este discutido y discutible soft reboot del DCEU llega a buen puerto y con buen paso narrativo. Lo logra gracias a un histérico, carismático y genial Ezra Miller como Barry Allen y su doble (el estudio ha tenido que esconder literalmente al actor tras una serie de desequilibrios que han derivado en una conducta delictiva) y al ya tan traído y criticado recurso a la nostalgia: The Flash es, más que una oportunidad de narrar el Flashpoint de Geoff Johns y reflejar el duelo de su protagonista, una oportunidad para recuperar el mítico Batman de Michael Keaton e incorporar una serie de versiones alternativas de la película seminal del estudio, la siempre infravalorada El Hombre de Acero, estrenada por Zack Snyder en 2013.
The Flash comete la, sobre el papel, temible decisión de aproximarse al universo Marvel abordando la odisea con fuertes dosis de comedia. Pero Muschietti sintoniza cierta onda visual y narrativa de comic book a lo Sam Raimi (algo que extendemos a la caracterización del verdadero malo como la de cierta némesis de la trilogía Evil Dead) y, compenetrado con su reparto, canaliza la energía maníaca de Miller en momentos lunáticos pero no desmitificadores, y que uno no sabe si atribuir a James Gunn, el nuevo directivo llegado in extremis, o a la misma película. Nos referimos a la alucinante e indescriptible lluvia de bebés, la persecución que envuelve al Bruce Wayne de Ben Affleck por Gotham (por cierto, excelente su conversación con Allen en el callejón, antes de su decisión trascendental) y la decisión de desacralizar el Batman de Michael Keaton bien avanzado el metraje. Da la impresión de que los golpes de humor de cine casi mudo del filme se integran en un todo que no resulta dañino para la narrativa, por muy irregular que ésta pueda resultar.
Lástima del a menudo horrible diseño de los trajes, de los en ocasiones imperdonables efectos visuales del filme, quizá atribuibles a decisiones de última hora con los inevitables cameos una vez la gestión de DC pasó a manos de Peter Safran y James Gunn el pasado mes de octubre. Pero The Flash tiene el corazón en el sitio adecuado y es cierto que se las arregla para congraciar el pasado y el futuro de los personajes presentados por Zack Snyder, sin llegar a violar la gravitas lograda en su épica trilogía culminada, por el momento, con la Liga de la Justicia de cuatro horas.
Falta bagaje dramático (la historia con Maribel Verdú en ocasiones importa poco) pero la Supergirl de Sasha Calle, así como los paralelismos de su interpretación con la de Henry Cavill (ese grito desesperado al fracasar salvando una vida) cargan de electricidad un filme que sí, es demasiado largo, pero que sabe jugar sus bazas con inusual pureza, y desde luego logra articularse como una buena película de verano capaz de causar emociones, y sobre todo de ocultar durante un rato un hecho incómodo: al final, estos queridos personajes han devenido juguetes de los ejecutivos de cuentas del estudio, pero no de los creadores de historias.
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