La sombra ocre del otoño en la vieja Europa reclama un año más el reencuentro con sus muertos, la cita ancestral de la noche pagana abrazada al recuerdo de los héroes cristianos. Son días de imaginación, espiritualidad, dudas y el silencio, me temo, como última respuesta pero afortunadamente nos queda la literatura.
Y en la literatura el miedo, como tantas otras cosas, ha cambiado mucho. Somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos y para un jovencito de 13 años de 2016, el Perro de los Baskerville aullando en el páramo no encarna la maldad de lo improbable, ni Moby Dick es un monstruo amenazante capaz de hacer perder la razón a los hombres. El horror tampoco se fabrica ya en los laboratorios ubicados en altas torres de piedra donde el rayo pueda otorgar vida a la criatura deforme de un loco, ni habita en lo más profundo de la tierra adormecido en el ataúd de un zombie murciélago. El placer de leer todas aquellas historias radica hoy en elementos de muy distinta naturaleza que dependen, claro, de cada lector, pero en ocasiones el sentido con el que fueron escritas ha sido modificado por el tiempo y la mirada de manera inevitable.
Una modificación de ida y vuelta. Porque si cada época se identifica con una clase de terror, podemos tener la certeza de que siempre habrá un libro, un autor o una historia que regrese del pasado para traducirlo. Y ese es el caso de Gustavo Adolfo Bécquer.
Con una formación literaria renacentista, una cuna barroca y una corta vida gótica, el poeta romántico era sobre todo un buscador de las sombras; una “criatura en la cueva”. La fascinación que en él ejercían los estratos rotos de la España en la que vivió lo llevó a tejer un entramado de ensoñación, imaginación y memoria que cristalizó en sus Leyendas; fragmentos de piedras lunares luminosas y atemporales.
Apuesto, apasionado, enfermo, tiene convicción narrativa de pintor y talento de visionario. Su vida, en pulso continuo con la muerte, lo lleva en alocada carrera hacia el presentimiento que le hace vomitar toda la desolación del marginal en una prosa febril repleta de puertas abiertas al laberinto del pasado y los libros. Y el resultado son sus Leyendas de terror, tan humano, tan cercano y epidérmico que es sin duda un miedo absolutamente moderno, pues no se externaliza en un lugar ni se encarna en una criatura; se genera dentro del hombre mismo, en la intimidad de las pesadillas personales.
Los tipos y paisajes de Cartas desde mi celda escritas en la montaña Mágica becqueriana en que se había convertido el Monasterio de Veruela, al pie del Moncayo, le serviría al autor para dejar impresas como aguafuertes de la memoria, una serie de paisajes sobre los que posteriormente desarrollaría sus historias de terror. Allí, mientras la muerte se enredaba lentamente en sus pulmones él apuraba los días con una pulsión literaria que empezaba a estar más viva que nunca. Byron y Heine le prestan la música; Fray Luis de León la estructura, Chateaubriand el amor intelectual por el pasado. Su talento singular hace el resto.
En estos días, la vieja Europa desempolva sus terrores: Hoffman, Mary Shelley, Bram Stoker, Maupassant, Sheridan Le Fanu…incluso reivindica el terror de allá; el de la vieja Nueva Inglaterra, con Poe y Lovecraft como maestros de ceremonias; pero nosotros aquí tenemos a uno de los más grandes escritores de terror, tan moderno como olvidado. Se llama Gustavo Adolfo Bécquer y algunos creen que era sólo un poeta.
Desde Zenda les invitamos a leer en la Noche de Difuntos o en cualquier otra noche, algunas de las Leyendas becquerianas: El Monte de las ánimas; La Cruz del Diablo; El Rayo de Luz; la Ajorca de Oro… Háganlo y disfruten del terror en español y si pueden, observen la reacción de esos jovencitos de 13 años de 2016 ante ese miedo becqueriano tan moderno de ayer y luego, si quieren, nos cuentan.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: