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Te mataré con mis zapatos de claqué - Zenda
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Te mataré con mis zapatos de claqué

El artículo lo rubrica un fulano de cuyo nombre no logro acordarme, y acusa, tajante, de mentir a uno de los grandes del periodismo español, Manuel Leguineche ¿La prueba?… Fabula el último capítulo de su libro El camino más corto (Argos Vergara, 1978). El crítico usa la voz fake —como los gilipollas llaman ahora al bulo...

El artículo lo rubrica un fulano de cuyo nombre no logro acordarme, y acusa, tajante, de mentir a uno de los grandes del periodismo español, Manuel Leguineche ¿La prueba?… Fabula el último capítulo de su libro El camino más corto (Argos Vergara, 1978).

El crítico usa la voz fake —como los gilipollas llaman ahora al bulo o trola de toda la vida— ya en titulares. Seguramente para aparentar que tiene mundo. Sus primeras líneas son una mofa, pero como el chiste resulta incomprensible, en el segundo parágrafo incluye varias citas de Leguineche, para denunciar su fantasiosa y perversa mediocridad.

"Al tercer párrafo, sospechas que el pavo ha untado esa mañana demasiada farlopa en sus tostadas, pues admite escribir tamaña necedad basándose en una entrevista de agencia al escritor Harold Stephens"

Al tercer párrafo, sospechas que el pavo ha untado esa mañana demasiada farlopa en sus tostadas, pues admite escribir tamaña necedad basándose en una entrevista de agencia al escritor Harold Stephens.

Stephens, incansable trotamundos norteamericano, fue uno de los miembros de la Trans World Record Expedition, la mítica circunvalación del globo realizada con un Toyota Land Cruiser a fines de los 60. En aquel viaje participaron los también estadounidenses Al Podell y Woodrow Stans, el suizo Wille Mettler y el propio Manu Leguineche, quien narra parte del periplo en la obra citada.

Pero el fatuo del artículo no parece haberse leído el libro íntegro (378 páginas, muchas para un instagramero medio), y evidencia desconocer casi todo respecto del viaje, salvo el capítulo que usa para atacar a Manu. Omite por tanto que esa expedición no concluyó en Australia —aunque este sea el último capítulo en la obra del español—, sino tras la arribada a Nueva York de Al Podell y Harold Stephens, vía Panamá y México, después de embarcar el vehículo en Sydney.

Otro detallito más. Los dos norteamericanos escribieron a su regreso Who needs a road? (¿Quién necesita una carretera?), publicado por Bobbs-Merrill Editions en 1968. Es decir, diez años antes de que apareciese la espléndida obra de Leguineche.

Como buen detractor, el fulano da pábulo a las declaraciones de Stephens, quien —con 91 tacos largos de almanaque, 92 en diciembre próximo— ratea de neuronas y sostiene que vio a Manu por última vez en India, donde éste se quedó a cubrir reportajes por encargo de varios medios españoles.

"Durante ese lapso, Leguineche cumplimentó numerosos encargos periodísticos, pero hay testigos de que tanto el español como los dos estadounidenses estuvieron juntos en Saigón"

En realidad, la expedición se empantanó en el sudeste asiático y a punto estuvo de no concluir, aunque por razones bien distintas. Para empezar, tanto Stephens como Podell se ennoviaron allí y eso frenó temporalmente el viaje. Mettler, por su lado, se casó y fijó residencia en Bali, aunque finalmente moriría en Camboya. En cuanto a Woodrow Stans, su rastro se perdería en un monasterio de México.

Durante ese lapso, Leguineche cumplimentó numerosos encargos periodísticos, pero hay testigos de que tanto el español como los dos estadounidenses estuvieron juntos en Saigón, donde se resolvería continuar el viaje. Es más, Podell regresó a EEUU por avión para allegar fondos, y sólo volvería a subir al Toyota en Panamá, dos meses después de que el vehículo fuera despachado desde Australia.

Mientras tanto, Manuel Leguineche Bollar se convertía en el único periodista español que cubrió la guerra del Vietnam, el conflicto bélico entre India y Pakistán, y alguna otra cosilla más sin importancia. Al menos, a juicio del cantamañanas que escribe el texto.

El muy pánfilo califica a El camino más corto como “libro de viaje”. Algo tan acertado como llamar «novela náutica» a La Odisea de Homero, o «relato costumbrista» a los Episodios nacionales de Benito Pérez-Galdós.

Si Leguineche “adaptó” el capítulo australiano de Stevens —como éste afirma, al decir que le envió el manuscrito… ¡nueve años más tarde!— o si fabuló por todo el morro es algo que no conturba a los miles de lectores que han gozado de su libro.

"Si uno lee El camino más corto deduce que, durante los diez últimos capítulos (la obra contiene 38), el viaje deja de ser una expedición en sentido estricto"

Más aún ¿Quién necesita una carretera? “homenajea” a su vez al mítico On the road (En el camino) de Jack Kerouac (Viking Press, 1957) y es fácil notar entre sus páginas ecos de El almuerzo desnudo (The Naked Lunch) de William Burroughs (Olympia Press, 1959).

Análoga “rendida admiración” se detectaría también en The Drifters (Los vagabundos) de James A. Michener (Random House, 1971), titulado en español Hijos de Torremolinos (Plaza & Janés, 1986), aunque esa ciudad sólo aparezca en unas cuantas páginas.

Si uno lee El camino más corto deduce que, durante los diez últimos capítulos (la obra contiene 38), el viaje deja de ser una expedición en sentido estricto. Por entonces estaban en Tailandia y Manu —a ritmo vertiginoso y con dominio evidente tanto de la analepsis como de la prolepsis (¡Uy, perdón, maxmordón!, flashback y flashforward debí decir)— pinta un grupo que comenzaba a diluirse por varias causas.

"El camino más corto sólo es un fabuloso y larguísimo reportaje, de esos que Leguineche acostumbró a prodigar"

Lamentablemente, al enterao crítico se le va la mejor: Leguineche sí “mintió” en su obra. Concretamente, al narrar que una macaca se le comió el pasaporte. A ver, por partes. El hecho en sí es verdad. La autora del desaguisado se llamaba Totoche (en francés, cuerno que sonaban los pregoneros antes de lanzar el bando o los escultistas al convocar asamblea) y era una Macaca fuscata (no fustata, como se transcribe erróneamente) o macaca de cara roja. También es cierto que la pobre bicho confundió, famélica, el pasaporte de Leguineche con una empanadilla y dejó el documento para el arrastre.

Manu presenta al dueño de la mona como Julien, quien dice ser zoólogo. Eso es falso. Leguineche ignoraba que el tal Julien era el aventurero francés, Jean-Yves Dolmalain, quien años más tarde escribiría Panjamon: Entre los cortadores de cabeza de Borneo (Editorial Noguer, 1976), tras vivir un periodo en el seno de una tribu iban de la etnia dayak, en la provincia indonesia de Sarawak, al norte de la mentada isla.

Es más, Dolmalain tenía entonces sobrados motivos para usar un nombre falso. Como confesaría luego en otra de sus obras, L’adieu aux bêtes (Ed. Arthaub, 1975), negociaba con especímenes salvajes. [En España, el volumen apareció con el título Fui traficante de animales salvajes (Editorial Juventud, 1977)]

Nada de eso importa, pues El camino más corto sólo es un fabuloso y larguísimo reportaje, de esos que Leguineche acostumbró a prodigar. Al tiempo, constituye una soberbia declaración sobre lo que fue y debe ser el periodismo (justo lo contrario de lo que abunda ahora y practica el cantamañanas del artículo, irritado porque se considere a Manu como un paradigma de solvencia y honestidad).

"Cierto es que nada calmará las iras del samarugo en cuestión, aunque trasluzca no haber viajado ni por Google. Este parapoco ansía matar con sus zapatos de claqué al magistral reportero español"

Lo contrario, claro, opinan otros profesionales con gran experiencia o impresionantes trayectorias como corresponsales de guerra: Arturo Pérez-Reverte, Ramón Lobo, Javier Reverte, Gervasio Sánchez, Rosa María Calaf, Tomás Alcoverro, Sol Gallego-Díaz, y un largo etcétera; que lo han saludado como maestro y señalado como ejemplo.

Juan Carlos Laviana, uno de los periodistas más cultos y trabajadores, con quien coincidí en el extinto Diario 16, publicó en Zenda un brillante artículo sobre la figura de Manu, cuyo enlace reitero aquí.

Cierto es que nada calmará las iras del samarugo en cuestión, aunque trasluzca no haber viajado ni por Google. Este parapoco ansía matar con sus zapatos de claqué al magistral reportero español y bailará sobre su tumba, investido en su alta magistratura de bloguero ignoto.

Como dejó escrito Dolmalain: «El hombre es una estructura aberrante, un error de la naturaleza». ¡Y aún no existían los tuiteros!

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Óscar Lobato

Óscar Lobato nació en Madrid el siglo pasado, sin jamás alardear de ello. De niño, aspiraba a convertirse en hombre renacentista, desistiendo al descubrir que Renacimiento no era ningún país iberoamericano. Movido por su sed de conocimientos, intentó convertirse en piloto de pruebas de la Flex o masajista titular de la mansión Playboy, sin la menor fortuna en ambos empeños. Desencantado, se alistó al Regimiento de Ficticios Reales, sirviendo con honor en varios frentes, mentones y barbillas. Reclutado para el Servicio Exterior de Confusión, se le asignó a la legación de Zagreb en calidad de Tercer Hombre, ascendiendo posteriormente a Cuarto Elemento y Quinta Puñeta. Como tapadera a sus actividades clandestinas, ha ejercido el periodismo durante más de treinta años y escrito tres novelas (Cazadores de humo, Centhæure y La fuerza y el viento, publicadas por Alfaguara/Penguin Random House).

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