Uno de los libros más importantes de mi vida en relación al cine fue el Diccionario que escribió Fernando Trueba. Salió en 1997, lo que quiere decir que yo tenía 22 años y estaba recién llegado, como quien dice, a Madrid. No traía más películas en la cabeza que las que ponían en la tele, pues en los pueblos hay tele, pero no cine. En las capitales de provincias sí hay cine, pero sólo ponen un poco antes las mismas películas que luego ponen en la tele.
Me iba yo a la videoteca del sótano de la facultad cada mañana, y me veía alguna. También veía las proyecciones que diversas agrupaciones estudiantiles organizaban en salas de nombres épicos: Sala Roja, recuerdo. Iba persiguiendo, en la veintena, el canon, es decir, lo que alguien dijera que había que ver. Esto incluía, desde este 2022, enternecedores esfuerzos como quedarse hasta las dos de la mañana para ver en La 2 una película húngara o indie o rusa. También compraba películas en VHS. Y hacía colas igualmente tiernas en la filmoteca de Madrid para asistir al ciclo de un director japonés o polaco.
Del Diccionario de cine de Fernando Trueba recuerdo la lista que incluía al final más de cien títulos que realmente yo perseguía en todos los sitios citados en el párrafo anterior. Cuando por fin veía una de esas películas hacía una marca en el libro, satisfecho.
Luego la vida se inventó Internet, y el cine pirateado, y al final las plataformas de streaming, y ver películas se volvió obscenamente fácil. Descubrías también películas viejas que te gustaban más que las canónicas, ibas entendiendo (como se entiende en los libros o en la música) que el canon es un estorbo y un insulto: todo el cine es el cine. El canon te dice que el cine no son más de cien películas. O mil.
Un cinéfilo de verdad quiere ver todas las películas que existen, y ese imposible lleva a comprender que mucho talento se olvida, mucha belleza se pierde, mucho trabajo de mérito está condenado por sobreabundancia de aciertos simultáneos.
Después de todo esto, de quién sabe cuántas películas vistas (¿cinco mil?, ¿diez mil?, ni idea), la revista Sight and Sound ha elegido como mejor película de todos los tiempos una que no he visto, que no sabía que existía y que no puede verse (a la hora de escribir esta pieza) en ningún sitio. Además dura tres horas.
Lógicamente, estoy muy ofendido.
No puedes elegir mejor película del mundo una película que no he visto.
Si no lo entiendo mal, la cosa funciona así. La revista, cada diez años, pide a muchísima gente relacionada con el cine, desde directores a críticos, un listado de diez mejores películas de la historia. Hace la suma y saca una lista de cien títulos. Regularmente, los nombres evidentes por sus títulos más obvios encabezaban el ranking, pero este año un filme desconocido (por mí), pero ya presente en el listado de 2012, ha acaparado el primer puesto.
La cinta es belga. La cinta la dirige una mujer.
¿Qué habrá pasado, amigos, para que Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles, de Chantal Akerman, sea la mejor película de todos los tiempos?
No hay que volverse muy loco para decir lo evidente: el cine, y especialmente esta revista, ha sentido la llamada de los tiempos, caracterizados por la reivindicación de la creación femenina, y ha decidido inclinar la lista en esa dirección. Para ello, ha ampliado la lista de votantes hasta 1693 (valiendo, oh, democracia, lo mismo el voto de Scorsese que el no sé quién); seguramente se han hecho algunas llamadas y algunos grupos de Whatsapp. Al final se les ha ido la mano y un filme que nadie cita nunca es la mejor película de todos los tiempos porque queríamos que estuviera más arriba una directora.
Partamos de que Jeanne Dielman sin lugar a dudas será una muy buena película. Como dije más arriba, hay cientos de películas maravillosas que mucha gente no conoce y que, desde luego, no se consideran clásicos inmortales de visionado obligatorio. Hitchcock o Tarkovski son de visionado obligatorio, no puedes pasar de curso sin ellos en tu vademecum. Jeanne Dielman, como The enforcer (Bretaigne Windust, 1951) o El pequeño fugitivo (Ashley, Orkin, Engel, 1953), son ya para subir nota. Casi todos los cinéfilos las habrán visto, pero quizá alguien haya preferido ver todo el cine coreano antes que El pequeño fugitivo o todo el cine de serie Z antes que Jeanne Dielman. Lo que no puede ser es que no conozcas Psicosis, El padrino o El hombre de la cámara.
La paradoja aquí es que si Jeanne Dielman no la hubiera dirigido una mujer, siendo exactamente la misma película, no sería la mejor película de todos los tiempos; pero, si Alfred Hitchcock fuera mujer, Hitchcock seguiría siendo una de las mejores directoras de cine de todos los tiempos, incluyendo a los directores. Nada impidió que Agatha Christie pasara a la historia, gozara de popularidad y entrara en el iconostasio cultural del siglo XX. Obviamente es más fácil un éxito inolvidable si se hace un producto de calidad destinado al gran público. Agnès Varda nunca podrá ser tan famosa como Agatha Christie.
En el Diccionario de Trueba quizá sólo se mencionaba a Leni Reifenstahl como mujer directora, pero se hacía con una reverencia y fascinación inobjetables. Leni era nazi, filmó guapo a Hitler y toda aquella locura. Sin embargo, cien años después, se seguía considerando que su obra aportó grandes cosas al séptimo arte —recuerdo la simpleza, muy expresiva, de abrir una zanja para colocar la cámara y filmar los saltos de los atletas en su película Olimpia (1938) como nunca antes se habían visto—.
Así, una forma de pensar este asunto sería considerar qué dice de nosotros (2022) elegir a Chantal Akerman como mejor directora del mundo (digamos) frente a esos años 90 donde Leni Riefenstahl, ¡una nazi!, era la mujer señalada con tal honor.
Lo que dice de aquellos años finales del siglo XX es que nadie tenía dudas de que Leni no fue elegida por ser mujer, mientras que hoy nadie tiene dudas de que Chantal no ha sido elegida por otra cosa.
¿Qué es mejor? ¿Qué muestra más amor al cine, más tolerancia, más madurez: elegir a una mujer en cualquier caso o destacar el trabajo de otra a pesar del malísimo trago de reconocer su colaboración con el nazismo?
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Veo, como todos, muchas películas de mujeres en estos años. Algunas me decepcionan, como Titane (Julia Ducournau, 2021), y otras me fascinan, como Los cinco demonios (Léa Mysius, 2022). No habrá ningún problema en señalar, dentro de décadas, numerosísimas películas dirigidas por mujeres entre lo mejor de nuestro tiempo. Sin embargo, cuando leo entrevistas con estas directoras donde reconocen sus influencias, siempre citan directores. Para hacer una de sus películas, buscaron inspiración en esta o aquella, y nunca he leído que la obra maestra de Chantal Akerman estuviera entre sus influencias, referentes motivacionales o, siquiera, ejemplo en taxidermia (una mujer sacando adelante su cine). Todas saben a quién copian e imitan, y no es a Chantal Akerman.
Así, elegir Jeanne Dielmann como lo mejor que puede hacerse para la gran pantalla es como elegir las bibliotecas públicas como lo más representativo de Madrid. Nadie viene a Madrid a ver bibliotecas públicas. Nadie ha visto una foto de una biblioteca pública en un catálogo sobre Madrid. Casi no recuerdo (Magical girl sí) una película española donde salga de hecho una biblioteca pública. Pero, ¿acaso no es moralmente inexpugnable decir que Madrid se caracteriza por su fantástica red de bibliotecas públicas y no por la plaza Mayor, Malasaña, el oso y el madroño, el bocadillo de calamares o el museo del Prado? Y, sin embargo, ¿han aportado algo las bibliotecas públicas, específicamente, a la personalidad y al carácter de Madrid?
Sight and sound no consigue nada bueno con su encumbramiento de una obra a la que no le debemos ni una sola de las miles de imágenes icónicas que nos ha dado el cine, ni una sola de las miles de escenas extraordinarias, ni una sola de las miles de innovaciones técnicas, ni una sola de nuestras tardes haciendo cola en un cine emocionados con los amigos antes de asistir a un acontecimiento cinematográfico que pudo incluso cambiarnos la vida y que, en cualquier caso, nos la mejoró.
Realmente es como elegir el mejor día de tu vida uno cualquiera de entre todos esos viernes que saliste de joven y no lo pasaste mal. Literalmente uno cualquiera.
P.S.: Un secreto: ninguna película es la mejor película de todos los tiempos.
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